martes, 30 de enero de 2018

Cuentos Malditos II


Segunda entrega de "Cuentos Malditos", con tres relatos más.


La Cabaña
El cansancio cierra nuevamente mis ojos, llevamos más de tres horas en este pequeño y viejo tren, camino de un pintoresco pueblo ubicado en medio de la Galicia profunda.
Me sorprende que aún funcione esta línea de tren, debe ser deficitaria, aunque por lo apartado del lugar debe ser el único modo de llegar hasta allí, aparte del vehículo particular.
No termino de entender como no hemos cogido uno de los coches y hemos ido hasta allí, evitándonos este pesado viaje.
La mayor parte del trayecto lo pasamos casi detenidos mientras el vacío tren sube dificultosamente las pronunciadas cuestas.
Salimos por breves lapsos de tiempo a respirar el aire puro y echar un cigarrillo mientras admiramos el paisaje boscoso, rodeado de brumas que se abren ante nosotros.
El largo sonido del silbato anuncia la llegada a la estación del pueblo.
Kiara y Markel, están casados y tienen una cabaña en medio del bosque, por lo que nos aventuramos a pasar un fin de semana con ellos, alejados de la ciudad.
Hace poco tiempo que nos conocemos, aunque realmente son amigos de Natalia, mi novia.
Kiara hace un par de meses que entró a trabajar en la agencia de publicidad donde lo hace Natalia y ha salido con ellos algunas veces, siempre casualmente coincidiendo con mis viajes a Madrid, por temas de trabajo.
Aunque son educados y agradables, no terminan de gustarme.
Kiara tiene una extraña forma de liar a Natalia para lograr que ceda siempre a sus deseos.
Natalia, es la primera en bajar del tren, aún con los miembros entumecidos; saca un cigarro del paquete y lo empieza a fumar con calma, apenas media docena de personas han bajado del tren.
Recogemos nuestras mochilas y caminamos el kilómetro escaso que nos separa del pueblo.
El pueblo está casi desierto y la poca gente que vemos en la calle nos mira con recelo.
Nos detenemos para comprar provisiones en el único supermercado que parece que existe en el lugar.
El trato de la cajera es amable, pero palidece y parece asustada cuando ve a nuestros acompañantes.
Tras abandonar el pueblo tenemos que caminar cuatro kilómetros hasta la casa, la cual está situada al noroeste, al lado de una cascada, en mitad de la naturaleza.
Es otoño y siento que la fina lluvia, que va empapando mi anorak, hace que la humedad cale mis huesos.
Cada vez estoy más convencido que no ha sido una buena idea el haber ido hasta aquel lugar.
Sin embargo miro a Natalia y parece feliz, los últimos rayos de sol colándose a través de las ramas de los árboles hace brillar de un modo especial su melena rubia.
Cuando la tarde empieza a caer, las sombras que proyectan los árboles tienen algo de fantasmagórico y los ruidos de criaturas del bosque, que comienzan a despertar de su letargo diurno, me producen escalofríos.
Por fin aparece frente a nosotros la cabaña, está hecha de roble rojo y brilla con el atardecer como si fuera un espejo.
Mi imaginación, hace que me parezca ver una silueta oscura mirándonos desde una de las ventanas, que se desvanece cuando vuelvo a mirar más fijamente.
La cabaña resulta ser bastante acogedora, en ella hay tres habitaciones con dos literas cada una, con unas mantas limpias depositadas encima de ellas.
La estancia principal la ocupa una pequeña estufa de leña, una mesa y seis sillas de madera, además de una chimenea.
Natalia se sobrecoge al observar que en una de las paredes hay un cuadro con un grabado con dibujos de demonios y escrito con caracteres antiguos, que parece ser una invocación o una extraña oración.
Kiara se da cuenta de su turbación y le comenta que ya estaba allí cuando compraron la casa a su antiguo dueño, un anticuario de Lugo.
La noche cae intempestivamente y nos sorprende la rapidez con la cual el sol se esconde detrás de los cerros.
Encendemos la chimenea y preparamos la cena y tras esta nos quedamos charlando un rato.
Markel saca unos vasos y una botella de orujo, comienza a contar historias de brujos, meigas y de sacrificios humanos, así hasta que llegamos a la medianoche.
Natalia y yo, eufóricos por la ingestión del alcohol, nos reímos de estas historias y pese a sus esfuerzos por ser agradables, la verdad es que esta pareja me gusta cada vez menos.
Noto que Kiara exhala furiosamente el humo de su cigarrillo, nos observa con ojos extraviados y parece una demente a punto de explotar.
En el exterior de la cabaña el viento empieza a soplar con más fuerza dejando atrás la suave brisa, una lluvia persistente cae sobre el techo y los ruidos del agua se propagan por toda la habitación.
Entonces Markel se levanta y se dirige hacia la pared como poseído, en una especie de trance, y comienza a leer, susurrando el hechizo que está escrito en el cuadro.
Al mismo tiempo, Kiara, en voz alta, reproduce lentamente cada palabra, cada vez más alto hasta convertirse, junto con la de él, en un canto lúgubre que nos produce un escalofrío indescriptible.
Cuando callan todo queda en calma, como si el viento hubiese huido y en su precipitación se llevará consigo todos los sonidos terrenales y dejará a cambio un profundo vacío.
Natalia trata de gritar, pero su voz se ahoga en la boca incapaz de emitir sonido alguno.
El entumecimiento de mi mente, producido por el orujo, se desvanece rápidamente y tomo a Natalia de la mano.
Miro a Kiara y a Markel alternativamente...
Entonces, increíblemente, sus cuerpos empiezan a modificarse de un modo horrendo.
Su cuerpo se cubre de pelo, se transforman en garras sus manos y sus bocas se convierten en enormes fauces de largos y puntiagudos colmillos.
Mientras esto ocurre he cogido mi mochila, que estaba depositada en una silla junto a mí y he arrastrado a una Natalia dominada por el pánico hasta el exterior.
Corro con desesperación, alejándome del lugar, llevando a rastras a Natalia que parece haber perdido la cordura, mientras a lo lejos distingo la fogata de un campamento y el aire me trae sus risas.
Quisiera avisarles del peligro que corren, aquellos monstruos van a caer sobre ellos y los van a destrozar, pero el miedo me impulsa a seguir corriendo, tengo que llegar a la estación y abandonar aquella tierra maldita.
Unas horas más tarde el alba traera consigo el rumor de las aves rompiendo el silencio.
El bosque adquirira su vida habitual y los primeros rayos del sol se asomaran con timidez iluminando la cabaña, donde un hombre y una mujer cerraran la puerta tras de si al marchar.
Entre tanto, no muy lejos de ahí, dos tiendas de campaña aparecerán vacías y con la tela rasgada, mientras a su alrededor las mochilas y su contenido se encontraran diseminados por el lugar.
Las cenizas de una fogata abandonada agonizaran con la humedad matinal.
********
Ha pasado un año desde aquel suceso, conseguímos con la ayuda de una linterna llegar hasta el pueblo, un autobús de línea nos llevó hasta un pueblo cercano y de allí volvimos a A Coruña.
Nunca he vuelto a aquel lugar, ni he vuelto a saber de ellos, después de aquello Kiara no volvió a su trabajo en la agencia.
Tampoco lo hizo Natalia, algo se había roto en su mente.
Desde entonces permanece hospitalizada en un centro psiquiátrico, al que la tuve que ingresar con la autorización de sus padres.
Tres días después de aquel hecho, en la sección de sucesos del diario coruñes "La Voz de Galicia", aparecía la noticia de la búsqueda por parte de la Guardia Civil, de cuatro excursionistas desaparecidos.
Nunca fueron encontrados y tampoco yo conté nada de lo sucedido, hasta el día de ayer.
Aquel día, había ido a visitar a Natalia, acompañado por sus padres, tal como lo hacíamos varias veces al mes.
Tras la visita tuve la oportunidad de hablar con el doctor Rodríguez, el psiquiatra que la atendía.
Me dio muchas esperanzas sobre su total recuperación, ya respondía a algunos estímulos y parecía reconocer cuando le hablaban.
Me preguntó si sabía la causa de lo que pudo haberla llevado a ese estado y entonces le conté todo lo sucedido aquel día.
El médico me miró sorprendido y no me dejó continuar con la historia alegando que tenía mucho trabajo, en su interior estaría sopesando el ingresarme a mi también.
Sigo con mi trabajo y continuaré yendo a visitar a Natalia, junto a sus padres que me han aceptado estupendamente.
Espero que Natalia siga mejorando y en un día no muy lejano reciba el alta, aunque aquel fin de semana seguirá marcando nuestras vidas.
********
El doctor Rodríguez, se quitó las gafas mientras cerraba la carpeta con el dossier de la paciente Natalia Solís.
Su novio le había sorprendido hacía unos días con aquella historia, le tenía por una persona más seria, tenía un buen trabajo, era cariñoso con la paciente y siempre iba acompañando a los padres de ella.
– ¡Que estupidez, de donde habría sacado semejante historia!, exclamo para si mismo.
Pulsó el intercomunicador, al otro lado del altavoz surgió la voz de la enfermera.
– Dígame doctor.
– Susana, por favor, anule todas mis visitas del lunes, dijo el psiquiatra, mi mujer tiene una nueva amiga, su marido y ella nos han invitado a pasar el fin de semana en una cabaña que tienen.
– Si doctor, que lo pase usted bien.
– Gracias Susana. Buen fin de semana.

La Puerta Oculta
El libro llega a su fin justo cuando el autobús realiza la parada obligatoria de cada viaje.
El hombre cierra el libro sobre zombies y se levanta de su asiento agradeciendo dicha parada, necesitaba fumarse un cigarrillo y estirar un poco las piernas.
Nada más bajar del autobús, el frío se hace un hueco entre sus huesos, el hombre se encoge de hombros y se arrebuja en su chaqueta antes de refugiarse en el bar.
La tarde es lluviosa y envuelta en una bruma, apenas rota por los faros de los vehículos que pasan por la antigua carretera nacional que discurre por medio del pueblo.
El local es un bar-restaurante de carretera, a mitad de trayecto entre Madrid y Valencia, de esos donde paran camioneros y los autobuses de pensionistas, de desayunos, almuerzos y menú del día a la hora de comer.
Mientras se apoya en la barra para pedir un cortado con la leche muy caliente, observa a la clientela de carajillo y café tocado con coñac para matar el frío, que grita intentando hacerse oír por los camareros.
La camarera, una atractiva rumana de largo cabello rubio y vestida con una ajustada falda de color negro por encima de las rodillas se acerca solícita.
La blusa blanca que lleva bajo el chaleco negro, tiene un par de botones pícaramente desabrochados que permite ver el contorno de sus niveos pechos.
El hombre mira por la ventana mientras espera el cortado, observa al hombre gordo, que se sienta a su lado en el autobús, bajar del vehículo y apoyarse en la pared del local para coger aire mientras respira con dificultad, luego le ve sacar el móvil del bolsillo de su chaqueta y llamar a alguien.
Unos segundos después, entran la madre y el niño que ocupan los asientos trás el suyo en el autocar. El maldito niño ha estado casi todo el viaje dando pataditas en su asiento.
Ella hace con su boca un mohín de desprecio al observar el local y el impertinente crío le saca la lengua cuando pasa frente a él.
Cuando la camarera, tras tomar su tiempo, llega con el cortado, el hombre le da las gracias junto con un billete de cinco euros para que se cobre.
Mientras espera la vuelta, sorbe un poco del cortado, la leche está fría y abre un par de sobrecitos de azúcar, esperando que sean suficientes para matar el sabor a café malo.
Echa un vistazo a las noticias del manchado periódico local; más mujeres maltratadas, políticos corruptos, deshaucios, un penalti injusto en el último minuto y lluvia durante toda la semana.
Nada nuevo.
El hombre termina el cortado y se va a un rincón junto a un ventanal abierto, para fumarse un cigarrillo.
Aunque aún faltan más de diez minutos para que el autobús prosiga su viaje, el local ha ido quedándose extrañamente vacío, como si todos se hubieran puesto de acuerdo en irse a la vez, incluso en el exterior algunos de los autocares aparcados ya se han puesto en marcha.
El hombre apura las últimas caladas de su cigarrillo cuando se abre la puerta del restaurante entrando alguien.
Lleva un chaquetón de color negro con las solapas subidas y unos pantalones tambien negros.
Al pasar por su lado, el hombre puede apreciar una cara blanca y unos ojos diminutos de color amarillo, profundos como la noche.
El tipo, que parece haber salido de una película de terror, se dirige hasta la barra y pide un café.
La camarera se lo sirve de inmediato, el recién llegado se da la vuelta y mira a la gente que queda en el local.
Tras mirar una a una cada alma, fija su mirada en el hombre que ha terminado el cigarrillo y se ha sentado en una mesa vacía frente al televisor para mirar las noticias.
El extraño deja el café sin haberlo probado sobre la barra y parece flotar, mas que caminar, hasta la mesa en que está sentado el hombre.
Cuando llega a la mesa, se sienta sin preguntar, mirando al hombre como esperando una respuesta.
El hombre, se dispone a levantarse de la silla y marcharse, cuando el extraño individuo lo agarra por el brazo y lo mira fijamente:
– ¿Va a algún sitio?, le pregunta.
El hombre, entre la sorpresa y la intriga, observa el rostro inusualmente pálido y aquellos ojos que ahora parecen despedir fuego, mientras se sienta de nuevo.
Sabe que tiene que volver al autobús para continuar su viaje, pero un extraño impulso le mantiene sentado en la silla sin poder levantarse.
– Verá, comienza a hablar el individuo, como puede ver ya estoy algo mayor, llevo viajando muchas horas y necesito algo de descanso. Como le decía, prosigue, necesito un poco de descanso y algo de compañía. Charlar es lo mejor para alguien que sólo busca aliviar su soledad, ¿no cree usted?
El hombre asiente, mientras el ser continua su charla:
– Llevo tantas horas metido en mi vehículo, que casi había olvidado lo que es el calor humano.
De hecho, hace años que dejé de sentir el calor humano, hace muchos años que dejé de sentir nada.
El extraño ser ríe con una risa siniestra:
– No se equivoque señor, no estoy muerto como los zombies que aparecen en esos absurdos libros que usted escribe ni nada de eso. No estoy muerto al menos en el sentido literal de la palabra o no me encontraría aquí en este momento.
El tiempo parece haberse detenido. El hombre se sorprende al comprobar que su interlocutor sabe que escribe novelas sobre zombies, pero este continua su monólogo sin dejarle intervenir:
– Hace mucho, mucho tiempo dejé de sentir amor por la gente y empecé a odiar este mundo y a sus habitantes.
El hombre empieza a sentirse un poco incómodo con la conversación y se reclina en la silla de madera alejándose del extraño hombre, que le toca con sus manos heladas, mientras continúa su charla:
– Un día me levanté de mi fría tumba, sabiendo que debía acabar con la vida de todas y cada una de las almas impuras de este mundo.En resumen, yo mato gente, y es lo que hoy he venido a hacer aquí.
Tras oír aquello, el hombre se levanta de golpe, con la piel de gallina y blanco como el azúcar que echó en su cortado.
El hombre ha observado la palidez cadaverica del rostro, de aquel extraño de edad indefinible, ha sentido los ojos llameantes sobre él, ha notado la frialdad de la muerte en sus manos y vislumbrado sus puntiagudos colmillos al sonreirle.
Un sudor frío recorre la espalda del hombre, la noche ha caído y la niebla que se ha extendido en el exterior, no le deja ver las luces del parking, ni las de los edificios de enfrente, tampoco el autobús ni al resto de vehículos que estaban aparcados junto al restaurante.
Un sobrecogedor silencio se ha apoderado del local donde solo suena el parloteo incesante del televisor. En el bar-restaurante, hasta hace unos minutos lleno, ya no están el hombre gordo, ni la madre con su hijo, ni el conductor del autobús, ni el resto de los clientes y de los camareros.
Sólo quedan aquel extraño ser, el hombre y la atractiva camarera.
El hombre mira asustado, de pie junto a la mesa, al individuo y le parece ver en él a un anciano, tan viejo como el mundo mismo.
Piensa que se encuentra frente a un señor de la noche, un nosferatu, un vampiro en pocas palabras, y siente miedo, mucho miedo.
La camarera que ha salido de la cocina con el pedido para una mesa, contempla atónita la escena tras la barra y se sorprende al ver como ha quedado vacío el local.
El ser fija sus ojos convertidos en ardientes brasas en la camarera, que deja caer asustada la bandeja con su contenido y que suena con estrépito al besar el suelo.
El ser parece levitar hasta la chica y salta la barra con agilidad, persiguiendo a la camarera hasta la cocina, donde se ha resguardado al ver que se dirigía hacia ella.
Segundos después, el hombre ha reaccionado y ha cogido de una esquina de la barra un afilado cuchillo jamonero.
Piensa que podría salvar a la camarera y besarla apasionadamente al amanecer, como uno de los héroes de sus novelas de zombies.
Armado con el cuchillo el hombre entra de golpe en la cocina encontrándose con un espectáculo dantesco, aquel ser tiene una puntiaguda madera, parecida a una estaca clavada a la altura del
corazón y su cabeza cortada reposa metida en la freidora.
De ambas heridas no cesa de brotar sangre de color negro, que mancha su cuerpo, sus ropas y el suelo de la cocina. Un fetido olor se ha apoderado de la estancia.
De rodillas, a los pies del extraño ser, está la camarera semidesnuda,a la que el hombre reconoce por lo que queda de su desgarrado uniforme.
Ahora es una especie de criatura venida del Averno, con la cara desencajada, los ojos vacíos y una boca repleta de afilados dientes.
La criatura ha vaciado el abdomen del ser con sus garras y mientras las vísceras cuelgan, el monstruo devora a su presa.
Asustado, el hombre deja caer el cuchillo, el ruido hace que la criatura se gire y lo vea.
La criatura se acerca a él y cuando está a escasos centímetros, lo olisquea y una asquerosa lengua se desliza por su cara, dejándole el rostro lleno de un líquido viscoso y maloliente de color verde, alejandosé tras esto.
El hombre la sigue por toda la cocina, y la ve lanzarse al interior de la enorme cámara frigorífica del restaurante.
Cuando el hombre llega a la cámara y la abre, lo que ve le aterroriza.
Halla la puerta oculta de un oscuro y ardiente universo paralelo, donde unos monstruos surcan el cielo sobre dragones de gigantescas y membranosas alas que escupen fuego.
Cuerpos humanos se arrastran por aquel infierno, entre ellos reconoce a la mujer con el niño y al hombre gordo, donde otras criaturas semejantes a la camarera, se comen vivos a las personas.
El hombre, asustado, cierra de golpe la puerta de la cámara frigorífica y se aleja lentamente de ella, de espaldas, mientras continúa mirando la puerta aterrorizado.
Cuando se encuentra en el otro extremo de la cocina, la puerta de la cámara se abre de repente, surgiendo de ella la camarera.
A toda velocidad, se aproxima a él, lo atrapa entre sus garras, y se lo lleva volando, agitando con potencia las enormes y membranosas alas negras, que han surgido de lo alto de su espalda.
Antes de cerrarse la puerta de la cámara frigorífica, para siempre, se escucha el aterrador grito del hombre.
El hombre se despierta sobresaltado en el momento que el autobús aparca frente al restaurante.
El gordo, vecino de su asiento le mira extrañado levantandosé en busca de la puerta y el repelente niño de atrás deja de pegar patadas mientras su madre le levanta arrastrándole hacia la salida.
El conductor se ha puesto en pie y anuncia a los pasajeros que van a efectuar una parada de media hora.
Ha sido una pesadilla. El hombre se baja del autobús con la camisa, bajo la chaqueta, empapada de un sudor frío ya conocido y se dirige hacia el restaurante, que curiosamente por lo que recuerda, tiene un extraordinario parecido con el de su sueño.
Se sienta en un taburete junto a la barra y observa ensimismado la televisión, cuando una voz le saca de sus pensamientos.
Al darse la vuelta para pedir la consumición, se encuentra con el rostro de la camarera de su pesadilla, que le guiña un ojo mientras le sonríe irónicamente.
Al mismo tiempo un puño gelido aprisiona el corazón del hombre que comienza a latir aceleradamente.
Mientras el manto de la noche cae sobre el lugar, el hombre ya sabe todo lo que va a suceder a continuación.

Sacrificio
Corría con la desesperación del que sabe huye de una muerta cierta.
Era el último de los seis hombres y seis mujeres destinados a pagar el tributo.
La joven sangre destinada a saciar la sed de aquellas bestias ese año, el último de los elegidos que se revelaba contra su horrible destino.
Cada bocanada de aire que cogía ardía en su pecho como si aspirara fuego.
La sangre en sus venas corría hasta su palpitante corazón.
Su cuerpo era joven, empezaba a estar agotado pero tenía que huir, seguir corriendo y esconderse.
– ¡Por ahí!, ¡por ahí se oye ruido!, escuchó mientras corría.
Se acercaban cada vez más. No le importaba que hojas y ramas secas crujieran bajo sus pies desnudos y que lo delataran.
Debía continuar huyendo. Había perdido su calzado, destrozado en la desesperada huida.
Sus pies se habían convertido en fragmentos de tierra y lodo sangrientos.
El dolor le consumía, pero no debía dejarse coger.
– ¡En los árboles, entre la maleza, buscad hasta debajo de las piedras mientras llegan los perros!, se escuchaban las voces de sus perseguidores.
Los malditos perros, aquellos perfectos asesinos con hocicos, siempre hambrientos, con sus colmillos llenos de espuma mezclada con la carne muerta y podrida de sus víctimas.
No, no dejaría que lo atraparan, todavía podía correr.
Unos ladridos furiosos se comenzaron a escuchar cada vez más cercanos.
El tiempo también estaba contra él. Se acortaba la distancia entre la presa y sus depredadores.
– ¡Creo que han olido algo!, ¡seguid a los perros!
Quería escapar, ser feliz, formar una familia lejos de allí, de aquel lugar maldito, lejos de aquel pueblo apestado por la muerte eterna.
Un tiempo más tarde en su corazón anidó la esperanza de que conseguiría escapar, creía que los hombres y sus perros se encontraban muy lejos.
Pero el bosque y la naturaleza se alinearon en su contra. Una piedra hundida, oculta entre un montón de hojas, se interpuso entre sus pies ensangrentados.
Tropezó y cayó por un pequeño terraplén fracturándose una pierna.
Quedó tendido en la tierra húmeda sin poder levantarse, la huida había terminado y su destino estaba ya decidido.
Disfrutó de aquellos últimos minutos de libertad mientras llegaban sus perseguidores, resignado a su suerte aspiró fuerte y lentamente, el olor a vida le invadió.
Cerró los ojos y lo comprendió todo, el mundo seguiría existiendo a pesar de su muerte.
Lentamente, los ladridos de las bestias se hicieron más audibles, se acercaban.
Como tantas otras veces, una presa escapaba de sus cazadores, un desdichado humano que pensaba poder escapar a su destino.
Como siempre, casi lo lograba. Casi...
Primero sintió los hocicos de los sabuesos que le olisqueaban, a continuación los gritos de júbilo de los cazadores, seguidamente un golpe en la cabeza y la oscuridad, la nada.
Un tiempo después la luz de la luna llena ilumina el altar de piedra tallada, que es más antiguo que cualquier árbol del tenebroso bosque que lo rodea.
En el centro de aquel claro del bosque, sentadas para la ceremonia, veinticuatro figuras están distribuidas a lo largo del antiguo altar, sentadas en sillas labradas en piedra.
La sombra del centro, amordazada e inconsciente, solloza en sueños por su destino; después de horas de escape, exhausto por la carrera, el cautivo decidió cerrar los ojos y esperar en silencio a la llegada del ritual.
Los doce, que estan sentados a la izquierda del prisionero, son los hombres que le capturaron y que ahora tiemblan de terror.
No quieren moverse, el miedo sobre las posibles consecuencias de algún tipo por la profanación de la ceremonia les hace ser estatuas, figuras de adorno del banquete.
Frente a ellos, a la derecha del hombre capturado, las figuras restantes esperan con miradas vacías, observando a la nada.
Son los "Otros", como así les llaman los hombres del pueblo.
Son ancianos, pero su físico, a pesar de no contar con algún cabello en todo su cuerpo, los hace parecer hermosos y jóvenes, su piel es blanca como la porcelana.
La luna que corona la ceremonia hace que se vean hechos de mármol, perfectos.
Pero los hombres aterrorizados saben que son en verdad, esas mismas figuras inmaculadas ante la luz nocturna eran las mismas que al llegar al pueblo, sedientos, arrebataron el líquido rojo vital a los más débiles, para después, saciados y con manchas de sangre alrededor de sus bocas, abandonar tranquilamente el pueblo, dejando atrás una masacre.
Uno de los "Otros" se levanta de su silla, de pie aquel señor de la noche mide más de dos metros de altura.
Empieza a recitar en voz muy baja, casi un susurro, palabras prohibidas en una lengua antigua que nadie conoce.
Mientras las autoridades del pueblo cierran los ojos, esperando olvidar la vergüenza.
El "Otro" alarga una mano con dedos elongados al centro de la mesa, toma un cuchillo tallado de un hueso y gira hacia el prisionero.
El monstruo, caminando ligeramente, flotando sobre la hierba alta, se acerca a él, le coge del cabello y levanta su cabeza, mientras dice la oración:
Salve Satanas, Salve Satanas, Salve Satanas
In nomine dei nostri satanas luciferi excelsi
Potemtum tuo mondi de Inferno, et non potest Lucifer Imperor
Rex maximus, dud ponticius glorificamus et in modos copulum
adoramus te
Satan omnipotens in nostri mondi.
Domini agimas Iesus nasareno rex ienoudorum
In nostri terra Satan imperum in vita Lucifer ominus fortibus
Obsenum corporis dei nostri satana prontem
Reinus Glorius en in Terra eregius
Luciferi Imperator omnipotens
Salve Satanas, Salve Satanas, Salve Satanas.
Antes de continuar el ritual, el vampiro mira a los hombres, quienes mantienen la cabeza baja sabiendo como continúa el espectáculo.
El nosferatu levanta el cuchillo, sosteniendo el filo contra la garganta del cautivo y con una voz gutural, horrible, que parece ser emitida no de la garganta sino de las entrañas del verdugo, pronuncia el juramento que sella la ceremonia:
"Tomad y bebed todos de él, pues este es el cáliz de su sangre, sangre de la alianza renovada y eterna, que es derramada por vosotros para el perdón de vuestra existencia... haced esto en conmemoración de nuestro Pacto".
El arma ósea desgarra la piel, el prisionero intenta gritar pero su voz se ahoga en la sangre que es expulsada desde su garganta.
El líquido rojo comienza a llenar una tras otra las copas de oro, que son llevadas por dos de aquellos monstruos y repartidas entre todos los presentes.
Al final, cuando el desdichado hombre ha dejado de respirar y de convulsionarse, los veinticuatro cálices contienen una parte de la sangre que hasta hacía un momento pertenecía al sacrificado.
Los vampiros beben de las copas como si hubieran pasado días en el desierto, unos colmillos afilados se asoman de sus bocas al abrirlas para tragar la sangre de sus copas.
Los hombres horrorizados pero sometidos al ritual, beben con asco la sangre de su desdichado vecino.
La sangre es bebida por todos ellos hasta apurar las copas, algunos hombres comienzan a llorar al terminar aquella eucaristía prohibida.
Maldecirán por siempre cada vez que recuerden esos momentos y volverán a sus casas incapaces de mirar a sus familias a la cara.
Nadie hablará de ello, pero habrán cumplido con su deber de proteger el pueblo.
Una ráfaga de viento recorre el lugar, el batir de alas se escucha mientras los monstruos se elevan en dirección a la luna.
Los "Otros" se alejan. Todo ha terminado, por otro año más el pueblo estará a salvo de aquellos demonios sedientos de vida.
Hasta el próximo año.
 

domingo, 21 de enero de 2018

Comida en Pizzeria L´Etrusco


Situado en Castellón, en el número 50 de la calle Santa Bárbara es el primer restaurante que la familia Burroni levantó en la ciudad. Acogedor, con carácter y tradicional. De su horno salen las auténticas pizzas italianas, sus especialidades como los Cannelloni Etrusco o los platos al horno al estilo tradicional napolitano como la Spaghetti alla Pescatora.



Hoy celebramos una comida familiar y para abrir boca compartimos una Piadina (Pan de Pizza)
recién horneada para acompañar una Tabla Mixta (Jamón, Quesos, Patés y Fiambres).

 
Luego los comensales como platos principales se decantan por:
Pizza Carnicoa (Cebolla, Carne, Jamón York).
 
Raviolis rellenos de Boletus con Salsa de Roquefort y Setas.
 
Medaglioni Etruschi ( Medallones de Solomillo flambeados con brandy y nata).
 
 
Scaloppine al Cacio (Escalopines con Salsa de Quesos).
 
Spaghetti Alla Pescatora (con Pulpo, Mejillones, Gambas y Almejas).

Terminando la una vez más estupenda comida, con unos cafés

martes, 16 de enero de 2018

Cocina de Euskadi: I - Chipirones a lo Pelayo


En la zona de Getaria se prepara un plato al que llaman “Chipirones a lo Pelayo”,  que algunos/as reconoceréis como chipirones encebollados. Cuentan que el nombre les viene de que fue en la “Fonda Bar Pelayo” de esta preciosa localidad costera guipuzcoana donde Pelayo Manterola y su esposa, Teresa Irure, prepararon por primera vez –hace ya casi un siglo– esta deliciosa y sencilla receta que, con el tiempo ha pasado a convertirse en todo un clásico y, al mismo tiempo, en alternativa a los paradigmáticos Chipirones en su tinta; cumbre y bandera de la cocina tradicional vasca. Al parecer, la pesca de este cefalópodo estaba produciendo tan buenos resultados, que los habituales del lugar se aburrían de comerlos una y otra vez guisados en su propia tinta. Así que a don Pelayo y a doña Teresa se les ocurrió prepararlos pochados con cebolla, pimiento y un poco de txakolí de la tierra. El resultado debió ser tan del agrado del personal que pasó rápidamente al recetario del bar, del lugar y, finalmente, a todas las buenas mesas.

Ingredientes (para 2 personas):

– 1/2 kg. de chipirones pequeños (en mi caso 10 piezas)
– 3 ó 4 cebolletas grandes
– 3 ó 4 pimientos verdes
– 1 guindilla
Para el relleno:
– 1 cebolleta grande
– 1 pimiento verde
– 1 huevo cocido picado
– un poquito de jamón serrano picadito muy fino
– 1 vasito de Txakolí o vino blanco seco

Manos a la obra:

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Lo más laborioso de este sencillo plato es limpiar los chipirones: hay que quitar la “pluma” que hace de esqueleto y tirar de la cabeza con cuidado para sacar todo el interior, separar los brazos, los tentáculos y la pieza con forma de lengua (sifón) que tiene pegada a la cabeza, desechando todo lo demás. Si veis que la tinta merece la pena, podéis separarla también y congelarla para otras preparaciones como un arroz negro o para otros chipirones que hagáis en su tinta. Hay quien no le quita la telilla rojiza que los cubre. Yo sí lo hice, también les di la vuelta, una vez vacíos, para limpiarlos bien por dentro (a veces tienen arena). Las aletas las dejamos en el cuerpo. Una vez limpios los reservamos en el frigorífico, junto con los brazos, los tentáculos y los sifones.


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A continuación cortamos la cebolla y los pimientos en juliana muy fina y los ponemos a pochar en una cazuela con aceite de oliva virgen y un poco de sal. Inicialmente, durante unos cinco minutos, pondremos el fuego fuerte para que la cebolla coja un color dorado, removiendo y teniendo cuidado de que no se nos queme; después bajaremos la intensidad del calor al mínimo y dejaremos que se haga durante una hora y media o dos con la cazuela tapada.

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Mientras se pochan la cebolla y el pimiento, pasamos a hacer el relleno de los chipirones, para lo que picamos más cebolla y pimiento, esta vez en trocitos muy pequeños, y los pochamos en una sartén con aceite de oliva y sal. Entretanto cortaremos los brazos, tentáculos y sifones, también en trocitos pequeños, para incorporarlos a la sartén, donde tendremos ya pochados la cebolla y el pimiento verde. Subimos la intensidad del fuego y añadimos el vasito de manzanilla. Esperamos que se evapore el alcohol, incorporamos el jamón y huevo duro picado y apartamos del fuego para proceder al relleno de los chipirones con esta farsa, para lo cual utilizaremos una cucharilla de postre y unos palillos de madera para así cerrar el chipiron y no se salga el relleno.

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Una vez rellenos todos los chipirones, los pasaremos por una plancha/sartén muy caliente, en tandas de cuatro o cinco, antes de incorporarlos a la cazuela que contiene esa maravilla de cebolla y pimiento bien pochados, les damos un golpe de calor durante unos cinco minutos y ya tenemos nuestros “Chipirones a lo Pelayo” listos para reposar hasta el día siguiente, pues este es un guiso de los que requiere reposo. ¡Vale la pena esperar al día siguiente para degustarlos!

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Antes de servir los calentaremos un poco y presentaremos los calamares sobre una cama de la salsa de cebolla y pimiento.

domingo, 14 de enero de 2018

Almuerzo en El Perrico


Nuevo almuerzo dominical para inaugurar el nuevo año. El lugar elegido para la cita, todo un clásico de los almuerzos, El Perrico, en el Camino Serradal.


 
 
 

Compartimos dos platos de unos excelentes Callos, con un sentido picante muy de nuestro agrado,  y caen dos cestas de un crujiente pan recién hecho para mojar la estupenda salsa de los Callos y untar el Allioli casero que nos sirven.


Luego nos decidimos unos por Conejo a la Brasa y otros por una excelente Sepia acompañada de Huevo Frito y Pimientos Verdes Fritos.

 
 

Terminando con unos Carajillos y unos Chupitos. Y recordad, los que no vinieron ellos se lo perdieron...

Cuentos Malditos I

Queridos amigos y seguidores del blog, comparto con vosotros los relatos que aparecen en
Cuentos Malditos  y que iremos publicando en sucesivas entregas.
Cuentos Malditos, participó en el Premio de Novela Operación Tagus 2016 - 2017, junto a casi 300 obras más. Llegó hasta la tercera fase, siendo la vigésima obra más votada.
 
                                                                       El Condenado
Según dicen, se encuentra escrito en el Libro de los Antiguos, que entre los restos áridos de un antiguo río, un hombre extrae una gota de agua de la arena, intentando en vano saciar su sed.
El desdichado camina por los siglos, condenado por un rey cruel a vagar con sed eterna, cometió el pecado de amar a una mujer ajena.
Khala, de rostro hermoso y cuerpo lascivo, esposa del Rey Elam, conquistó el corazón del hombre y con ello le sentenció al exilio eterno.
Besos secretos, caricias disimuladas y ocultas pasiones se sucedieron en el dormitorio de ella, mientras el rey dormía el sueño profundo producido por la narcotizante pócima que ella, noche tras noche, vertía en su copa de vino.
Durante muchas lunas mancillaron juntos el lecho del rey, hasta que  las dudas y las sospechas comenzaron a nidar en el corazón del monarca.
Khala, rostro de niña, cuerpo de mujer y maneras de cortesana, condenó a su amante a los pies del marido para que no se supiera de su amorío.
Hincó las rodillas ante el monarca y acusó al hombre de acoso e insinuaciones impropias.
Kasim, con la ingenuidad de un corazón enamorado, cerró los labios y calló para siempre para no dañarla.
El amante escuchó la sentencia del ofendido rey:
– El agua huirá a tu paso. Cuando puedas beber, lo harás sin saciar la sed, que día a día, ira creciendo en ti. Desearás que te llegue la muerte, más no perecerás por ello.
Palabras malditas, ese fue el único equipaje del amante, rumbo al exilio en el cercano desierto.
Allí junto con la sed sin fin, el rencor creció.
Caminó bajo la tierra hirviente que quemaba sus sandalias, el sol desnudo hizo que ardiera su piel, mientras buscaba la sombra escasa de un incierto oasis que le aliviara.
De un espejismo bebió la arena, mientras recordaba a la pérfida mujer de rostro hermoso y alma vil.
El hombre descubrió que se puede llorar con los ojos resecos, aunque no te queden lágrimas, hasta quedar ciego.
El desierto se bebió de su boca los agrietados labios, como castigándolo por haberlos cerrado.
El sol abrasó su piel y la cubrió de llagas, quemó su rostro e hizo que cayera su pelo.
Con la boca seca, la piel quemada y el corazón encendido de rabia, invocó a los dioses del desierto clamando misericordia y venganza, ofreciendo su sangre y su alma como pago.
Los dioses escucharon sus lamentos y sus plegarias, las dunas se abrieron y le enviaron a los chacales.
Estos se abalanzaron violentos sobre el consumido cuerpo del hombre. Lenguas corrosivas lamieron sus heridas y envenenaron su sangre, sus mordiscos salvajes destrozaron la quemada carne y el desierto ávido y sediento tragó su sangre.
Se levantó de la tierra, convertido en una figura inhumana de ojos vacíos, se puso en marcha en pos de su venganza, renacido en una criatura sin nombre, aunque los escritos le llamaron muerto viviente.
Caminó incansable día y noche seguido por aquellas bestias sin alma y sin misericordia. Gigantescos gusanos de la arena, mandados por los dioses del desierto, le seguían también en su peregrinar.
Caminó hasta los bordes de la ciudad donde nació en su vida pasada.
Allí lanzó un grito de dolor, que dicen, aunque nadie sobrevivió para contarlo, consiguió que se helara la sangre en las venas de sus habitantes.
Una inmensa tormenta de arena se desató a su voz, enterrando las casas. A su mandato las bestias devoraron a la gente, regando de rojo las dunas sedientas.
El que antaño fuera hombre, anduvo entre las calles y cosechó las vidas de todo el que halló. Siguió su rumbo por el desierto asolando los pueblos del reino de Elam, tiñó de sangre el camino hasta el palacio del rey y preparó a sus chacales para un nuevo festín.
El Rey Elam lloró sincero la muerte de su pueblo, pero sus lágrimas no paliaron la sed de venganza del desierto.
Un viento maldito se levantó y las dunas violentas invocadas por el muerto viviente rompieron contra los muros de piedra del palacio, derribándolos y hundiéndolos bajo las arenas.
Con el palacio casi sumergido bajo la arena, el rey no tuvo poder contra el desierto. De las entrañas de las dunas, salieron arrastrándose los gigantescos gusanos de la arena que devoraron a príncipes y cortesanos, a vasallos y señores.
El rey peleó sin esperanza, mientras cientos y cientos de chacales surgían del desierto devorando a sus generales y soldados.
Cuando hubo caído el último de sus hombres, el Rey Elam arrojó la espada e hincó la rodilla, alzó sus brazos, suplicando el perdón a los dioses del desierto.
Las dunas se abrieron reclamando su sangre y arenas movedizas engulleron su cuerpo.
El Rey Elam quiso asirse a la arena que escapó de sus dedos, agitó las manos y trató de aferrarse a ella, hasta que desapareció por completo.
Una vez muerto el rey, el desierto escupió sus restos desecados para comida de los buitres que sobrevolaban el lugar, esperando su parte del festín.
Khala, prometida desde su infancia y entregada al rey siendo apenas una niña, primero concubina, luego reina y después ramera, se arrodilló suplicando al hombre.
Pese al asco, que su aspecto le producía, sollozó arrepentida pidiendo clemencia en nombre de su amor pasado.
Le juró amor eterno para salvar su vida y rasgó el vestido que la cubría, para mostrarle el incipiente embarazo que tenía e imploró por el vástago de Kasim que decía, llevaba en su vientre.
Pero él no tenía ojos que vieran, ni oídos que oyeran, ni corazón que sintiera. Sólo le quedaba la rabia y su deseo de venganza.
Khala, la reina maldita, la que trajo la desgracia a su rey y a su pueblo, fue engullida por las arenas del desierto.
Cuenta la leyenda, aunque no se si creerlo, que algunos días si alguien fija la vista en el desierto, puede ver a los lejos cuando el viento levanta la arena de las dunas, al que antes fuera hombre y ahora es un muerto viviente, caminar bajo el sol seguido por los chacales.

                                                                     El Guardián
Los pasos resonaban sobre los charcos del suelo adoquinado.
El aliento de Laura, convertido en vaho, se mezclaba con el frío de la noche.
El corazón le latía con furia, amenazando con salir de su pecho.
Corría bajo una luna plateada casi oculta por un espeso manto de nubes.
No corría por el placer de hacerlo, Laura huía. Huía de algo que le había helado la sangre, de lo más aterrador que había visto en sus trece años de edad.
Todo había empezado con una estúpida apuesta, la típica estupidez que solían hacer en su pandilla de amigos para demostrar lo valientes que eran.
Ella era una chica y por tanto ninguno de sus amigos confiaba en que fuera capaz de entrar en la tienda, pero Laura estaba dispuesta a demostrarles lo contrario. Incluso al idiota de Ramón, que siempre se burlaba de ella, le costó un puñetazo más que merecido.
Lo cierto es que todo el mundo en "La Puebla del Álamo", en su pueblo, conocía la vieja tienda de antigüedades.
Llevaba décadas abandonada y su dueño, pese a que seguía colgado en su parte delantera el letrero de la agencia inmobiliaria, hacía tiempo que había perdido la esperanza de vender, o al menos alquilar el local.
En su interior decían que se encontraban objetos tan raros y valiosos que podían venderse sin dificultad a cualquier coleccionista por varios miles de euros.
Según contaba la gente mayor del pueblo, tras la muerte de su dueño, todo aquel que se había interesado por adquirir el local había desaparecido e incluso un anticuario que había llegado de la ciudad para volver a abrir la tienda, apareció degollado una mañana en medio de la calle Mayor.
Nadie cruzaba la puerta de la tienda, nadie había intentado entrar a robar, incluso la gente del pueblo cambiaba de acera al pasar junto a ella.
¿Cuál era el motivo?, simple sentido común.
La tienda estaba envuelta en una leyenda que hablaba de un extraño ser que dormitaba en su interior cuidando de las antigüedades, y los habitantes del pueblo eran extremadamente supersticiosos y temerosos para dudar de ello.
El ser, al que todo el mundo llamaba El Guardián, contaban a los niños los mayores, que había hecho desaparecer a varios hombres y mujeres.
Laura y sus amigos se reunieron frente al local. Paula, su mejor amiga, junto con las otras chicas de la pandilla intentaron hacerla desistir, pero ella estaba dispuesta a seguir con la apuesta.
La apuesta consistía en entrar en la tienda y robar una antigüedad o un objeto de valor para demostrar su valía al resto del grupo.
Pablo, el hijo del dueño de la inmobiliaria, le entregó la vieja llave de hierro de la puerta de la entrada que le había arrebatado a su padre y una linterna.
Se acercó hasta la puerta del local, sujetó el pomo de la puerta y se volvió echando una última mirada a sus amigos que le animaban a que entrara.
Suspiró y notó cómo el corazón se le aceleraba cada vez más, finalmente giró la vieja llave y la puerta se abrió fácilmente, pese al tiempo que llevaba cerrada.
El anticuario había sido un hombre huraño, muy pálido, de constitución delgada, pómulos afilados y sin pelo en su ovalada cabeza, era ya un anciano cuando los padres de Laura y los demás niños corrían por delante de la tienda.
Dicen que padecía del corazón, y un infarto fue la causa de la muerte que certificó el médico del pueblo el día que falleció.
Luego se fue tejiendo aquella leyenda sobre el guardián que cuidaba la tienda, aquella superstición condujo a un miedo general y sirvió para que durante mucho tiempo, los grupos de críos insolentes se lo pensaran mejor el entrar en aquel lugar.
Pero, por supuesto, aquello no sirvió con Laura que siguió empujando la puerta, haciendo que la campanilla golpeara la madera de la puerta, resonando con un eco en aquel lugar.
Cerró la puerta tras ella mientras dirigía el foco de la linterna por todos los rincones.
El tiempo se detuvo, dejando de tener significado para Laura.
En el exterior para sus amigos, el tiempo pasaba rápidamente y se acercaba la hora de volver a sus casas, a la vez que la lluvia comenzaba a caer con fuerza en las desiertas calles.
Paula le llamaba constantemente al móvil para que saliera, pero Laura lo tenía en silencio en el bolsillo y ensimismada no notaba la vibración del aparato.
Aquel lugar era sencillamente asombroso, podían hallarse multitud de objetos: armaduras de la Edad Media, escudos vikingos, yelmos de cobre, espadas en sus vainas, jarrones chinos de la dinastía Ming, joyas de gran valor, libros de ediciones antiguas primorosamente encuadernados.
En los estantes reposaban frascos y botellas conteniendo todo tipo de cosas, algunos animales disecados nadando en líquidos, como lagartos, sapos, ranas, serpientes y escorpiones.
Además habían dedos, ojos y otras partes de la anatomía humana conservadas en formol.
También se hallaban recipientes con hierbas y flores secas.
Hacía tanto tiempo que la tienda estaba abandonada que había varios dedos de polvo y algunas telarañas.
Pero sin embargo a Laura le llamó la atención que el polvo parecía esquivar las antigüedades y
los objetos de mayor valor, los cuales relucían como si recientemente hubieran sido frotados con un paño.
La tienda era más grande de lo que parecía desde el exterior, Laura la recorría con mucho cuidado para no chocar con ninguno de los cientos de objetos que allí había, evitando que cayeran al suelo y se rompieran.
Tuvo especial cuidado de no golpear al pasar un enorme gong de bronce que podría haber hecho un gran estruendo de haber caído al suelo.
La admiración que todas aquellas maravillas le provocaban hacía que el miedo que había sentido al principio se disipara y que no se diera cuenta del tiempo que llevaba allí dentro.
Su pandilla se había marchado. Laura era hija de padres divorciados y su madre estaba trabajando en el turno de noche de la fábrica, por lo que nadie notaría su ausencia en casa.
Ahora sólo una pregunta se repetía en su cabeza, ¿Qué debería llevarse? Miró por todas partes, buscando algo que le llamara la atención, pero todo lo que veía le gustaba.
Y allí, como si se propusiera despejar todas sus dudas, Laura vio un antiguo cofre negro abierto, donde una esfera de cristal descansaba sobre una superficie acolchada de color granate.
La niña se acercó. La esfera de cristal transparente resplandecía con un brillante color azul, iluminando la habitación como si fuese un faro.
Acercó las manos al cofre para cerrarlo y llevárselo, pero no podía cerrarlo, una extraña fuerza se lo impedía.
La puerta de la tienda se abrió de repente golpeando de un modo seco en la pared, haciendo que esta resonara, impulsada por el fuerte viento que se había levantado repentinamente.
Laura se detuvo sobresaltada, luego cogió la esfera para guardarla en el bolsillo de su cazadora. Cuando la esfera estuvo metida en su bolsillo el resplandor azul se apagó. El brillo de los objetos que la rodeaban desapareció.
Se hizo la oscuridad, solo rota por el haz de su linterna.
Mientras en el exterior un viento diabólico se levantaba y penetraba en la tienda.
Laura no entendía nada, no sabía que estaba ocurriendo, sólo sabía una cosa, que fuera lo que fuese, era hora de marcharse de allí.
De pronto, frente a ella, el viento se convirtió en un remolino, de este surgió un oscuro abismo.
Laura permanecía paralizada en el mismo sitio, aunque su mente le ordenaba salir corriendo, sus pies permanecían quietos incapaces de obedecer. Estaba aterrada.
La sangre se le heló. Desde la lejanía de aquel profundo agujero se estaba acercando un hombre, un extraño hombre calvo, de pómulos afilados.
Laura empezó a temblar, el hombre le miraba con unos ojos que en realidad eran dos cuencas vacías.
El anciano, al que Laura identificó como al anticuario por alguna vieja foto que había visto en el pueblo, salió por completo del abismo, se quedó de pie y miró a la chica con aquellos ojos vacíos.
Su cuerpo estaba cubierto por una túnica de color morado con signos astrológicos y extrañas inscripciones de idiomas prohibidos bordadas en ella. Sus dedos eran desproporcionadamente largos y sus uñas largas y afiladas.
Movía la cabeza como si husmeara el aire y miraba a su alrededor.
La mirada del anciano se quedó fija en el cofre vacío y la boca del anticuario se abrió para emitir un grito lleno de furia y de un dolor inhumano que rompió el silencio de la tienda.
El anciano, que en realidad era El Guardián de la tienda, empezó a flotar en el aire detrás de Laura, que abandonó el lugar y corría por la calle intentando huir.
Pero era inútil, como otras veces había ocurrido, El Guardián arrastró a la ladrona de antigüedades a lo más profundo del abismo en el que él vivía y esperó al próximo osado que entrara en la tienda.
A la mañana siguiente en la población de "La Puebla del Álamo", los vecinos que no se hallaban ocupados en arreglar los tejados rotos de algunas casas o en apartar los árboles caídos por el terrible viento de la noche anterior, ayudaban a la Guardia Civil en la batida de búsqueda de la muchacha desaparecida.
También participaban en la búsqueda sus amigos, que callaban y habían jurado guardar el secreto para siempre, a sabiendas que Laura nunca aparecería, como les había ocurrido a todos los otros que se habían atrevido a entrar en la tienda de antigüedades.

                                                                   El Rey Púrpura
Los embajadores de los dos reyes inmortales, decidieron llevar el combate hasta las lejanas e inhóspitas tierras del sur, allí donde el calor moraba de manera perenne en los cuerpos de los hombres, implacable e inmisericorde.
Las montañas, ocultas entre brumas, servirían de escenario para la esperada Batalla de los Cinco Soles, la batalla escrita con sangre de doncellas vírgenes en el Libro de los Augurios de Los Eternos.
El ejército vencedor obtendría la honrosa responsabilidad de ser el Guardián del Portal, el único dueño del Ojo Cósmico, del ojo que todo lo ve, abierto una sola vez durante la última centuria.
El ejército púrpura abandonó la capital de su reino entre los vítores de miles de sus seguidores, mientras a su paso sonaban los acordes de las fanfarrias.
Atravesó el Puente de la Eterna Noche. La nieve se colaba entre las uñas de las patas de sus caballos, que bufaban y relinchaban intentando espantar el frío, formando a su paso huellas que borraría el Viento del Norte, hasta que sólo las cumbres de nieves perpetuas fueron testigo de su paso.
El Rey Púrpura cabalgaba mirando al cielo de vez en cuando y observando la brillante luna, el único vestigio vivo, que parecía mirarles como un ojo desde el infinito, mientras tomaban el rumbo contrario al camino de las estrellas.
Cinco días después las hordas de soldados, luciendo estandartes carmesí, desfilaban sin tregua entre los páramos desérticos del Sur, cubriendo la desolada superficie con la sombra bélica de sus pasos.
Galopaban orgullosos los jinetes en sus engalanados corceles, los infantes a pie blandían sus espadas y lanzas forjadas en duro metal.
Llegaron hasta el lugar de la batalla y las tropas montaron sus tiendas en un extremo del desfiladero, sabedores que al otro lado de este, las tropas escarlatas hacían lo mismo.
En su tienda, Arthus, el Rey Púrpura, revisaba con sus generales la estrategia, el plan de guerra a seguir, moldeado desde tiempos sin memoria.
Con la caída de la noche y mientras los soldados dormían, las brujas y magos que les acompañaban comenzaron sus ritos prohibidos, solicitando la ayuda y la protección de demonios y de antiguos.
Con las primeras luces del alba ambos ejércitos se alineaban en el estrecho desfiladero, frente a frente estandartes púrpuras y banderas escarlatas.
Los lanceros tocaban al unísono el suelo con sus lanzas y los soldados golpeaban rítmicamente sus escudos con las espadas, para amedrentar al enemigo.
Finalmente el portal apareció en el firmamento, abriendo su boca de forma ovalada, esperando, aguardando pacientemente al vencedor.
Era el momento, por fin los generales púrpura y escarlata recibieron la orden de sus reyes y los dos ejércitos corrieron al encuentro de su enemigo dando fuertes alaridos.
Los estruendos de la batalla resonaron hasta en el último rincón del planeta.
Miles de destellos escarlatas se entremezclaron con los embates púrpuras, adornando el cielo, mientras los ataques se sucedían por todas partes.
En poco tiempo la sangre tiñó el polvoriento desfiladero, el silbar de las flechas cruzando el aire se entremezcló con los gritos de ánimo de los capitanes y los lamentos de los heridos.
En medio del fragor de la batalla, los ojos del Rey Púrpura vislumbraron a lo lejos el imponente hueco que se producía entre las filas del Rey Escarlata, justo cuando sus tropas protagonizaban la siguiente ofensiva.
Soñó con la victoria, anhelando la derrota del adversario, ignorante que era un ardid del enemigo.
En ese momento las paredes del desfiladero parecieron abrirse y de ellas salieron cientos de jinetes que permanecían ocultos, cayendo sobre las tropas púrpura que se habían adentrado imprudentes en la brecha de las líneas enemigas.
Los regimientos púrpuras fueron aniquilados, esfumándose entre la arena como el vapor de las lágrimas.
Inmediatamente, el Rey Púrpura supo que su destino no sería caminar hacia la puerta milenaria, sino caer en la condena del olvido.
El desenlace de la batalla estaba claro, lo mismo que el destino del Rey Púrpura.
Poco después, entre los vítores de las tropas escarlata que agitaban sus armas y banderas, la figura luminosa del rey vencedor fue elevándose poco a poco entre los escombros de la contienda y se dirigió hacia el portal donde fue engullido por la ventisca que emanaba de las entrañas de la abertura.
Múltiples universos pasaron alrededor del Rey Escarlata, desfilando vertiginosamente, dando la bienvenida al nuevo Guardián del Portal, el único dueño del Ojo Cósmico.
El ejército púrpura derrotado y maltrecho, recoge a sus heridos y emprende el pesado camino de vuelta hasta su reino.
El Rey Púrpura lleva consigo el estigma de la vergüenza y de la derrota, pero se consuela pensando que dentro de cien años tendrá una nueva oportunidad de ser el Guardián del Portal, el único dueño del Ojo Cósmico.