domingo, 21 de junio de 2020

Cuentos Prohibidos: Una Tarde de Pesca


UNA TARDE DE PESCA


Desde mi divorcio, tres años antes, que los fines de semana cuando hacía buen tiempo y el trabajo me lo permitía, cogía el coche y me dirigía hasta la antigua cabaña de mis padres junto al lago.
A mi exmujer nunca le había gustado el lugar por lo que mientras duró mi matrimonio apenas fui hasta allí un par de veces.

Una vez divorciado, invertí una parte de mis ahorros en reparar y poner a punto la cabaña y allí pasaba los fines de semana alejado 
de la gran ciudad y del estresante trabajo de ejecutivo de una
gran multinacional, dejaba atrás el elegante traje chaqueta y corbata para vestirme con unos vaqueros raídos, camisa a cuadros y enfundarme un chaleco de pescador.
Aparte de sentarme en el porche de la cabaña y tomarme una cerveza o leer un libro junto al fuego mientras la luz de los relámpagos iluminaban la cabaña, el ir a pescar con George era una de mis actividades preferidas.
George era mi vecino, un profesor de matemáticas jubilado que vivía solo en su cabaña, apenas a un kilómetro de la mía y que pasaba la mayor parte de los días dedicados a su afición preferida, la pesca.
Cuando le conocí hice de su afición la mía y se podía afirmar con exactitud que más allá de eso, aquel hombre y yo no teníamos nada en común.
El día había comenzado amenazando tormenta, durante unas horas los relámpagos iluminaron las montañas a lo lejos y gruesas gotas cayeron durante un rato, finalmente la tormenta se alejó y volvió el sol a caer con fuerza.
Apenas había terminado de comer y me había sentado en el porche en mi mecedora dispuesto a echar una cabezada, intentando escapar del sopor de aquella calurosa tarde de verano, cuando al oír unos pasos acercándose levanté unos centímetros la visera de la descolorida gorra de beisbol para ver la llegada de George.
Un par de horas más tarde los dos en medio del lago compartíamos su pequeña barca y dejábamos que nos devoraran los mosquitos.
- Pásame otra cerveza, Mike, me pidió.
Di un interminable trago a la cerveza de mi lata y mientras notaba ascender sus burbujas por la garganta deslicé mi brazo a lo largo del costado de la barca de mi vecino introduciéndola en el agua, sorprendentemente fría pese a lo calurosa de la tarde.
Había guardado las latas de cerveza Budweiser, recién sacadas de la nevera, en una bolsa de nylon colgando de la barca, de manera que habían permanecido bajo el agua permitiendo que la bebida se conservara fría.
- Aquí tienes, le lancé la lata que atrapó con una sola mano.
Cogí otra cerveza para mí antes de volver a deslizar la bolsa en el agua, a continuación terminé el resto de mi cerveza y arrugué la lata con una mano arrojándola a una orilla de la embarcación.
Decidí concentrarme en la pesca así que recogí sedal. La caña no ofrecía ninguna resistencia, por eso no me sorprendió descubrir que algún pez me había vuelto a comer el cebo sin que me diera cuenta, a saber cuánto rato llevaría con aquel anzuelo sin carnaza sumergido en las aguas del lago.
Enrabietado había tirado la caña al interior de la barca y me había sentado balanceando el pequeño bote.
Tiré de la anilla de la cerveza y le di un largo trago mientras un inmenso mosquito paseaba por mi brazo perlado de sudor.
Al final lo espanté sacudiendo el brazo y me fijé en el rostro sonriente de mi compañero de pesca.
- No pican los peces, ¿eh?, me dijo.
- Los peces no, pero si que lo hacen los malditos mosquitos, le contesté frustrado.
Creo que entonces iba a decir algo, pero fue en ese momento cuando notamos la primera sacudida.
- ¿Qué ha sido eso? –pregunté balbuceante entre sorprendido y asustado.
- Que me aspen si no es uno de los grandes, contestó George incorporándose en el bote. Rápido, pásame cebo, me ordenó.
Yo obedecí y le pasé la caja con gusanos que se retorcían inquietos en el fondo encima de una capa de serrín.
Le observé como ensartaba una alargada lombriz en la hoz curva del anzuelo, una vez hecho esto como hacía oscilar el cebo y el plomo como si se tratase de un péndulo, para después dejarlos caer
a un par de metros de la barca.
Nos quedamos observando atentamente en silencio, durante cierto tiempo. Pasado un rato la punta de la caña seguía inmóvil. George, de pie en la barca, sudaba copiosamente pero no se movía.
Tenía la mirada puesta en las oscuras aguas, atento a sus manos, listo para percibir la más leve vibración en el sedal.
Fue entonces cuando volvió la tormenta y la oscuridad lo cubrió todo como en la caída de un telón sobre el escenario de un teatro.
La soleada tarde parecía haber dado paso, pese a que era aún una hora temprana, a la noche cerrada. 
El lago, antes claro y poco profundo, era de pronto un abismo negro e infinito.
- Deberíamos volver , dije, sumido en un oscuro presagio.
George seguía callado, concentrado en su caña. 
Veía su silueta en pie, recortada contra los escasos reflejos de la superficie de lago.
- Supongo que tienes razón. No hemos pescado nada en toda la tarde, me respondió.
Una tremenda sacudida, agitó la barca amenazando con hundirla y a punto estuvo de hacer caer a mi vecino al agua.
En el último momento consiguió aferrarse a los bordes del barco, pero la caña voló por encima y cayó al lago, donde se quedó flotando unos instantes.
- Eso no era un pez, afirmé yo.
George no dijo nada. No podía verle el rostro, pero imaginaba que reflejaría el mismo terror que sin duda debía de verse dibujado en el mío.
- Mierda, he perdido la caña, fue todo lo que dijo.
Yo me puse en pie con lo que volví a hacer tambalearse la pequeña embarcación. 
Con sumo cuidado me acerqué hasta mi compañero de pesca, que se había colocado de rodillas y parecía buscar algo en el agua.
- Ahí está, señaló.
Seguí la dirección que marcaba su dedo y vi un reflejo metalizado en el agua. Era la caña, que aún se mantenía a flote.
- Quizás pueda cogerla con un remo, le sugerí, acerquémonos.
- Buena idea, contestó, en cuanto la recuperemos, nos volvemos a casa.
Los remos reposaban en un borde de la barca. Cogí uno para mi y le tendí el otro a George. Entonces escuchamos un inquietante burbujeo.
- ¿Has oído eso?, le dije asustado.
- Mira, dijo él. Me señalaba un lugar en el agua junto a la caña de pescar, cuando de pronto esta se hundió. De golpe. Arrastrada por algo.
Nos quedamos mudos, convertidos en dos estatuas de sal.
- Volvamos, le dije yo, reaccionando el primero.
Recogí los remos dispuestos a colocarlos en el agua y remar para llevarnos hasta la orilla.
El burbujeo creció. Esta vez no provenía de un único punto, sino que parecía cubrir toda la superficie del lago. 
Era como si de pronto el lago hubiera entrado en ebullición.
De pie asomado al borde de la barca, observé como la superficie del lago se cubría de burbujas.
Los dos teníamos los ojos clavados en el agua, como esperando de un momento a otro que algo emergiera, como así sucedió, cuando una forma plateada apareció junto a la barca.
Un pez salió a la superficie flotando con la su tripa blanca apuntando al cielo estrellado. 
En aquel breve espacio de tiempo y sin que nos diéramos cuenta la noche había caído sobre el lago.
En algún momento la luna había emergido en el cielo y su luz blanca y fantasmal, se reflejaba en el vientre liso y húmedo de aquel pez muerto.
- Mira, habló George.
Allí donde señalaba su dedo, había surgido otro pez muerto, flotando panza arriba. 
Algo más allá surgió otro, y junto a este, otro pez acababa de salir a flote. 
Y a este le siguió otro, y otro más, y cuando nos quisimos dar cuenta había cientos de peces cubriendo la superficie del lago, alrededor de nuestra embarcación.
Su visión era espectral. Sus tripas viscosas y blancas eran lo único que podía verse en aquella oscuridad total. Yo continuaba aferrado a los remos, pero me sentía incapaz de moverme, mientras observaba aquella marea de peces muertos. 
- El móvil, el móvil, me dijo George, sacándome de mi aturdimiento.
Me di la vuelta y le miré sorprendido, no entendía para que quería en aquellos momentos mi móvil.
- Vamos, prosiguió, hazle fotos a los peces con la cámara de tu móvil.
Me había incorporado y extraído de mi bolsa el móvil colocándome junto a mi eufórico vecino, cuando se produjo un temblor.
Una cola gigantesca, como la de una ballena, brotó de repente del agua.
George se dio la vuelta hacia mi con su mano señalando al monstruo que ahora surgía del fondo del lago en toda su plenitud ocultando la luna con su silueta.
Era un pez como los otros que habitaban en el lago, pero era de un tamaño enorme, mayor que cualquier cetáceo conocido, que nunca he comprendido de donde había salido y como con su tamaño podía estar oculto a los ojos humanos.
Un coletazo partió nuestra embarcación en mil pedazos arrojándonos al agua.
Durante unas décimas de segundo tuve sus crueles ojos puestos en mi apenas a un metro de distancia. George no tuvo suerte, el monstruo abrió su inmensa boca engullendo a mi vecino junto a cientos de peces y los restos de la barca.
Yo luché por llegar nadando hasta la orilla, esforzándome por mantenerme a flote, creyendo en cualquier instante que iba a morir devorado por aquella criatura.
Por suerte aquel ser me ignoró y volvió a su morada en las profundidades del lago.
Una vez en la orilla corrí hasta mi cabaña, el tiempo de quitarme la ropa mojada y recoger mis cosas y salir de allí.
Conduje durante toda la noche, consciente de que nada podía hacer por George. Tampoco podía contar lo sucedido, me tomarían por loco.
Nunca dije nada. Leía por internet la prensa del estado, por si hablaban de la desaparición de George en la sección de sucesos, algún comentario sobre el avistamiento de la extraña criatura, nunca salió nada y yo no volví más a la cabaña.
Ahora casi dos años después he vuelto, acompañando al agente de una inmobiliaria, voy a vender la cabaña.
Y mientras el hombre está en el interior de la cabaña sacando fotos, permanezco en el exterior con los ojos puestos en el placido lago, intentando descubrir algún movimiento anormal en su superficie.

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