EL ESCRITOR
Dedicado a Miguel Angel Serer, gran albinegro y mejor persona, mi proveedor de papel, impresoras y toner.
El
hombre cuando abrió la puerta de su
vivienda y aun con la luz apagada, vio brillar los folios blancos apilados sobre el escritorio,
iluminados por la tenue luz que desprendía la pantalla encendida del
ordenador.
Alargó
la mano temblorosa y tocó el interruptor con los
dedos
encendiendo la luz. Las nauseas subían desde la profundidad de su
estómago amenazando con salir al exterior. Con la mente abotargada
por el alcohol y pasos vacilantes avanzó hacia la mesa.
No
sin esfuerzo se apoyó en el respaldo de la silla y se
sentó
frente a la pantalla del ordenador.
Se
le había ocurrido una gran idea, mientras tomaba la última copa de
aquella noche en uno de los bares habituales, la idea para una nueva
novela que tras cinco años de sequía volverían a situarle en la
lista de los autores más vendidos.
Era
la oportunidad de volver a recuperar la vida anterior perdida. Los
últimos años sín escribir un nuevo libro le habían conducido a
una espiral de drogas y alcohol que le habían llevado a una ruina
economica y personal donde perdió su casa y a su famila
convirtiendolé en un despojo de la sociedad.
Es
sabido que lo que más aterra a un escritor es
sentirse
paralizado frente a una hoja de papel vacía, frente a una inmaculada
hoja del procesador de textos del ordenador y el estaba aterrado, las
palabras no venían. No podía escribir.
Temblaba, fijando los ojos
irritados en la pantalla, hasta sentir dolor. Sudaba mientras su
mirada se
perdía
por caminos confusos, quería gritar y romper los folios apenas
manchados algunos de ellos de palabras inconexas y sin valor.
Necesitaba salir corriendo a la oscuridad de la noche y alejarse de
su casa camino de algún bar. Decidió
servirse un buen trago de bourbon,
estaba
seguro de que sería su mejor libro si algún día lograba
redactarlo, reflexionaba asombrado de sí mismo, mientras paladeaba
la copa, cuando conseguía imaginar apenas aquellos escasos trazos de
la historia.
Sería la más terrorífica novela jamás escrita, estaba seguro que los editores se pelearían por publicarla y que le devolvería a la cima de la literatura de terror, ávidos lectores arrasarían las librerías ansiosos de hacerse con un ejemplar.
Sería la más terrorífica novela jamás escrita, estaba seguro que los editores se pelearían por publicarla y que le devolvería a la cima de la literatura de terror, ávidos lectores arrasarían las librerías ansiosos de hacerse con un ejemplar.
Sabía
que todos los que lo leyesen quedarían atrapados en su siniestra y
oscura trama. Nadie quedaría indiferente después de comenzara su
libro. Algunos enloquecerían, otros no podrían jamás volver a
conciliar el sueño, otros perderían para siempre su confianza en la
familia, en los amigos, en el resto de la humanidad.
Mientras
el, observaría como su novela se traducía a todos los idiomas, como
se hacían edición tras edición, como iba engordando su fortuna.
Conseguiría recuperar a su familia y se sentiría el dueño del
mundo. Solo faltaba una cosa,
escribir el libro.
Permaneció
unas horas frente a la pantalla sin teclear una sola letra, paseó
con ansiedad por la habitación hasta que finalmente el cansancio le
venció y se tumbó en el sofá, envuelto en los vapores del alcohol.
Cuando
los rayos de sol que entraban por la ventana le despertaron,
recordaba claramente el extraño y sobrecogedor sueño que había
tenido.
Se
encontraba en su ciudad aunque en una zona que para él era
totalmente desconocida. Caminaba presurosamente, escuchando sus
propios pasos retumbar a lo largo de una calle interminable y que no
parecía tener fín.
Había
caido la tarde rapidamente y su sombra se proyectaba hasta perderse
en el interior de una densa niebla.
Al
final de la calle había
un
edificio de altos y negros muros y en el bajo había una tienda
sombría y solitaria de material de oficina.
Pese
a lo tardío de la hora una tenue luz amarillenta y una sombra
moviéndose en el interior de la tienda le confirmaron que estaba
abierta.
Pulsó el timbre y tras unos instantes de silencio sonó el pulsador abriéndose la puerta.
El hombre entró. Lo atendió un inquietante ser de gran nariz y huesudas facciones, cubierto de una raído y viejo guardapolvo gris que parecía haber salido de otra época.
El dueño de la tienda extendió los brazos hacia los lados como queriendo abarcar todo el local.
Abrió la boca, que parecía una cueva oscura, comenzando a hablar con una voz que parecía un susurro:
Pulsó el timbre y tras unos instantes de silencio sonó el pulsador abriéndose la puerta.
El hombre entró. Lo atendió un inquietante ser de gran nariz y huesudas facciones, cubierto de una raído y viejo guardapolvo gris que parecía haber salido de otra época.
El dueño de la tienda extendió los brazos hacia los lados como queriendo abarcar todo el local.
Abrió la boca, que parecía una cueva oscura, comenzando a hablar con una voz que parecía un susurro:
-
"Bienvenido a mi humilde casa señor, en las estanterías de
mi
tienda encontrará todo lo que busca, papel blanco como la nieve
hecho de piel humana, bolígrafos y estilográficas cuya tinta dura
toda la eternidad, toner y cartuchos de tinta que sirven para todas
las impresoras y que son capaces de
imprimir palabras
que harán temblar a quienes las lean".
El
hombre en su sueño miró a su alrededor cajas de papel de impresora
apiladas y cubiertas de polvo, pequeñas cajitas conteniendo
cartuchos de tinta de colores, cientos de pequeñas y alargadas cajas
de carton blanco de toner sin ninguna marca serigrafiada alrededor.
El hombre extendió la mano señalando las cajas de toner. El dueño le ofreció una de ellas mientras inclinaba la cabeza y una inquietante sonrisa parecía dibujarse en aquel rostro cruel.
El hombre se dio la vuelta y salió a la calle con el toner en la mano, al alejarse se giró para volver a mirar, la tienda parecía haberse difuminado en la espesa niebla.
Despertó agitado y sudoroso, con un espantoso dolor de cabeza fruto de la resaca del día anterior.
Se levantó y tomo un par de aspirinas con un vaso de agua y se vistió desaliñadamente, estaba convencido que aquel sueño era una señal.
Abrió la impresora y confirmó su sospecha, hacía tanto tiempo que no escribía que no recordaba que no había reemplazado el toner agotado, aunque era domingo y las tiendas estaban cerradas salió de casa convencido que iba a encontrar la tienda de su sueño y que esta, iba a estar abierta.
El hombre extendió la mano señalando las cajas de toner. El dueño le ofreció una de ellas mientras inclinaba la cabeza y una inquietante sonrisa parecía dibujarse en aquel rostro cruel.
El hombre se dio la vuelta y salió a la calle con el toner en la mano, al alejarse se giró para volver a mirar, la tienda parecía haberse difuminado en la espesa niebla.
Despertó agitado y sudoroso, con un espantoso dolor de cabeza fruto de la resaca del día anterior.
Se levantó y tomo un par de aspirinas con un vaso de agua y se vistió desaliñadamente, estaba convencido que aquel sueño era una señal.
Abrió la impresora y confirmó su sospecha, hacía tanto tiempo que no escribía que no recordaba que no había reemplazado el toner agotado, aunque era domingo y las tiendas estaban cerradas salió de casa convencido que iba a encontrar la tienda de su sueño y que esta, iba a estar abierta.
Subido
en su coche recorría la ciudad, intentando hallar en su mente algo
que le recordara la extraña tienda de su sueño. Llevaba
una hora conduciendo y ya desesperaba de encontrar la tienda cuando
al girar una calle en el otro extremo de
la
ciudad, se adentró en una espesa niebla y poco después se encontró
frente al edificio en cuyo bajo se hallaba la extraña tienda de su
sueño.
Detuvo
el coche frente a la entrada y apenas se había apeado cuando se
encontró frente a la puerta con el dueño, aquel inquietante ser de
gran nariz y huesudas facciones, cubierto de una raído y viejo
guardapolvo gris que parecía haber salido de otra época, que le
estaba esperando con una caja en las manos, conteniendo un toner que
entregó al hombre.
El
desconcertado escritor intentó echar mano de su cartera para pagar
pero el dueño de la tienda había desaparecido en su interior y el
local se había sumergido en la espesa niebla desapareciendo como si
nunca hubiera existido.
Se
subió al coche y abandonó el lugar adentrándose en la niebla que
cubría las callejuelas vacías.
Minutos
más tarde, observó al fondo una luz que rompía la bruma y poco después salía al sol, a las calles conocidas de su ciudad, llenas de
gente paseando o haciendo deporte como cualquier otro domingo.
Al rato se hallaba en su vivienda, sudoroso y preso de una actividad
febril había puesto en marcha la impresora, colocado el toner y
cargada la bandeja hasta el tope con folios de papel, se sentó
frente al ordenador y se sirvió en un vaso una generosa medida de
bourbon.
No
sabía cual sería el precio a pagar, pero le era indiferente, quizás
hasta había vendido su alma al diablo, pensaba para sí.
Pero
ahora podría escribir, estaba convencido que palabras y frases
acudirían solas a su mente y la historia fluiría sin que tuviera
que pensar.
Minutos
más tarde se convenció de que se equivocaba, apenas unas líneas con
el comienzo de la novela, unas frases sin sentido tecleadas en su
ordenador.
Suspiró
desolado, se derrumbó empequeñecido en la silla, la desilusión se
había apoderado de él, las palabras no surgían, no sabía como
expresar sus ideas.
Tomó un sorbo del vaso, el ambarino licor estaba muy caliente así que se
levantó de la silla dirigiéndose hasta la cocina.
Abrió la nevera y añadió varios cubitos de hielo a su copa cuando el ruido de la impresora en marcha llegó a sus oídos procedente de la habitación.
Extrañado no recordaba haber pulsado para imprimir las escasas líneas escritas, pero para su sorpresa al volver a la habitación observó como la impresora continuaba en marcha llenando los folios de palabras, de frases. Su historia estaba allí.
Abrió la nevera y añadió varios cubitos de hielo a su copa cuando el ruido de la impresora en marcha llegó a sus oídos procedente de la habitación.
Extrañado no recordaba haber pulsado para imprimir las escasas líneas escritas, pero para su sorpresa al volver a la habitación observó como la impresora continuaba en marcha llenando los folios de palabras, de frases. Su historia estaba allí.
Estuvo
tentado de pulsar el botón y apagar el aparato, pero se quedo
mirando como se iban apilando folio tras folio.
Finalmente la impresora se detuvo, el escritor se sentó y tomó entre sus temblorosas manos el montón de páginas, empezó a leer.
La historia comenzaba tal como había imaginado el escritor y que no había sabido explicar con palabras. De la alegría y satisfacción el escritor pasó al horror.
No sabía el tiempo que había pasado cuando terminó de leer el manuscrito depositándolo encima de la mesa.
Estaba horrorizado, quería gritar y no podía articular palabra, ahora tenía claro que ningún editor tenía que publicar aquella enloquecedora novela. El mundo no podía conocer el espantoso contenido de aquel manuscrito.
Se levantó y cogió el grueso montón de folios, abrió la puerta que daba al balcón del quinto piso donde vivía.
El cielo se había cubierto y amenazaba tormenta. Se asomó a la calle y lanzó hacía arriba todos las páginas del que tenía que haber sido su próximo libro, se había levantado un diabólico viento que llevaría volando las hojas hasta el último rincón de la ciudad.
A continuación se subió encima de la barandilla del balcón, extendió los brazos en cruz lanzándose al vacío.
Mientras caía al abismo, le parecío oír a lo lejos una siniestra risa.
Finalmente la impresora se detuvo, el escritor se sentó y tomó entre sus temblorosas manos el montón de páginas, empezó a leer.
La historia comenzaba tal como había imaginado el escritor y que no había sabido explicar con palabras. De la alegría y satisfacción el escritor pasó al horror.
No sabía el tiempo que había pasado cuando terminó de leer el manuscrito depositándolo encima de la mesa.
Estaba horrorizado, quería gritar y no podía articular palabra, ahora tenía claro que ningún editor tenía que publicar aquella enloquecedora novela. El mundo no podía conocer el espantoso contenido de aquel manuscrito.
Se levantó y cogió el grueso montón de folios, abrió la puerta que daba al balcón del quinto piso donde vivía.
El cielo se había cubierto y amenazaba tormenta. Se asomó a la calle y lanzó hacía arriba todos las páginas del que tenía que haber sido su próximo libro, se había levantado un diabólico viento que llevaría volando las hojas hasta el último rincón de la ciudad.
A continuación se subió encima de la barandilla del balcón, extendió los brazos en cruz lanzándose al vacío.
Mientras caía al abismo, le parecío oír a lo lejos una siniestra risa.
No hay comentarios:
Publicar un comentario