UNA TARDE DE PESCA
Desde mi divorcio, tres años antes, que los fines de semana cuando hacía buen tiempo y el trabajo me lo permitía, cogía el coche y me dirigía hasta la antigua cabaña de mis padres junto al lago.
A mi exmujer nunca le había gustado el lugar por lo que mientras duró mi matrimonio apenas fui hasta allí un par de veces.
Una vez divorciado, invertí una parte de mis ahorros en reparar y poner a punto la cabaña y allí pasaba los fines de semana alejado
de la gran ciudad y del estresante trabajo de ejecutivo de una
gran multinacional, dejaba atrás el elegante traje chaqueta y corbata para vestirme con unos vaqueros raídos, camisa a cuadros y enfundarme un chaleco de pescador.
Aparte de sentarme en el porche de la
cabaña y tomarme una cerveza o leer un libro junto al fuego mientras
la luz de los relámpagos iluminaban la cabaña, el ir a pescar con
George era una de mis actividades preferidas.
George era mi vecino, un profesor de
matemáticas jubilado que vivía solo en su cabaña, apenas a un
kilómetro de la mía y que pasaba la mayor parte de los días
dedicados a su afición preferida, la pesca.
Cuando le conocí hice de su afición
la mía y se podía afirmar con exactitud que más
allá de eso, aquel hombre y yo no teníamos nada en común.
El
día había comenzado amenazando tormenta, durante unas horas los
relámpagos iluminaron las montañas a lo lejos y gruesas gotas
cayeron durante un rato, finalmente la tormenta se alejó y volvió
el sol a caer con fuerza.
Apenas
había terminado de comer y me había sentado en el porche en mi
mecedora dispuesto a echar una cabezada, intentando escapar del sopor
de aquella calurosa tarde de verano, cuando al oír unos pasos
acercándose levanté unos centímetros la visera de la descolorida
gorra de beisbol para ver la llegada de George.
Un
par de horas más tarde los dos en medio del lago compartíamos su
pequeña barca y dejábamos que nos devoraran los mosquitos.
-
Pásame
otra cerveza, Mike, me pidió.
Di
un interminable trago a la cerveza de mi lata y mientras notaba
ascender sus burbujas por la garganta deslicé mi brazo a lo largo
del costado de la barca de mi vecino introduciéndola en el agua,
sorprendentemente fría pese a lo calurosa de la tarde.
Había
guardado las latas de cerveza Budweiser,
recién
sacadas de la nevera, en una bolsa de nylon colgando de
la barca, de manera que habían permanecido bajo el agua permitiendo
que la bebida se conservara fría.
-
Aquí
tienes, le lancé la lata que atrapó con una sola mano.
Cogí
otra cerveza para mí antes de volver a deslizar la bolsa en el agua,
a continuación terminé el resto de mi cerveza y arrugué la lata
con una mano arrojándola a una orilla de la embarcación.
Decidí
concentrarme en la pesca así que recogí sedal. La caña no ofrecía
ninguna resistencia, por eso no me sorprendió descubrir que algún
pez me había vuelto a comer el cebo sin que me diera cuenta, a saber
cuánto rato llevaría con aquel anzuelo sin carnaza sumergido en las
aguas del lago.
Enrabietado
había tirado la caña al interior de la barca y me había sentado
balanceando el pequeño bote.
Tiré de la anilla de la cerveza y le di un largo trago mientras un
inmenso mosquito paseaba por mi brazo perlado de sudor.
Al
final lo espanté sacudiendo el brazo y me fijé en el rostro
sonriente de mi compañero de pesca.
-
No pican
los peces, ¿eh?, me dijo.
-
Los
peces no, pero si que lo hacen los malditos mosquitos, le contesté
frustrado.
Creo
que entonces iba a decir algo, pero fue en ese momento cuando notamos
la primera sacudida.
-
¿Qué
ha sido eso? –pregunté balbuceante entre sorprendido y asustado.
-
Que me
aspen si no es uno de los grandes, contestó George incorporándose
en el bote. Rápido, pásame cebo, me ordenó.
Yo
obedecí y le pasé la caja con gusanos que se retorcían inquietos
en el fondo encima de una capa de serrín.
Le
observé como ensartaba una alargada lombriz en la hoz curva del
anzuelo, una vez hecho esto como hacía oscilar el cebo y el plomo
como si se tratase de un péndulo, para después dejarlos caer
a
un par de metros de la barca.
Nos
quedamos observando atentamente en silencio, durante cierto tiempo.
Pasado un rato la punta de la caña seguía inmóvil. George, de pie
en la barca, sudaba copiosamente pero no se movía.
Tenía
la mirada puesta en las oscuras aguas, atento a sus manos, listo para
percibir la más leve vibración en el sedal.
Fue
entonces cuando volvió la tormenta y la oscuridad lo cubrió todo
como en la caída de un telón sobre el escenario de un teatro.
La
soleada tarde parecía haber dado paso, pese a que era aún una hora
temprana, a la noche cerrada.
El lago, antes claro y poco profundo,
era de pronto un abismo negro e infinito.
-
Deberíamos
volver , dije, sumido en un oscuro presagio.
George
seguía callado, concentrado en su caña.
Veía su silueta en pie,
recortada contra los escasos reflejos de la superficie de lago.
- Supongo que tienes razón. No hemos pescado nada en toda la tarde, me respondió.
Una tremenda sacudida, agitó la barca amenazando con hundirla y a punto estuvo de hacer caer a mi vecino al agua.
- Supongo que tienes razón. No hemos pescado nada en toda la tarde, me respondió.
Una tremenda sacudida, agitó la barca amenazando con hundirla y a punto estuvo de hacer caer a mi vecino al agua.
En
el último momento consiguió aferrarse a los bordes del barco, pero
la caña voló por encima y cayó al lago, donde se quedó flotando
unos instantes.
-
Eso no
era un pez, afirmé yo.
George
no dijo nada. No podía verle el rostro, pero imaginaba que
reflejaría el mismo terror que sin duda debía de verse dibujado en
el mío.
-
Mierda,
he perdido la caña, fue todo lo que dijo.
Yo
me puse en pie con lo que volví a hacer tambalearse la pequeña
embarcación.
Con sumo cuidado me acerqué hasta mi compañero de
pesca, que se había colocado de rodillas y parecía buscar algo en
el agua.
-
Ahí
está, señaló.
Seguí
la dirección que marcaba su dedo y vi un reflejo metalizado en el
agua. Era la caña, que aún se mantenía a flote.
-
Quizás
pueda cogerla con un remo, le sugerí, acerquémonos.
-
Buena
idea, contestó, en cuanto la recuperemos, nos volvemos a casa.
Los
remos reposaban en un borde de la barca. Cogí uno para mi y le tendí
el otro a George. Entonces escuchamos un inquietante burbujeo.
-
¿Has
oído eso?, le dije asustado.
-
Mira,
dijo él.
Me señalaba un lugar en el agua junto a la caña de pescar, cuando
de pronto esta
se hundió. De golpe. Arrastrada por algo.
Nos
quedamos mudos, convertidos en dos estatuas de sal.
-
Volvamos,
le dije yo, reaccionando el primero.
Recogí
los remos dispuestos a colocarlos en el agua y remar para llevarnos
hasta la orilla.
El
burbujeo creció. Esta vez no provenía de un único punto, sino que
parecía cubrir toda la superficie del lago.
Era como si de pronto el
lago hubiera entrado en ebullición.
De
pie asomado al borde de la barca, observé como la superficie del
lago se cubría de burbujas.
Los
dos teníamos los ojos clavados en el agua, como esperando de un
momento a otro que algo emergiera,
como así sucedió, cuando una forma plateada apareció junto a la
barca.
Un
pez salió a la superficie flotando con la su tripa blanca apuntando
al cielo estrellado.
En aquel breve espacio de tiempo y sin que nos
diéramos cuenta la noche había caído sobre el lago.
En
algún momento la luna había emergido en el cielo y su luz blanca y
fantasmal, se reflejaba en el vientre liso y húmedo de aquel pez
muerto.
-
Mira,
habló George.
Allí
donde señalaba su dedo, había surgido otro pez muerto, flotando
panza arriba.
Algo más allá surgió otro, y junto a este, otro pez
acababa de salir a flote.
Y a este le siguió otro, y otro más, y cuando
nos quisimos dar cuenta había cientos de peces cubriendo la
superficie del lago, alrededor de nuestra embarcación.
Su
visión era espectral. Sus tripas viscosas y blancas eran lo único
que podía verse en aquella oscuridad total. Yo continuaba aferrado a
los remos, pero me sentía incapaz de moverme, mientras observaba
aquella marea de peces muertos.
- El móvil, el móvil, me dijo George, sacándome de mi aturdimiento.
Me di la vuelta y le miré sorprendido, no entendía para que quería en aquellos momentos mi móvil.
- Vamos, prosiguió, hazle fotos a los peces con la cámara de tu móvil.
Me había incorporado y extraído de mi bolsa el móvil colocándome junto a mi eufórico vecino, cuando se produjo un temblor.
Me di la vuelta y le miré sorprendido, no entendía para que quería en aquellos momentos mi móvil.
- Vamos, prosiguió, hazle fotos a los peces con la cámara de tu móvil.
Me había incorporado y extraído de mi bolsa el móvil colocándome junto a mi eufórico vecino, cuando se produjo un temblor.
Una
cola gigantesca, como la de una ballena, brotó de repente del agua.
George
se dio la vuelta hacia mi con su mano señalando al monstruo que
ahora surgía del fondo del lago en toda su plenitud ocultando la
luna con su silueta.
Era
un pez como los otros que habitaban en el lago, pero era de un tamaño
enorme, mayor que cualquier cetáceo conocido, que nunca he
comprendido de donde había salido y como con su tamaño podía estar
oculto a los ojos humanos.
Un
coletazo partió nuestra embarcación en mil pedazos arrojándonos al
agua.
Durante
unas décimas de segundo tuve sus crueles ojos puestos en mi apenas a
un metro de distancia. George no tuvo suerte, el monstruo abrió su
inmensa boca engullendo a mi vecino junto a cientos de peces y los
restos de la barca.
Yo
luché por llegar nadando hasta la orilla, esforzándome por
mantenerme a flote, creyendo en cualquier instante que iba a morir
devorado por aquella criatura.
Por
suerte aquel ser me ignoró y volvió a su morada en las
profundidades del lago.
Una
vez en la orilla corrí hasta mi cabaña, el tiempo de quitarme la
ropa mojada y recoger mis cosas y salir de allí.
Conduje
durante toda la noche, consciente de que nada podía hacer por
George. Tampoco podía contar lo sucedido, me tomarían por loco.
Nunca
dije nada. Leía por internet la prensa del estado, por si hablaban
de la desaparición de George en la sección de sucesos, algún
comentario sobre el avistamiento de la extraña criatura, nunca salió
nada y yo no volví más a la cabaña.
Ahora
casi dos años después he vuelto, acompañando al agente de una
inmobiliaria, voy a vender la cabaña.
Y
mientras el hombre está en el interior de la cabaña sacando fotos,
permanezco en el exterior con los ojos puestos en el placido lago,
intentando descubrir algún movimiento anormal en su superficie.
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