martes, 31 de enero de 2017

Cuentos Prohibidos II - La Familia (III Parte)



La Familia (Final)
 
Alma mientras se ponían en marcha, en el rostro del chico creyó distinguir una tímida sonrisa de
agradecimiento. Era muy guapo y aunque tenía dieciocho años, cuando le vio por primera vez, le
vio tan demacrado y desvalido que pensó en que aparentaba muchos más.
— ¿Te puedo hacer una pregunta?, dijo Tom, ¿Para que llevas los brazos y piernas del "muerto
viviente" en la mochila?
— Ah ... eso, contestó ella, para comer por supuesto, luego, en casa, mi madre le dará unos
golpes para ablandar la carne, y después será más fácil de despellejar y quedará más tierna a la
hora de comer.
— ¿De verdad os coméis a los "podridos"?, respondió Tom horrorizado, pero, ¿no tenéis miedo
de infectaros?, el virus, o lo que demonios sea, esta en el interior del cuerpo. ¿Quién os
garantiza que tras comer su carne no os convirtáis en uno de ellos?
— No te preocupes, dijo Alma, la comida escasea cada vez más y no es la primera vez que nos
alimentamos con su carne. Si te muerden ellos te infectas, pero no sucede al revés y a mamá le
gusta guisar la carne, es muy buena cocinera.
— Bueno, supongo que cada uno sobrevive como puede, contestó el muchacho, al ver que
llegaban a la granja.
Cuando, tras cruzar la valla, llegaron a la puerta de la casa, ya los ladridos de Ringo, que iba
unos metros por delante, habían anunciado su llegada. La puerta se abrió y apareció la madre de Alma, limpiándose las manos en el delantal impregnado de manchas parduzcas.
— Señorita, ¿Sabes la hora que es? , Es muy tarde, dijo la madre enfadada, luego se detuvo
para observar al muchacho.
— Oh ..., dijo la madre, discúlpame lo descortés que he sido, ¿Tu eres...?
— Se llama Tom, mamá, le he encontrado en el pueblo y le he dicho que puede quedarse aquí
con nosotros.
— Por supuesto, dijo la madre, pero, pasad, no os quedéis en la puerta. Alma sabe lo mucho
que me preocupo cada vez que sale ahí fuera.
Se acercó a su hija y le rodeó la cara con ambas manos, mientras le daba un beso en la frente.
— Alma es una buena chica y muy valiente, habló Tom por vez primera, no sabe cómo les
agradezco que me acojan en su casa, espero que a su marido no le importe.
— Tranquilo, no te preocupes por eso, mi esposo y mis hijos estarán encantados. Es bueno
encontrar a más gente viva, ya hace tiempo que no vemos a nadie, dijo la madre con voz
afligida.
Un instante después su rostro se avivó y volvió a hablar con voz chillona.
— Pero qué desconsiderada soy. Debes de estar exhausto y hambriento.
La mujer esbozó una amplia sonrisa y se llevó una mano al pecho mostrando su apuro.
— Te parecerá que soy grosera, prosiguió la madre, pero acabo de limpiar la casa y estáis muy
sucios ambos. Así que mientras llegan mi marido y mis hijos puedes darte un baño si te
apetece, mi hija te llevará algo de ropa limpia de sus hermanos.
— Se lo agradezco mucho señora, no sabe lo que daría por un buen baño, gracias, contestó
Tom devolviéndole la sonrisa animadamente.
— Estupendo, entonces. Dijo la madre, guiñándole un ojo a Alma. Y yo mientras iré preparando
la cena, continuó, cogiendo la mochila de Alma y dándose la vuelta para dirigirse a la cocina.
Alma se movió con gesto desganado y miró a Tom invitándole a seguirle con un tenue arqueo de
sus cejas.
El chico comenzó a subir detrás de ella la escalera. La madera vieja de los peldaños crujía a
cada paso que daban.
Al llegar al piso de arriba, Alma se paró un momento en la penumbra del pasillo delante de una
puerta, la abrió y entraron en el cuarto de baño.
Alma pulsó el interruptor de la luz y se encendió una pequeña bombilla que estaba sobre un
pequeño espejo encima del lavabo.
— No te sorprendas, tenemos un generador de gasóleo y lo ponemos en marcha algunas horas
 al día, tendrás luz y agua caliente para darte un baño.
Seguidamente descorrió las cortinas de plástico mostrándole la bañera.
— Aquí tienes la bañera y ahí está el jabón. Voy a por algo de ropa y vuelvo.
Tom dejó correr el grifo, se desnudó y se metió en la bañera. Efectivamente el agua estaba
caliente y era una delicia.
Que suerte había tenido en encontrar a Alma, en esa casa estaría seguro, la madre parecía
amable y esperaba que el resto de la familia fueran igual. Lo único que no le parecía normal es
que comieran carne de "caminante", le costaría acostumbrarse a ello.
Por otra parte había visto desnuda a Alma y desde que había estado con la viuda Meyer, que
tenía cuarenta años y había perdido al marido en un accidente de coche el año anterior a la enfermedad, no había vuelto a acostarse con ninguna mujer. Y por lo que había visto en el estanque, ella tenía las mismas necesidades que él.
El ruido del picaporte de la puerta del cuarto de baño al abrirse, le sacó de sus pensamientos.
— ¿Has terminado?, preguntó Alma entrando en la habitación con algunas prendas de ropa y
una toalla en los brazos.
El dudó, vergonzoso, en salir de la bañera mientras ella, que había dejado la ropa encima de un
taburete, le esperaba con la toalla extendida para que envolviera su cuerpo en ella.
— ¡Vamos!, dijo ella con voz picara, ¿acaso no me has visto desnuda?, el mismo derecho tengo
ahora yo a verte sin ropa.
Tom le dio la espalda y no la vio llegar, Alma extrajo de entre la ropa de sus hermanos un
machete y lo incrustó con fuerza en la parte de atrás de su cráneo.
Tom emitió un gorjeo mientras escupía sangre por la boca y conforme caía al suelo moribundo,
Alma de un solo tajo le rebanó el cuello acabando con su vida definitivamente.
Alma se mantuvo allí parada por un momento, agradecida de que Tom no hubiese gritado, le
hubiese hecho sentir mal. Le miró con pena, sus bonitos ojos negros estaban ahora apagados
definitivamente.
Sintió lástima por el chico y reconoció sorprendida que era la primera vez que le ocurría eso,
sentir compasión por la comida.
Seguidamente, quitó la cortina de plástico y envolvió el cuerpo en ella, y lo arrastró dejándole
caer suavemente en el interior de la bañera, le costó menos esfuerzo de lo que pensaba, se
notaba que debía haber pasado privaciones y perdido peso.
Estaba bastante delgado, Era una lastima, unas cuantas libras de carne más les hubieran venido
bien.
Hacía tiempo que no comían carne fresca. Al principio de la enfermedad no hacía falta siquiera
salir de casa para atrapar a los supervivientes, llegaban atraídos por la casa en busca de un
refugio seguro y su padre y sus hermanos los cazaban como a conejos.
Luego comenzaron a escasear y se tenían que conformar con los "podridos", y a veces ni
siquiera eso, por lo que su padre y los chicos salían a cazar y volvían con cualquier tipo de animal que podían: liebres, ardillas, mapaches.
Observo el cuerpo como despidiéndose de él y sus ojos se posaron en el miembro que tenía
entre las piernas. ¡Que lastima!, pensó para si misma, tenía haberle hecho caso a Heidi y haberlo hecho con algún chico.
Alma se había dado cuenta, por el modo que la miraba, que le gustaba a Tom. Ahora al haberle
dado muerte había perdido una oportunidad de hacerlo con un chico. Esperaba algún día que se
le presentara otra oportunidad. Pero lo primero es lo primero y la familia tenía que comer.
El sol comenzaba a ocultarse en el horizonte cuando comenzó a bajar los escalones de dos en
dos dirigiéndose a la cocina, cuando recordó una frase que le había dicho él.
Era cierto, pensó Alma, cada uno sobrevive como puede.
Cuando entró en la cocina, su madre se afanaba cortando los miembros del "muerto viviente"
que ella había traído, en trozos de un tamaño adecuado para que entrasen en la olla.
— Ya esta hecho mamá, dijo Alma.
— Estupendo hija, lo siento por tu padre y hermanos cuando vengan pero hoy no podrán bañarse.
Esta noche cenaremos la carne del "caminante" y después de cenar subiré al baño y cortaré a
trozos a tu amigo, mañana para cenar haré un guisado especial con él.
— Mamá, dijo Alma relamiéndose de gusto, ¿Puedo ir ya a ver la tele?
— Claro que sí, cariño. Te lo has ganado. Pero no abuses que es malo para la vista. Espero que
no tarden mucho ya, dentro de poco se hará de noche.
Alma corrió hacia el salón y encendió la televisión. Después se hundió en el sillón dejándose
llevar por la luminiscencia blanca que emitía el aparato, hasta que media hora más tarde oyó un sonido procedente del exterior.
Una amplia sonrisa le inundó la cara al oír el silbido con el que su padre anunciaba a Ringo que
llegaban a casa. Soltó un grito de júbilo y saltó del sillón corriendo hacia la puerta, saliendo a
toda prisa de la casa.
Ya Ringo corría alegre hacía ella a buscarla, mientras se volvían a oír los silbidos de su padre.
Alma se apresuró a abrir el portón y dejó que Ringo saliera a recibirles.
Por fin estaba toda la familia en casa

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