Proseguimos con nuestro repaso con otro de los relatos que forman parte de
"Asylum y otros Cuentos Prohibidos".
Esta vez es con el titulado,
"Bares, qué Lugares". Espero que os guste.
Bares, qué lugares
Tan gratos para conversar
No hay como el calor del amor en un bar
(Estrofa de la canción, "Al calor del amor en un bar", del grupo español Gabinete Caligari)
Amanece en la ciudad y con los primeros rayos de sol van desapareciendo las sombras de la
noche, difuminando las tonalidades grises que cubren los edificios de aquel barrio del extrarradio.
Detenido frente a un bar un vehículo policial lanza sus destellantes luces, mientras en el interior
del
"zeta" dos policías de uniforme se resguardan del frío de este día de Noviembre.
En el interior del local aún cerrado y con la persiana metálica a medio subir, el dueño del bar,
tras la barra, conversa con otro hombre que le mira con curiosidad.
El dueño se da la vuelta, coge del estante una botella de coñac y llena dos copas
generosamente, y acercando una a la persona que tiene enfrente.
Así es señor inspector, esto ya no es lo que era, antes de la llegada de la maldita crisis, ¡habría tenido usted que ver como estaba el bar! Era cuando mi mujer aún estaba en la cocina haciendo
toda clase de tortillas para los almuerzos, que por cierto tenía unas manos...
El otro hombre asiente silenciosamente, mete una mano en el bolsillo de su gabardina y
enciende un cigarrillo, mientras se pregunta porque le habrá llamado.
A la hora de la comida servíamos un menú del día y las mesas se llenaban con los trabajadores de los talleres de alrededor. Con la crisis los talleres cerraron y ahora ya no entra casi nadie...
El dueño del bar apura de un trago su copa, volviéndosela a llenar.
Ahora el bar apenas me da lo justo para vivir y pasarle la pensión a mi mujer y mi hijo. Porque me separé, señor inspector, ¿sabe usted? Por eso mantengo el bar abierto casi todo el día, en vez de haber cerrado hace tiempo. Por la mañana abre Raluca, la empleada que tengo contratada. Es una buena mujer que lo que gana lo manda a su país. Es rumana, ¿sabe? No es que yo tenga nada contra los rumanos, todo lo contrario. No soy racista, siempre que uno venga a este país a trabajar. No como los moros, ¡esos si que vienen a comer de la sopa boba! Se pasan el día sin hacer nada, tomando el sol en las plazas. Eso, si no venden droga a la salida de los colegios. ¿Eh, señor inspector? Les damos la sanidad, la educación, la vivienda, el comedor de la escuela, vales de comida, todo gratis...
El inspector le mira con ojos penetrantes y asiente mientras lanza las volutas de humo de su
cigarrillo al rostro del dueño del bar.
¿Y que me dice usted de ellas? Tan tapadas que vete a saber lo que pueden llevar escondido debajo de sus ropas, vienen aquí a criar como conejas, con dos o tres críos pequeños cada una, van en grupo todas con sus carros de bebé a comprar a Mercadona. Y mientras el españolito de pie, sentado en un cartón a la puerta del supermercado pidiendo para comer o durmiendo en la calle por que el banco le ha quitado el piso, después de estar trabajando toda su vida. Déjeme que le diga una cosa, señor inspector, no es que yo sea facha, pero si uno que yo se saliera de la tumba...
Rafa, al grano, le interrumpe su interlocutor, dejando su copa vacía sobre el mostrador.
Se la vuelvo a llenar ¿Eh, señor inspector?
El dueño del bar no espera la respuesta, se da la vuelta , vuelve a coger la botella y llena las dos
copas hasta el borde.
Como le decía señor inspector, yo llego al bar poco antes de mediodía, para ayudar a Raluca si
hay alguna mesa para comer. Luego se va ella y me quedo hasta cerrar de una a dos de la
madrugada. Aquí al lado habrá visto que hay un "descampao" donde aparcan camiones y a
veces se acercan los camioneros a cenar un bocadillo o tomarse un "cortao". La primera vez que entró en el bar ya me fijé en ella. Treinta y pocos, pelo negro hasta la cintura, ojos negros, los labios muy rojos, aunque la cara algo pálida, como si no le diera el sol.
Rafa, deja de hablar por un momento para coger unos vasos de cristal y comienza a limpiarlos
con un trapo aún más sucio que los propios vasos, mientras mira fijamente al inspector.
Aquella minifalda de color rojo, las botas negras de tacón alto, el suéter escotado en forma de
pico que permitían ver el comienzo de sus pechos... Desde el primer momento tuve claro que era
una prostituta en busca de clientes. Ya sabe usted señor inspector, como somos los hombres para eso, lo olemos enseguida. No es que yo lo critique, al fin y al cabo yo mismo con la Raluca he tenido lo mío, la soledad es muy mala señor inspector y cuando las ganas de joder aprietan... pues eso.
El inspector que juguetea con el mechero se detiene por un minuto, interesado en saber a donde
le va a llevar la narración del dueño del local.
Las noches que venía se acercaba hasta la barra y pedía un vaso de vodka con tres cubitos de hielo, así a palo seco. Siempre la invitaba algún camionero o un parroquiano de esos noctámbulos que estarían aquí toda la noche si no cerraras. Algunas de esas veces se iba al exterior del brazo de alguno de ellos, supongo que irían hasta el camión a echar un polvo. Me enamoré de ella, señor inspector, hasta llegué a ofrecerle, aprovechando una noche que el local estaba vacío, trabajo de camarera en el bar, cuanta verdad cuando dicen que tiran más dos tetas que dos carretas.
Pero con una sonrisa rechazó el trabajo. En fin, la que es puta, es puta...
El inspector, que suele ir al local alguna vez y conoce a Rafa de hace tiempo, vuelve a encender otro cigarrillo, esperando, curioso, conocer la razón por la que le ha llamado.
Fue entonces cuando algunos clientes comenzaron a hablar de las desapariciones misteriosas de camioneros y de otras personas. Aunque recibo la prensa local en el bar diariamente, es para los clientes, yo no soy mucho de leer, y apenas suelo ojear las paginas de deportes. Los desaparecidos eran encontrados convertidos en cadáveres que habían perdido toda su sangre y aunque aparecían a la otra punta de la ciudad, por las fotos que salían en los periódicos reconocí en ellas a varios de los camioneros y clientes del bar. Todos ellos, según la autopsia, como ya sabe usted, habían muerto desangrados y mantenido relaciones sexuales antes de morir.
El inspector observa al dueño del local visiblemente nervioso y le alarga el paquete de cigarrillos
y el encendedor.
Con mano temblorosa Rafa se enciende el cigarrillo antes de proseguir con su relato.
Entonces lo comprendí todo, señor inspector, aquella mujer era un vampiro. Pero...le digo una cosa, no me hubiera importado que ella me hubiera mordido solo por estar por única una vez en sus brazos. Me habría dado igual dejar atrás esta vida de mierda. Luego reflexioné y aunque no soy muy religioso, me acerqué hasta la iglesia que hay ahí detrás pasando el descampado, la del Padre Tomás, y le pedí su ayuda...
Rafa llena las dos copas de nuevo, bebiéndose la suya de un trago antes de proseguir.
No volvió hasta ayer por la noche, estaba a punto de cerrar el bar ya que no había ningún cliente. Cuando vio el local vacío hizo una mueca de disgusto y se disponía a irse cuando la llamé, invitándola a una copa.
Aceptó y le puse su vaso de vodka con hielo. Había dado unos tragos a su copa, cuando un grito inhumano salió de su garganta, sufrió unas convulsiones, y su cuerpo se deshizo, primero la carne hasta convertirse en huesos y luego quedarse solo en ceniza, es ese montón que ve ahí junto a la ropa que llevaba, señor inspector.
Gracias al Padre Tomás, que me dio agua bendita y que yo utilicé para hacer en el congelador los cubitos de hielo que puse a la vampira en su copa. Soy un buen ciudadano, señor inspector, y no podía permitir que un vampiro fuera llenando el cementerio con los pocos clientes que me quedan. Y ahora puede detenerme y llevarme a comisaria.
El inspector, lanza un vistazo a su reloj de pulsera, se levanta del taburete y echa la ceniza de su
cigarrillo sobre los restos cenicientos de la que había sido una mujer vampiro, y mira fijamente a
la cara del dueño del bar, diciéndole:
Si no hay cadáver, no hay crimen, Rafa. Me voy que se me ha hecho tarde. Ah, y un consejo antes de abrir el bar, deposita esa ropa en un contenedor y barre todo ese montón de ceniza que hay ahí acumulado, da mala impresión