EL PASEO FINAL
Lucas Masters con la ropa manchada de sangre emprendía el
camino de regreso a su habitación, agotado física y mentalmente.
Se acabó, había roto su juramento hipocrático y había acabado con
todos los muertos vivientes, fue imposible de controlar y uno tras
otro sus compañeros fueron cayendo enfermos.
Tal como pudieron saber un disparo a la cabeza o clavando un
objeto puntiagudo en el cráneo, impedía la transformación de los
muertos en aquellos seres, impidiendo su vuelta a la vida.
Conforme los que estaban sanos fueron cayendo enfermos, no pudo
evitar que se produjera la transformación en algunos de sus
compañeros que llegaron a atacar a los supervivientes.
Ahora los restos de los que habían sido sus compañeros durante los
últimos meses yacían diseminados por los pasillos sin fin de la
refinería.
Era el único hombre vivo en la plataforma petrolífera.
Pero no por mucho tiempo, el virus había penetrado en su cuerpo
unos días antes, en poco tiempo moriría y se convertiría en uno de
aquellos zombies.
No sabía muy bien que hacer, pero no estaba dispuesto a convertirse
en un muerto viviente que vagara por la plataforma para toda la
eternidad.
Empezó a toser convulsivamente. Sufría un espantoso dolor de
cabeza y le ardía la frente. Cada vez más débil, deseaba llegar a su
habitación para tenderse en el catre y dormir un poco.
Lucas anduvo mecánicamente por el camino de siempre, pero se dio
cuenta de que no había razón para volver a su habitación y se
detuvo junto a una puerta exterior.
¿Para qué esperar?...
Hizo girar, no sin esfuerzo, la oxidada rueda de la escotilla y entró
en una esclusa de aire acolchada.
El letrero de la puerta le avisaba:
STOP
WARNING
EXTREME COLD
THERMAL CLOTHING REQUIRED
(ALTO- ADVERTENCIA- FRÍO EXTREMO - INDUMENTARIA
TÉRMICA OBLIGATORIA)
Tiró de la puerta exterior abriéndola, el súbito contacto con la gélida
temperatura le cortó el aliento.
Una vez fuera se quitó el grueso chaquetón y la máscara de
protección que llevaba puesta y que ya había dejado de tener
sentido, ya que el virus corría por sus venas.
Hacía un frío brutal, debía estar cerca de los veinte bajo cero, sin
ropa de abrigo encima sentía como la piel le quemaba.
Lucas salió a una pasarela y caminó por ella, sus botas resonaban
contra el metal.
Aquel archipiélago de acero, una de las mayores estructuras
flotantes del mundo, un vasto paisaje de maquinaria con enormes
tanques de almacenamiento, con sus torres, vigas transversales y el
sistema de tuberías ahora cuajados de hielo, brillaba reluciendo bajo
la última luz del día.
Lucas Masters se inclinó sobre una barandilla y por un instante tocó
el metal helado, el ligero contacto hizo que retirara rápidamente la
mano, el dolor era semejante a como si se hubiera quemado al
ponerla en un horno.
El intenso frío hacía que le doliera el pecho al respirar, en poco
tiempo estaría congelado.
Miró hacia abajo, donde oculto por la bruma se encontraba el mar y
aunque no podía verlas, oía como las olas rompían contra los
soportes flotantes de la refinería.
Pensó en que si se subía a la barandilla y se dejaba caer, todo
acabaría en un instante. Una caída de cien metros entre la niebla y
todo terminaría.
¿O no?
Y si su cuerpo se destrozaba pero seguía vivo por los siglos.
¿Miedo al dolor? No.
Miedo a vivir, miedo a no morir.
La vista se le nublaba. Quería saltar pero no podía, tenía los
músculos bloqueados.
A punto de congelarse, notando que la sangre no le llegaba al
cerebro y haciendo acopio de las escasas fuerzas que le quedaban, en
un esfuerzo supremo se subió a la barandilla y llevó la pistola a su
boca.
El disparo resonó en el silencio, el cuerpo cayó.
Por un instante pareció como si el mar que le esperaba, abriera sus
olas para recibirle.
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