domingo, 26 de noviembre de 2017

Otro relato más de Infeczión

 
Continuamos con otro relato más de Infeczión.
 
 
 
 
Frank Foster estaba sentado en su coche patrulla en el estacionamiento del Aaron´s Coffee & Donut’s comiéndose un donut glaseado recién hecho antes de proseguir su ronda de medianoche por la ciudad.
A aquella hora solo habían en el local dos parejas de adolescentes sentados en los taburetes, que conversaban animadamente con Joe el empleado del local.
Plegó el periódico cuyos titulares hablaban de la pandemia de gripe, se terminó el donut y apuró el último sorbo del vaso de café aún caliente, a continuación abrió la guantera y extrajo un paquete de pañuelos de papel y se limpió los dedos con un par de ellos, los arrugó haciendo una bola y abriendo la ventanilla del coche por la mitad los lanzó al exterior, cayendo en el interior de la papelera cercana.
Seguidamente arrancó el coche, era el momento de continuar la ronda.
Al principio, cuando le asignaron el turno de noche lo detestaba, apenas llevaba seis meses casado con Mary Lou y llevó fatal el cambio de horario.
Pasaba todo el día tumbado en la cama despierto, cuando debería estar durmiendo lo cual afectaba a la vida sexual de la pareja, luego cuando entraba de servicio pasaba la mitad de la noche en el coche patrulla dando cabezadas.
Con el paso del tiempo el matrimonio se acostumbró al horario nocturno, primero nació George que ahora contaba diez años y luego lo hizo Rachel que tenía seis, y el siguió trabajando en el turno de noche.
Tampoco hubiera importado demasiado si dormía toda la noche mientras hacía su turno, los ciudadanos de Randall se encerraban en casa a las siete de la tarde, exceptuando los viernes y los sábados por la noche. Hasta llegar el verano la ciudad estaba muerta tras el anochecer.
Entre semana, excepto el McDonald´s que cerraba a medianoche y el Aaron´s Coffee & Donut’s, que permanecía abierto toda la noche, muy rara vez veía algún vehículo que no fuera el suyo más allá de la una de la madrugada.
Suponía que el turno de noche le había acabado gustando por eso, estaba mejor pagado que el turno de día, lo cual le permitió pagar la hipoteca de la casa al banco, era mucho más tranquilo y con menos trabajo. También le permitía pasar más tiempo con su familia y echar una mano a Mary Lou en las tareas domésticas de la casa y en los deberes escolares de sus hijos.
Conducía despacio, con calma, por las calles de Randall y como la mayoría de las noches no vio a nadie, no se cruzó con ningún coche, todo el mundo dormía en sus casas.
Recorría las calles con la mirada, en algún que otro porche habían dejado la luz encendida para ahuyentar a posibles merodeadores, y a través de las cortinas podía verse la luz azul parpadeante de los televisores encendidos.
Recorrió el límite norte de la ciudad y se dirigió hacia las afueras para tomar la carretera, avanzó durante tres kilómetros hasta el cruce, al girar a la izquierda quinientos metros después vio el
edificio blanco con el logotipo y el nombre en letras rojas de los grandes almacenes de la cadena TARGET.
Hacía tres años que las negociaciones del ayuntamiento habían logrado que la importante cadena de almacenes se instalara en la ciudad y diera empleo a un buen número de habitantes de la población.
Pese a que contaba con su propio servicio de seguridad, Frank acostumbraba en su turno a acercarse por allí por si había algún problema, así que entró en el estacionamiento de TARGET con la intención de dar una vuelta rápida antes de seguir hacia Main Street, la calle principal de la ciudad, donde estaban la mayor parte de los negocios locales, los bancos y el ayuntamiento.
Una parte de las luces del estacionamiento estaban encendidas, aunque no hubiera hecho falta, ya que había luna llena y podía ver con total claridad.
Como todas las noches los coches de los empleados estaban aparcados y fue al pasar por la parte delantera de los almacenes y observar la puerta de entrada también iluminada, cuando de pronto le pareció ver algo que le hizo reducir la velocidad casi hasta detener el coche.
Salió del coche y desenfundó el revólver, acercándose con precaución hasta las puertas correderas de cristal de la entrada, estas estaban cerradas y Frank pegó la cabeza al cristal para ver el interior.
Más allá de algunas luces encendidas que habían en la entrada, la sección de música que era la más cercana a la puerta estaba casi en penumbras.
Estuvo tentado en golpear el cristal para intentar llamar la atención de alguno de los guardas de seguridad que debían hallarse en algún lugar de su interior, pero finalmente desistió de ello.
Frank enfundó de nuevo el arma y regresó al coche patrulla, subió y cerró la puerta de golpe, permaneciendo con el vehículo en marcha sin saber que hacer.
No estaba muy seguro de lo que había visto, si es que en verdad había visto algo, el corazón le latía con fuerza, y tenía los nervios a flor de piel debido a la adrenalina.
Era probable que no ocurriera nada fuera de lo común, y se tratara de alguien del equipo de limpieza nocturno, de los encargados de reponer los estantes vacíos o empleados de mantenimiento que estaban realizando su trabajo.
Sí. Por embarazoso que fuera admitirlo, se sentía un poco asustado.
Incluso allí, en el interior del coche patrulla, con su emisora de radio, la escopeta de repetición y el revólver.
Sin embargo, se obligó a hacer caso omiso de su inquietud y puso el vehículo policial en marcha, para volver a detenerlo unos metros más adelante delante de la entrada, iluminando esta con los
faros del coche patrulla, cogió la linterna de debajo del salpicadero y bajó del vehículo sin apagar el motor.
Se acercó a las puertas de cristal y miró dentro. Al principio no vio nada, sólo los pasillos llenos de productos y la zona de cajas vacía.
De repente captó un movimiento con el rabillo del ojo y centró su atención en el fondo de uno de los pasillos.
Frank sujetó con más fuerza la linterna, unas figuras avanzaban recorriendo los pasillos, caminando entre los estantes de manera extraña. Eran empleados, llevaban las camisas y jerseys de color rojo con el logo característico de la empresa estampado en ella.
Frank respiró aliviado, percatándose entonces de que había estado conteniendo el aliento, continuó mirando a través de las puertas cerradas de cristal como las figuras se movían y tropezaban con los estantes derribando alguno de ellos.
¿Tropezando? ¿Acaso estaban borrachos?
Las figuras tenían algo extraño: su complexión, su aspecto, sus movimientos, algo que no era natural. No parecían seres humanos.
Se apartó de la entrada y se agachó intentando confundirse en la oscuridad para evitar que lo vieran y desde ese punto de observación privilegiado, contempló como se movían por la tienda.
En su interior estaba convencido que allí ocurría algo inusual, aquellos trabajadores del turno de noche, deambulaban por la tienda pero no parecían hacer nada. No parecían ser del servicio de
limpieza fregando el suelo, ni los de mantenimiento cambiando los fluorescentes, tampoco que estaban haciendo inventario, ni por supuesto nadie reponía los estantes con mercancías.
Sólo… caminaban por los pasillos.
No se dio cuenta que uno de los cuerpos se situó ante la puerta. Frank dio un brinco, retrocediendo un poco más intentando confundirse con las sombras.
El cuerpo permanecía detrás del cristal, mirando hacia fuera. Movía la cabeza de izquierda a derecha, como si mirara al exterior. Desde el ángulo en que se encontraba, los movimientos parecían mucho más extraños, menos naturales y la piel de su rostro se veía de un tono más gris de lo que podía ser una piel normal.
Frank notó que el corazón se le desbocaba y que tenía la boca completamente seca y por unos segundos deseó que hubiera terminado su turno y hallarse en el calor de su hogar.
La figura volvió de golpe la cabeza y sus ojos parecieron mirarle, pero no debían verle, eran ojos sin vida, parecían los ojos de un muerto.
De repente, la noche le pareció mucho más oscura.
Frank dio media vuelta y corrió hacia el coche patrulla. Subió, cerró la puerta de golpe, puso primera y arrancó el vehículo. Un sudor frío recorrería su espalda.
Contempló por el retrovisor el aparcamiento y el iluminado edificio mientras giraba bruscamente hacia la carretera.
No estuvo tranquilo hasta que aparcó delante del Aaron´s Coffee & Donut’s.
Respiró profundamente. En su interior sabía que algo había cambiado y que las cosas nunca serían como antes. Seguidamente pulsó el botón de su emisora.
Transcripción del avance informativo de la MRK TV:
Presentador: Buenos días, les habla Lester Morgan, interrumpimos nuestra emisión habitual para mostrarles en exclusiva, las primeras imágenes de lo que está sucediendo en Randall. Hasta allí se ha desplazado un equipo de la cadena con Melissa Harris.
Buenos días, Melissa. ¿Nos puedes decir que esta ocurriendo?

(Aparece un primer plano de la reportera, micrófono en mano, seguidamente la cámara se aparta de ella para enfocar el parking de un centro comercial).
Reportera: Buenos días, Lester. Son las seis de la mañana y me encuentro  en las inmediaciones del parking del centro comercial de la cadena TARGET, en la población de Randall. Me preguntas que es lo que está ocurriendo, realmente en estos momentos nadie sabe con certeza que es lo que está pasando o por lo menos las autoridades no quieren decirlo.
(Mientras la cámara va mostrando imágenes con el zoom de la fachada del centro comercial, de los carros del centro pulcramente alineados y los coches policiales parados impidiendo el acceso a los curiosos. Por detrás de la reportera se ve pasar un miembro de la policía de la ciudad).
Reportera: Oficial, por favor, acérquese oficial. (el policía sigue su camino sin detenerse). Ya lo ves Lester, no hay manera de hablar con nadie. Si te puedo decir que se trata del oficial Frank Foster, el hombre que durante su turno, la noche pasada dio la voz de alarma, aunque aún no sabemos el porqué.
Presentador: ¿Has podido hablar con algún responsable del centro comercial?, Melissa.
Reportera: Efectivamente Lester, he podido charlar con Tom Henderson, su director, que nos ha contestado con evasivas, afirmando que no sabe nada y remitiéndonos al mando policial. Asimismo he hablado con varios de los empleados que habían llegado para incorporarse a su trabajo y a los que se les ha impedido el acceso al lugar. Ellos nos han confirmado que debían encontrarse en el interior del centro unos treinta trabajadores, pertenecientes al turno de limpieza y a la reposición de mercancía, así como tres miembros del equipo de la empresa de seguridad que custodia el local.
(Melissa Harris se da la vuelta hacia el centro comercial, mientras al fondo parecen escucharse sirenas policiales).
Presentador: Según los teletipos llegados en los últimos minutos, tras la confusión inicial ligada a las primeras informaciones, parece que ha quedado totalmente descartada la posibilidad de que se haya producido un ataque terrorista de carácter biológico en el centro comercial, tal como se había barajado en un primer instante. Pudiendo estar ligado el suceso a los extraños episodios de violencia que se están produciendo y que algunos achacan a la pandemia de gripe. ¿Sabes algo de esto, Melissa?
Reportera: (elevando la voz) No, la verdad es que por... (La reportera se detiene, mientras la cámara gira hacia un lado apartándose de ella y enfoca a varios coches de la policía con las luces destellantes que acompañan a dos furgones de color negro con la palabra S.W.A.T. escrita en caracteres de color blanco).
Cámara: ¡Mira Melissa, mira! (La cámara sigue enfocando los vehículos que se detienen frente a la entrada).
Reportera: Como estamos viendo acaban de llegar varias unidades de los S.W.A.T., que están descendiendo de los furgones.
Enfócales Bob, no pierdas detalle (dirigiéndose al cámara). (El zoom de la cámara muestra a una decena de miembros del S.W.A.T., con casco, chaleco antibalas y armados con fusiles ametralladores, hablar unos segundos y dirigirse hacia la entrada). ¡¡Van a entrar, se disponen a entrar!!
(Por detrás de la reportera, aparecen dos policías, uno de ellos pone la mano delante de la cámara, mientras el otro aparta a la reportera).
Policía: Deje de grabar y apártense de aquí, por favor.
Reportera: ¡Eh, estese quieto, nosotros solo estamos haciendo nuestro trabajo!
(Por encima del policía, la cámara muestra como los hombres del S.W.A.T. penetran en el edificio y suenan los disparos, a continuación se ve un forcejeo con un policía y la cámara grabando el suelo mientras cae).
Reportera: ¡Se oyen disparos, están disparando! ¿Pero qué está haciendo? ¡oiga!...
Se corta la emisión en directo y dan paso al presentador en el estudio de televisión.
Presentador: Eh... disculpen las molestias. Parece ser que hemos sufrido un fallo en la emisión que intentaremos resolver a la mayor brevedad posible, mientras tanto y tras unos anuncios publicitarios continuaremos con un programa especial sobre un tema de máxima actualidad y que tanto preocupa: la epidemia de gripe. Hasta dentro de unos minutos.
 

sábado, 25 de noviembre de 2017

Más de Infeczión


Hola Zombies, no me olvidaba de vosotros y aunque las últimas entradas en el blog
han sido gastronómicas aquí os dejamos otro relato para vuestras hambrientas fauces.
Lleva por titulo Una desértica carretera camino de El Paso.

El viejo automóvil, un Buick con más de veinte años de antigüedad, corría por la carretera de
tierra y llena de baches que discurría a través de las colinas desérticas que señalaban el fin de
las llanuras de Texas.
Iba envuelto en una gran nube de polvo que lo seguía como una estela, ocultándolo a la vista
casi por completo, pero como el polvo era preferible al calor y el aire acondicionado del coche
estaba estropeado, las ventanillas del vehículo estaban bajadas y la música country del aparato
de radio sonaba ensordecedora por la desértica carretera.
A Bob Ross, la insoportable temperatura tampoco le ayudaba a soportar el apetito que sentía.
Ahora se arrepentía de haber abandonado unas horas antes la carretera principal para internarse por aquella carretera secundaria, en busca de algún pueblo donde colocar sus productos a algún lugareño.
Aquel bochorno le impedía pensar con claridad, pero la cruda realidad era que sus negocios no iban bien, en el último año la venta de seguros había descendido en casi un 40%, lo cual le obligaba varias veces al mes a abandonar sus oficinas en Alburquerque para ir en busca de nuevos clientes.
Un par de millas antes un oxidado letrero plantado a un lado de la carretera, le avisó de la cercanía de una gasolinera y de un café, donde podía degustar el desayuno especial de la casa, formado por tortitas, huevos revueltos, beicon y salchichas.
Bob, aunque dudaba de ello, deseó en su interior que aquel sitio aún permaneciera abierto, esperaba poder sentarse un rato y degustar las excelencias prometidas de aquel desayuno.
Desde que radio y televisión no dejaban de machacar con las noticias sobre la epidemia de gripe, que muchos sitios permanecían cerrados.
El campo se desplegaba en toda su inmensidad a ambos lados de la carretera; a la izquierda se extendía la llanura desértica, mientras que a la derecha en la lejanía se levantaba una cadena de pequeñas colinas.
Poco después, frente a él, al pie de un risco de arenisca que quedaba a la izquierda de la carretera, apareció la gasolinera y una pequeña casa de ladrillos, cuya presencia allí, en medio de la nada, resultaba incongruente.
Un gran letrero con letras negras sobre fondo blanco, encima de la puerta, anunciaba que había llegado a la gasolinera y al café de Muddy.
Pese a no tener un aspecto muy acogedor, Bob emitió un suspiro de satisfacción y detuvo el coche junto al techado de madera destinado al aparcamiento de vehículos.
La estación de servicio tenía unos urinarios portátiles en la parte izquierda y en su interior a través del sucio cristal de la parte delantera se adivinaban unas cuantas estanterías.
Descendió del vehículo y recogió la chaqueta del asiento contiguo, mientras se ajustaba la corbata observo el local no muy bien conservado de la tienda, lo cual pensó no era extraño en aquel lugar alejado de la civilización y que parecía estar en el mismo infierno.
Tras sortear los silenciosos surtidores, decidió asomarse al interior, ningún empleado apareció, por lo que se demoró unos segundos echando un vistazo.
Productos de primera necesidad: arroz, harina, conservas, cereales, leche en polvo o aceite, se amontonaban en los estantes entremezclándose con otros como linternas, pilas, material de
primeros auxilios o agua embotellada.
Volvió a salir al exterior y dirigió sus pasos hasta la cercana cafetería. Le hubiera gustado encontrarse frente a un moderno local, con aire acondicionado, donde una guapa camarera le entregara la carta e inclinándose frente a su mesa le mostrara el generoso escote de su uniforme, mientras con la mejor de su sonrisas le recomendaba el plato del día.
Hubiera sido estupendo flirtear con ella, que el restaurante tuviera habitaciones y quedarse a dormir allí esa noche, también un lavadero de coches donde le arrancaran el amarillento polvo pegado al Buick.
Quizá una buena propina y unas cuantas copas hubieran conseguido que la camarera al terminar su trabajo subiera a la habitación para acostarse con él.
Solo pensar en ello, logró que una erección se produjera bajo sus pantalones, hacía ya demasiado tiempo que no disfrutaba del sexo con ninguna mujer.
Desde que dos años antes su mujer le abandonó llevándose con ella a sus dos hijos que su vida sexual se había limitado a unas cuantas visitas a un prostíbulo de Alburquerque, lo suficientemente borracho para no haberle dejado huella, ni recuerdo alguno.
El interior del café estaba iluminado; un fluorescente arrojaba su luz blanquísima a través de los ventanales, cuyos vidrios exhibían pintadas en rojo las palabras de los diferentes desayunos y
menús, junto con su precio.
Confiaba en que al menos podría tomarse una taza de café con un donut y refrescarse un poco antes de continuar su camino.
Cuando Bob abrió la puerta de la cafetería, las campanillas de la puerta en forma de peces tintinearon alegremente.
Nadie estaba detrás del mostrador ni sirviendo las mesas que se encontraban completamente vacías.
Al fondo del local, un televisor rompía el silencio lanzando una ráfaga de carcajadas enlatadas de fondo, mientras en la pantalla aparecían las andanzas en blanco y negro de los personajes de
Embrujada, la vieja serie de los años sesenta y setenta.
- ¡Hola!, cacareó estruendosa la voz de Bob Ross.
En la pantalla, Darrin Stephens se subía por las paredes discutiendo con la bruja Endora, su suegra y madre de Samantha, al mismo tiempo que Bob Ross avanzaba hacia el fondo de la cafetería.
Bajo sus pies crujían diminutos cristales pertenecientes a una nevera expositor, parte de cuyo contenido, latas de Coca-Cola, cerveza Budweiser y Red Bull, se encontraba en el suelo y había rodado bajo las mesas, acompañando a las sillas y taburetes caídos.
Parecía que allí dentro se había desarrollado una pelea de grandes proporciones y estuvo tentado de marcharse al ver grandes restos de sangre que manchaban el suelo del local, pero le dominaba una sed atroz y se acercó hasta la nevera para coger algunas de las latas de cerveza fría que aún se conservaban en su interior.
Muddy, hasta su muerte era un tejano rubicundo, cercano al metro noventa de estatura, con el pelo rubio recogido en una coleta, las espaldas de un jugador de fútbol americano y una barriga que tenía la forma de un cerdo rosado, sobresaliéndole por encima del cinturón.
El dueño de la gasolinera y de la cafetería, en vida no había sido un mal tipo, sus clientes murmuraban que les engañaba con la gasolina, pero también reconocían que no le importaba invitarte a una cerveza de vez en cuando y decían que su "Hamburguesa Tejana", era la mejor que podías comer en muchas millas a la redonda.
Los ciento treinta kilos de aquella enorme mole, vestida con una sucia camiseta y un grasiento delantal cubriendo unos gastados pantalones vaqueros, cayeron sobre Bob que estaba inclinado sobre la máquina intentando extraer una lata, sin cortarse con algunos de los puntiagudos fragmentos de cristal que permanecían anclados a esta.
Bob perdió el equilibrio y se estrelló contra la puerta rota de la nevera expositor. Durante un instante, Bob Ross se quedó perplejo y sin poder reaccionar:
– Pero, ¿Qué demonios?...
Fueron las palabras que acertó a decir, un fragmento de cristal alargado se le hundió en la mano mientras caía, provocándole una súbita punzada de dolor que le arrancó un grito.
Incrédulo vio como aquel enorme ser, de rostro gris, con la boca manchada de sangre y una espantosa herida en el cuello, que parecía mirarle con aquellos ojos sin vida, se abalanzaba sobre él y le mordía en el antebrazo.
Desde el suelo lanzó un puntapié a la cabeza de Muddy, pero este no le soltó.
De algún modo, en medio de aquella vorágine de dolor que sufría, Bob sintió como el terrible mordisco le arrancaba un trozo de carne y seguidamente una nueva punzada de dolor atroz.
Le había mordido, de eso no había duda. ¡Le había mordido!
Se encendieron todas las alarmas en su cabeza e intentó levantarse para huir.
– ¡Maldito hijo de puta!, pensó para sí.
Mientras a su mente llegaban los retazos escuchados en la radio que hablaban de la epidemia de gripe, de infectados que volvían a la vida y del despliegue de la Guardia Nacional en todo el territorio.
Leyendas urbanas, cuentos de viejas, había pensado mientras movía el dial de la radio, para detenerlo en su emisora de música country favorita.
Con un grito agónico, Bob se echó hacia atrás para aprovechar mejor el peso de su cuerpo, tomó impulso y pateó de nuevo la cabeza de Muddy.
Esta vez notó que los dientes de su agresor lo soltaban.
Lanzó otra patada que impactó de lleno en el rostro de aquel ser, quien se estrelló de espaldas contra una de las mesas.
Bob se incorporó mientras la cálida sangre procedente de la herida se deslizaba por su brazo manchando el suelo. El dolor que le producía el músculo desgarrado de su antebrazo le recorría todo el cuerpo nublándole la mente como un torrente de fuego líquido.
Tropezó con uno de los taburetes del suelo cayendo de espaldas, le ardía la herida y no tenía fuerzas para huir.
El rostro de Muddy se cernió sobre él, con la boca abierta y con los dientes teñidos de un resplandeciente color carmesí.
Lo último que vio con ojos vidriosos Bob Ross antes de morir, fue en la televisión los créditos finales de aquel episodio de la serie Embrujada.
El episodio había terminado.

Feria Medieval en Almazora

 
Del 24 al 26 de Noviembre se celebra una año más la Fira de Sant Andreu en Almazora, lo cual permite sumergirnos en el ambiente medieval por las callejuelas de la zona de la Vila.
Comerciantes ataviados con vestimentas medievales nos ofrecerán sus productos, desde todo
tipo de abalorios, como collares, pendientes, artesanía de cuero o de metal, madera, diversas 
hierbas y plantas medicinales, hasta productos gastronómicos.
Y si el paso por sus calles os da apetito, hasta podéis comer













 
Tras el paseo nos llevamos para casa unas compras gastronómicas, un salchichón de hierbas,
uno de pimienta y un tercero ahumado, junto con un trozo de panceta.
 
 

domingo, 19 de noviembre de 2017

Almuerzo en Los Planteles


El sitio elegido para el almuerzo dominical es esta vez en el Bar- Restaurante Los Planteles,
un modesto local de almuerzos y paellas para comer y llevar a casa, enclavado en el puerto de Burriana, en el número 84 del Camí La Serratella.


 
En la barra se alinean ollas de metal conteniendo: Callos, Manitas de Cerdo, Habas,
Carrilleras, Anguila en All y Pebre, Pulpo y Calamares Encebollados etc.
Cuenta además con brasa para carne y embutido si así lo desea el cliente.



La elección fue finalmente para los tres: Carrilleras, Pulpitos  Encebollados y
Calamares Encebollados.
.

Pulpitos Encebollados

Calamares Encebollados

Carrilleras

Compartimos luego un plato de brasa con tres piezas de chorizo, tres de morcilla y tres de
panceta con un poco de allioli.

 
Terminando con tres carajillos quemados de Ron. Excelente almuerzo.
 
 

domingo, 12 de noviembre de 2017

Comida familiar en el Rincón del Marinero


Celebramos una comida familiar  y apostamos sobre seguro, trasladándonos hasta el Grao
de Castellón, hasta un lugar ya conocido por nosotros como es el Rincón del Marinero, en
el Camino Viejo del Mar.
 

 Una de puntilla y media ración de pulpo a la gallega para abrir boca, siempre en generosas
 raciones.
Allioli casero

Puntilla

Pulpo a la Gallega
 
Seguidamente los cuatro comensales degustamos una excelente Paella de Marisco.
 
 
 
 
Finalizando con tarta de queso y los cafés. Como siempre precios muy ajustados, calidad 
en los ingredientes y generosas raciones. 
Los comedores llenos y gente esperando para comer. Obligatorio reservar.