martes, 16 de junio de 2020

Cuentos Prohibidos: El Ascensor

  

EL ASCENSOR


El acero caliente de la bala había penetrado en mi hombro izquierdo. Había sentido el impacto y el impulso de mi cuerpo hacia adelante por la violencia del choque del metal contra mi carne.
Me habían descubierto. ¿Cómo habrían logrado localizarme? 
No esperaba que la policía me encontrase, había estudiado con detenimiento el trayecto hasta el bloque de apartamentos,
evitando las cámaras de seguridad repartidas por aquella zona de la ciudad.
La intempestiva lluvia que cayó durante toda la noche me había permitido llegar, cumplir mi encargo y volver al hotelucho sin cruzarme con nadie. 
Incluso burlé al recepcionista del hotel, que dormitaba profundamente en la recepción.
Tenía que haber sido mi "cliente", el que les habría indicado el camino hasta aquel pequeño y viejo hotel situado en las afueras de la ciudad, donde me había alojado con un nombre falso.
Aquel maldito, que estaba en otra ciudad, a más de un centenar de kilómetros de aquí, procurándose una coartada mientras yo acababa con la vida de su mujer y el amante de esta.
Una hora antes me había presentado en el apartamento de él disparándole en la frente con mi pistola con silenciador, apenas me abrió la puerta.
Con la mujer, tal como me pidió el "cliente", fui más meticuloso, y tras inmovilizarla, taparle la boca y darle saludos de su marido, le clavé un cuchillo en la garganta.
Podía haber sido descuidado y al defenderse mi victima haber quedado un poco de piel y carne debajo de sus uñas. 
Quizás se podía haber quedado mi huella dactilar ensangrentada adherida al cuchillo, pero usaba guantes, era un profesional valorado y muy solicitado para aquellos tipos de trabajos y no cometía errores.
Cuando empecé a matar, no me preocupaba tanto por la limpieza y la perfección, me interesaba más terminar rápido. 
Con el paso del tiempo comencé a planear mejor mis asesinatos, el orden y la limpieza se convirtieron en algo casi obsesivo para mi, y fui perfeccionando la técnica hasta hacer que mis crímenes tuvieran mi propio sello.
Con las primeras sirenas policiales apenas tuve tiempo de meter mis escasas pertenencias en la maleta y el sobre con el fajo de billetes del encargo en el bolsillo de la gabardina, antes de abandonar apresuradamente la habitación.
Era momento de huir y entonces cometí el primer error, al salir de la habitación no imaginé que la policía habría llegado hasta allí, accediendo a la planta por la escalera.
Tras recibir el disparo devolví el fuego, consiguiendo que los policías se ocultaran y pudiendo acceder al ascensor.
Pulsé el botón del garage, cerrándose la puerta del ascensor justo en el instante en que los  policías giraban la esquina del pasillo.
Asustado y herido observé saltar la luz del botón a medida que pasaba por los distintos pisos, quinta planta, cuarta planta. 
Me preparo la pistola y compruebo rápidamente la segunda arma 
que llevo en el bolsillo, tercera planta, segunda planta.
El hotel debe estar lleno de policías, en cuanto llegase a la planta donde esta el garage saldré corriendo y disparando contra todo el que se interponga en la trayectoria de camino hacia mi coche, no me cogerán.
Ya me ocuparé más tarde de la herida. Sudo copiosamente y me limpio la frente con el  antebrazo derecho. 
El botón de la primera planta se ilumina y el ascensor continua con el descenso. Planta baja, donde se encuentra la recepción. 
Me preparo, en unos segundos se detendrá el ascensor en el garage y se abrirán las puertas.
Entonces, cuando esperaba que el ascensor se parase, la cabina siguió bajando. Con gesto confuso, pulso el botón para que se detenga, para que no siga descendiendo, pero la máquina no responde.
El cemento gris sustituye a la sucesión de puertas que habían desfilado ante mis ojos durante el trayecto vertical.
Un tiempo después es tierra lo que aparece frente a mis ojos, es
como si me adentrara en un pozo sin fondo.
De repente siento miedo y deseo con todas mis fuerzas que el ascensor se detenga, que se abran las puertas y aparezca en el garage del hotel, lleno de policías que me pongan los grilletes.
Aprieto todos los botones, pero siguen sin responder. Me ahogo.
No puedo respirar. Noto en el pecho una agobiante sensación de claustrofobia. ¿Qué está pasando?
Intento tranquilizarme, me quito la gabardina y la chaqueta que dejo descuidadamente en un lado del ascensor y compruebo la herida en mi hombro. 
He tenido suerte y es una herida limpia con orificio de entrada y salida, a la que aplico un pañuelo, mientras el ascensor sigue con su interminable descenso.
Han pasado unas horas y estoy sentado en el suelo, tras oscilar durante unos segundos se ha ido la luz en el habitáculo. 
Miedo y sed, muchísima sed. 
Tengo las uñas astilladas y sangrantes, los puños doloridos y amoratados de tanto golpear la puerta pidiendo ayuda, pero nadie parece haberme escuchado. 
Hace mucho calor, un calor asfixiante. El recorrido vertical del ascensor no parece tener fin y cada vez hace más calor.
El zumbido del motor del ascensor bajando y bajando, junto con mi respiración es el único sonido que se escucha allí dentro.
Algo más tarde, el sonido del motor parece descender. Efectivamente, parece que el trayecto llega a su fin. 
Me levanto y empuño el arma. El calor es ahora espantoso. 
El ascensor se ha detenido. Hemos llegado. 
Pasan unos segundos que me parecen eternos y finalmente la puerta del ascensor se abre.

No hay comentarios:

Publicar un comentario