lunes, 7 de enero de 2019

Crucero Mortal: II Parte


 

Estoy sudando mucho, demasiado. Tengo la piel ardiendo, enrojecida, debido al sol y al calor. Temo coger una insolación.
He comenzado a racionar el agua y la comida.
Tengo la mirada fija en el horizonte, pero desde mi posición bajo el toldo, lo único que puedo ver es el agua de color gris plomizo, el cielo gris que parece amenazar lluvia. Lentamente me incorporo sobre las manos y los pies, y me acerco gateando hasta el borde.
El barco está ahora más lejos. Ayer lo perdí de vista y durante algún tiempo me entró pánico.
Hasta entonces no me había dado cuenta hasta que punto necesitaba verlo, aunque me mantuviera alejado de él. Qué vacío parece todo sin el crucero.
Entonces veo el humo que se alzaba de la nada hacia al cielo, y remo en aquella dirección hasta que veo las llamas que surgen de las cubiertas del barco.
El incendio se ha apoderado del barco, nadie ha podido sofocarlo. Veo como el crucero escora hacia un lado durante el día, lentamente, hasta que inevitablemente vuelca. 
De haberse iniciado labores de rescate, este ya tendría que haberse producido. No he visto aviones, ni guardacostas, ni helicópteros, desde que abandonamos Salónica.
La baliza del bote brilla intermitente, enviando al mundo señales de socorro que nadie ve.
Mar, solo un mar inmenso y solitario, me acompaña.

* * *
 

Se han producido disparos en el crucero. Un grupo de pasajeros se ha amotinado e intentado apoderarse del buque, el contramaestre acompañado de un grupo de marineros y empleados de confianza ha podido controlar la situación.

Por un camarero se que han muerto varios de los pasajeros en la refriega. Los cuerpos han sido trasladados a una de las bodegas junto a los de otros pasajeros y personal del crucero muertos a consecuencia de la gripe.

El caos más absoluto se ha apoderado del buque y la desconfianza hace que muchos de los pasajeros prefieran permanecer confinados en sus camarotes, asimismo muchos de los empleados no acuden a sus lugares de trabajo, ignorándose si es a causa de encontrarse enfermos.

Las noticias provenientes del exterior, bien por medio de la radio del crucero o las recibidas por la televisión, no pueden ser más desalentadoras, la expansión de la enfermedad continua imparable y se contabilizan cientos de miles de casos en todo el mundo y en algunos continentes se ha perdido la comunicación con regiones enteras de varias naciones.

Por si todo esto fuera poco, aunque no hago caso a estos rumores, se habla de resurrecciones de infectados muertos que atacan y devoran a otras personas.

 

* * * 

 
Escucho un ruido tremendo, como un gemido. Se oye una inmensa y fuerte explosión.
Poco después y pese a la lejanía, llega una ola, que me mueve de un lado a otro en el bote.
Me aferro a la lona para no caer por la borda, y acabo arrancando parte de las fijaciones que la sujetan a los costados.
 El lujoso crucero se hunde, afortunadamente el bote estaba lo suficientemente lejos para no ser arrastrado al fondo del mar con él. Poco después la nada; el vacío más puro y absoluto.
El crucero ha desaparecido, devorado por el océano. El silencio se instaura en el mar tras el hundimiento del barco.
Me incorporo un poco y noto que el bote se balancea suavemente con mis movimientos, tampoco hay rastro de los otros botes, por lo que tengo la sensación de que debo ser la única persona viva en el mundo.


* * * 

 

Todos mis temores se han confirmado, los fallecido del buque han vuelto a la vida, han atacado al doctor y a varios pasajeros y miembros de la tripulación.

El crucero se ha convertido en un "sálvese quien pueda", pese a los esfuerzos del capitán en mantener el orden. Sus órdenes lo mismo que las de los oficiales sanos, ya no son obedecidas.

El miedo reina en el barco y la mayoría del pasaje y de la tripulación permanece escondido.

Me empiezo a plantear la opción de abandonar el buque en un bote salvavidas.

  

* * *

 
Está nublado y finalmente comienza a llover, así que intento llenar las cantimploras con el agua de la lluvia. 
Mi boca empieza a salivar al imaginarme el agua fresca deslizándose por mi reseca garganta.
Poco después cae la noche y en el diminuto bote reina la oscuridad mas inescrutable, negra como el azabache, a excepción de las breves intermitencias de la baliza de emergencia.
Intento dormir un poco. No se el tiempo que ha transcurrido cuando me despierto sumido en la más completa oscuridad, juraría que me han despertado los gritos de agonía de mis compañeros.
Son solo mis pesadillas.
El bote oscila. Sacudo la cabeza y siento como si mis oídos estuvieran llenos de agua, ya que todos los sonidos parecen distantes y amortiguados. Pero no se escucha nada solo el continuo golpear de las olas al bote.
Con cuidado, cruzo el bote gateando. Mis músculos se esfuerzan por evitar que caiga por la borda. El fondo del bote se hunde allí donde apoyo las manos y las rodillas, como si también este se estuviera dando por vencido.
Cuando me despierto, estoy seguro de oír una voz en mi cabeza.
Y al escrutar el horizonte, cuando intento reconocer alguna silueta en la distancia incierta, podría jurar que alguien me está diciendo algo.
Ya no hay nada en mi interior que me conmine a seguir viviendo.
Todo parece estremecerse y desmoronarse, los músculos fallan, los huesos se desplazan dolorosamente bajo mi piel.
— ¡Tengo que vivir!, me repito a mí mismo una y otra vez, aunque casi deseo lanzarme por la borda para hacer que se callen las voces que me torturan.

* * *
 

Finalmente, lo he hecho. No he podido esperar más. Me he enterado que se ha declarado un incendio en las cocinas del barco.

Eso, unido al escuchar por los pasillos los gritos y oír los golpes de los muertos a las puertas de los camarotes, me han empujado a ello.

Lo he comentado con algunos de mis compañeros pero no han querido acompañarme, prefieren esperar a la llegada de ayuda.

Mejor, no se si alguno de ellos ya puede estar infectado.

He subido hasta una de las cubiertas y he soltado un bote salvavidas por la borda.

A continuación me he lanzado al mar y me he subido a él.

 * * *

 
Sigue lloviendo y he logrado llenar las cantimploras. Me he puesto la camiseta y un chubasquero que había en una de las bolsas de supervivencia, esta además incluye un equipo de pesca.
Continuo racionando la comida, así que utilizo un trozo de galleta como cebo para los peces. La coloco en el anzuelo y la arrojo al agua. Me siento débil y la fría lluvia que cae hace que empiece a temblar.
Pasan las horas, la tormenta ha perdido intensidad. Finalmente consigo que un pez muerda el anzuelo, lo subo y ahora le observo fascinado mientras se agita en el fondo del bote.
No me atrevo a comérmelo crudo, así que dejo que se seque.
En un descuido clavo el anzuelo en mi propia carne.
El dolor hace que mis dedos dejen caer el anzuelo, que se sumerge en las profundidades.
Me quedo mirando fascinado la herida en carne viva de mi dedo, roja, brillante, mojada.
Vuelve a caer la noche. En la oscuridad que rompen a lo lejos los
relámpagos, aparece la tormenta que azota y zarandea el bote.
Intento sujetarme pero el movimiento me lanza hacia el suelo una y otra vez.
Todo está empapado. El agua se cuela por los desgarros que hay en el toldo.
El suelo está resbaladizo y no puedo mantener el equilibrio.
Tengo miedo. No quiero morir. Estoy exhausto, la sal penetra en mis heridas, la piel está tirante y arrugada por las quemaduras producidas por el sol y mi estómago vacío.
Las olas golpean fuertemente e inundan el diminuto bote en medio de las tinieblas, amenazando con arrastrarlo hasta las profundidades.
Finalmente la tormenta cesa y me permite dormir algunas horas.
Me despierto, he perdido la noción del tiempo y ya no se cuantos días llevo aquí solo en medio del mar.
Paso la punta de la lengua por el paladar de mi boca seca, intento 
recordar algún sabor que no sea a sal mientras observo el despejado cielo azul.
En lo alto un pájaro revolotea alrededor del bote, como un ave de rapiña esperando mi muerte.
Mi frente está ardiendo, debo tener fiebre, espero que no sea la mortal gripe.
Cuando salgo de mi sopor y escucho de nuevo al pájaro doy un respingo.
El pájaro metálico es cada vez más grande conforme se acerca más y más.
Ahora ya puedo escuchar con nitidez las aspas y el motor del helicóptero.
Me han visto. Muevo el brazo saludándoles y comienzo a llorar, casi incapaz de moverme mientras desde el aparato me lanzan un cabestrante para subirme a el .
– Lo he conseguido, susurro para mí mismo.


 

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