martes, 1 de enero de 2019

Crucero Mortal: I Parte

 
 
 

Nota del autor: Cuando el personaje nos cuenta sus sensaciones en el presente, la letra es más grande y en cursiva. Cuando recuerda el pasado, la letra aparece más pequeña y en negrita.


* * *


Agua, agua por todas partes.
La rabia me escuece bajo la piel. Cierro los ojos, mientras intento respirar lenta y muy profundamente. Necesito tranquilizarme...
Me he quitado la camiseta y examinado el torso de mi cuerpo en busca de señales de arañazos o mordeduras, continuo con mis brazos, seguidamente me he bajado los pantalones hasta las rodillas, protagonizando una escena que en otras circunstancias hasta parecería cómica. Suspiro aliviado, ninguna herida.


* * *

Mi nombre es Nikos Katsaris, aunque en estos momentos ello ha dejado de tener la más mínima importancia

Soy o quizá debería decir era, auxiliar de cubierta en el "Sun of Hellas", un moderno barco con cerca de 1.600 pasajeros y 700 tripulantes a bordo, estaba a cargo de diferentes tareas en las zonas de cubierta, tales como informar a los pasajeros sobre la ubicación de los diversos servicios e instalaciones dentro del barco, llevar mensajes para ellos, mantener en buen uso y limpieza de sillas, tumbonas y otro material de cubierta, y colaborar en tareas generales de limpieza.

Era mi primer viaje en aquel lujoso crucero y me sentía  especialmente afortunado al comienzo del viaje por haber encontrado aquel empleo. Hasta que las cosas empezaron a torcerse.


* * *

Advierto que se mueve, siento que la goma del bote bajo mis pies se sumerge y ondula, haciendo que mi cuerpo pierda un poco el equilibrio...
Aprieto mi rostro aún más fuerte contra mis rodillas, clavándome en la piel, la incipiente barba que asoma en mi barbilla sin afeitar.
Quiero concentrar el dolor en un solo punto, mientras intento acallar mi miedo.
Las olas golpean contra el bote y se arremolinan bajo éste, moviéndome hacia el sol para después hacerlo en dirección contraria, al mismo tiempo puedo escuchar el murmullo del agua alrededor de mi minúscula isla octagonal.


* * *

Pero mejor empezar por el principio y continuar garabateando en esta libreta los extraños hechos acontecidos en esta singladura.
El lujoso crucero había partido desde el puerto de Ancona en Italia, para un viaje de siete días a las 19:00 horas, nuestro primer destino fue Venecia, donde llegamos según lo previsto el día siguiente a las 08:00 de la mañana.

Los pasajeros bajaron para visitar la ciudad de los canales, la Plaza de San Marcos y demás monumentos, hicieron sus compras y pasearon en góndola, mientras yo continué familiarizándome con mi nuevo empleo y conociendo a mis nuevos compañeros.

A las 17:00 horas abandonamos el puerto con dirección a Split en Croacia, durante la noche un número importante de pasajeros no acudió a la cena o a los diversos espectáculos que se celebraban a bordo y recurrió a los servicios médicos por lo que parecían ser síntomas de un importante resfriado o gripe.
Se contabilizaron casos también entre la tripulación. Los mismos pasajeros
comentaban la gran cantidad de enfermos que habían visto durante
la visita a Venecia.
A Split llegamos a las 08:00 de la mañana, el día fue muy ajetreado, algunos empleados permanecían acostados en sus camarotes, lo mismo que muchos de los pasajeros. Parte del pasaje prefirió pese a presentar síntomas de la enfermedad bajar a tierra y disfrutar de la visita a la ciudad.

Según se rumoreaba entre la tripulación, el capitán se había puesto en contacto con la naviera pidiendo instrucciones sobre la conveniencia de anular el viaje y regresar al puerto de origen.

Ya entonces se hablaba en las cadenas de televisión del avance de una importante epidemia de gripe que se extendía por todo el mundo.

A las 18:00 horas abandonamos el puerto croata.

El cuarto día era de navegación en alta mar, los empleados multiplicábamos nuestro trabajo para suplir a los compañeros ausentes por la enfermedad, muchas de las actividades a bordo veían reducidas la asistencia de pasajeros o eran suspendidas.

Mientras el personal médico intentaba frenar con antibióticos el desarrollo de la epidemia, la única buena noticia es que entre los primeros afectados por la gripe parecían presentar una cierta mejoría.

Quinto día de viaje, a las 09:00 de la mañana llegamos a la isla de Santorini, la hermosa Santorini, con sus edificios encalados, sus paisajes floridos y sus aguas celestes, de la que se dice que sus puestas de sol son de las más hermosas del mundo.
Para entonces el "Sun of Hellas", se había convertido en un hospital, el capitán siguiendo las órdenes de la compañía ordenó que nadie abandonara el barco y pasamos de largo dirigiéndonos a la ciudad de Salónica, mientras los directivos de la naviera negociaban con las autoridades griegas el atraque del barco en el puerto.

No se produjeron protestas entre el pasaje que no se hallaba enfermo, los pasajeros que se encontraban bien permanecían recluidos en sus camarotes y solo los abandonaban para comer, algunas almas solitarias que iban hasta alguno de los bares para tomar una copa o acercarse a los salones para ver las noticias que aparecían en televisión.

 

* * *

 
El crucero todavía se recorta contra el horizonte mientras se aleja, por mucho que lo intento no puedo evitar mirarlo fijamente.
Pequeñas y brillantes manchas de color naranja le rodean, son otros botes salvavidas con posibles supervivientes o quizá con algunos de "ellos" a bordo, también distingo cuerpos nadando que pertenecen a personas que se han lanzado al mar huyendo de aquel horror.
Empiezo a desenrollar el toldo de nailon, lo sujeto a las paredes de tela del bote y hago que se deslice sobre la barra transversal inflable que forma un arco de un lado a otro del bote.
Podría regresar, pienso. Podría intentar acercarme y ver que pasa.
Dejo de luchar con el toldo y vuelvo a cerrar los ojos con fuerza, mientras me hago un ovillo, encogiéndome sobre las rodillas.
El terror me atenaza y me impide levantarme.
– ¡No!, respondo. Mi voz retumba entre mis piernas.
Suspiro y alargo la mano por encima de la borda. Puedo notar las gotas de agua salada que salpican mis dedos.
La primera noche en el bote no consigo dormir. Permanezco sentado, con los ojos clavados en el gigantesco crucero, mientras me alejo cada vez más de él.
Sigo observando el barco, impresionado por su deslumbrante brillo, mientras ilumina la noche. Empiezo a pensar que tal vez he sido un estúpido al abandonar el crucero tan apresuradamente, disponíamos de armas por si acaso sufríamos un motín o éramos asaltados, quizá debería aproximarme y moverme en círculos alrededor del crucero para comprobar si han sido capaces de reprimir el brote.
Debería acercarme hasta los otros botes, por ver si están ocupados por supervivientes o son "infectados" los que los ocupan.
Deshecho rápidamente la idea de mi cabeza.
 
* * *

Cuando deberíamos estar visitando Mykonos, la más famosa de las islas Cícladas, un mundo de color, donde el azul cristalino del mar competía con el azul profundo del cielo.

Donde la industria pesquera de la isla se mantenía viva en las casitas de colores que bordeaban el agua, pintadas en tonos diferentes para ayudar a que los pescadores identificaran sus casas desde alta mar.
En vez de ello, nos encontrábamos en medio del mar Mediterráneo camino del puerto de Salónica, mientras a babor del crucero desde unas horas antes una fragata de la marina griega nos daba escolta.


* * *
 
A casi treinta grados durante el día, refugiado bajo el toldo del bote salvavidas, una idea ronda mi cabeza y vuelvo a mirar el barco. Es arriesgado, pero debería acercarme, por si alguien necesita ayuda.
No puedo resistir la atracción de todas aquellas luces encendidas la pasada noche. La promesa de seguridad y calor, la idea de que todo está bajo control.
Así que remo para acercarme al barco, hasta que los prismáticos me permiten ver el horror.
Hay gente por todas partes, ocupando todas las cubiertas. Corriendo. Gritando. Saltando al mar. Huyen aterrorizados, desesperados.
Veo que otros botes salvavidas se bambolean y algunos vuelcan mientras luchan en ellos, los vivos contra los muertos.
Observo un destello en una de las ventanas y fuerzo la vista con los
prismáticos para descubrir qué está pasando en el interior.
Veo una mano, cuyos dedos arañan el cristal, veo unos dientes y una boca golpeando con violencia contra la ventana una y otra vez, intentando huir desesperadamente, manchando de sangre el  cristal con cada nuevo golpe.
En mi interior tengo la certeza de que aquella cosa que me mira fijamente no es humana. Y que lo que más desea es arrancarme la carne de los huesos y desgarrar cada uno de mis músculos.
Entonces dejo que el bote se aleje de nuevo...


* * *

A medida que la bruma se fue disipando lentamente, el monte Olimpo emergió a lo lejos de manera gradual, al otro lado del golfo de Tesalónica, al mismo tiempo los azules sosegados del mar y el cielo se sacudían de encima el pálido manto que los cubría.

Ociosos buques cisterna se mecían como perezosos al aún tibio sol frente a la costa griega, mientras sus siluetas oscuras se recortaban contra el horizonte, surcado por un par de embarcaciones de menor tamaño al lado del lujoso crucero.
Apenas eran las nueve de la mañana y la ciudad de Salónica parecía querer despertarse con pereza aquella mañana de domingo, una ligera bruma plateada envolvía el puerto y las aguas opacas como el mercurio rompían plácida y silenciosamente contra el malecón.
El cielo era un lienzo inmaculado esperando ser inmortalizado por el pincel de un pintor y el aire impregnaba de sal el recién comenzado nuevo día.
Algunos grupos de jóvenes entre risas disfrutaban del primer café y el último cigarrillo antes de dar por finalizada la noche del sábado en una discoteca de moda, junto a ellos parejas de viejos que habían salido a dar su paseo matutino por el puerto o pasar la mañana del domingo pescando.
Desde el puente de mando de nuestro barco, el capitán Spiros Vassilis observaba el puerto y la ciudad al fondo con ojo entrecerrados, mientras un rictus de preocupación parecía emerger de su boca.
Mientras, yo deambulaba ocioso, libre de servicio y ocupación en aquellos momentos, esperando que llegase el ansiado permiso y desembarcar a tierra.

* * *

En el segundo día de estar en el bote, el aire es seco, y el sol abrasador sigue asfixiándome bajo el toldo cimbreante.
Se me ocurre, para no terminar con mis existencias de agua ya que no se el tiempo que puedo permanecer en el mar,  que podría lamer el sudor de mis brazos, pero es salado y tan inútil como el agua que me rodea.
Me pregunto cómo demonios se supone que ocho personas pueden
sobrevivir en aquel bote diminuto, cómo podrían soportarlo.
Ocho bolsas con provisiones rodean el interior de la balsa octagonal, una para cada posible superviviente.
No debería haber subido en este estúpido bote salvavidas, ni siquiera tendría que haberme embarcado en el maldito crucero.
La noche en la que abandoné el barco pude verles. Vi la sangre y las mordeduras. Vi la expresión en su rostros grises, vi sus ojos sin vida.
Ahora quizá no les hubiera visto, soy miope, los cristales de mis gafas tienen adherida una costra de sal.

Los cristales están tan impregnados de sal que me cuesta limpiarlos, así que a veces ya no me molesto en intentarlo y simplemente me acostumbro a verlo todo a través de una neblina blanca.
Mejor así, es un modo de aislarme de esta pesadilla.
La pereza y la desidia se han apoderado de mí, aunque de vez en cuando y no se porqué razón, sigo garabateando algunas notas en la libreta .


* * *

Muertos, hay muertos en el barco a causa de la enfermedad, nadie lo confirma oficialmente, pero el rumor se extiende entre pasajeros y tripulación.
La O.M.S. (Organización Mundial de la Salud), ha otorgado a la desconocida gripe la categoría de pandemia. La enfermedad parece haber sumido el mundo en un caos sin fin: disturbios, toques de queda, saqueos, servicios sanitarios y centros hospitalarios desbordados.
Por otra parte no solo no ha llegado el permiso para desembarcar, la fragata nos ha obligado a dejar el abrigo del puerto y permanecemos fondeados a unas millas de este mar adentro.

Esta decisión de las autoridades no ha hecho más que aumentar la histeria entre el pasaje, lo cual ha obligado al capitán a tomar la decisión de repartir armas entre los hombres de confianza que permanecen sanos.
La ley de Murphy sigue cumpliéndose inexorable: ”Cualquier situación, por mala que sea, es susceptible de empeorar”.

 

***


He podido dormir unas horas, el agotamiento me ha vencido finalmente, aunque mi sueño ha sido turbado por espantosas pesadillas en las que era devorado por aquellas criaturas.
El mar empieza a moverse agitadamente, lo cual provoca que el bote se zarandee y se sumerja por unos instantes.
Una ola se alza sobre un costado y hace que entre agua.
Continúo mirando fijamente el barco, observando el centelleo de sus luces como si nada hubiera cambiado y hasta me parece escuchar música en su salón de baile.

 ***

La fragata de la marina griega, nos obliga a alejarnos de las cercanías del puerto de Salónica, las autoridades han denegado el desembarco en todos los puertos de la nación griega y el navío de guerra nos acompaña hasta abandonar el límite de las aguas territorial helenas.

El capitán ordena dirigirnos hasta Dubrovnik en Croacia, donde casualmente estaba situada nuestra última escala antes de volver Ancona en Italia, donde finalizaba el viaje. 




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