martes, 31 de enero de 2017

Cuentos Prohibidos: II - La Familia (I Parte)

Continuamos con " La Familia", otro de los relatos perteneciente a la recopilación
"Asylum y otros Cuentos Prohibidos".
Dada la extensión del relato, es bastante largo, lo subiré en tres partes.
Por cierto ya tenemos portada, como no de Juanvi Fabregat, el ganador del concurso del
cartel anunciador de las Fiestas de la Magdalena 2017.

 
 
 LA FAMILIA (COMIENZO)
 
Alma apagó el televisor harta ya de la luminiscencia blanca que le provocaba muy a menudo escozor en los ojos, ya le avisaba su madre que terminaría usando gafas.
Ya hacía casi dos años que la televisión había dejado de funcionar, lo mismo que la radio o la
electricidad, pero ella pasaba todos los días unas horas con el televisor encendido, esperando
que un día apareciera un locutor vestido con un elegante traje y que con la mejor de sus sonrisas
les dijera que la pesadilla había terminado y todo volvía a la normalidad.
Por suerte un año antes de que el mundo se fuera al traste, su padre había adquirido un
generador que funcionaba con gasoil y podían disponer de luz.
Se levantó del sillón, tenía apetito y caminó hacia la cocina con la intención de comer algo.
Su madre estaba de espaldas en el fregadero. Subía y bajaba el brazo derecho de un modo
rítmico mientras cortaba con el cuchillo un gran pedazo de carne que goteaba sangre, que resbalaba en el borde de granito de la encimera formando pequeños charcos en el suelo de la cocina.
— ¿Otra vez carne de ciervo, mamá?
La madre se volvió distraídamente y miró a Alma. Al retirarse un poco, la chica pudo ver los
trozos de carne y vísceras frescas de ciervo amontonada sobre el mostrador.
Dentro del fregadero estaba la olla recién fregada lista para la cocción.
— Ya sabes que no hay otra cosa. Tú padre quiere reservar las latas de conserva que quedan
por si nieva este invierno y no puede salir a cazar. Deberías dar gracias a Dios, muchacha,
seguro  que hay gente menos afortunada que anda por ahí y apenas tiene que comer, contestó
la madre.
— Uff, me muero de hambre, dijo Alma con un gesto de hastío.
— ¿Quieres un bocado? , le dijo la madre al tiempo que le mostraba a Alma el cuchillo de cortar
con un trozo de sustancia sanguinolenta trinchada en la punta.
Alma cogió el pedazo de carne y lo engulló con ganas. La carne cruda era áspera y correosa,
algo dura de masticar, pero se había acostumbrando tanto a su sabor que cuando la comía
cocinada le gustaba menos, para ella perdía parte de su esencia.
— Alma, no deberías mirar tanto tiempo la televisión, te quedarás ciega, si algún día vuelven a
haber emisiones ya nos enteraremos, le dijo la madre volviéndose otra vez a sus quehaceres.
Alma aprovechó que su madre se dio la vuelta para coger otro trozo de carne que tragó casi de
una pieza antes que se diera cuenta.
Seguidamente señaló al montón de casquería que reposaba sobre la encimera al mismo tiempo
que espantaba el grupo de moscas que comenzaban a arremolinarse amenazando con posarse
sobre aquellos despojos.
—¿Eso es para Ringo?, preguntó Alma.
— No, es para nosotros, lo guardaré en la nevera para otro día, contestó su madre.
— Ringo no ha comido, mama, dijo Alma enfadada.
— Ringo tendrá que conformarse hoy con roer los huesos, vete por ahí a jugar con el perro y
deja que termine de preparar la cena, respondió su madre dando por zanjado el asunto.
Alma hizo ademán de salir por la puerta de la cocina, pero su madre lo agarró por la manga del
vestido con un rápido movimiento.
A pesar de su edad y los kilos acumulados, a veces su madre parecía ser sorprendentemente ágil.
— ¿A donde vas, señorita?, no puedes comprender que necesitamos más comida, tu padre y tus
hermanos han salido para ver si encuentran algo y a revisar las trampas haber si hay suerte y ha
caído alguna pieza.
— ¡Joder!, Alma hizo una mueca de disgusto. Su idea para ese día incluía una mañana de saltos
y carreras en el patio trasero de la casa junto a Ringo y tal vez un chapuzón en el estanque.
Había llovido todo el fin de semana y estaba casi llena de agua. A su madre no le gustaba que
Alma se alejase de la granja y aún menos para bañarse en aquel agujero de cemento, en aquella
agua turbia y verdosa llena de tierra.
— Señorita, ¿Qué te he dicho sobre decir palabrotas?, su madre le propinó un ligero azote en la
mejilla derecha.
Luego su rostro se suavizó y le dio un sonoro beso en la izquierda.
— Puedes ir a jugar un rato con Ringo, pero no te alejes mucho de la casa y te dejaré ver la tele
esta noche hasta tarde.
— Está bien, mamá, Alma le devolvió el beso y salió de la cocina.
Alma sabía que su madre les quería y siempre les recordaba que la familia era la cosa más
importante del mundo.
Su madre se quedo pensativa, Alma ya había dejado de ser una niña, acababa de cumplir
dieciséis años, sus formas iban siendo ya las de una mujer y bajo su vestido se apreciaban
unos bonitos pechos.
Suspiró, mientras movía la cabeza con un gesto de negación, no sabía hasta que punto le
podían haber hablado del tema en el colegio local, algún día tendría que explicarle a su hija el significado del sexo, aunque la población masculina debía ser prácticamente inexistente.
Alma atravesó el salón principal a grandes zancadas y salió por la puerta trasera hasta el huerto
y se acercó caminando hasta la valla de madera.
Lucía un sol espléndido, y por encima de la cabeza de Alma hileras de pequeñas nubes se
movían muy lentamente bajo un cielo de un azul intenso. La chica silbó y miró en dirección
hacía donde se encontraban los primeros arboles del cercano bosque, a unos trescientos metros.
Allí se encontraba el estanque, el lugar objeto de deseo de Alma y uno de los sitios favoritos de
su perro. Seguramente, pensó ella, estaría revolcándose en la maleza que crecía
descuidadamente alrededor del estanque, allí donde la humedad se filtraba a través del suelo propiciando el crecimiento de todo tipo de malas hierbas.
Algunas de estas empezaron a moverse con violencia, y de la frondosidad emergió la cabeza de
Ringo, con las orejas de punta. Alma silbó otra vez y el perro salió de su improvisada madriguera
corriendo alegremente hacia su ama, sorteó la enredadera de alambre espinoso que el padre y
los hermanos de Alma habían colocado para evitar que los "podridos" llegasen hasta la casa.
"Podridos", "caminantes" , "muertos vivientes", así les llamaban su padre y sus hermanos, a los
que hasta hace un tiempo habían sido sus amigos y vecinos.
Luego se detuvo frente a la pequeña puerta abierta en la valla y esperó que su dueña la abriera,
seguidamente golpeó con su hocico la puerta y entró en el recinto del jardín acercándose a Alma
comenzando a lamer nerviosamente las manos de ella, manchadas con sangre y trozos de vísceras.
— Vamos, Ringo, déjalo ya. Tenemos que hacer.
Ringo la miró un segundo y después pareció calmarse un poco mientras seguía a la chica por la
parte de detrás de la casa hasta una esquina de la valla.
Aunque por la parte trasera de la valla, la que daba justo frente a la entrada de la casa, había
una puerta con dos cerrojos que permitía salir al exterior. Alma hacía tiempo que había descubierto en aquella zona de la valla, fuera de la vista de su madre, que los tablones estaban más sueltos y que le permitían abandonar el jardín y acercarse hasta el estanque, sin que su madre se diera cuenta.
Una vez allí la muchacha se detuvo y emprendió el tedioso ritual de desclavar, con la ayuda de
un martillo, que tenía escondido entre la hierba, algunos tablones de la valla.
El perro olfateaba incesantemente metiendo el hocico entre la rendija de la hoja de madera,
impaciente por salir al exterior con su dueña.
Cuando la última tabla estuvo despegada, Alma la movió hacia delante muy despacio,
asomando la cabeza al exterior pero sin traspasar aún el umbral al mismo tiempo que con su
pierna derecha impedía que Ringo se precipitase fuera.
Era difícil que "ellos" pudiesen acceder al interior de la casa, pero aún así recordaba aquella vez
que salió su padre y encontró a uno caminando por el césped por fuera de la valla.
Nunca supieron con certeza cómo pudo sortear la alambrada sin quedar enredado, pero allí
estaba desafiando toda lógica y si ocurrió una vez podría ocurrir otras más.
Cuando se hubo cerciorado de que no había peligro alguno en los alrededores, soltó a Ringo y
permitió que corriese hacia el cobertizo donde su padre guardaba las herramientas.
La puerta del cobertizo estaba cerrada y protegida por un grueso y oxidado candado. Alma
extrajo la pequeña llave del bolsillo de su vestido y abrió la puerta.
El interior del cobertizo olía a grasa y humedad, un montón de trastos la mayoría de ellos inútiles
se apilaban en desorden.
Al fondo estaban alineados los bidones de gasóleo cerrados herméticamente y que su padre
había acumulado durante los primeros tiempos de la enfermedad, cuando aún se acercaban
hasta el pueblo para obtener comida y gasóleo.
Con el paso de los días y el avance de la enfermedad, los viajes se fueron espaciando en el
tiempo, y ahora solo conforme se iban gastando los bidones su padre y sus hermanos se acercaban hasta la gasolinera, que estaba una milla antes de llegar al pueblo, y los volvían a llenar.
Contando con que el generador de electricidad solo se encendía solo durante algunas horas al
día,su padre aseguraba que tenían combustible suficiente para diez años más.
Ignorando los bidones y el resto de cosas que había en el interior del cobertizo, abrió una caja de
cartón olvidada en un rincón y que contenía un montón de revistas viejas de su madre.
Al apartar estas, sacó del fondo de la caja los dos afilados machetes de caza que un día le
regaló su hermano Randy. Tomó uno de ellos en su mano derecha y deslizó el restante en el
bolsillo derecho de su vestido, se colocó sobre sus hombros una mochila, salió del cobertizo y
volvió a cerrar la puerta colocando el candado.
Alma encaminó sus pasos hacia el cercano pueblo, acompañado de su perro que saltaba
alegremente a su alrededor.
Al llegar a las cercanías del pueblo, Alma se volvió hacia el perro haciéndole gestos con la mano
para que callara, se detuvo junto a una camioneta que relucía bajo el sol a pesar de que la
pintura hacía mucho tiempo que se había corroído y que estaba situada frente a la estrecha calle donde se encontraban las primeras casas del pueblo.
La zona visible aparecía completamente desierta y los mismos vehículos oxidados aparecían
unos perfectamente estacionados a cada lado de la calzada como si sus dueños fueran a
aparecer de un momento a otro y subirse en ellos y otro cruzados desordenadamente en medio
de la calle.
Las casas de madera aparecían silenciosas y con los patios invadidos por la vegetación y la maleza.
Alma permaneció completamente quieta mientras agudizaba el oído y oteaba el horizonte.
Finalmente se adentró por la calle principal, donde estaban las tiendas y que así final
desembocaba en el edificio del ayuntamiento.
Avanzó hasta la mitad de la calle flanqueada a cada lado del polvoriento asfalto por antiguas
tiendas y comercios, se detuvo mirando a su derecha la peluquería de caballeros donde iban a
cortarse el pelo su padre y hermanos, con los cristales rotos y la sillas por el suelo, solo el poste
indicador del lugar con los colores blanco, rojo y azul permanecía en pie junto a la entrada.
A su lado la cafetería de Joe, donde acudía junto a su familia los domingos al salir de la iglesia y
tomaba un batido de fresa o saboreaba un cucurucho de helado, sentada en uno de los
taburetes junto al mostrador.
Tiempo antes de que llegara la enfermedad y los muertos empezaran a levantarse para
devorar a los vivos, esos locales estaban repletos de gente que acudía para comer o para
comprar ropa de vestir o iban simplemente a divertirse.
Alma no quería recordar nada de los tiempos felices de aquellos años que significaban los
mejores recuerdos de toda su vida.
A veces no podía evitarlo y llegaba a su mente el recuerdo de la calle principal totalmente
iluminada con luces de colores y alegres adornos navideños por donde transitaba la gente con
sus compras de Navidad, personas vivas que olían a perfume y te saludaban afectuosamente
al pasar.
Ahora las tiendas estaban cerradas tras puertas mohosas, las que no habían sido reventadas,
con los escaparates hechos añicos mostrando el interior sucio y oscuro como madrigueras de alimañas.
Alguno de los edificios aparecían ennegrecidos y reducidos a cenizas a causa de los incendios
que azotaron la población por los disturbios.
En los primeros días, que se supo la aparición de la enfermedad y su expansión a nivel mundial,
la gente se volvió loca y sacó a relucir lo peor de si mismo, robos, saqueos, peleas.
Su padre fortificó la casa y se refugio con toda la familia dentro tras hacer acopio de víveres y así
aguantaron unos seis meses, gracias también al huerto de lechugas, patatas y tomates que su
madre cultivaba en la parte trasera de la casa.
Fue entonces cuando su padre tomó la decisión de acercarse hasta el pueblo, acompañado por
Rick su hermano mayor, y armados con las escopetas de caza, echar un vistazo y ver si hallaban comida y supervivientes.
Al mismo tiempo fue cuando comenzaron las partidas de caza.
Ahora los cadáveres convertidos ya en esqueletos poblaban silenciosos aceras y esquinas,
 mudos testigos del caos y la desolación que rompieron la paz del antaño tranquilo pueblo.
A Alma le pareció ver algo a unos cien metros, fijó la vista en aquel punto y se detuvo. Ringo a
su lado comenzó a gruñir y lanzó un par de ladridos.
Al cabo de unos segundos con más nitidez volvió a distinguir movimiento en la esquina de una
calle perpendicular. La figura se movía con lentitud e inequívocamente en dirección hacia ellos.
Alma se maldijo a si misma por su negligencia al no evitar que el perro ladrase y volvió a mirar
hacia el final de la calle, ellos salían de su letargo y nunca lo hacían solos.
Al principio sus "vecinos" llegaban de uno en uno o de dos en dos y en poco tiempo se
congregaba toda una masa de ellos en medio de la calle, esperaba que no fueran demasiados pero había que moverse deprisa.
El sol estaba en lo más alto cuando abandonó la calle principal para adentrarse entre las calles
más estrechas y que conocía tan bien. Alma no prestaba atención al paisaje de las calles, tan monótono y silencioso como siempre.
El grupo de muertos era escaso a esas horas, apenas un grupo de cuatro vagando sin rumbo
fijo, todos ofrecían un aspecto degradado y corrompido, sin apenas piel sobre los huesos y uno de ellos presentando la amputación del brazo derecho.
Ya se había acostumbrado, pero lo paso realmente mal el día que reconoció en uno de aquellos
cuerpos a Dorothy Sims, su profesora, a la que le faltaba media cara, o cuando vio a Jack Collins
el amable tendero que siempre le regalaba cuando era pequeña un puñado de dulces,
caminando tambaleante sin brazos.
Al pasar junto a una casa, Alma se detuvo sujetando a Ringo que jadeaba con la lengua fuera de
la boca, en silencio y expectante. Algo había llamado su atención, aunque no sabría decir el que
¿el sonido de un roce quizás?¿el destello de una luz?
Al cabo de unos segundos, una sombra se movió en la oscuridad de aquella casa y de inmediato
por la ventana de una habitación Alma salto ágilmente al interior de la casa, seguida por Ringo
que se situó inmediatamente un metro por delante de ella.
Alma caminó sigilosamente en las penumbras hasta que el perro se detuvo en seco, frente a él
la sombra se agitaba de un modo espasmódico. Alma seguida por Ringo abandonó las tinieblas
para salir al exterior de la casa, todo estaba en calma así que espero la llegada de aquel ser.
Por fin salió de la casa, acercándose tambaleante a ellos, gimiendo y levantando los brazos.
 
(CONTINUARÁ)

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