domingo, 17 de septiembre de 2017

Otro relato de Infeczión

Continuamos nuestro repaso a los distintos relatos que formaran parte de Infeczión, hoy
lo hacemos con el titulado: París mon amour.
 
Michel Giraud era un aplicado estudiante de Arte y Arqueología en la Universidad de
París-Sorbonne.
Tenía una novia, Juliette Landreau, estudiante de su misma clase, con la que
pensaba irse a vivir algún día.
La expansión de la gripe, había traído la suspensión de las clases en la capital francesa
y desde el comienzo del toque de queda en la ciudad no habían vuelto a verse.
Quedaron en encontrarse una mañana, pero la llegada a París del hermano de ella, que era
paracaidista y había sido destinado a la capital dentro del operativo militar de protección,
impidió a su novia acudir a la cita, por acompañar a sus padres a ver a su hermano.
Después llegó el caos en las calles, los hospitales colapsados, los saqueos a los
supermercados, los soldados y las fuerzas de seguridad disparando a los enfermos
convertidos en muertos vivientes.
Por eso decidió ir a verla a su casa. El problema era que ahora Michel no se acordaba de
ello, realmente no se acordaba de nada, porque Michel era un infectado y ahora caminaba
tambaleante, convertido en uno más de aquellos desdichados seres, por las calles de
París.
Si un médico hubiera examinado en aquellos momentos el cerebro de Michel mediante un
escáner o un TAC, habría comprobado que toda la actividad de las neuronas tenía lugar
en el tallo encefálico y el cerebelo, la parte más básica y primitiva del cerebro, en el
llamado cerebro reptiliano.
El cerebro reptiliano o primitivo, es el básico o el instintivo en el ser humano, este cerebro
no tiene capacidad de pensar, ni de sentir; su función es la de actuar, cuando el estado del organismo así lo demanda.
Un cerebro funcional, territorial, responsable de conservar la vida, no piensa ni siente emociones, es pura impulsividad y es capaz de cometer las mayores atrocidades.
Michel no podía hablar ni razonar, pero si era capaz de experimentar emociones primarias
como eran el hambre, la excitación o el odio.
Un odio y un apetito feroz cuando veía una persona humana, las pocas horas que llevaba
convertido en una de aquellas abominables criaturas le habían impedido hasta ahora
poder saciar su hambre de carne humana.
Unas horas antes, había dejado su piso de estudiante que compartía con otros tres
estudiantes, para dirigirse a la casa de los padres de Juliette. Había algo más de 4 Km. de
distancia hasta su casa y los autobuses no funcionaban, tampoco el R.E.R. y el Metro,
pero no le preocupaba era un excelente deportista y a paso rápido estaría allí en menos
de una hora.
La gente que había por las calles caminaba rápido y sin detenerse, los pocos comercios
que permanecían abiertos cerraban sus puertas por el miedo y por la falta de clientela.
Las miradas inquisitivas de los miembros de la Police Nationale le hacían acelerar el
paso o dar la vuelta a una calle para esquivarles, por miedo a que le devolvieran a su
casa al acercarse la hora del toque de queda.
La fina lluvia que empezaba a caer hizo que se colocara la capucha de la sudadera y para
no encontrarse de frente con un grupo de militares se metió por una estrecha calle dando
un rodeo.
Poco más adelante al girar una esquina, sintió como una mano le cogía de la pierna
haciéndole caer al suelo, aterrorizado vio como una de aquellas criaturas se abalanzaba
sobre él. Mientras se levantaba a toda prisa y antes de que pudiera evitarlo sintió un
lacerante dolor en el muslo, le había mordido y le había arrancado un trozo de carne.
Apoyando con fuerza la espalda en la pared más próxima y dándose impulso con las dos
piernas a la vez, impacto en el pecho de aquel ser, proyectándolo hacia atrás con todas
sus fuerzas.
En el puntiagudo barrote de una destruida verja de hierro quedo empalado el no muerto,
sin posibilidad de soltarse, con su cuerpo atravesado por el abdomen.
Michel, aunque sabía que el mordisco le había condenado a muerte, siguió andando y
arrastrando la pierna mientras la sangre que fluía de la herida iba empapando la acera,
cuando no pudo más se dejo caer en el suelo sudoroso y agotado, sentía como se le iba
la vida.
Allí en medio de un callejón sin nombre, lloraba en silencio y mientras las lágrimas fluían
por sus mejillas, su último pensamiento era para su amada Juliette.
Sabía que estaba perdido y que iba a morir desangrado, aunque igualmente lo hubiera
hecho por la infección producida por el mordisco y que ahora corría por todo el torrente
sanguíneo.
Unas horas más tarde ya había caído la noche en la capital parisina y Michel se levantó,
en el suelo junto a la pared donde estaba apoyado había un gran charco de sangre que
se mezclaba con la lluvia que ahora caía con más fuerza formando un pequeño riachuelo.
Michel estaba muerto y ahora formaba parte de aquellos espectros que se movían como
sombras por las desiertas calles parisinas.
No sentía nada, ni siquiera era consciente del enorme desgarro que presentaba en su muslo izquierdo producto del terrible mordisco que le había producido aquella criatura y que
había sido su pasaporte de entrada en aquel infierno que era su nueva vida.
Abandonó en su caminar a aquellos otros compañeros de pesadilla en busca de caza,
extrañamente su pasos le dirigían a las cercanías de la casa de Juliette.
Ya no sentía dolor, tampoco hablaba ni podía razonar, pero si podía oler y el aire le traía
el olor a carne fresca, a apetitosa carne humana.
Un extraño impulso le dirigía hacia ella.
Al final de aquella calle tras un parapeto de sacos de arena, se oían las risas de humanos
y hacía allí dirigió sus pasos. Si de su cerebro no hubiera desaparecido cualquier
capacidad de raciocinio, habría encontrado extraño la decena de seres como él,caídos
cerca de aquel parapeto. Si quedara algo de actividad cerebral, fuera del primitivo impulso
que le movía, se habría dado cuenta que habían sido abatidos por disparos y quizá se
hubiera dado la vuelta.
Siguió avanzando cojeando cada vez que se apoyaba con la pierna izquierda, donde tenía
el mordisco, pero ya no sentía dolor.
– Eh chicos, ahí viene otro, dijo uno de los cuatro militares con uniforme de paracaidista.
Dejaron por un momento de beber de las botellas de Ginebra que habían cogido de una
licorería, a la que habían roto los cristales un grupo de saqueadores.
– Quietos todos, ese "zombie" me toca a mi, ir preparando vuestro dinero.
El paracaidista llevó su fusil de asalto FAMAS F1 a los ojos y apunto hacía el ser que
arrastrando su pierna se acercaba a ellos.
Estaba un poco lejos y no veía su cara, oculta por la capucha de la sudadera y por la
escasa luz de la calle, pero no había duda alguna que era uno de "ellos".
Pese a estar ebrio de alcohol como el resto de sus compañeros, apuntó cuidadosamente a
la cabeza y dejó que el dedo llevara el gatillo lentamente hacía atrás, el estampido del
disparo resonó por encima de la lluvia que caía, mientras por unas décimas de segundo el
fogonazo iluminó la oscuridad.
Michel sintió cómo el pedazo de metal atravesaba la frente, fragmentándose en varios
pedazos, al penetrar en la profundidad de su cráneo.
Cayo de espaldas, mientras la oscuridad se apoderaba hasta el último rincón de su básica
existencia, después de ello, la nada.
– Otro bastardo menos, van cinco de cinco, señores vayan soltando su dinero, decía
satisfecho el tirador.
Los arrugados billetes de diez euros cambiaban rápidamente de mano, mientras los otros
tres paracaidistas protestaban, aunque a regañadientes reconocían que Eric Landreau,
era el mejor tirador de la 11ª Brigada Paracaidista con base en Balma.
 

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