miércoles, 27 de septiembre de 2017

Locales Entrañables: II - El Perrico (Grao de Castellón)

En el Camino del Serradal , entre el Grao de Castellón y Benicasim y tras pasar el
Aeroclub y la galería de tiro del Club de Cazadores San Huberto, se encuentra el
Bar - Restaurante El Perrico.
 
 


El Perrico es uno de los lugares de almuerzo de toda la vida, de fideuas o paella los domingos
con la familia tras volver de la cercana playa, también de conejo al ajillo, callos, caracoles o
de Enterita (Sepia) a la plancha que tanto le gusta a mi amigo Jaime.
También lugar de encuentro de celebraciones familiares, de banquetes y comuniones.


 
Bar- Restaurante El Perrico
Camino Serradal, nº365
12100 – Castellón
Telf: 964 28 15 97
info@restauranteperrico.es
 
 

martes, 26 de septiembre de 2017

Esmorzar, Almorzar en Valenciá: III - Video

Gracias a la colaboración de nuestro buen amigo y fiel seguidor de este blog, Manolo Albalat,
podemos disfrutar este video sobre la cultura del almuerzo en Valencia.

domingo, 24 de septiembre de 2017

Locales Entrañables: I - Casa Julián (La Barona)


Como muchos sabréis, en toda la comunidad valenciana, el almuerzo es algo casi sagrado, momento a primera hora de la mañana en el que reunirse en torno a una mesa, con amigos, familiares o simplemente compañeros y pasar un rato agradable en torno a una mesa, casi siempre repleta de comida.
Para abrir fuego sobre esos locales entrañables de la provincia de Castellón me he decidido por daros a conocer por La Barona, una pedanía de Vall D´Alba, a unos 40 km de la capital, donde se encuentra el Bar- Restaurante Casa Julian.
En este local años antes conocido por sus estupendos almuerzos, lo es también por sus comidas, un excelente menú del día y una carta llena de variedad de platos.
Han sabido encontrar el perfecto equilibrio entre la calidad y el servicio con un precio razonable, por eso es un local que suele estar siempre lleno y que conviene reservar.
Para almorzar se suele comenzar con la espectacular hogaza de pan tostado con ajoaceite y tomate, continuando con una ensalada, disfrutar de una buena brasa de carne, embutido y panceta, o una ración o bocadillo de las variadas propuestas que nos ofrecen.
Sin olvidarnos de pedir al terminar el carajillo de la casa.






A la hora de la comida muchas propuestas todas ellas muy sugerentes.
Imprescindible llamar para reservar: 964320165.

 



 
 
 http://www.labarona.net/restaurantecasajulian.HTML

sábado, 23 de septiembre de 2017

Una historia más de Infeczión

Seguimos con otro de los relatos que aparecen en Infeczión, el titulado:
Un Aeródromo en el Desierto del Sahara.


El Cessna 425 sobrevolaba un pueblo de mala muerte recostado a orillas del océano Atlántico,
 justo donde las arenas del Sahara se hundían bajo las aguas del mar.
Apenas una treintena de casas, una pequeña mezquita hecha de adobe y unos campos de
cultivo alrededor del poblado, formaban parte de aquel olvidado lugar.
La avioneta con capacidad para un piloto y siete pasajeros, sobrevoló la decena de largas
barcas de pesca, ahora varadas en la arena de la playa.
Luego pasó por encima de la polvorienta carretera que discurría de norte a sur atravesando el
pueblo, perdiéndose en la distancia, seguidamente dio un giro de 180 grados en dirección
a la pista de aterrizaje.
Conforme se acercaba la pista de aterrizaje esta semejaba a una cinta gris de asfalto en medio
de la nada, en medio de la inmensidad del desierto del Sahara.
Colin McGregor, de padre escocés y madre inglesa, siempre había querido tener su
propia empresa y terco como una mula no paró hasta conseguirlo.
Aquel pelirrojo de tupida barba y penetrantes ojos azules, era estibador en el puerto de Southampton, cuando la inesperada herencia de su abuelo le dejó una modesta cantidad de libras en su cuenta corriente, lo suficiente para sacarse la titulación de piloto de aeroplano y crear su propia empresa.
Necesitaba un socio y lo encontró en Stuart “Stu“ Davies, un mecánico inglés de Brighton.
Los sobornos a los funcionarios y policías marroquíes agilizaron el papeleo y acabaron
montando una pequeña empresa con una avioneta en aquel paraje del desierto.
McGregor masticaba compulsivamente un pedazo de tabaco de mascar en su boca, moviéndolo
de un lado a otro, mientras lo iba ensalivando convirtiéndolo en una bola.
Antes de aterrizar sacó la petaca del bolsillo de la camisa y echó un buen trago de ginebra, luego prosiguió mascando tabaco.
Estaba preocupado, “Stu“ no había contestado a sus llamadas por radio y era extraño, pues cuando sabía que volvía de alguno de sus “viajes“ permanecía atento en todo momento a la emisora.
Observó desde arriba, el hangar y la pequeña torre de control con el jeep aparcado junto a ella,
no se veían señales de vida ni siquiera el habitual grupo de chiquillos marroquíes que utilizaban
las instalaciones como zona de juegos.
Aterrizó finalmente y antes de descender de la avioneta sacó de la canana que llevaba en el cinto, comprobando que estaba cargado, el viejo revolver Smith & Wesson Model 15, calibre 38,
de seis disparos.
Puso pie en la pista y escupió la bola de tabaco a una considerable distancia, fruto de la práctica, asintió con satisfacción al ver lo lejos que había caído y seguidamente encaminó sus pasos hacía la cercana torre de control.
El calor sofocante le golpeó como una bofetada, la temperatura casi debía alcanzar los cuarenta grados centígrados. El aire espeso y denso como un caldo hirviente le obligaba a esforzarse
para respirar.
Llegó junto a la pequeña torre de control, subió la escalera metálica y abrió la puerta penetrando en su interior.
Todo parecía estar bien allí, la emisora de radio estaba encendida lo mismo que el ordenador que había a su lado, no había señales de lucha, ni cajones revueltos, ni sillas caídas y un montón de papeles aparecían perfectamente ordenados, encima de la mesa.
Cogió los prismáticos que descansaban encima de los papeles, enfocando los alrededores de la
pista y el poblado apenas distante un par de kilómetros, algunas figuras difusas se movían en
sus alrededores pero no parecía haber nada que le causara motivo de preocupación.
Colin había vuelto hambriento y cansado tras el viaje a la isla de Tenerife para llevar un cargamento de hachís.
No era una buena época para los viajes turísticos y el contrabando le ayudaba a su socio  y a él a conseguir unos pingües beneficios que les permitiera algún día abandonar aquel sucio rincón del mundo.
Con los sentidos alerta salió del recinto y encaminó sus pasos hacia el jeep aparcado, cuyas llaves estaban guardadas en uno de los cajones.
Podía haber ido a pie hasta el poblado para estirar un poco las piernas después de un viaje de
varias horas, pero finalmente por prudencia, se decidió por subirse al vehículo.
El jeep avanzaba traqueteando entre los enormes baches cubiertos de arena del estropeado asfalto, mientras se acercaba a aquella aldea situada a las puertas del desierto.
En la entrada sur del pueblo a unos trescientos metros de las casas más cercanas, en una amplía explanada se hallaba un corral de cabras, aunque realmente no era más que un recinto
cerrado formado por una cerca de madera y arbustos espinosos.
La ruinosa cerca estaba rota y lo que parecían ser los restos sanguinolentos de varias cabras se encontraban esparcidos por el interior del corral.
Un sudor frío recorrió su espalda, aquella situación le estaba empezando a gustar cada vez menos.
Entró en el pueblo cuya calle principal era aquella carretera y detuvo el jeep, nunca había sido un lugar agradable para vivir ni en sus mejores tiempos, ni siquiera tres años antes cuando se
establecieron allí.
Bajo del vehículo empuñando el revólver, el pueblo parecía estar deshabitado y ofrecía un aspecto hostil, solo el sonido del viento al colarse entre las casas de adobe rompía el silencio
sepulcral que reinaba en la aldea.
Escuchaba su propia respiración, mientras con calculados y cautelosos pasos se adentraba en el interior del lugar.
El olor a putrefacción le llegaba desde el callejón, dobló la esquina con el arma amartillada en su mano, caídos en el suelo estaban los cadáveres de dos hombres y una mujer, habitantes del poblado.
Presentaban terribles heridas en el cuerpo como si hubieran sido atacados por fieras junto a
heridas de disparos, pero los tres tenían algo en común, un disparo en la cabeza.
Ahora empezaba a comprenderlo todo, durante su ausencia la plaga mortal de gripe había hecho su aparición en el poblado afectando a sus habitantes, y quizá a “Stu“, este que tenía una
pistola puede que estuviera vivo, pensaba para si, debía encontrarle y huir de aquel infierno.
El fuerte hedor que se desprendía de la casa más cercana y su puerta abierta hicieron que entrara en ella dubitativo.
En una esquina de la estancia una decena de cadáveres se apilaban unos encima de otros.
Colin sintió que algo se revolvía en su interior y apartó la cabeza mientras vomitaba, ya
recuperado y con el regusto amargo de la bilis en su boca se pasó la lengua por los labios
resecos por el calor, mientras se lamentaba de no tener una botella para echar un buen trago
de whisky.
Se acercó para examinar los cuerpos más detenidamente, algunos tenían las vísceras fuera, otros presentaban mordeduras, varios heridas de bala a lo largo de su cuerpo, eran infectados
que habían vuelto a la vida y alguien había terminado con su terrible existencia.
Un profundo gemido surgió del montón de cuerpos haciendo que diera un salto hacia atrás sobresaltado, nada se movía, quizá habría sido imaginaciones suyas, quizá el viento.
El gemido volvió a sonar y sintió como si hubiese recibido una descarga eléctrica, no había duda, entre aquellos cuerpos mutilados y llenos de heridas alguno aún permanecía vivo, por decirlo de
alguna manera.
Cogió un largo remo de madera que estaba apoyado en una pared y empezó a revolver entre los cuerpos hasta que finalmente lo localizó, tenía los brazos caidos a los lados y la cabeza
inclinada sobre el pecho, atravesado por varios agujeros de bala y una sucia mancha de sangre
reseca se extendía por toda la espalda, allí donde se había clavado con toda la fuerza el pico
que tenía incrustado hasta el mango.
Con la cabeza vuelta hacia él pudo reconocer a Mohamed, uno de los pescadores del pueblo.
A aquel desgraciado le habían partido la espina dorsal con el pico dejándole incapaz de moverse y dándole por muerto.
Con manos temblorosas y decididas a terminar con sus desdichas, arrancó el pico de su espalda y con un golpe certero lo clavó en su cráneo, reventándolo, haciendo que la sangre salpicara la estancia.
Salió de la casa, saco el paquete de cigarrillos y encendió un pitillo, aspirando profundamente para que el humo inundara sus pulmones, miro a su alrededor, más y más cuerpos, hombres, mujeres, niños, algunos de ellos eran policías marroquíes acribillados por sus propios compañeros.
Era hora de irse su socio había sido devorado o era un muerto viviente más, así que recogió lo más preciso, agua, comida y llenó el depósito de la avioneta antes de partir, pensaba dirigirse a
las islas Canarias aunque no sabía con lo que podría encontrarse allí.
Se levantó una pequeña tormenta de arena a unos kilómetros escaso de allí, en pleno desierto del Sahara. Si Colin atento al despegue en aquellos momentos, hubiera estado mirando hacia aquel lugar, al aclararse la tormenta hubiera visto un grupo de zombies con el andar vacilante, que se iban adentrando poco a poco en el desierto y hubiera reconocido entre ellos a su socio “Stu“ Davies.
La avioneta estaba ya dispuesta para la partida, los instrumentos de a bordo y los mandos preparados, había podido realizar la comprobación tranquilamente, no se veía a nadie por los alrededores.
Bajó de la avioneta encendió un cigarrillo y cogió la botella de whisky, a la que le quedaba algo más de un cuarto, realizó un brindis en dirección al poblado por su socio y amigo, terminándose
la botella de un trago.
Apuró el cigarrillo mientras recordaba aquellas largas noches sentados en la playa a oscuras, con un cigarrillo y una botella en las manos, riendo a carcajadas bajo un cielo tachonado de estrellas.
– Adiós amigo. Hasta siempre. Te voy a echar de menos. Dijo a modo de despedida, luego subió a la Cessna 425, arrancó los motores y despegó alejándose del lugar.
El sol comenzaba a ponerse sobre el océano, tiñendo el cielo de un espectacular color rojizo.
Fue entonces en la inmensidad del cielo, cuando se percató de lo solo que estaba y rompió a llorar.

martes, 19 de septiembre de 2017

¡Marchando, una de Tapas!

Caracoles con Callos

Ingredientes:
• 2 kg de caracoles cocidos
• 500 g de callos de ternera cocidos
• 100 g de jamón serrano
• 600 g de tomate natural rallado
• 1  y 1/2 cebollas medianas (1/2 para aromatizar los callos)
• 2 dientes de ajo
• Vino blanco de mesa suave
• 1 cucharadita rasa de café de pimentón picante
• Laurel
• 1 ramillete de tomillo fresco (para hervir los caracoles)
• Pimienta negra
• Aceite de oliva
• Caldo de hervir los callos
• Sal

Preparación:
En primer lugar hay que lavar bien los caracoles y a continuación cocerlos..
Los callos (cabeza y tripa de ternera) se pueden adquirir crudos o cocidos. Si son crudos pasarlos por el chorro de agua del grifo (por si acaso traen puesto algún pelo del animal) y a continuación los introducimos en una olla con dos hojas de laurel, media cebolla cortada a cuartos, y un poco de sal. Cubrir con agua mineral y poner a hervir, a fuego lento, hasta que están tiernos del todo.
Escurrir de su caldo y reservar todo. Sofreír el jamón cortado a tiras y reservar.
Picar la cebolla y el ajo, Sofreír hasta que la cebolla empiece a tomar color.
Añadir el jamón reservado.
Regar con 50 ml de vino. Cocinar hasta que se evapore todo el alcohol.
Añadir el tomate rallado, o triturado. Condimentar con sal, laurel, y pimienta negra. Sofreír dos minutos. A continuación añadir los caracoles hervidos y escurridos de su jugo. Sofreír a fuego medio, todo junto, hasta que el tomate reduzca y se empiece a pegar a la cáscara de los caracoles.
Introducir los callos en el sofrito. Mezclar.
Condimentar con el pimentón picante, sin pasarse. Mezclar, y sofreír dos o tres segundos a fuego mínimo. El pimentón no debe quemarse.
Cubrir con el caldo de haber hervido los callos. Condimentar con un poco más de sal si notáis que le falta. Cocinar hasta que la salsa reduzca y espese. Remover de vez en cuando.
Servir caliente con pan crujiente.
 
 

Gambas con Huevo y Jamón

Ingredientes:
• Gambas pequeñas (si son frescas, mejor)
• Jamón serrano cortado muy fino y a tiras
• Huevos de codorniz
• Aceite de Oliva Virgen
• Sal

Preparación:
En una sartén ponemos a calentar un poco de aceite de oliva virgen. Pasamos un poco el jamón,
nada, vuelta y vuelta. Reservamos.
En ese mismo aceite (si es necesario añadimos un poco más) salteamos las gambas. Reservamos.
Añadimos un poco más de aceite y freímos los huevos de codorniz.
Montamos la tapa en un plato pequeño o mini cazuela: gambas, jamón y un huevo.
 

Tapa de Mini Hamburguesas y Huevo

Ingredientes:
• Hamburguesas
• Huevos de codorniz
• Aceite de Oliva Virgen
 
Preparación:
Cocinamos las hamburguesas, con solamente unas gotas de aceite OVE en la sartén bien caliente.
Reservamos.
Después de terminar de cocinar las hamburguesas freímos los huevos de codorniz en aceite de oliva.
Montamos la tapa: hamburguesa-huevo-hamburguesa-huevo. Clavamos el pincho para quedan bien sujetas todas las piezas.
 
 
 

Tapa de Patatas con Jamón y Setas Gratinadas

Ingredientes:
• Patata cortada a rodajas
• Setas (las que más os gusten)
• Jamón serrano
• Mayonesa
• Aceite de Oliva Virgen
• Sal
 
Preparación:
Cortamos a rodajas una patata y freímos. Reservamos en un plato con papel de cocina, para absorber el exceso de aceite.
En una sartén con unas gotas de aceite de oliva salteamos las setas. Reservamos.
A continuación salteamos el jamón serrano (vuelta y vuelta). Reservamos.
Montamos la tapa: patata-jamón-patata-seta-patata
En la parte superior ponemos una cucharada de mayonesa y gratinamos unos minutos en el horno.
Servimos calentita.
 
¡ Buen Provecho!
 

domingo, 17 de septiembre de 2017

Otro relato de Infeczión

Continuamos nuestro repaso a los distintos relatos que formaran parte de Infeczión, hoy
lo hacemos con el titulado: París mon amour.
 
Michel Giraud era un aplicado estudiante de Arte y Arqueología en la Universidad de
París-Sorbonne.
Tenía una novia, Juliette Landreau, estudiante de su misma clase, con la que
pensaba irse a vivir algún día.
La expansión de la gripe, había traído la suspensión de las clases en la capital francesa
y desde el comienzo del toque de queda en la ciudad no habían vuelto a verse.
Quedaron en encontrarse una mañana, pero la llegada a París del hermano de ella, que era
paracaidista y había sido destinado a la capital dentro del operativo militar de protección,
impidió a su novia acudir a la cita, por acompañar a sus padres a ver a su hermano.
Después llegó el caos en las calles, los hospitales colapsados, los saqueos a los
supermercados, los soldados y las fuerzas de seguridad disparando a los enfermos
convertidos en muertos vivientes.
Por eso decidió ir a verla a su casa. El problema era que ahora Michel no se acordaba de
ello, realmente no se acordaba de nada, porque Michel era un infectado y ahora caminaba
tambaleante, convertido en uno más de aquellos desdichados seres, por las calles de
París.
Si un médico hubiera examinado en aquellos momentos el cerebro de Michel mediante un
escáner o un TAC, habría comprobado que toda la actividad de las neuronas tenía lugar
en el tallo encefálico y el cerebelo, la parte más básica y primitiva del cerebro, en el
llamado cerebro reptiliano.
El cerebro reptiliano o primitivo, es el básico o el instintivo en el ser humano, este cerebro
no tiene capacidad de pensar, ni de sentir; su función es la de actuar, cuando el estado del organismo así lo demanda.
Un cerebro funcional, territorial, responsable de conservar la vida, no piensa ni siente emociones, es pura impulsividad y es capaz de cometer las mayores atrocidades.
Michel no podía hablar ni razonar, pero si era capaz de experimentar emociones primarias
como eran el hambre, la excitación o el odio.
Un odio y un apetito feroz cuando veía una persona humana, las pocas horas que llevaba
convertido en una de aquellas abominables criaturas le habían impedido hasta ahora
poder saciar su hambre de carne humana.
Unas horas antes, había dejado su piso de estudiante que compartía con otros tres
estudiantes, para dirigirse a la casa de los padres de Juliette. Había algo más de 4 Km. de
distancia hasta su casa y los autobuses no funcionaban, tampoco el R.E.R. y el Metro,
pero no le preocupaba era un excelente deportista y a paso rápido estaría allí en menos
de una hora.
La gente que había por las calles caminaba rápido y sin detenerse, los pocos comercios
que permanecían abiertos cerraban sus puertas por el miedo y por la falta de clientela.
Las miradas inquisitivas de los miembros de la Police Nationale le hacían acelerar el
paso o dar la vuelta a una calle para esquivarles, por miedo a que le devolvieran a su
casa al acercarse la hora del toque de queda.
La fina lluvia que empezaba a caer hizo que se colocara la capucha de la sudadera y para
no encontrarse de frente con un grupo de militares se metió por una estrecha calle dando
un rodeo.
Poco más adelante al girar una esquina, sintió como una mano le cogía de la pierna
haciéndole caer al suelo, aterrorizado vio como una de aquellas criaturas se abalanzaba
sobre él. Mientras se levantaba a toda prisa y antes de que pudiera evitarlo sintió un
lacerante dolor en el muslo, le había mordido y le había arrancado un trozo de carne.
Apoyando con fuerza la espalda en la pared más próxima y dándose impulso con las dos
piernas a la vez, impacto en el pecho de aquel ser, proyectándolo hacia atrás con todas
sus fuerzas.
En el puntiagudo barrote de una destruida verja de hierro quedo empalado el no muerto,
sin posibilidad de soltarse, con su cuerpo atravesado por el abdomen.
Michel, aunque sabía que el mordisco le había condenado a muerte, siguió andando y
arrastrando la pierna mientras la sangre que fluía de la herida iba empapando la acera,
cuando no pudo más se dejo caer en el suelo sudoroso y agotado, sentía como se le iba
la vida.
Allí en medio de un callejón sin nombre, lloraba en silencio y mientras las lágrimas fluían
por sus mejillas, su último pensamiento era para su amada Juliette.
Sabía que estaba perdido y que iba a morir desangrado, aunque igualmente lo hubiera
hecho por la infección producida por el mordisco y que ahora corría por todo el torrente
sanguíneo.
Unas horas más tarde ya había caído la noche en la capital parisina y Michel se levantó,
en el suelo junto a la pared donde estaba apoyado había un gran charco de sangre que
se mezclaba con la lluvia que ahora caía con más fuerza formando un pequeño riachuelo.
Michel estaba muerto y ahora formaba parte de aquellos espectros que se movían como
sombras por las desiertas calles parisinas.
No sentía nada, ni siquiera era consciente del enorme desgarro que presentaba en su muslo izquierdo producto del terrible mordisco que le había producido aquella criatura y que
había sido su pasaporte de entrada en aquel infierno que era su nueva vida.
Abandonó en su caminar a aquellos otros compañeros de pesadilla en busca de caza,
extrañamente su pasos le dirigían a las cercanías de la casa de Juliette.
Ya no sentía dolor, tampoco hablaba ni podía razonar, pero si podía oler y el aire le traía
el olor a carne fresca, a apetitosa carne humana.
Un extraño impulso le dirigía hacia ella.
Al final de aquella calle tras un parapeto de sacos de arena, se oían las risas de humanos
y hacía allí dirigió sus pasos. Si de su cerebro no hubiera desaparecido cualquier
capacidad de raciocinio, habría encontrado extraño la decena de seres como él,caídos
cerca de aquel parapeto. Si quedara algo de actividad cerebral, fuera del primitivo impulso
que le movía, se habría dado cuenta que habían sido abatidos por disparos y quizá se
hubiera dado la vuelta.
Siguió avanzando cojeando cada vez que se apoyaba con la pierna izquierda, donde tenía
el mordisco, pero ya no sentía dolor.
– Eh chicos, ahí viene otro, dijo uno de los cuatro militares con uniforme de paracaidista.
Dejaron por un momento de beber de las botellas de Ginebra que habían cogido de una
licorería, a la que habían roto los cristales un grupo de saqueadores.
– Quietos todos, ese "zombie" me toca a mi, ir preparando vuestro dinero.
El paracaidista llevó su fusil de asalto FAMAS F1 a los ojos y apunto hacía el ser que
arrastrando su pierna se acercaba a ellos.
Estaba un poco lejos y no veía su cara, oculta por la capucha de la sudadera y por la
escasa luz de la calle, pero no había duda alguna que era uno de "ellos".
Pese a estar ebrio de alcohol como el resto de sus compañeros, apuntó cuidadosamente a
la cabeza y dejó que el dedo llevara el gatillo lentamente hacía atrás, el estampido del
disparo resonó por encima de la lluvia que caía, mientras por unas décimas de segundo el
fogonazo iluminó la oscuridad.
Michel sintió cómo el pedazo de metal atravesaba la frente, fragmentándose en varios
pedazos, al penetrar en la profundidad de su cráneo.
Cayo de espaldas, mientras la oscuridad se apoderaba hasta el último rincón de su básica
existencia, después de ello, la nada.
– Otro bastardo menos, van cinco de cinco, señores vayan soltando su dinero, decía
satisfecho el tirador.
Los arrugados billetes de diez euros cambiaban rápidamente de mano, mientras los otros
tres paracaidistas protestaban, aunque a regañadientes reconocían que Eric Landreau,
era el mejor tirador de la 11ª Brigada Paracaidista con base en Balma.
 

Almuerzo en el Bar Casa Ana

Para nuestro almuerzo dominical el lugar elegido es el Bar Restaurante Casa Ana, situado en el popular barrio de Benadresa, en las afueras de Castellón, cercano a la carretera de Alcora.

 
Aparte de los clásicos como la tortilla de patatas o sepia, te encuentras con apetitosas
cazuelas con hígado encebollado, habas con jamón, carne en salsa, caracoles, carrilleras,
pulpitos en salsa, callos, manitas de cerdo, conejo, albóndigas de carne, etc.
 

 
Finalmente nos decidimos uno por un plato de manitas, otro por un plato con carrilleras
y conejo, y yo mismo por probar los callos y las carrilleras.
Para el centro para compartir un plato con pulpitos en salsa. Todo estaba estupendo.
 




Terminando con unos carajillos de Ron quemado y unos chupitos de licor de arroz y de hierbas.
 


Seguidamente nos trasladamos al Bar Roca en la Ronda Magdalena para tomar unos gintonics.
 

domingo, 10 de septiembre de 2017

De Pinchos por Pamplona II

 

Para los pamplonicas, el poteo (como muchos llaman al tapeo en País Vasco y Navarra), es una gran tradición. Y muchos no se conforman con cualquier cosa, sino que buscan los mejores vinos y las mejores tapas de la ciudad.
La cocina en miniatura se ha convertido en la protagonista de los fines de semana, especialmente en la zona más céntrica de la ciudad. Como ya os decíamos el poteo se concentra en las tascas y tabernas de la Plaza del Castillo, y las calles San Nicolás, San Antón, Zapatería y, cómo no, la famosa calle Estafeta. Vamos a continuar nuestro repaso con algunos locales más.

 

La Cocina de Álex Mugica (Estafeta, 24)

http://www.alexmugica.com/
En plena calle Estafeta, mítica por los Sanfermines, encontramos uno de los más modernos bares de pinchos en Pamplona. Elaboran sus tapas al momento y han conseguido más de una decena de premios en diferentes concursos y competiciones. Un gastrobar donde se elaboran pinchos tradicionales y actuales. Se trata de un local moderno y elegante, cuyo nombre coincide con el del dueño y el chef, Álex Múgica, maestro en la mezcla gastronómica entre tradición y vanguardia.Es, además, el restaurante del Gran Hotel La Perla.
         Kokotxas de bacalao con pil pil de esparragos y verduritas de temporada

Bodegón Sarría (Estafeta, 50)

http://www.bodegonsarria.com/
Este es otro de los bares de pinchos en Pamplona con una gran variedad de tapas, raciones y cazuelas. Su decoración de madera le hace aún más acogedorpero sin duda por lo que destaca es por su rica gastronomía. Una amplia barra en la que los pinchos lucen a cada cual más apetitoso. Desde la tartaleta de setas de cardo en reducción de nata de soja e ibéricos hasta milhojas de bacalao al txakoli. La carta no defrauda, con tapas para todos los gustos.
 
 

Fitero (Estafeta, 58)

http://www.barfitero.es/bar-fitero.html
Su especialidad son los pinchos fríos y calientes de autor, como los chopitos encebollados, las crêpes de atún con espárragos o el jamón y queso brie con yemas en tempura.
El ambiente del bar es taurino y familiar, ideal para pasarse durante los Sanfermines, y poder degustar sus especialidades.

 


sábado, 9 de septiembre de 2017

De Pinchos por Pamplona I



No solo existen las fiestas de San Fermín en la capital navarra, la bella y acogedora Pamplona
no dejará de sorprendernos con su gastronomía y por supuestos deleitarnos con sus bares de
pinchos. A continuación vamos a conocer algunos de ellos.
 
El pintxo, o pincho  adquiere aquí la categoría de verdadero arte. La zona de tapeo tradicional se encuentra en torno a la Plaza del Castillo y las calles Estafeta (donde se corren los encierros de San Fermines), Zapatería, San Antón, Calle Nueva y la mítica San Nicolás. Todo el área está plagada de bares, tascas y fondas dónde se puede disfrutar de esta tradición.


Tostada de anguila ahumada con tomate natural en dos texturas y aceite virgen extra
 
El Gaucho: Dirección: C/ Espoz y Mina, 7; Tel: (+34) 948 225 073. Un clásico. Se dice que su tortilla de patatas es de las mejores de toda la ciudad. Está en la calle Espoz y Mina, pero apenas son unos metros desde la calle Estafeta, por lo que una ruta por esa calle tiene obligado desvío al este local. Este local cumple a la perfección la premisa de alta cocina en miniatura  y su  espectacular carta de pintxos es toda una experiencia culinaria. A descubrir la sopa de verdura con confit de pato en chupito, la mousse de bacalao y tomate gelatinizado y el piquillo relleno de atún con marinado y vinagre de higo, el Volován relleno de revuelto de setas, jamón, crema de hongos y sal de jamón, la Terrina de patata confitada, micuit de pato con higo en almíbar o la Tartaleta de codorniz escabechada, crema de setas y reducción de Pedro Ximénez. http://www.cafebargaucho.com/
 
 
 
 
Mini hamburguesa de carne de vaca
 
Casa Otano: Dirección: C/ San Nicolás, 5; Tel: (+34) 948 227 036. Arriba restaurante de alta cocina; escaleras abajo una tasca en la que se combinan lo mejor de la tradición local (ibéricos, chistorras, croquetas, etc) y pintxos de nuevo cuño que son todo un homenaje a los fogones. Las especialidades son la mini hamburguesa de vaca, el atún rojo con crujiente de pistacho y la piruleta de queso.
Dentro de su oferta de pinchos y raciones se pueden degustar pinchos especiales como el foie fresco a la plancha con pan de pasas y salsa de modena, el calabacín relleno de marisco con queso gratinado y salsa marinera o el brik crujiente de setas y gambas, con salsa de queso parmesano. Se caracteriza sobre todo por elaborar su oferta con productos de temporada de la región. También ofertan pinchos más tradicionales, como los de tortilla o los fritos de la casa.
 
 
 
Tomate, mozzarella y crujiente de jamón con picatostes
 
La Mandarra de la Ramos: Dirección: C/ San Nicolás, 9; Tel: (+34) 948 212 654. Os gustaran los huevos rotos con crujiente de jamón o de boletus. Buenísima la carta de ‘tostadicas’ con lo mejor de la tierra y el mar sobre pan de la mejor calidad. Sobresalen las de ventresca, pimientos del Piquillo, y anchoas de Santoña y la de anchoas de Santoña con queso Gorgonzola.
 
 
 
Bar Restaurante Baserri: Dirección: C/ San Nicolás, 32; Tel: 948 222 021. El reto del chef en esta cocina es acercar a la ciudad sabores asiáticos y americanos, fusionado productos innovadores con técnicas elaboradas. Tienen la premisa de preparar todo desde cero en el restaurante, incluso las salsas y los panes. Los fogones del Baserri cuentan con numerosos premios locales y nacionales. Se recomienda probar su conocidísimo ciervo con hongos y salsa de romero.Uno de esos lugares en el que el pintxo ha sido elevado a la categoría de arte. Lo han integrado también en los menús. De esta manera, podemos degustar los menús de pinchos de domingo noche a jueves noche (solo cenas).
 
 
Bar Txoko: Dirección: Plaza del Castillo, 20; Tel: (+34) 948 222 012. Todo un clásico, aquí se pueden degustar las mejores croquetas de la ciudad. Completa carta de pintxos y tapas en la que destacan las tostas y el famoso volcán de morcilla con yema de huevo trufado, platillo estrella del local.  https://www.facebook.com/TxokoPamplona
 
 
 
Café Roch: Dirección: C/ Comedias 6; Tel: (+34) 948 222 390; E-mail: info@caferoch.com. Lugar tradicional y añejo (fue fundado en 1898) que, según los locales, ofrece los mejores fritos de la ciudad así que no dejes de probar sus fritos de pimientos y de bacalao . http://www.caferoch.com/