El cansancio cierra nuevamente mis ojos, llevamos más de tres horas en este pequeño y viejo tren, camino de un pintoresco pueblo ubicado en medio de la Galicia profunda.
Me sorprende que aún funcione esta línea de tren, debe ser deficitaria, aunque por lo apartado del lugar debe ser el único modo de llegar hasta allí, aparte del vehículo particular.
No termino de entender como no hemos cogido uno de los coches y hemos ido hasta allí, evitándonos este pesado viaje.
La mayor parte del trayecto lo pasamos casi detenidos mientras el vacío tren sube dificultosamente las pronunciadas cuestas.
Salimos por breves lapsos de tiempo a respirar el aire puro y echar un cigarrillo mientras admiramos el paisaje boscoso, rodeado de brumas que se abren ante nosotros.
El largo sonido del silbato anuncia la llegada a la estación del pueblo.
Kiara y Markel, están casados y tienen una cabaña en medio del bosque, por lo que nos aventuramos a pasar un fin de semana con ellos, alejados de la ciudad.
Hace poco tiempo que nos conocemos, aunque realmente son amigos de Natalia, mi novia.
Kiara hace un par de meses que entró a trabajar en la agencia de publicidad donde lo hace Natalia y ha salido con ellos algunas veces, siempre casualmente coincidiendo con mis viajes a Madrid, por temas de trabajo.
Aunque son educados y agradables, no terminan de gustarme.
Kiara tiene una extraña forma de liar a Natalia para lograr que ceda siempre a sus deseos.
Natalia, es la primera en bajar del tren, aún con los miembros entumecidos; saca un cigarro del paquete y lo empieza a fumar con calma, apenas media docena de personas han bajado del tren.
Recogemos nuestras mochilas y caminamos el kilómetro escaso que nos separa del pueblo.
El pueblo está casi desierto y la poca gente que vemos en la calle nos mira con recelo.
Nos detenemos para comprar provisiones en el único supermercado que parece que existe en el lugar.
El trato de la cajera es amable, pero palidece y parece asustada cuando ve a nuestros acompañantes.
Tras abandonar el pueblo tenemos que caminar cuatro kilómetros hasta la casa, la cual está situada al noroeste, al lado de una cascada, en mitad de la naturaleza.
Es otoño y siento que la fina lluvia, que va empapando mi anorak, hace que la humedad cale mis huesos.
Cada vez estoy más convencido que no ha sido una buena idea el haber ido hasta aquel lugar.
Sin embargo miro a Natalia y parece feliz, los últimos rayos de sol colándose a través de las ramas de los árboles hace brillar de un modo especial su melena rubia.
Cuando la tarde empieza a caer, las sombras que proyectan los árboles tienen algo de fantasmagórico y los ruidos de criaturas del bosque, que comienzan a despertar de su letargo diurno, me producen escalofríos.
Por fin aparece frente a nosotros la cabaña, está hecha de roble rojo y brilla con el atardecer como si fuera un espejo.
Mi imaginación, hace que me parezca ver una silueta oscura mirándonos desde una de las ventanas, que se desvanece cuando vuelvo a mirar más fijamente.
La cabaña resulta ser bastante acogedora, en ella hay tres habitaciones con dos literas cada una, con unas mantas limpias depositadas encima de ellas.
La estancia principal la ocupa una pequeña estufa de leña, una mesa y seis sillas de madera, además de una chimenea.
Natalia se sobrecoge al observar que en una de las paredes hay un cuadro con un grabado con dibujos de demonios y escrito con caracteres antiguos, que parece ser una invocación o una extraña oración.
Kiara se da cuenta de su turbación y le comenta que ya estaba allí cuando compraron la casa a su antiguo dueño, un anticuario de Lugo.
La noche cae intempestivamente y nos sorprende la rapidez con la cual el sol se esconde detrás de los cerros.
Encendemos la chimenea y preparamos la cena y tras esta nos quedamos charlando un rato.
Markel saca unos vasos y una botella de orujo, comienza a contar historias de brujos, meigas y de sacrificios humanos, así hasta que llegamos a la medianoche.
Natalia y yo, eufóricos por la ingestión del alcohol, nos reímos de estas historias y pese a sus esfuerzos por ser agradables, la verdad es que esta pareja me gusta cada vez menos.
Noto que Kiara exhala furiosamente el humo de su cigarrillo, nos observa con ojos extraviados y parece una demente a punto de explotar.
En el exterior de la cabaña el viento empieza a soplar con más fuerza dejando atrás la suave brisa, una lluvia persistente cae sobre el techo y los ruidos del agua se propagan por toda la habitación.
Entonces Markel se levanta y se dirige hacia la pared como poseído, en una especie de trance, y comienza a leer, susurrando el hechizo que está escrito en el cuadro.
Al mismo tiempo, Kiara, en voz alta, reproduce lentamente cada palabra, cada vez más alto hasta convertirse, junto con la de él, en un canto lúgubre que nos produce un escalofrío indescriptible.
Cuando callan todo queda en calma, como si el viento hubiese huido y en su precipitación se llevará consigo todos los sonidos terrenales y dejará a cambio un profundo vacío.
Natalia trata de gritar, pero su voz se ahoga en la boca incapaz de emitir sonido alguno.
El entumecimiento de mi mente, producido por el orujo, se desvanece rápidamente y tomo a Natalia de la mano.
Miro a Kiara y a Markel alternativamente...
Entonces, increíblemente, sus cuerpos empiezan a modificarse de un modo horrendo.
Su cuerpo se cubre de pelo, se transforman en garras sus manos y sus bocas se convierten en enormes fauces de largos y puntiagudos colmillos.
Mientras esto ocurre he cogido mi mochila, que estaba depositada en una silla junto a mí y he arrastrado a una Natalia dominada por el pánico hasta el exterior.
Corro con desesperación, alejándome del lugar, llevando a rastras a Natalia que parece haber perdido la cordura, mientras a lo lejos distingo la fogata de un campamento y el aire me trae sus risas.
Quisiera avisarles del peligro que corren, aquellos monstruos van a caer sobre ellos y los van a destrozar, pero el miedo me impulsa a seguir corriendo, tengo que llegar a la estación y abandonar aquella tierra maldita.
Unas horas más tarde el alba traera consigo el rumor de las aves rompiendo el silencio.
El bosque adquirira su vida habitual y los primeros rayos del sol se asomaran con timidez iluminando la cabaña, donde un hombre y una mujer cerraran la puerta tras de si al marchar.
Entre tanto, no muy lejos de ahí, dos tiendas de campaña aparecerán vacías y con la tela rasgada, mientras a su alrededor las mochilas y su contenido se encontraran diseminados por el lugar.
Las cenizas de una fogata abandonada agonizaran con la humedad matinal.
Nunca he vuelto a aquel lugar, ni he vuelto a saber de ellos, después de aquello Kiara no volvió a su trabajo en la agencia.
Tampoco lo hizo Natalia, algo se había roto en su mente.
Desde entonces permanece hospitalizada en un centro psiquiátrico, al que la tuve que ingresar con la autorización de sus padres.
Tres días después de aquel hecho, en la sección de sucesos del diario coruñes "La Voz de Galicia", aparecía la noticia de la búsqueda por parte de la Guardia Civil, de cuatro excursionistas desaparecidos.
Nunca fueron encontrados y tampoco yo conté nada de lo sucedido, hasta el día de ayer.
Aquel día, había ido a visitar a Natalia, acompañado por sus padres, tal como lo hacíamos varias veces al mes.
Tras la visita tuve la oportunidad de hablar con el doctor Rodríguez, el psiquiatra que la atendía.
Me dio muchas esperanzas sobre su total recuperación, ya respondía a algunos estímulos y parecía reconocer cuando le hablaban.
Me preguntó si sabía la causa de lo que pudo haberla llevado a ese estado y entonces le conté todo lo sucedido aquel día.
El médico me miró sorprendido y no me dejó continuar con la historia alegando que tenía mucho trabajo, en su interior estaría sopesando el ingresarme a mi también.
Sigo con mi trabajo y continuaré yendo a visitar a Natalia, junto a sus padres que me han aceptado estupendamente.
Espero que Natalia siga mejorando y en un día no muy lejano reciba el alta, aunque aquel fin de semana seguirá marcando nuestras vidas.
Su novio le había sorprendido hacía unos días con aquella historia, le tenía por una persona más seria, tenía un buen trabajo, era cariñoso con la paciente y siempre iba acompañando a los padres de ella.
– ¡Que estupidez, de donde habría sacado semejante historia!, exclamo para si mismo.
Pulsó el intercomunicador, al otro lado del altavoz surgió la voz de la enfermera.
– Dígame doctor.
– Susana, por favor, anule todas mis visitas del lunes, dijo el psiquiatra, mi mujer tiene una nueva amiga, su marido y ella nos han invitado a pasar el fin de semana en una cabaña que tienen.
– Si doctor, que lo pase usted bien.
– Gracias Susana. Buen fin de semana.
El hombre cierra el libro sobre zombies y se levanta de su asiento agradeciendo dicha parada, necesitaba fumarse un cigarrillo y estirar un poco las piernas.
Nada más bajar del autobús, el frío se hace un hueco entre sus huesos, el hombre se encoge de hombros y se arrebuja en su chaqueta antes de refugiarse en el bar.
La tarde es lluviosa y envuelta en una bruma, apenas rota por los faros de los vehículos que pasan por la antigua carretera nacional que discurre por medio del pueblo.
El local es un bar-restaurante de carretera, a mitad de trayecto entre Madrid y Valencia, de esos donde paran camioneros y los autobuses de pensionistas, de desayunos, almuerzos y menú del día a la hora de comer.
Mientras se apoya en la barra para pedir un cortado con la leche muy caliente, observa a la clientela de carajillo y café tocado con coñac para matar el frío, que grita intentando hacerse oír por los camareros.
La camarera, una atractiva rumana de largo cabello rubio y vestida con una ajustada falda de color negro por encima de las rodillas se acerca solícita.
La blusa blanca que lleva bajo el chaleco negro, tiene un par de botones pícaramente desabrochados que permite ver el contorno de sus niveos pechos.
El hombre mira por la ventana mientras espera el cortado, observa al hombre gordo, que se sienta a su lado en el autobús, bajar del vehículo y apoyarse en la pared del local para coger aire mientras respira con dificultad, luego le ve sacar el móvil del bolsillo de su chaqueta y llamar a alguien.
Unos segundos después, entran la madre y el niño que ocupan los asientos trás el suyo en el autocar. El maldito niño ha estado casi todo el viaje dando pataditas en su asiento.
Ella hace con su boca un mohín de desprecio al observar el local y el impertinente crío le saca la lengua cuando pasa frente a él.
Cuando la camarera, tras tomar su tiempo, llega con el cortado, el hombre le da las gracias junto con un billete de cinco euros para que se cobre.
Mientras espera la vuelta, sorbe un poco del cortado, la leche está fría y abre un par de sobrecitos de azúcar, esperando que sean suficientes para matar el sabor a café malo.
Echa un vistazo a las noticias del manchado periódico local; más mujeres maltratadas, políticos corruptos, deshaucios, un penalti injusto en el último minuto y lluvia durante toda la semana.
Nada nuevo.
El hombre termina el cortado y se va a un rincón junto a un ventanal abierto, para fumarse un cigarrillo.
Aunque aún faltan más de diez minutos para que el autobús prosiga su viaje, el local ha ido quedándose extrañamente vacío, como si todos se hubieran puesto de acuerdo en irse a la vez, incluso en el exterior algunos de los autocares aparcados ya se han puesto en marcha.
El hombre apura las últimas caladas de su cigarrillo cuando se abre la puerta del restaurante entrando alguien.
Lleva un chaquetón de color negro con las solapas subidas y unos pantalones tambien negros.
Al pasar por su lado, el hombre puede apreciar una cara blanca y unos ojos diminutos de color amarillo, profundos como la noche.
El tipo, que parece haber salido de una película de terror, se dirige hasta la barra y pide un café.
La camarera se lo sirve de inmediato, el recién llegado se da la vuelta y mira a la gente que queda en el local.
Tras mirar una a una cada alma, fija su mirada en el hombre que ha terminado el cigarrillo y se ha sentado en una mesa vacía frente al televisor para mirar las noticias.
El extraño deja el café sin haberlo probado sobre la barra y parece flotar, mas que caminar, hasta la mesa en que está sentado el hombre.
Cuando llega a la mesa, se sienta sin preguntar, mirando al hombre como esperando una respuesta.
El hombre, se dispone a levantarse de la silla y marcharse, cuando el extraño individuo lo agarra por el brazo y lo mira fijamente:
– ¿Va a algún sitio?, le pregunta.
El hombre, entre la sorpresa y la intriga, observa el rostro inusualmente pálido y aquellos ojos que ahora parecen despedir fuego, mientras se sienta de nuevo.
Sabe que tiene que volver al autobús para continuar su viaje, pero un extraño impulso le mantiene sentado en la silla sin poder levantarse.
– Verá, comienza a hablar el individuo, como puede ver ya estoy algo mayor, llevo viajando muchas horas y necesito algo de descanso. Como le decía, prosigue, necesito un poco de descanso y algo de compañía. Charlar es lo mejor para alguien que sólo busca aliviar su soledad, ¿no cree usted?
El hombre asiente, mientras el ser continua su charla:
– Llevo tantas horas metido en mi vehículo, que casi había olvidado lo que es el calor humano.
De hecho, hace años que dejé de sentir el calor humano, hace muchos años que dejé de sentir nada.
El extraño ser ríe con una risa siniestra:
– No se equivoque señor, no estoy muerto como los zombies que aparecen en esos absurdos libros que usted escribe ni nada de eso. No estoy muerto al menos en el sentido literal de la palabra o no me encontraría aquí en este momento.
El tiempo parece haberse detenido. El hombre se sorprende al comprobar que su interlocutor sabe que escribe novelas sobre zombies, pero este continua su monólogo sin dejarle intervenir:
– Hace mucho, mucho tiempo dejé de sentir amor por la gente y empecé a odiar este mundo y a sus habitantes.
El hombre empieza a sentirse un poco incómodo con la conversación y se reclina en la silla de madera alejándose del extraño hombre, que le toca con sus manos heladas, mientras continúa su charla:
– Un día me levanté de mi fría tumba, sabiendo que debía acabar con la vida de todas y cada una de las almas impuras de este mundo.En resumen, yo mato gente, y es lo que hoy he venido a hacer aquí.
Tras oír aquello, el hombre se levanta de golpe, con la piel de gallina y blanco como el azúcar que echó en su cortado.
El hombre ha observado la palidez cadaverica del rostro, de aquel extraño de edad indefinible, ha sentido los ojos llameantes sobre él, ha notado la frialdad de la muerte en sus manos y vislumbrado sus puntiagudos colmillos al sonreirle.
Un sudor frío recorre la espalda del hombre, la noche ha caído y la niebla que se ha extendido en el exterior, no le deja ver las luces del parking, ni las de los edificios de enfrente, tampoco el autobús ni al resto de vehículos que estaban aparcados junto al restaurante.
Un sobrecogedor silencio se ha apoderado del local donde solo suena el parloteo incesante del televisor. En el bar-restaurante, hasta hace unos minutos lleno, ya no están el hombre gordo, ni la madre con su hijo, ni el conductor del autobús, ni el resto de los clientes y de los camareros.
Sólo quedan aquel extraño ser, el hombre y la atractiva camarera.
El hombre mira asustado, de pie junto a la mesa, al individuo y le parece ver en él a un anciano, tan viejo como el mundo mismo.
Piensa que se encuentra frente a un señor de la noche, un nosferatu, un vampiro en pocas palabras, y siente miedo, mucho miedo.
La camarera que ha salido de la cocina con el pedido para una mesa, contempla atónita la escena tras la barra y se sorprende al ver como ha quedado vacío el local.
El ser fija sus ojos convertidos en ardientes brasas en la camarera, que deja caer asustada la bandeja con su contenido y que suena con estrépito al besar el suelo.
El ser parece levitar hasta la chica y salta la barra con agilidad, persiguiendo a la camarera hasta la cocina, donde se ha resguardado al ver que se dirigía hacia ella.
Segundos después, el hombre ha reaccionado y ha cogido de una esquina de la barra un afilado cuchillo jamonero.
Piensa que podría salvar a la camarera y besarla apasionadamente al amanecer, como uno de los héroes de sus novelas de zombies.
Armado con el cuchillo el hombre entra de golpe en la cocina encontrándose con un espectáculo dantesco, aquel ser tiene una puntiaguda madera, parecida a una estaca clavada a la altura del
corazón y su cabeza cortada reposa metida en la freidora.
De ambas heridas no cesa de brotar sangre de color negro, que mancha su cuerpo, sus ropas y el suelo de la cocina. Un fetido olor se ha apoderado de la estancia.
De rodillas, a los pies del extraño ser, está la camarera semidesnuda,a la que el hombre reconoce por lo que queda de su desgarrado uniforme.
Ahora es una especie de criatura venida del Averno, con la cara desencajada, los ojos vacíos y una boca repleta de afilados dientes.
La criatura ha vaciado el abdomen del ser con sus garras y mientras las vísceras cuelgan, el monstruo devora a su presa.
Asustado, el hombre deja caer el cuchillo, el ruido hace que la criatura se gire y lo vea.
La criatura se acerca a él y cuando está a escasos centímetros, lo olisquea y una asquerosa lengua se desliza por su cara, dejándole el rostro lleno de un líquido viscoso y maloliente de color verde, alejandosé tras esto.
El hombre la sigue por toda la cocina, y la ve lanzarse al interior de la enorme cámara frigorífica del restaurante.
Cuando el hombre llega a la cámara y la abre, lo que ve le aterroriza.
Halla la puerta oculta de un oscuro y ardiente universo paralelo, donde unos monstruos surcan el cielo sobre dragones de gigantescas y membranosas alas que escupen fuego.
Cuerpos humanos se arrastran por aquel infierno, entre ellos reconoce a la mujer con el niño y al hombre gordo, donde otras criaturas semejantes a la camarera, se comen vivos a las personas.
El hombre, asustado, cierra de golpe la puerta de la cámara frigorífica y se aleja lentamente de ella, de espaldas, mientras continúa mirando la puerta aterrorizado.
Cuando se encuentra en el otro extremo de la cocina, la puerta de la cámara se abre de repente, surgiendo de ella la camarera.
A toda velocidad, se aproxima a él, lo atrapa entre sus garras, y se lo lleva volando, agitando con potencia las enormes y membranosas alas negras, que han surgido de lo alto de su espalda.
Antes de cerrarse la puerta de la cámara frigorífica, para siempre, se escucha el aterrador grito del hombre.
El hombre se despierta sobresaltado en el momento que el autobús aparca frente al restaurante.
El gordo, vecino de su asiento le mira extrañado levantandosé en busca de la puerta y el repelente niño de atrás deja de pegar patadas mientras su madre le levanta arrastrándole hacia la salida.
El conductor se ha puesto en pie y anuncia a los pasajeros que van a efectuar una parada de media hora.
Ha sido una pesadilla. El hombre se baja del autobús con la camisa, bajo la chaqueta, empapada de un sudor frío ya conocido y se dirige hacia el restaurante, que curiosamente por lo que recuerda, tiene un extraordinario parecido con el de su sueño.
Se sienta en un taburete junto a la barra y observa ensimismado la televisión, cuando una voz le saca de sus pensamientos.
Al darse la vuelta para pedir la consumición, se encuentra con el rostro de la camarera de su pesadilla, que le guiña un ojo mientras le sonríe irónicamente.
Al mismo tiempo un puño gelido aprisiona el corazón del hombre que comienza a latir aceleradamente.
Mientras el manto de la noche cae sobre el lugar, el hombre ya sabe todo lo que va a suceder a continuación.
Era el último de los seis hombres y seis mujeres destinados a pagar el tributo.
La joven sangre destinada a saciar la sed de aquellas bestias ese año, el último de los elegidos que se revelaba contra su horrible destino.
Cada bocanada de aire que cogía ardía en su pecho como si aspirara fuego.
La sangre en sus venas corría hasta su palpitante corazón.
Su cuerpo era joven, empezaba a estar agotado pero tenía que huir, seguir corriendo y esconderse.
– ¡Por ahí!, ¡por ahí se oye ruido!, escuchó mientras corría.
Se acercaban cada vez más. No le importaba que hojas y ramas secas crujieran bajo sus pies desnudos y que lo delataran.
Debía continuar huyendo. Había perdido su calzado, destrozado en la desesperada huida.
Sus pies se habían convertido en fragmentos de tierra y lodo sangrientos.
El dolor le consumía, pero no debía dejarse coger.
– ¡En los árboles, entre la maleza, buscad hasta debajo de las piedras mientras llegan los perros!, se escuchaban las voces de sus perseguidores.
Los malditos perros, aquellos perfectos asesinos con hocicos, siempre hambrientos, con sus colmillos llenos de espuma mezclada con la carne muerta y podrida de sus víctimas.
No, no dejaría que lo atraparan, todavía podía correr.
Unos ladridos furiosos se comenzaron a escuchar cada vez más cercanos.
El tiempo también estaba contra él. Se acortaba la distancia entre la presa y sus depredadores.
– ¡Creo que han olido algo!, ¡seguid a los perros!
Quería escapar, ser feliz, formar una familia lejos de allí, de aquel lugar maldito, lejos de aquel pueblo apestado por la muerte eterna.
Un tiempo más tarde en su corazón anidó la esperanza de que conseguiría escapar, creía que los hombres y sus perros se encontraban muy lejos.
Pero el bosque y la naturaleza se alinearon en su contra. Una piedra hundida, oculta entre un montón de hojas, se interpuso entre sus pies ensangrentados.
Tropezó y cayó por un pequeño terraplén fracturándose una pierna.
Quedó tendido en la tierra húmeda sin poder levantarse, la huida había terminado y su destino estaba ya decidido.
Disfrutó de aquellos últimos minutos de libertad mientras llegaban sus perseguidores, resignado a su suerte aspiró fuerte y lentamente, el olor a vida le invadió.
Cerró los ojos y lo comprendió todo, el mundo seguiría existiendo a pesar de su muerte.
Lentamente, los ladridos de las bestias se hicieron más audibles, se acercaban.
Como tantas otras veces, una presa escapaba de sus cazadores, un desdichado humano que pensaba poder escapar a su destino.
Como siempre, casi lo lograba. Casi...
Primero sintió los hocicos de los sabuesos que le olisqueaban, a continuación los gritos de júbilo de los cazadores, seguidamente un golpe en la cabeza y la oscuridad, la nada.
Un tiempo después la luz de la luna llena ilumina el altar de piedra tallada, que es más antiguo que cualquier árbol del tenebroso bosque que lo rodea.
En el centro de aquel claro del bosque, sentadas para la ceremonia, veinticuatro figuras están distribuidas a lo largo del antiguo altar, sentadas en sillas labradas en piedra.
La sombra del centro, amordazada e inconsciente, solloza en sueños por su destino; después de horas de escape, exhausto por la carrera, el cautivo decidió cerrar los ojos y esperar en silencio a la llegada del ritual.
Los doce, que estan sentados a la izquierda del prisionero, son los hombres que le capturaron y que ahora tiemblan de terror.
No quieren moverse, el miedo sobre las posibles consecuencias de algún tipo por la profanación de la ceremonia les hace ser estatuas, figuras de adorno del banquete.
Frente a ellos, a la derecha del hombre capturado, las figuras restantes esperan con miradas vacías, observando a la nada.
Son los "Otros", como así les llaman los hombres del pueblo.
Son ancianos, pero su físico, a pesar de no contar con algún cabello en todo su cuerpo, los hace parecer hermosos y jóvenes, su piel es blanca como la porcelana.
La luna que corona la ceremonia hace que se vean hechos de mármol, perfectos.
Pero los hombres aterrorizados saben que son en verdad, esas mismas figuras inmaculadas ante la luz nocturna eran las mismas que al llegar al pueblo, sedientos, arrebataron el líquido rojo vital a los más débiles, para después, saciados y con manchas de sangre alrededor de sus bocas, abandonar tranquilamente el pueblo, dejando atrás una masacre.
Uno de los "Otros" se levanta de su silla, de pie aquel señor de la noche mide más de dos metros de altura.
Empieza a recitar en voz muy baja, casi un susurro, palabras prohibidas en una lengua antigua que nadie conoce.
Mientras las autoridades del pueblo cierran los ojos, esperando olvidar la vergüenza.
El "Otro" alarga una mano con dedos elongados al centro de la mesa, toma un cuchillo tallado de un hueso y gira hacia el prisionero.
El monstruo, caminando ligeramente, flotando sobre la hierba alta, se acerca a él, le coge del cabello y levanta su cabeza, mientras dice la oración:
Salve Satanas, Salve Satanas, Salve Satanas
In nomine dei nostri satanas luciferi excelsi
Potemtum tuo mondi de Inferno, et non potest Lucifer Imperor
Rex maximus, dud ponticius glorificamus et in modos copulum
adoramus te
Satan omnipotens in nostri mondi.
Domini agimas Iesus nasareno rex ienoudorum
In nostri terra Satan imperum in vita Lucifer ominus fortibus
Obsenum corporis dei nostri satana prontem
Reinus Glorius en in Terra eregius
Luciferi Imperator omnipotens
Salve Satanas, Salve Satanas, Salve Satanas.
Antes de continuar el ritual, el vampiro mira a los hombres, quienes mantienen la cabeza baja sabiendo como continúa el espectáculo.
El nosferatu levanta el cuchillo, sosteniendo el filo contra la garganta del cautivo y con una voz gutural, horrible, que parece ser emitida no de la garganta sino de las entrañas del verdugo, pronuncia el juramento que sella la ceremonia:
"Tomad y bebed todos de él, pues este es el cáliz de su sangre, sangre de la alianza renovada y eterna, que es derramada por vosotros para el perdón de vuestra existencia... haced esto en conmemoración de nuestro Pacto".
El arma ósea desgarra la piel, el prisionero intenta gritar pero su voz se ahoga en la sangre que es expulsada desde su garganta.
El líquido rojo comienza a llenar una tras otra las copas de oro, que son llevadas por dos de aquellos monstruos y repartidas entre todos los presentes.
Al final, cuando el desdichado hombre ha dejado de respirar y de convulsionarse, los veinticuatro cálices contienen una parte de la sangre que hasta hacía un momento pertenecía al sacrificado.
Los vampiros beben de las copas como si hubieran pasado días en el desierto, unos colmillos afilados se asoman de sus bocas al abrirlas para tragar la sangre de sus copas.
Los hombres horrorizados pero sometidos al ritual, beben con asco la sangre de su desdichado vecino.
La sangre es bebida por todos ellos hasta apurar las copas, algunos hombres comienzan a llorar al terminar aquella eucaristía prohibida.
Maldecirán por siempre cada vez que recuerden esos momentos y volverán a sus casas incapaces de mirar a sus familias a la cara.
Nadie hablará de ello, pero habrán cumplido con su deber de proteger el pueblo.
Una ráfaga de viento recorre el lugar, el batir de alas se escucha mientras los monstruos se elevan en dirección a la luna.
Los "Otros" se alejan. Todo ha terminado, por otro año más el pueblo estará a salvo de aquellos demonios sedientos de vida.
Hasta el próximo año.
Me sorprende que aún funcione esta línea de tren, debe ser deficitaria, aunque por lo apartado del lugar debe ser el único modo de llegar hasta allí, aparte del vehículo particular.
No termino de entender como no hemos cogido uno de los coches y hemos ido hasta allí, evitándonos este pesado viaje.
La mayor parte del trayecto lo pasamos casi detenidos mientras el vacío tren sube dificultosamente las pronunciadas cuestas.
Salimos por breves lapsos de tiempo a respirar el aire puro y echar un cigarrillo mientras admiramos el paisaje boscoso, rodeado de brumas que se abren ante nosotros.
El largo sonido del silbato anuncia la llegada a la estación del pueblo.
Kiara y Markel, están casados y tienen una cabaña en medio del bosque, por lo que nos aventuramos a pasar un fin de semana con ellos, alejados de la ciudad.
Hace poco tiempo que nos conocemos, aunque realmente son amigos de Natalia, mi novia.
Kiara hace un par de meses que entró a trabajar en la agencia de publicidad donde lo hace Natalia y ha salido con ellos algunas veces, siempre casualmente coincidiendo con mis viajes a Madrid, por temas de trabajo.
Aunque son educados y agradables, no terminan de gustarme.
Kiara tiene una extraña forma de liar a Natalia para lograr que ceda siempre a sus deseos.
Natalia, es la primera en bajar del tren, aún con los miembros entumecidos; saca un cigarro del paquete y lo empieza a fumar con calma, apenas media docena de personas han bajado del tren.
Recogemos nuestras mochilas y caminamos el kilómetro escaso que nos separa del pueblo.
El pueblo está casi desierto y la poca gente que vemos en la calle nos mira con recelo.
Nos detenemos para comprar provisiones en el único supermercado que parece que existe en el lugar.
El trato de la cajera es amable, pero palidece y parece asustada cuando ve a nuestros acompañantes.
Tras abandonar el pueblo tenemos que caminar cuatro kilómetros hasta la casa, la cual está situada al noroeste, al lado de una cascada, en mitad de la naturaleza.
Es otoño y siento que la fina lluvia, que va empapando mi anorak, hace que la humedad cale mis huesos.
Cada vez estoy más convencido que no ha sido una buena idea el haber ido hasta aquel lugar.
Sin embargo miro a Natalia y parece feliz, los últimos rayos de sol colándose a través de las ramas de los árboles hace brillar de un modo especial su melena rubia.
Cuando la tarde empieza a caer, las sombras que proyectan los árboles tienen algo de fantasmagórico y los ruidos de criaturas del bosque, que comienzan a despertar de su letargo diurno, me producen escalofríos.
Por fin aparece frente a nosotros la cabaña, está hecha de roble rojo y brilla con el atardecer como si fuera un espejo.
Mi imaginación, hace que me parezca ver una silueta oscura mirándonos desde una de las ventanas, que se desvanece cuando vuelvo a mirar más fijamente.
La cabaña resulta ser bastante acogedora, en ella hay tres habitaciones con dos literas cada una, con unas mantas limpias depositadas encima de ellas.
La estancia principal la ocupa una pequeña estufa de leña, una mesa y seis sillas de madera, además de una chimenea.
Natalia se sobrecoge al observar que en una de las paredes hay un cuadro con un grabado con dibujos de demonios y escrito con caracteres antiguos, que parece ser una invocación o una extraña oración.
Kiara se da cuenta de su turbación y le comenta que ya estaba allí cuando compraron la casa a su antiguo dueño, un anticuario de Lugo.
La noche cae intempestivamente y nos sorprende la rapidez con la cual el sol se esconde detrás de los cerros.
Encendemos la chimenea y preparamos la cena y tras esta nos quedamos charlando un rato.
Markel saca unos vasos y una botella de orujo, comienza a contar historias de brujos, meigas y de sacrificios humanos, así hasta que llegamos a la medianoche.
Natalia y yo, eufóricos por la ingestión del alcohol, nos reímos de estas historias y pese a sus esfuerzos por ser agradables, la verdad es que esta pareja me gusta cada vez menos.
Noto que Kiara exhala furiosamente el humo de su cigarrillo, nos observa con ojos extraviados y parece una demente a punto de explotar.
En el exterior de la cabaña el viento empieza a soplar con más fuerza dejando atrás la suave brisa, una lluvia persistente cae sobre el techo y los ruidos del agua se propagan por toda la habitación.
Entonces Markel se levanta y se dirige hacia la pared como poseído, en una especie de trance, y comienza a leer, susurrando el hechizo que está escrito en el cuadro.
Al mismo tiempo, Kiara, en voz alta, reproduce lentamente cada palabra, cada vez más alto hasta convertirse, junto con la de él, en un canto lúgubre que nos produce un escalofrío indescriptible.
Cuando callan todo queda en calma, como si el viento hubiese huido y en su precipitación se llevará consigo todos los sonidos terrenales y dejará a cambio un profundo vacío.
Natalia trata de gritar, pero su voz se ahoga en la boca incapaz de emitir sonido alguno.
El entumecimiento de mi mente, producido por el orujo, se desvanece rápidamente y tomo a Natalia de la mano.
Miro a Kiara y a Markel alternativamente...
Entonces, increíblemente, sus cuerpos empiezan a modificarse de un modo horrendo.
Su cuerpo se cubre de pelo, se transforman en garras sus manos y sus bocas se convierten en enormes fauces de largos y puntiagudos colmillos.
Mientras esto ocurre he cogido mi mochila, que estaba depositada en una silla junto a mí y he arrastrado a una Natalia dominada por el pánico hasta el exterior.
Corro con desesperación, alejándome del lugar, llevando a rastras a Natalia que parece haber perdido la cordura, mientras a lo lejos distingo la fogata de un campamento y el aire me trae sus risas.
Quisiera avisarles del peligro que corren, aquellos monstruos van a caer sobre ellos y los van a destrozar, pero el miedo me impulsa a seguir corriendo, tengo que llegar a la estación y abandonar aquella tierra maldita.
Unas horas más tarde el alba traera consigo el rumor de las aves rompiendo el silencio.
El bosque adquirira su vida habitual y los primeros rayos del sol se asomaran con timidez iluminando la cabaña, donde un hombre y una mujer cerraran la puerta tras de si al marchar.
Entre tanto, no muy lejos de ahí, dos tiendas de campaña aparecerán vacías y con la tela rasgada, mientras a su alrededor las mochilas y su contenido se encontraran diseminados por el lugar.
Las cenizas de una fogata abandonada agonizaran con la humedad matinal.
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Ha pasado un año desde aquel suceso, conseguímos con la ayuda de una linterna llegar hasta el pueblo, un autobús de línea nos llevó hasta un pueblo cercano y de allí volvimos a A Coruña.Nunca he vuelto a aquel lugar, ni he vuelto a saber de ellos, después de aquello Kiara no volvió a su trabajo en la agencia.
Tampoco lo hizo Natalia, algo se había roto en su mente.
Desde entonces permanece hospitalizada en un centro psiquiátrico, al que la tuve que ingresar con la autorización de sus padres.
Tres días después de aquel hecho, en la sección de sucesos del diario coruñes "La Voz de Galicia", aparecía la noticia de la búsqueda por parte de la Guardia Civil, de cuatro excursionistas desaparecidos.
Nunca fueron encontrados y tampoco yo conté nada de lo sucedido, hasta el día de ayer.
Aquel día, había ido a visitar a Natalia, acompañado por sus padres, tal como lo hacíamos varias veces al mes.
Tras la visita tuve la oportunidad de hablar con el doctor Rodríguez, el psiquiatra que la atendía.
Me dio muchas esperanzas sobre su total recuperación, ya respondía a algunos estímulos y parecía reconocer cuando le hablaban.
Me preguntó si sabía la causa de lo que pudo haberla llevado a ese estado y entonces le conté todo lo sucedido aquel día.
El médico me miró sorprendido y no me dejó continuar con la historia alegando que tenía mucho trabajo, en su interior estaría sopesando el ingresarme a mi también.
Sigo con mi trabajo y continuaré yendo a visitar a Natalia, junto a sus padres que me han aceptado estupendamente.
Espero que Natalia siga mejorando y en un día no muy lejano reciba el alta, aunque aquel fin de semana seguirá marcando nuestras vidas.
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El doctor Rodríguez, se quitó las gafas mientras cerraba la carpeta con el dossier de la paciente Natalia Solís.Su novio le había sorprendido hacía unos días con aquella historia, le tenía por una persona más seria, tenía un buen trabajo, era cariñoso con la paciente y siempre iba acompañando a los padres de ella.
– ¡Que estupidez, de donde habría sacado semejante historia!, exclamo para si mismo.
Pulsó el intercomunicador, al otro lado del altavoz surgió la voz de la enfermera.
– Dígame doctor.
– Susana, por favor, anule todas mis visitas del lunes, dijo el psiquiatra, mi mujer tiene una nueva amiga, su marido y ella nos han invitado a pasar el fin de semana en una cabaña que tienen.
– Si doctor, que lo pase usted bien.
– Gracias Susana. Buen fin de semana.
La Puerta Oculta
El libro llega a su fin justo cuando el autobús realiza la parada obligatoria de cada viaje.El hombre cierra el libro sobre zombies y se levanta de su asiento agradeciendo dicha parada, necesitaba fumarse un cigarrillo y estirar un poco las piernas.
Nada más bajar del autobús, el frío se hace un hueco entre sus huesos, el hombre se encoge de hombros y se arrebuja en su chaqueta antes de refugiarse en el bar.
La tarde es lluviosa y envuelta en una bruma, apenas rota por los faros de los vehículos que pasan por la antigua carretera nacional que discurre por medio del pueblo.
El local es un bar-restaurante de carretera, a mitad de trayecto entre Madrid y Valencia, de esos donde paran camioneros y los autobuses de pensionistas, de desayunos, almuerzos y menú del día a la hora de comer.
Mientras se apoya en la barra para pedir un cortado con la leche muy caliente, observa a la clientela de carajillo y café tocado con coñac para matar el frío, que grita intentando hacerse oír por los camareros.
La camarera, una atractiva rumana de largo cabello rubio y vestida con una ajustada falda de color negro por encima de las rodillas se acerca solícita.
La blusa blanca que lleva bajo el chaleco negro, tiene un par de botones pícaramente desabrochados que permite ver el contorno de sus niveos pechos.
El hombre mira por la ventana mientras espera el cortado, observa al hombre gordo, que se sienta a su lado en el autobús, bajar del vehículo y apoyarse en la pared del local para coger aire mientras respira con dificultad, luego le ve sacar el móvil del bolsillo de su chaqueta y llamar a alguien.
Unos segundos después, entran la madre y el niño que ocupan los asientos trás el suyo en el autocar. El maldito niño ha estado casi todo el viaje dando pataditas en su asiento.
Ella hace con su boca un mohín de desprecio al observar el local y el impertinente crío le saca la lengua cuando pasa frente a él.
Cuando la camarera, tras tomar su tiempo, llega con el cortado, el hombre le da las gracias junto con un billete de cinco euros para que se cobre.
Mientras espera la vuelta, sorbe un poco del cortado, la leche está fría y abre un par de sobrecitos de azúcar, esperando que sean suficientes para matar el sabor a café malo.
Echa un vistazo a las noticias del manchado periódico local; más mujeres maltratadas, políticos corruptos, deshaucios, un penalti injusto en el último minuto y lluvia durante toda la semana.
Nada nuevo.
El hombre termina el cortado y se va a un rincón junto a un ventanal abierto, para fumarse un cigarrillo.
Aunque aún faltan más de diez minutos para que el autobús prosiga su viaje, el local ha ido quedándose extrañamente vacío, como si todos se hubieran puesto de acuerdo en irse a la vez, incluso en el exterior algunos de los autocares aparcados ya se han puesto en marcha.
El hombre apura las últimas caladas de su cigarrillo cuando se abre la puerta del restaurante entrando alguien.
Lleva un chaquetón de color negro con las solapas subidas y unos pantalones tambien negros.
Al pasar por su lado, el hombre puede apreciar una cara blanca y unos ojos diminutos de color amarillo, profundos como la noche.
El tipo, que parece haber salido de una película de terror, se dirige hasta la barra y pide un café.
La camarera se lo sirve de inmediato, el recién llegado se da la vuelta y mira a la gente que queda en el local.
Tras mirar una a una cada alma, fija su mirada en el hombre que ha terminado el cigarrillo y se ha sentado en una mesa vacía frente al televisor para mirar las noticias.
El extraño deja el café sin haberlo probado sobre la barra y parece flotar, mas que caminar, hasta la mesa en que está sentado el hombre.
Cuando llega a la mesa, se sienta sin preguntar, mirando al hombre como esperando una respuesta.
El hombre, se dispone a levantarse de la silla y marcharse, cuando el extraño individuo lo agarra por el brazo y lo mira fijamente:
– ¿Va a algún sitio?, le pregunta.
El hombre, entre la sorpresa y la intriga, observa el rostro inusualmente pálido y aquellos ojos que ahora parecen despedir fuego, mientras se sienta de nuevo.
Sabe que tiene que volver al autobús para continuar su viaje, pero un extraño impulso le mantiene sentado en la silla sin poder levantarse.
– Verá, comienza a hablar el individuo, como puede ver ya estoy algo mayor, llevo viajando muchas horas y necesito algo de descanso. Como le decía, prosigue, necesito un poco de descanso y algo de compañía. Charlar es lo mejor para alguien que sólo busca aliviar su soledad, ¿no cree usted?
El hombre asiente, mientras el ser continua su charla:
– Llevo tantas horas metido en mi vehículo, que casi había olvidado lo que es el calor humano.
De hecho, hace años que dejé de sentir el calor humano, hace muchos años que dejé de sentir nada.
El extraño ser ríe con una risa siniestra:
– No se equivoque señor, no estoy muerto como los zombies que aparecen en esos absurdos libros que usted escribe ni nada de eso. No estoy muerto al menos en el sentido literal de la palabra o no me encontraría aquí en este momento.
El tiempo parece haberse detenido. El hombre se sorprende al comprobar que su interlocutor sabe que escribe novelas sobre zombies, pero este continua su monólogo sin dejarle intervenir:
– Hace mucho, mucho tiempo dejé de sentir amor por la gente y empecé a odiar este mundo y a sus habitantes.
El hombre empieza a sentirse un poco incómodo con la conversación y se reclina en la silla de madera alejándose del extraño hombre, que le toca con sus manos heladas, mientras continúa su charla:
– Un día me levanté de mi fría tumba, sabiendo que debía acabar con la vida de todas y cada una de las almas impuras de este mundo.En resumen, yo mato gente, y es lo que hoy he venido a hacer aquí.
Tras oír aquello, el hombre se levanta de golpe, con la piel de gallina y blanco como el azúcar que echó en su cortado.
El hombre ha observado la palidez cadaverica del rostro, de aquel extraño de edad indefinible, ha sentido los ojos llameantes sobre él, ha notado la frialdad de la muerte en sus manos y vislumbrado sus puntiagudos colmillos al sonreirle.
Un sudor frío recorre la espalda del hombre, la noche ha caído y la niebla que se ha extendido en el exterior, no le deja ver las luces del parking, ni las de los edificios de enfrente, tampoco el autobús ni al resto de vehículos que estaban aparcados junto al restaurante.
Un sobrecogedor silencio se ha apoderado del local donde solo suena el parloteo incesante del televisor. En el bar-restaurante, hasta hace unos minutos lleno, ya no están el hombre gordo, ni la madre con su hijo, ni el conductor del autobús, ni el resto de los clientes y de los camareros.
Sólo quedan aquel extraño ser, el hombre y la atractiva camarera.
El hombre mira asustado, de pie junto a la mesa, al individuo y le parece ver en él a un anciano, tan viejo como el mundo mismo.
Piensa que se encuentra frente a un señor de la noche, un nosferatu, un vampiro en pocas palabras, y siente miedo, mucho miedo.
La camarera que ha salido de la cocina con el pedido para una mesa, contempla atónita la escena tras la barra y se sorprende al ver como ha quedado vacío el local.
El ser fija sus ojos convertidos en ardientes brasas en la camarera, que deja caer asustada la bandeja con su contenido y que suena con estrépito al besar el suelo.
El ser parece levitar hasta la chica y salta la barra con agilidad, persiguiendo a la camarera hasta la cocina, donde se ha resguardado al ver que se dirigía hacia ella.
Segundos después, el hombre ha reaccionado y ha cogido de una esquina de la barra un afilado cuchillo jamonero.
Piensa que podría salvar a la camarera y besarla apasionadamente al amanecer, como uno de los héroes de sus novelas de zombies.
Armado con el cuchillo el hombre entra de golpe en la cocina encontrándose con un espectáculo dantesco, aquel ser tiene una puntiaguda madera, parecida a una estaca clavada a la altura del
corazón y su cabeza cortada reposa metida en la freidora.
De ambas heridas no cesa de brotar sangre de color negro, que mancha su cuerpo, sus ropas y el suelo de la cocina. Un fetido olor se ha apoderado de la estancia.
De rodillas, a los pies del extraño ser, está la camarera semidesnuda,a la que el hombre reconoce por lo que queda de su desgarrado uniforme.
Ahora es una especie de criatura venida del Averno, con la cara desencajada, los ojos vacíos y una boca repleta de afilados dientes.
La criatura ha vaciado el abdomen del ser con sus garras y mientras las vísceras cuelgan, el monstruo devora a su presa.
Asustado, el hombre deja caer el cuchillo, el ruido hace que la criatura se gire y lo vea.
La criatura se acerca a él y cuando está a escasos centímetros, lo olisquea y una asquerosa lengua se desliza por su cara, dejándole el rostro lleno de un líquido viscoso y maloliente de color verde, alejandosé tras esto.
El hombre la sigue por toda la cocina, y la ve lanzarse al interior de la enorme cámara frigorífica del restaurante.
Cuando el hombre llega a la cámara y la abre, lo que ve le aterroriza.
Halla la puerta oculta de un oscuro y ardiente universo paralelo, donde unos monstruos surcan el cielo sobre dragones de gigantescas y membranosas alas que escupen fuego.
Cuerpos humanos se arrastran por aquel infierno, entre ellos reconoce a la mujer con el niño y al hombre gordo, donde otras criaturas semejantes a la camarera, se comen vivos a las personas.
El hombre, asustado, cierra de golpe la puerta de la cámara frigorífica y se aleja lentamente de ella, de espaldas, mientras continúa mirando la puerta aterrorizado.
Cuando se encuentra en el otro extremo de la cocina, la puerta de la cámara se abre de repente, surgiendo de ella la camarera.
A toda velocidad, se aproxima a él, lo atrapa entre sus garras, y se lo lleva volando, agitando con potencia las enormes y membranosas alas negras, que han surgido de lo alto de su espalda.
Antes de cerrarse la puerta de la cámara frigorífica, para siempre, se escucha el aterrador grito del hombre.
El hombre se despierta sobresaltado en el momento que el autobús aparca frente al restaurante.
El gordo, vecino de su asiento le mira extrañado levantandosé en busca de la puerta y el repelente niño de atrás deja de pegar patadas mientras su madre le levanta arrastrándole hacia la salida.
El conductor se ha puesto en pie y anuncia a los pasajeros que van a efectuar una parada de media hora.
Ha sido una pesadilla. El hombre se baja del autobús con la camisa, bajo la chaqueta, empapada de un sudor frío ya conocido y se dirige hacia el restaurante, que curiosamente por lo que recuerda, tiene un extraordinario parecido con el de su sueño.
Se sienta en un taburete junto a la barra y observa ensimismado la televisión, cuando una voz le saca de sus pensamientos.
Al darse la vuelta para pedir la consumición, se encuentra con el rostro de la camarera de su pesadilla, que le guiña un ojo mientras le sonríe irónicamente.
Al mismo tiempo un puño gelido aprisiona el corazón del hombre que comienza a latir aceleradamente.
Mientras el manto de la noche cae sobre el lugar, el hombre ya sabe todo lo que va a suceder a continuación.
Sacrificio
Corría con la desesperación del que sabe huye de una muerta cierta.Era el último de los seis hombres y seis mujeres destinados a pagar el tributo.
La joven sangre destinada a saciar la sed de aquellas bestias ese año, el último de los elegidos que se revelaba contra su horrible destino.
Cada bocanada de aire que cogía ardía en su pecho como si aspirara fuego.
La sangre en sus venas corría hasta su palpitante corazón.
Su cuerpo era joven, empezaba a estar agotado pero tenía que huir, seguir corriendo y esconderse.
– ¡Por ahí!, ¡por ahí se oye ruido!, escuchó mientras corría.
Se acercaban cada vez más. No le importaba que hojas y ramas secas crujieran bajo sus pies desnudos y que lo delataran.
Debía continuar huyendo. Había perdido su calzado, destrozado en la desesperada huida.
Sus pies se habían convertido en fragmentos de tierra y lodo sangrientos.
El dolor le consumía, pero no debía dejarse coger.
– ¡En los árboles, entre la maleza, buscad hasta debajo de las piedras mientras llegan los perros!, se escuchaban las voces de sus perseguidores.
Los malditos perros, aquellos perfectos asesinos con hocicos, siempre hambrientos, con sus colmillos llenos de espuma mezclada con la carne muerta y podrida de sus víctimas.
No, no dejaría que lo atraparan, todavía podía correr.
Unos ladridos furiosos se comenzaron a escuchar cada vez más cercanos.
El tiempo también estaba contra él. Se acortaba la distancia entre la presa y sus depredadores.
– ¡Creo que han olido algo!, ¡seguid a los perros!
Quería escapar, ser feliz, formar una familia lejos de allí, de aquel lugar maldito, lejos de aquel pueblo apestado por la muerte eterna.
Un tiempo más tarde en su corazón anidó la esperanza de que conseguiría escapar, creía que los hombres y sus perros se encontraban muy lejos.
Pero el bosque y la naturaleza se alinearon en su contra. Una piedra hundida, oculta entre un montón de hojas, se interpuso entre sus pies ensangrentados.
Tropezó y cayó por un pequeño terraplén fracturándose una pierna.
Quedó tendido en la tierra húmeda sin poder levantarse, la huida había terminado y su destino estaba ya decidido.
Disfrutó de aquellos últimos minutos de libertad mientras llegaban sus perseguidores, resignado a su suerte aspiró fuerte y lentamente, el olor a vida le invadió.
Cerró los ojos y lo comprendió todo, el mundo seguiría existiendo a pesar de su muerte.
Lentamente, los ladridos de las bestias se hicieron más audibles, se acercaban.
Como tantas otras veces, una presa escapaba de sus cazadores, un desdichado humano que pensaba poder escapar a su destino.
Como siempre, casi lo lograba. Casi...
Primero sintió los hocicos de los sabuesos que le olisqueaban, a continuación los gritos de júbilo de los cazadores, seguidamente un golpe en la cabeza y la oscuridad, la nada.
Un tiempo después la luz de la luna llena ilumina el altar de piedra tallada, que es más antiguo que cualquier árbol del tenebroso bosque que lo rodea.
En el centro de aquel claro del bosque, sentadas para la ceremonia, veinticuatro figuras están distribuidas a lo largo del antiguo altar, sentadas en sillas labradas en piedra.
La sombra del centro, amordazada e inconsciente, solloza en sueños por su destino; después de horas de escape, exhausto por la carrera, el cautivo decidió cerrar los ojos y esperar en silencio a la llegada del ritual.
Los doce, que estan sentados a la izquierda del prisionero, son los hombres que le capturaron y que ahora tiemblan de terror.
No quieren moverse, el miedo sobre las posibles consecuencias de algún tipo por la profanación de la ceremonia les hace ser estatuas, figuras de adorno del banquete.
Frente a ellos, a la derecha del hombre capturado, las figuras restantes esperan con miradas vacías, observando a la nada.
Son los "Otros", como así les llaman los hombres del pueblo.
Son ancianos, pero su físico, a pesar de no contar con algún cabello en todo su cuerpo, los hace parecer hermosos y jóvenes, su piel es blanca como la porcelana.
La luna que corona la ceremonia hace que se vean hechos de mármol, perfectos.
Pero los hombres aterrorizados saben que son en verdad, esas mismas figuras inmaculadas ante la luz nocturna eran las mismas que al llegar al pueblo, sedientos, arrebataron el líquido rojo vital a los más débiles, para después, saciados y con manchas de sangre alrededor de sus bocas, abandonar tranquilamente el pueblo, dejando atrás una masacre.
Uno de los "Otros" se levanta de su silla, de pie aquel señor de la noche mide más de dos metros de altura.
Empieza a recitar en voz muy baja, casi un susurro, palabras prohibidas en una lengua antigua que nadie conoce.
Mientras las autoridades del pueblo cierran los ojos, esperando olvidar la vergüenza.
El "Otro" alarga una mano con dedos elongados al centro de la mesa, toma un cuchillo tallado de un hueso y gira hacia el prisionero.
El monstruo, caminando ligeramente, flotando sobre la hierba alta, se acerca a él, le coge del cabello y levanta su cabeza, mientras dice la oración:
Salve Satanas, Salve Satanas, Salve Satanas
In nomine dei nostri satanas luciferi excelsi
Potemtum tuo mondi de Inferno, et non potest Lucifer Imperor
Rex maximus, dud ponticius glorificamus et in modos copulum
adoramus te
Satan omnipotens in nostri mondi.
Domini agimas Iesus nasareno rex ienoudorum
In nostri terra Satan imperum in vita Lucifer ominus fortibus
Obsenum corporis dei nostri satana prontem
Reinus Glorius en in Terra eregius
Luciferi Imperator omnipotens
Salve Satanas, Salve Satanas, Salve Satanas.
Antes de continuar el ritual, el vampiro mira a los hombres, quienes mantienen la cabeza baja sabiendo como continúa el espectáculo.
El nosferatu levanta el cuchillo, sosteniendo el filo contra la garganta del cautivo y con una voz gutural, horrible, que parece ser emitida no de la garganta sino de las entrañas del verdugo, pronuncia el juramento que sella la ceremonia:
"Tomad y bebed todos de él, pues este es el cáliz de su sangre, sangre de la alianza renovada y eterna, que es derramada por vosotros para el perdón de vuestra existencia... haced esto en conmemoración de nuestro Pacto".
El arma ósea desgarra la piel, el prisionero intenta gritar pero su voz se ahoga en la sangre que es expulsada desde su garganta.
El líquido rojo comienza a llenar una tras otra las copas de oro, que son llevadas por dos de aquellos monstruos y repartidas entre todos los presentes.
Al final, cuando el desdichado hombre ha dejado de respirar y de convulsionarse, los veinticuatro cálices contienen una parte de la sangre que hasta hacía un momento pertenecía al sacrificado.
Los vampiros beben de las copas como si hubieran pasado días en el desierto, unos colmillos afilados se asoman de sus bocas al abrirlas para tragar la sangre de sus copas.
Los hombres horrorizados pero sometidos al ritual, beben con asco la sangre de su desdichado vecino.
La sangre es bebida por todos ellos hasta apurar las copas, algunos hombres comienzan a llorar al terminar aquella eucaristía prohibida.
Maldecirán por siempre cada vez que recuerden esos momentos y volverán a sus casas incapaces de mirar a sus familias a la cara.
Nadie hablará de ello, pero habrán cumplido con su deber de proteger el pueblo.
Una ráfaga de viento recorre el lugar, el batir de alas se escucha mientras los monstruos se elevan en dirección a la luna.
Los "Otros" se alejan. Todo ha terminado, por otro año más el pueblo estará a salvo de aquellos demonios sedientos de vida.
Hasta el próximo año.