martes, 31 de enero de 2017

Cuentos Prohibidos II: La Familia (II Parte)


                                                       
                                                       La Familia (Continuación)

Sus ojos sin vida parecían mirarles y los jirones de la ropa desgarrada estaban manchados de
sangre reseca.
Alma no le conocía, debía ser un forastero, y observó que mostraba un aspecto relativamente
fresco, estaba entero, sin miembros mutilados ni partes devoradas. Solo la palidez extrema de
su rostro y aquella mirada carente de emociones indicaban que aquel ser ya no pertenecía al
mundo de los vivos.
Posiblemente habría sido arañado o sufrido alguna pequeña herida y aunque habría conseguido
huir estaba sentenciado de muerte. Bastaba un simple rasguño provocado por uno de ellos para
que la infección penetrase en tus venas y corriera por el torrente sanguíneo para matarte y
convertirte en poco tiempo en uno de aquellos seres hambrientos de carne humana.
Ringo salió disparado de al lado de Alma y comenzó a gruñir al ser que se volvió hacia el perro,
tratando torpemente de atraparlo mientras este se movía en círculos alrededor de el.
Alma no necesito más, salto ágilmente por detrás con uno de los machetes y lo hundió con
fuerza en el cráneo del "podrido", que tras varios espasmos dejó de retorcerse pocos segundos después.
Desclavó el machete y lo volvió a hundir dos veces más en la cabeza para asegurarse de que
estuviera completamente muerto
Se cercioro de que no había peligro por las inmediaciones antes de arrastrar el cuerpo hasta una
esquina apartada, allí tras registrar los bolsillo de los pantalones comenzó a desnudar el cuerpo
de aquel desdichado.
Ahora llegaba para Alma la parte más desagradable de aquella caza, pero también con la que
conseguiría que el menú semanal de la familia se incrementara con un añadido de carne fresca
y sabrosa.
En ella el tiempo era un elemento crucial a tener muy en cuenta, así que empezó a cortar con el
machete las piernas y los brazos tal como le habían enseñado sus hermanos.
Una sangre negruzca y maloliente brotaba a borbotones del cuerpo mientras lo despezaba.
Sajó unas partes del vientre y del torso del individuo, lo enrolló todo dentro de unas bolsas de
basura y lo introdujo en la mochila, llenándola con todo el peso que podía llevar.
Pese al cuidado que había puesto se había manchado el vestido, pero eso era lo de menos,
tenía que darse prisa y abandonar el lugar, el caminar errático e imprevisible de aquellos seres les podía llevar hasta donde se encontraba
Salió de nuevo a la calle principal y se detuvo un momento oteando las inmediaciones del lugar.
Las primeras figuras tambaleantes aparecieron por el final de la calle, debían haber olido la
sangre derramada de aquel ser semejante a ellos.
Luego comenzaron a salir de entre los callejones situados entre los antiguos locales comerciales.
Alma podía escuchar sus gemidos y lamentos arrastrados por la brisa, distinguía diez o doce de
aquellas siluetas, pero sabía que vendrían muchas más.
Alma miró hacia el cielo y sonrió, aún era temprano y faltaban horas para que anocheciera, se le
había dado bien la caza y era hora de volver a casa antes de que el sol se pusiera y las sombras
avanzasen, su padre siempre le recordaba que no era nada recomendable permanecer en las
calles al anochecer.
La chica y su perro emprendieron el camino de vuelta a casa por la ruta más corta, por el camino
todos los "podridos" con los que se toparon estaban raquíticos o deshechos, la mayoría al borde
de la descomposición.
Antes de llegar a casa se acercaron hasta el estanque, Ringo no espero más y se lanzó
alegremente al agua. Alma se quitó el vestido y la ropa interior y se introdujo en el estanque, el contacto del agua fría con su piel desnuda la hizo estremecer por un instante.
Estaba deliciosa y aunque sabía que a su madre no le hacía gracia que se bañase allí, era uno
de los pocos placeres que podía permitirse. Después salió y se tumbó en la hierba dejando que
el sol que atravesaba los arboles secase su piel.
Recordaba el verano anterior a la llegada de la enfermedad cuando iba al estanque a bañarse
desnuda con Heidi.
Heidi Bloom, que era dos años mayor que Alma, había llegado a principio de curso, cuando a su
padre le trasladaron para dirigir la oficina de correos de la población.
A su madre Heidi no le hacía mucha gracia y no veía bien la incipiente amistad de las dos
chicas, en primer lugar porque su padre estaba divorciado y se comentaba en el pueblo que bebía mucho y en segundo lugar, por la propia Heidi a la que consideraba una descarada.
Aquella tarde tras haberse bañado, el sol atravesaba las ramas de los arboles y acariciaba el
rostro de Alma produciéndole un dulce sopor que le hacía cerrar los ojos.
De repente abrió los ojos sorprendida, alguien la había besado en la boca. Sus ojos se
encontraron con la mirada y la sonrisa de Heidi. Había sido su amiga. Incapaz de hacer ni decir
nada,
Alma se dejo llevar cuando Heidi la tomó de la barbilla y se acercó hasta ella volviéndola a besar.
El rubor había cubierto sus mejillas, pero asintió con la cabeza cuando Heidi le preguntó:
— ¿Te ha gustado?
Luego fue la propia Alma la que buscó la boca de su amiga para unirse en un beso más
profundo, mientras Heidi deslizaba una mano entre sus muslos.
Sintió una sensación placentera que nunca hasta entonces había experimentado y así que varios
días a la semana se veía a escondidas con Heidi, que le fue descubriendo los caminos del sexo.
Alma se sentía avergonzada, pero al mismo tiempo contaba las horas que faltaban para reunirse
con su amiga.
Una tarde Heidi le preguntó:
— Alma, ¿A ti, quien te gusta de la escuela?
Alma negaba con la cabeza, incapaz de decirle que le gustaba ella.
Heidi, reía y continuaba parloteando:
— Ya es hora que lo hagas con un chico, ¿Qué tal Toby Masters tiene coche propio y lo podéis
hacer en el asiento de atrás?, ¿Tal vez, Simon Smith, el profesor de gimnasia?, esta casado,
pero seguro que no le hace ascos a acostarse con una virgen.
Alma la miraba horrorizada, recordaba a Nellie Cooper que con solo dieciséis años había
quedado preñada de Bob Stewart y había tenido que dejar el colegio, y a la que sus padres
habían mandado a la ciudad con una tía, se decía que para evitar el escandalo en el pueblo,
pero que todos creían que era para que abortara.
— Vamos no vas a querer quedarte virgen para siempre, proseguía Heidi, algún día vas a tener
que hacerlo.
A la mente de Alma, llegaban las imágenes del Reverendo Williams subido en el pulpito de la
iglesia, señalándola con el dedo acusador y con los ojos de todos los fieles puestos en ella, al
mismo tiempo que le gritaba:
— He aquí a la ramera, mostrándonos sin vergüenza el resultado de su pecado.
Mientras ella con la cabeza agachada, se estiraba el vestido intentando ocultar su abultado vientre.
Finalmente, Alma, no pudo soportarlo más, se levanto de un salto cogió su ropa y se fue llorando.
Mientras se vestía camino de la granja, aún llegaba a sus oídos las risas de su amiga.
Nunca más volvió al estanque con Heidi y su amistad se enfrió, era el fin del verano.
Se iniciaron las clases y al poco tiempo en los noticiarios de la televisión y en los periódicos
se comenzó a hablar de una extraña epidemia en Asia, antes de que estallara la alarma en el
pueblo, su padre que había tenido un mal presagio se desplazó, para no llamar la atención de sus vecinos, a  la capital del condado y compró una gran cantidad de comida no perecedera.
El resto ya era sabido, la enfermedad se fue extendiendo llegando allí también, los muertos se
levantaron para devorar a los vivos, hasta no quedar nadie con vida excepto ella y su familia.
Ahora, al recordar a Heidi se dio cuenta de que la echaba de menos.
¿Qué habría sido de ella habría muerto devorada?¿O se habría convertido en uno de aquellos
seres errantes?. Esperaba que hubiera tenido suerte y conseguido sobrevivir.
Desde aquel día que nadie la había tocado, e incluso ella misma tampoco lo había hecho, tal
como le había enseñado su amiga.
Se miró, su cabello negro era más largo y rizado, las piel estaba muy bronceada y su cuerpo se
había estilizado, sus pechos habían crecido y el vello había crecido en su pubis y cuando se
miraba en el espejo de casa no dejaba de reconocer que tenía un bonito trasero.
Pensaba en Heidi, tan diferente a ella, con el largo cabello rubio, sus ojos de un intenso color
azul turquesa y la piel blanca como el alabastro.
Recordaba los labios carnosos de ella cuando encontraban su boca y excitada llevó su mano
derecha a su sexo al mismo que con la izquierda tocaba sus pechos.
Unos instantes después el sordo rumor de un roce en los matorrales sonó frente a ella, en el
mismo momento que el perro que dormitaba junto a ella empezó a gruñir.
— No te asustes, no voy a hacerte nada.
Habló una voz al mismo tiempo que de entre los matorrales salía un muchacho un par de años
mayor que ella.
El chico tenía la ropa desgarrada, estaba delgado y presentaba un feo hematoma en la frente,
debía haberlo pasado mal indudablemente.
— Estabas espiándome, dijo Alma cubriendo su cuerpo con el vestido y con el machete en la
mano, dispuesta a azuzar a Ringo para que le atacara.
— Discúlpame no sabía si eras uno de los muertos.
— Date la vuelta, que voy a vestirme, le ordenó Alma, relajando sus músculos.
Tras vestirse le dijo:
— Ya puedes volverte, yo soy Alma y este es Ringo, ¿Quién eres y de donde vienes?
— Me llamo Tom y vengo de muchos sitios, respondió él, la verdad es que desde esto comenzó
que llevo huyendo de los "podridos", vivía a unas doscientas millas y cuando la enfermedad llegó
a mi pueblo, entre los primeros en enfermar y morir fueron mis padres, luego se convirtieron y los
deje encerrados en una habitación de la casa, huyendo con toda la ropa, comida enlatada y
bebida embotellada que pude meter en una mochila.
De repente se le quebró la voz y a Alma le pareció ver como una lágrima resbalaba lentamente
por el ojo izquierdo del muchacho.
La chica lo miraba fijamente, aunque estaba sucio y con el pelo enmarañado, era bastante
guapo y debía andar por los dieciocho años. Tenía los ojos hundidos y cansados, pero sus pupilas eran de un intenso color negro.
Permanecieron en silencio un rato oyendo de fondo el rumor del viento, que se había levantado.
Luego Tom prosiguió, su voz sonó ausente y falta de emoción.
— Luego me junté con otros supervivientes y dejamos el pueblo y nos refugiamos en la antigua
estación de ferrocarril, ya hacía tiempo abandonada. Los primeros días los dedicamos a adecuar
y limpiar el edificio, era un lugar relativamente seguro, alejado del pueblo y de los "caminantes",
una vez que lo reforzamos se convirtió en nuestro hogar.
El muchacho hizo una breve pausa para aclararse la garganta y prosiguió su relato.
— Al principio éramos unos cuantos y poco a poco empezó a llegar más gente, de nuestro
pueblo y de otros cercanos huyendo de aquella pesadilla, todos contaban historias parecidas.
Nos enteramos que la enfermedad se había extendido a nivel mundial. Ya no funcionaba la
electricidad, no había televisión, ni Internet y solo el ejercito intentaba hacer frente en algunas
zonas a los "caminantes".
Alma miraba fijamente al chico, interesándose por su historia y sin atreverse a preguntar nada,
por no interrumpirle.
— Éramos un grupo de unas cuarenta personas, entre hombres, mujeres y niños. Nos fuimos
organizando para hacer guardias, mantener limpia la estación y semanalmente salían grupos de
hombres en busca de alimento y para efectuar reconocimientos en las poblaciones cercanas.
Cuando volvían los grupos de reconocimiento las noticias eran desoladoras, apenas podían
conseguir algo de comida enlatada y medicinas en los pueblos, por no arriesgarse en demasía
ya que estaban totalmente sus calles ocupadas por "podridos".
Tom se detuvo por un instante para tomar aire, antes de continuar.
— Así estuvimos durante más de un año. Un día cuando un grupo de cuatro hombres volvía tras
una partida de reconocimiento se encontró con un grupo numeroso de "caminantes" que cayeron
por sorpresa sobre ellos, matando y devorando a dos de los hombres. Los otros dos
consiguieron huir y volver a la estación.
Los sollozos ahogaron su voz y Alma le miró sin decir nada, aunque tampoco sabría qué decirle
para intentar consolarle.
Cuando el muchacho se recompuso, continuó con su narración.
— Y es entonces cuando sobrevino nuestra desgracia. En la refriega con los "podridos", uno de
aquellos dos hombres fue arañado o sufrió una leve mordedura, de la que no se dio cuenta su
compañero y que ocultó al resto a su llegada al refugio. Durante la noche y mientras los demás
dormíamos, se transformó en un "muerto viviente".
Alma se estremeció violentamente, como sacudida por un intenso escalofrío, presagiando lo que
iba a escuchar a continuación.
— Evidentemente atacó primero a quien tenían más cerca, yo estaba de guardia en el exterior y
probablemente eso fue lo que me salvó la vida. Cuando alguien dio la voz de alarma ya eran
varios los convertidos en el interior de la estación. Como las armas estaban en posesión de los
que estábamos de guardia, cuando alertados por los gritos accedimos al interior, la confusión y
el desorden eran terribles. La gente huía despavorida, hubo quien soltó el arma y huyó en mitad
de la noche, yo disparé mi escopeta hasta que agoté la escasa munición que tenía y salí
corriendo de allí, deteniéndome por un momento en mi puesto de guardia para recoger la
mochila con mis escasas pertenencias. Ya nunca regresé allí.
Alma se acercó y le pasó el brazo por los hombros animándole a proseguir con su historia.
— Desde entonces voy recorriendo el estado de Este a Oeste, evitando en lo posible los núcleos
urbanos infestados de "podridos" y si tengo que adentrarme en ellos busco refugio en las casas
de las afueras mucho más vacías de "ellos". Me encuentro con "muertos andantes", a veces
cerca, otras lejos, a veces solos y otras en grupos más o menos numerosos, aunque siempre
intento esquivarles ocultándome o cambiando de dirección antes de que puedan verme. Hace un
par de días que vagando sin rumbo fijo llegué hasta este pueblo, la calle comercial estaba
bastante despejada de muertos andantes, y encontré una antigua tienda libre de la presencia de
"ellos" que me pareció lo bastante segura para refugiarme para pasar la noche. El agotamiento
me tenía exhausto y apenas me quedaban fuerzas para seguir caminando, así que decidí
quedarme  allí y descansar. Me hallaba tan cansado que dormí casi todo el día, hasta que desperté sobresaltado por un ruido muy cerca de donde me encontraba. Cuando miré al exterior en aquella dirección, te vi desmembrando el cuerpo con el machete y como guardabas los trozos
en la  mochila, a continuación cuando te fuiste, marché detrás de ti, aunque te perdí un tiempo. Cuando te volví a encontrar, estabas tendida, desnuda, y creí que estabas muerta y te ibas a
convertir de un momento a otro. Pero luego te despertaste y vi como te tocabas...
Tom había bajado la cabeza avergonzado, incapaz de mirarla a los ojos.
Alma esbozó una sonrisa en sus labios antes de preguntar.
— ¿Te gustó lo que vistes?¿Te parezco guapa?
— Si, por supuesto. Perdóname pero hacía tanto tiempo que no veía una chica viva que...
— No te preocupes, dijo ella, bien tendremos que irnos a mi casa ya, esta cayendo la tarde y allí
estaremos más seguros

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