sábado, 13 de junio de 2020

Cuentos Prohibidos: El Escritor




EL ESCRITOR

Dedicado a Miguel Angel Serer, gran albinegro y mejor persona, mi proveedor de papel, impresoras y toner.


El hombre cuando abrió la puerta de su vivienda y aun con la luz apagada, vio brillar los folios blancos apilados sobre el escritorio, iluminados por la tenue luz que desprendía la pantalla encendida del ordenador.
Alargó la mano temblorosa y tocó el interruptor con los dedos encendiendo la luz. Las nauseas subían desde la profundidad de su estómago amenazando con salir al exterior. Con la mente abotargada por el alcohol y pasos vacilantes avanzó hacia la mesa.
No sin esfuerzo se apoyó en el respaldo de la silla y se sentó frente a la pantalla del ordenador.
Se le había ocurrido una gran idea, mientras tomaba la última copa de aquella noche en uno de los bares habituales, la idea para una nueva novela que tras cinco años de sequía volverían a situarle en la lista de los autores más vendidos.
Era la oportunidad de volver a recuperar la vida anterior perdida. Los últimos años sín escribir un nuevo libro le habían conducido a una espiral de drogas y alcohol que le habían llevado a una ruina economica y personal donde perdió su casa y a su famila convirtiendolé en un despojo de la sociedad.
Es sabido que lo que más aterra a un escritor es sentirse paralizado frente a una hoja de papel vacía, frente a una inmaculada hoja del procesador de textos del ordenador y el estaba aterrado, las palabras no venían. No podía escribir. 
Temblaba, fijando los ojos irritados en la pantalla, hasta sentir dolor. Sudaba mientras su mirada se perdía por caminos confusos, quería gritar y romper los folios apenas manchados algunos de ellos de palabras inconexas y sin valor. 
Necesitaba salir corriendo a la oscuridad de la noche y alejarse de su casa camino de algún bar. Decidió servirse un buen trago de bourbon, estaba seguro de que sería su mejor libro si algún día lograba redactarlo, reflexionaba asombrado de sí mismo, mientras paladeaba la copa, cuando conseguía imaginar apenas aquellos escasos trazos de la historia. 
Sería la más terrorífica novela jamás escrita, estaba seguro que los editores se pelearían por publicarla y que le devolvería a la cima de la literatura de terror, ávidos lectores arrasarían las librerías ansiosos de hacerse con un ejemplar.
Sabía que todos los que lo leyesen quedarían atrapados en su siniestra y oscura trama. Nadie quedaría indiferente después de comenzara su libro. Algunos enloquecerían, otros no podrían jamás volver a conciliar el sueño, otros perderían para siempre su confianza en la familia, en los amigos, en el resto de la humanidad.
Mientras el, observaría como su novela se traducía a todos los idiomas, como se hacían edición tras edición, como iba engordando su fortuna. Conseguiría recuperar a su familia y se sentiría el dueño del mundo. Solo faltaba una cosa, escribir el libro.
Permaneció unas horas frente a la pantalla sin teclear una sola letra, paseó con ansiedad por la habitación hasta que finalmente el cansancio le venció y se tumbó en el sofá, envuelto en los vapores del alcohol.
Cuando los rayos de sol que entraban por la ventana le despertaron, recordaba claramente el extraño y sobrecogedor sueño que había tenido.
Se encontraba en su ciudad aunque en una zona que para él era totalmente desconocida. Caminaba presurosamente, escuchando sus propios pasos retumbar a lo largo de una calle interminable y que no parecía tener fín.
Había caido la tarde rapidamente y su sombra se proyectaba hasta perderse en el interior de una densa niebla.
Al final de la calle había un edificio de altos y negros muros y en el bajo había una tienda sombría y solitaria de material de oficina.
Pese a lo tardío de la hora una tenue luz amarillenta y una sombra moviéndose en el interior de la tienda le confirmaron que estaba abierta. 
Pulsó el timbre y tras unos instantes de silencio sonó el pulsador abriéndose la puerta. 
El hombre entró. Lo atendió un inquietante ser de gran nariz y huesudas facciones, cubierto de una raído y viejo guardapolvo gris que parecía haber salido de otra época.
El dueño de la tienda extendió los brazos hacia los lados como queriendo abarcar todo el local. 
Abrió la boca, que parecía una cueva oscura, comenzando a hablar con una voz que parecía un susurro:
- "Bienvenido a mi humilde casa señor, en las estanterías de mi tienda encontrará todo lo que busca, papel blanco como la nieve hecho de piel humana, bolígrafos y estilográficas cuya tinta dura toda la eternidad, toner y cartuchos de tinta que sirven para todas las impresoras y que son capaces de imprimir palabras que harán temblar a quienes las lean".
El hombre en su sueño miró a su alrededor cajas de papel de impresora apiladas y cubiertas de polvo, pequeñas cajitas conteniendo cartuchos de tinta de colores, cientos de pequeñas y alargadas cajas de carton blanco de toner sin ninguna marca serigrafiada alrededor. 
El hombre extendió la mano señalando las cajas de toner. El dueño le ofreció una de ellas mientras inclinaba la cabeza y una inquietante sonrisa parecía dibujarse en aquel rostro cruel. 
El hombre se dio la vuelta y salió a la calle con el toner en la mano, al alejarse se giró para volver a mirar, la tienda parecía haberse difuminado en la espesa niebla. 
Despertó agitado y sudoroso, con un espantoso dolor de cabeza fruto de la resaca del día anterior.  
Se levantó y tomo un par de aspirinas con un vaso de agua y se vistió desaliñadamente, estaba convencido que aquel sueño era una señal. 
Abrió la impresora y confirmó su sospecha, hacía tanto tiempo que no escribía que no recordaba que no había reemplazado el toner agotado, aunque era domingo y las tiendas estaban cerradas salió de casa convencido que iba a encontrar la tienda de su sueño y que esta, iba a estar abierta.
Subido en su coche recorría la ciudad, intentando hallar en su mente algo que le recordara la extraña tienda de su sueño. Llevaba una hora conduciendo y ya desesperaba de encontrar la tienda cuando al girar una calle en el otro extremo de la ciudad, se adentró en una espesa niebla y poco después se encontró frente al edificio en cuyo bajo se hallaba la extraña tienda de su sueño.
Detuvo el coche frente a la entrada y apenas se había apeado cuando se encontró frente a la puerta con el dueño, aquel inquietante ser de gran nariz y huesudas facciones, cubierto de una raído y viejo guardapolvo gris que parecía haber salido de otra época, que le estaba esperando con una caja en las manos, conteniendo un toner que entregó al hombre.  
El desconcertado escritor intentó echar mano de su cartera para pagar pero el dueño de la tienda había desaparecido en su interior y el local se había sumergido en la espesa niebla desapareciendo como si nunca hubiera existido. 
Se subió al coche y abandonó el lugar adentrándose en la niebla que cubría las callejuelas vacías. 
Minutos más tarde, observó al fondo una luz que rompía la bruma y poco después salía al sol, a las calles conocidas de su ciudad, llenas de gente paseando o haciendo deporte como cualquier otro domingo. 
Al rato se hallaba en su vivienda, sudoroso y preso de una actividad febril había puesto en marcha la impresora, colocado el toner y cargada la bandeja hasta el tope con folios de papel, se sentó frente al ordenador y se sirvió en un vaso una generosa medida de bourbon. 
No sabía cual sería el precio a pagar, pero le era indiferente, quizás hasta había vendido su alma al diablo, pensaba para sí.  
Pero ahora podría escribir, estaba convencido que palabras y frases acudirían solas a su mente y la historia fluiría sin que tuviera que pensar.  
Minutos más tarde se convenció de que se equivocaba, apenas unas líneas con el comienzo de la novela, unas frases sin sentido tecleadas en su ordenador.  
Suspiró desolado, se derrumbó empequeñecido en la silla, la desilusión se había apoderado de él, las palabras no surgían, no sabía como expresar sus ideas.
Tomó un sorbo del vaso, el ambarino licor estaba muy caliente así que se levantó de la silla dirigiéndose hasta la cocina. 
Abrió la nevera y añadió varios cubitos de hielo a su copa cuando el ruido de la impresora en marcha llegó a sus oídos procedente de la habitación. 
Extrañado no recordaba haber pulsado para imprimir las escasas líneas escritas, pero para su sorpresa al volver a la habitación observó como la impresora continuaba en marcha llenando los folios de palabras, de frases. Su historia estaba allí.
Estuvo tentado de pulsar el botón y apagar el aparato, pero se quedo mirando como se iban apilando folio tras folio. 
Finalmente la impresora se detuvo, el escritor se sentó y tomó entre sus temblorosas manos el montón de páginas, empezó a leer.  
La historia comenzaba tal como había imaginado el escritor y que no había sabido explicar con palabras. De la alegría y satisfacción el escritor pasó al horror. 
No sabía el tiempo que había pasado cuando terminó de leer el manuscrito depositándolo encima de la mesa. 
Estaba horrorizado, quería gritar y no podía articular palabra, ahora tenía claro que ningún editor tenía que publicar aquella enloquecedora novela. El mundo no podía conocer el espantoso contenido de aquel manuscrito. 
Se levantó y cogió el grueso montón de folios, abrió la puerta que daba al balcón del quinto piso donde vivía.  
El cielo se había cubierto y amenazaba tormenta. Se asomó a la calle y lanzó hacía arriba todos las páginas del que tenía que haber sido su próximo libro, se había levantado un diabólico viento que llevaría volando las hojas hasta el último rincón de la ciudad. 
A continuación se subió encima de la barandilla del balcón, extendió los brazos en cruz lanzándose al vacío. 
Mientras caía al abismo, le parecío oír a lo lejos una siniestra risa.

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