sábado, 14 de enero de 2017

Cuentos Prohibidos: I - Náuseas

Ya pasaron las fiestas, hay que dejar de pensar en comer y beber y ponerse a trabajar (escribir).
Abrimos fuego pues con Náuseas, uno de los relatos pertenecientes a la selección llamada:
Asylum y otros Cuentos Prohibidos.
Espero que os guste.
                                                                      

 
Decidió fumarse un cigarrillo antes de levantarse.
Manchó la boquilla del rojo carmín barato que impregnaban sus labios y disfrutó de aquel tiempo, como si fueran los últimos minutos de su vida.
Aunque quizás lo fueran ya que había tomado una decisión.
Luego lo dejó consumirse el cenicero, lleno de colillas y sucio de los residuos de tabaco,
mientras lo miraba ensimismada.
Se mordió el labio inferior, hasta notar de nuevo el sabor a sangre.
Aquella bestia le había mordido hasta hacerle daño, hasta que sus labios sangraron.
Pero no sabía que a Laura le gustaba el sabor de la sangre.
Le sudaban las manos, sólo podía pensar con odio, ansiaba más sangre, la de él, tenía la violencia metida dentro de su cabeza y se le erizaba la piel de tan solo pensarlo.
Pensaba en cómo lo iba a hacer, quería sostener una barra de hierro y golpear el cráneo de él hasta derramar su contenido y manchar el suelo de la habitación.
Sí, lo odiaba. No fue fácil, le costó mucho al principio, pero lo había logrado.
Cada mañana, cuando ya se habían marchado los otros, despertaba a su lado en ese colchón que compartían ya hacia dos años.
Al abrir los ojos se le revolvía el estómago de pensar en su piel sucia de sudor y de fluidos corporales de aquellos que él había dejado la poseyeran contribuyendo a ensuciar la cama.
Algunas veces las náuseas le dominaban y corría al baño.
Allí pasaba mucho tiempo de rodillas, a veces vomitando mientras abrazaba el retrete y golpeaba su frente contra él pidiéndole a Dios que la rescatara de aquella vida.
Esa mañana, con las primeras luces del día, así ocurrió.
Completamente desnuda lloraba silenciosamente, esperando que no escuchara sus sollozos.
Lo último que quería era que él se despertara y caminara hasta el baño a levantarla del suelo, antes de propinarle un bofetón.
Al terminar volvió a enterrarse entre aquellas sábanas que tanto detestaba, él al sentirla cerca, posó una mano sobre su vientre y la fue llevando hacia abajo.
El ya se había despertado y Laura se limitó a suspirar con pesadez, luego otra vez la mano moviéndose entre sus muslos, buscando el camino dentro de ella.
Laura sabía lo que tocaba hacer, como todas las mañanas antes de que Juan marchara a la taberna.
Quería llorar, pero se mordió la boca nuevamente, así que con toda la fuerza con la que se había logrado mentalizar dio la vuelta sobre si misma, sus labios buscaron la boca y lo comenzó a
besar, intentando que acabara lo antes posible.
Luego siguió la rutina matutina de todos los días y volvió a estar de rodillas frente a él, soportando las náuseas mientras cogiéndola del pelo, él enterraba la cabeza entre sus piernas.
Fantaseaba con levantar la mirada y estar con la boca llena de sangre, con un pedazo de su miembro entre los dientes.
¿Qué hubiera hecho? ¿Golpearla hasta matarla?
Cuando él eyaculó, Laura se tragó su semen y se escabulló corriendo al baño.
El hombre ya satisfecho se olvidó de ella y se vistió marchándose a la calle, hasta la noche.
El cuarto de baño era el santuario de Laura, la protegía del asco que sentía, más no había jabón que quitara el olor a sudor agrio, ni esponja que limpiara las marcas que le habían dejado los
mordiscos de aquellos hombres y que se habían vuelto morados, ni los arañazos de ellos producidos en su espalda con la llegada del orgasmo.
Sólo el odio la había mantenido con vida, sólo eso. Lo necesitaba para despertar, para comer, para respirar. Sin el odio habría caído ya mucho tiempo antes en una zanja sin salida, dependía del odio para vivir y ya no había vuelta atrás.
Lavó su pelo y frotó con rabia hasta el último centímetro de su piel, intentando arrancar la suciedad que sentía envolvía su cuerpo.
Sus pies mojados pisaron el frio suelo del baño.
Se sentía humillada, su piel mojada le parecía absorber el hedor procedente de aquél colchón donde yacía con aquellos hombres.
Cubrió su desnudez con una diminuta toalla y corrió a la habitación para buscar ropa interior, vistiéndose luego con un traje sencillo que él le había comprado años atrás, cuando aún la veía como su pareja.
No había espejos en toda la casa, el único estaba en el baño, así que ya había pasado bastante tiempo desde la última vez que supo qué se sentía al estar arreglada.
Antes amaba el maquillarse, estar guapa para él, ahora había olvidado lo que eso significaba.
Ya no era nadie, era una persona sin vida.
Sólo era lo que él quería que fuese, un instrumento que le procurara su placer y el de otros a cambio de dinero.
De nuevo vinieron las náuseas, volvió al baño a vomitar.
Tenía que salir de ahí y recibir atención médica en el ambulatorio más cercano. Sabía donde él guardaba el dinero que no gastaba en sus borracheras y que apenas alcanzaba a veces para comer.
Rebuscó entre los cajones de la vieja cómoda de madera hasta hallar varios billetes arrugados y algunas monedas.
Tomó el dinero y salió de allí, esperando que a su vuelta de la cantina él no se percatara de su falta.
Hacía meses que no salía de aquella casa situada en las afueras de la ciudad, los pies le dolían una enormidad al caminar y todo su cuerpo amenazaba con romperse de un momento a otro.
En medio del extrarradio, junto a humeantes fabricas y edificios grises, la calle por la que caminaba estaba atestada de desconocidos sucios y con mal olor.
Gente anónima, cansada e igualmente harta de una vida llena de miserias, de la que formaban parte igual que ella.
Llego por fin al ambulatorio, espero pacientemente a que atendieran a un viejo que tosía convulsivamente y escupía flemas en un sucio y arrugado pañuelo.
Cuando llegó su turno, explicó al médico lo que le sucedía y este le mando que se acostara en la camilla, donde la examinó con sus guantes de látex.
Seguidamente la hizo sentarse en una silla frente a él, durante un minuto permaneció en silencio mientras con un bolígrafo garrapateaba en una nota de papel.
Luego levantó la vista y se quitó las gafas antes de hablar:
-- Enhorabuena señorita, está embarazada
-- ¿Embarazada?
-- Sí, de tres meses.
No le extrañó, ya lo sospechaba por la ausencia de la regla y las náuseas que le sobrevenían últimamente.
Iba a engendrar un hijo del objeto de su odio, aunque quizá no fuera de él y si de alguno de aquellos hombres con quienes la compartía.
Tomó el camino de regreso a casa., dándole vueltas a la cabeza.
¿Y si no volvía? ¿Si decidía huir y nunca regresar a ese lugar donde él la tenía encerrada?
¿La buscaría, para propinarle después una brutal paliza como otras veces?
Tenía que volver y hacerlo, estaba decidida, así que de vuelta a casa entró en una droguería y compró una garrafa con cinco litros de ácido sulfúrico y otra con otros cinco litros de ácido clorhídrico.
Una noche más, así era, solo esa noche y sería libre. Podría volver a respirar.
Llegó a casa, comió algo y se quitó el vestido para quedarse solo con la ropa interior y una bata encima, tal como él quería que estuviese cuando llegase acompañado de clientes.
Cayó la noche y ella esperaba hasta que finalmente se escuchó el girar de la llave en la cerradura de la puerta.
No llegó solo, como ocurría la mayoría de las veces, y como siempre había bebido de más.
Junto a Juan entraron sus acompañantes, personas zafias como él mismo, tres hombres sucios y desaliñados, a los que habría ofrecido sus servicios a cambio de un puñado de billetes entre las paredes de la taberna, negociando el precio entre vasos de alcohol barato.
Él la cogió con fuerza arrastrándola hasta el dormitorio, allí le quitó la bata y la ropa interior hasta dejarla desnuda, mostrándola a sus amigos.
Ella aguantó mientras la tocaban como si fueran tratantes de ganado a punto de comprar un animal, escuchando sus palabras soeces con voces tomadas por el vino peleón, oyendo por encima de todos las risas de él.
La tumbaron sobre la cama, todos ellos reían de manera incontrolable y se turnaban para lamer su cuerpo, para tocar su piel con sus manos grasientas.
Él tomó un largo trago de una botella de alcohol que llevaba entre las manos mientras acercaba su rostro, a unos centímetros de la cara de ella.
Mirándola simplemente, sin despegar la mirada, sin decir una sola palabra.
-- Por favor, por favor dejadme, susurró ella suplicante.
--¿Habéis escuchado? Dice que le gusta, que quiere más.
Uno de los hombres se agachó y puso su cabeza entre las piernas de ella, buscó su pubis lamiéndola, mordiéndola.
Juan que reía a carcajadas, paró por un momento para hablarles:
-- ¡Vamos! ¿Qué esperáis?¿Quién va a ser el primero en follarla? No veis que lo está deseando.
Animado por las voces de Juan, uno de ellos se quitó la camisa y se desabrochó el pantalón, le dio la vuelta en el colchón e introdujo su miembro en el ano de ella.
Con movimientos torpes y espasmódicos fue penetrándola entre los vítores del resto, hasta que derramó toda su semen en las entrañas de ella.
Durante un par de horas, fueron pasando todos incluyendo a Juan, el hombre al que siendo apenas una adolescente había seguido, por el que abandonó su casa y a su familia.
Al final, los hombres se fueron, se caían junto a la puerta ebrios, mientras gritaban lo bien que lo habían pasado.
Esperó a que él se durmiera satisfecho y se encaminó en silencio hasta la cocina.
Allí empuño con decisión el enorme cuchillo que en soledad había afilado, volviendo hasta el dormitorio.
Se sentó en la cama junto a él mirándole por un instante, luego dejo caer con todas sus fuerzas, con todo el odio acumulado, el cuchillo clavándolo en el cuello de Juan.
Juan por un momento abrió lo ojos con espanto, levantó la cabeza de la almohada intentando incorporarse, antes de caer inconsciente mientras la vida se le escapaba y colchón se teñía de rojo.
Laura sostenía el cuchillo que escurría sangre sin perder detalle, disfrutando del momento, sentada en la cama, ese lugar al que tanto había odiado, viéndole morir.
Ahora lo miraba fijamente y le sonreía, había ganado, por fin lo había destruido.
Tras el último estertor, le arrastró sacándole de la cama y llevó hasta el cuarto de baño, dejando un rastro de sangre tras ella.
Hecho el cadáver de Juan en el interior de la bañera y troceó con la ayuda de un hacha el cuerpo de este.
Luego hecho en la bañera el contenido de la garrafa de ácido sulfúrico para deshacer el cuerpo y después el acido clorhídrico para disolver los huesos.
Seguidamente tras haber fregado los restos de sangre del suelo y lavado las ensangrentadas sabanas, volvió al cuarto de baño y dejó que el agua arrastrara por el desagüe de la bañera los escasos restos que pudieran quedar.
Tenía apetito así que desayunó, luego se duchó, se puso uno de sus mejores vestidos y llenó una maleta. Cogió todo el dinero que él guardaba y salió a la calle.
El sol primaveral le daba en la cara y ella se sentía una persona nueva en una ciudad desconocida, en aquella ciudad sin nombre que ahora dejaba atrás para siempre.
Las náuseas de los últimos días habían desaparecido e iba con paso rápido, camino de la estación de autobuses, para coger uno que le llevara a cualquier parte, pero muy lejos de allí.
Por el camino hasta le pareció que las fabricas y los edificios grises adquirían color, que las personas con las que se cruzaba por la calle tenían un rostro alegre y le sonreían al pasar.
También ella estaba alegre, ahora tenía alguien de quien ocuparse, de aquel hijo que llevaba en su vientre.

Nota del Autor:

Algunos asesinos como el inglés John George Haig, más conocido como el Vampiro de Londres,
que fue ahorcado en 1949 por matar a nueve personas y hacer desaparecer sus cadáveres
en piletas, han conseguido mediante el método de la inmersión del cadáver en sustancias corrosivas como el ácido sulfúrico, el cual causa quemaduras severas en los tejidos cuando entra en contacto con la piel, o el ácido clorhídrico, que disuelve la parte mineral de los huesos, deshacer por completo un cuerpo humano.

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