jueves, 3 de agosto de 2017

Otro relato más de INFECZIÓN

Continuamos nuestro repaso con otro más de las historias que forman parte de INFECZIÓN, esta vez es la titulada: El Médico.



I


El Mar de Barents se caracteriza por tener las aguas más frías del Planeta Tierra, situado entre el Polo Norte y las costas de Noruega y Rusia, en mitad del Océano Glacial Ártico, destaca por sus bancos de hielo y constantes tormentas. 

Hay quien dice que el Mar de Barents es tan frío que si se quedara en calma un solo día y los vientos del Ártico y las corrientes oceánicas dejaran de agitarlo, se solidificaría completamente y se podría andar por su superficie. 

No es que el doctor Lucas Masters creyera o dejara de creer en ello, simplemente le daba lo mismo, él se limitaba a cumplir con su trabajo y dejar que pasaran los días con su monotonía habitual hasta que llegara el helicóptero que le llevaría, junto a otros compañeros, al continente para cumplir su periodo de descanso. 

A sus treinta y tres años de edad pensaba que ya era hora de cambiar de lugar de trabajo, le gustaría atender pacientes en el servicio de urgencias de un hospital o pasar consulta a enfermos en un centro médico de lujo en Chicago. 

Pero de momento se tenía que conformar en cumplir el año de contrato que le quedaba con la compañía y seguir atendiendo los esporádicos casos de borrachera, pese a estar prohibida la bebida, de alguna manera los trabajadores conseguían entrar alcohol en las instalaciones, los resfriados, los casos de congelación en los dedos de 105 alguna mano o de un pie y de vez en cuando algún traumatismo por caída de un trabajador. 

La plataforma petrolífera TITAN-2 de la North & Sun Petroleum Company se encontraba a cinco millas de las islas de la Tierra de Francisco José, un archipiélago ruso comprendido por 191 islas cubiertas de hielo con un área de 16.134 km², en su mayoría deshabitadas salvo por algunas bases militares y científicas.

En la plataforma una plantilla reducida a solo doscientas personas de las ochocientas que podía albergar en sus instalaciones, trabajaba en tareas de mantenimiento y limitada por razones económicas a solo un veinte por cien de su capacidad. 

Su personal realiza el duro trabajo, recorre los corredores y descansa o mira la televisión en los bloques de alojamiento, mientras espera con desazón a que la North & Sun Petroleum Company resuelva los problemas económicos y ponga otra vez la plataforma en marcha al ciento por ciento de su capacidad y el oleoducto del fondo del mar vuelva a bombear alegremente su líquido. 

Tras levantarse de su litera, se lavó los dientes y se aseó solamente lo necesario ya que había decidido practicar jogging por los túneles de servicio de la cubierta C

La chapa de las paredes y de la cubierta era una gama de tonos otoñales color teja para hacerlas agradables a la vista de los trabajadores, aunque tras casi seis meses de encierro y aislamiento terminabas odiando aquellas paredes. 

Formaba parte de su rutina diaria el correr durante diez vueltas por el circuito imaginario de un kilómetro de aquel laberinto de metal, vestido solamente con una camiseta de los Chicago Bears y un pantalón corto, sudaba profusamente mientras corría a buen ritmo. 

Las tuberías del oleoducto trepidaban como un corazón palpitante a su paso, cuando llegó hasta la ficticia línea de meta y se detuvo junto al puesto contraincendios número quince, un armario transparente pintado de rojo, que contenía un hacha y cuatro extintores. 

Con los pulmones a punto de reventar por el esfuerzo, se apoyó contra el armario mientras trataba de recobrar el aliento, con los dedos empapados en sudor pulsó el botón de parada de su cronómetro. 

Observó el tiempo y una sonrisa de satisfacción iluminó su rostro, pese a la inactividad física que le suponía estar en aquel sitio y su actual trabajo, no estaba muy lejos de sus mejores tiempos, aquellos en que corría maratón.

Volvió caminando a su habitación, se despojó de su ropa empapada y se metió en la ducha, tras enjabonarse abundantemente dejó caer el chorro caliente de la ducha sobre su piel rosada y blancuzca haciendo que esta enrojeciera. 

Eligió del armario un jersey de cuello alto de un discreto color gris y la comodidad de unos jeans, unos mocasines completaron su atuendo y tras vestirse se dirigió al comedor a desayunar, luego iría a abrir la consulta. 

Su camino le llevó por los pasillos atravesando lo que se conocía por la "calle principal" y que era como el centro comercial de una pequeña ciudad, allí se alineaban una tienda con productos de toda clase, una peluquería que abría tres días a la semana, un negocio de alquiler de películas en DVD y Blu-Ray

Tenía también su zona de ocio con una pequeña sala de cine, un gimnasio, una cafetería donde tomar un refresco o una cerveza sin alcohol, una bolera y una sala de juegos con toda clase de máquinas recreativas y tragaperras donde dejar parte del sueldo. 

TITAN-2, era una activa ciudad cuyas luces llameaban iluminando la fría noche polar y donde cuatro miembros de una empresa de seguridad eran los encargados de mantener el orden. 

En la plataforma no se suministraba alcohol, pero de alguna manera siempre alguien conseguía hacerlo entrar, el que era sorprendido con alcohol o drogas, tal como constaba en el contrato que había firmado, era apartado del trabajo, despedido y enviado al continente lo más pronto posible. 

Allí trabajaban tipos duros, con temperamento, en turnos largos y pesados, al final de su jornada con nada que vencer el aburrimiento, el tedio y la frustración desembocaban a veces en peleas. Estas no solían ir más allá de una visita a la enfermería para curar las heridas, como preludio al encierro de los implicados en un camarote especial hasta que se calmaran, luego llegaba el castigo en forma de multa en la nómina. 

En el comedor cogió una bandeja y se sirvió una taza de café, junto con una tostada con mermelada de frambuesa y un bollo caliente, seguidamente se sentó en la esquina de una de las largas mesas ocupada por solo dos trabajadores. 

Estaba terminando el desayuno cuando se le acerca Stuart McFarland, un fornido escocés de barba pelirroja, que le susurra al oído: 

– Venga Doctor, el Jefe quiere hablar con nosotros, es importante. 

Llegan hasta la cafetería que no abrirá hasta la tarde y cuya puerta se cierra tras ellos al entrar. 

– Bien, ¿ya estamos todos? Podemos empezar. 

Quien así habla es Gordon Williams, al que todos respetan y conocen como el Jefe, aunque figura en el organigrama como director, nadie sabría decir verdaderamente cual es su cargo. Tiene una mirada penetrante detrás de sus ojos azules, a veces casi escondidos tras la visera de su eterna gorra negra con el anagrama de la empresa. Como si se tratase de una reunión de alcohólicos anónimos, diez personas sentadas en sillas forman un semicírculo frente al televisor de la cafetería y miran en silencio las noticias del canal BBC News que les llega vía satélite. 

Las imágenes mostraban vehículos militares blindados, aparcados delante de hospitales a donde se veían llegar ambulancias haciendo sonar sus sirenas, al mismo tiempo filas de personas con aspecto de estar enfermas haciendo cola frente a la entrada de los servicios de urgencias de los hospitales.

Otras muestran a policías con equipo antidisturbios reprimiendo revueltas y saqueos, coches en llamas, supermercados donde se ven a los clientes llevándose carros atestados de comida, mientras pelean entre sí. Aparecen interferencias en el aparato y se ven mal las imágenes por lo que cambia de canal. 

En Sky News se ven soldados con máscaras antigás vigilando puestos de control y barricadas, luego muestran camiones y carros de combate con colores de camuflaje bloqueando las carreteras principales, secuencias tomadas desde un helicóptero mostraban el tráfico colapsado, autopistas congestionadas ocupadas con coches llenos de maletas, con familias enteras ocupandolos, los rostros de algunos de ellos cubiertos de máscaras.

 – Es lo mismo en todas partes, se ha instaurado la ley marcial, explica Williams apagando la televisión, se trata de una especie de brote epidémico de gripe que se extiende a nivel mundial. Es muy grave. 

– ¿De qué gravedad estamos hablando, Jefe?, inquirió el doctor Masters. 

– En algunas zonas se habla de un contagio superior al 50% y por el momento no se ha encontrado una vacuna, aclaró Williams.

 – ¿Cuándo ha sucedido esto? ¿Qué es lo que ha pasado?, preguntó atropelladamente Karl Reuter, el jefe de mantenimiento, que era de origen alemán. 

– Como sabéis debido a las tormentas que hemos sufrido durante la última semana, la recepción de la señal de la televisión ha sido muy mala y no se ha podido ver hasta ahora, explicó Williams. Por lo que sabemos esto empezó hace aproximadamente entre una y dos semanas. Nadie sabe ciertamente su origen, entre las diversas hipótesis se habla de un atentado de carácter biológico por parte de un grupo terrorista islámico. 

Alguien trajo una tazas con café recién hecho y Williams hizo una pausa para coger una de ellas, mientras observa con mirada penetrante los rostros uno por uno en busca de una reacción. 

– He intentando hablar con la compañía para confirmar la llegada del barco de suministro prevista para dentro de quince días, pero debe haber un caos total en las oficinas y no he podido hablar con ellos, prosiguió Williams.

 – Por lo pronto hasta que tengamos más información y vemos como acaba esta situación y antes de informar al resto del personal, vamos a aplicar una serie de medidas, se detuvo por un instante para mirar a Bob Riley, el jefe de seguridad, un gigante de casi dos metros, de bíceps enormes y la cabeza rasurada totalmente. 

– Bob, entrega a tus hombres las armas y los colocas de guardia, uno en el almacén de víveres, otro en la armería y el último en la enfermería, continuó. Hay que evitar que con un motín se hagan con las armas y se apoderen de los suministros. 

El doctor Masters habló entonces:

 – Prepararé la enfermería y los medicamentos de que dispongo contra la gripe, aunque después de lo oído no creo que sirvan para mucho. La mayor parte de las habitaciones de la cubierta B están vacías, podíamos habilitar esa zona para cuarentena de los que caigan enfermos. 

– Me parece buena idea, habló Williams, los demás elijan entre sus hombres a los de mayor confianza, nos harán falta para hacer los relevos a los que estén de guardia y por si las cosas van a peor. 

Minutos después termina la reunión y cada uno vuelve a su trabajo, durante la comida y la cena se comunica al resto de los trabajadores que salen de su turno de trabajo la noticia. 

En la televisión siguen apareciendo imágenes de los canales de noticias que son reproducidas una y otra vez, mientras programas con entrevistas llenan la programación de las diferentes cadenas, donde expertos de todo tipo dan su opinión sobre la plaga letal que está arrasando las ciudades. 

Unos discutían si se trataba de un arma bacteriológica, otros afirmaban que era una mutación de la gripe A, nadie lo sabía con certeza pero lo único cierto era que la pandemia avanzaba sin control. 

A través de los altavoces de la plataforma, sonó el timbre musical que precedía a la difusión de un aviso por megafonía.

 – Doctor Masters, acuda por favor, al despacho del director. 

Lucas avanzó por los pasillos vacíos hasta llegar al despacho de Williams que se encontraba al final del bloque de administración. 

Una gran ventana de plexiglás daba a la cubierta superior de la refinería iluminada a esa hora por la tenue luz del sol del Ártico. 

La enorme ciudad, construida de puentes y vigas de metal, resplandecía majestuosa. Williams estaba sentado en su escritorio y a su lado permanecía de pie Bob Riley, el jefe de seguridad, en la pared un panel mostraba un plano de la plataforma lleno de luces verdes y rojas, frente a él, varios monitores mostraban las imágenes que enviaban las cámaras sumergidas en el fondo del océano que vigilaban el oleoducto. Joao Mendes, el jefe de operaciones, un fornido negro de apenas metro sesenta de estatura y natural de Cabo Verde, estaba junto a la radio manipulando el dial, pero por los altavoces solo salían zumbidos y ruidos de interferencias.

 A una señal de Williams, Lucas cogió una silla y se sentó frente a ellos.

 – ¿Hay noticias del continente?, preguntó dirigiéndose a Mendes. 

– El sonido es apenas perceptible, contestó Mendes, y como viene se va, a ratos oyes algo de música o algún programa con noticias, pero la mayor parte del día solo ruido. 

– Lo peor es que hace un día y medio que no podemos hablar con las oficinas de la compañía, dijo Williams, dentro de cinco días tiene que llegar el barco de suministro y no sabemos nada, estamos aislados del mundo.

 – Esto empieza a darme miedo de verdad, dijo Masters, en los últimos tres días han caído enfermas veinte personas y no se cuantas más pueden hacerlo en los próximos días. 

– De eso quería hablar contigo. Pero no aquí, mejor fuera, dijo Williams tendiendo al doctor un grueso anorak, vamos a dar un paseo. 

Bajaron por los peldaños metálicos que rodeaban en espiral una de las enormes patas flotantes de la plataforma, la noche había sido muy fría y se había acumulado algo de hielo en los soportes de la refinería. 

Masters se arrebujaba dentro de su anorak intentando combatir las ráfagas de viento helado, dispuesto a escuchar a su jefe.

 – En la última comunicación que mantuve con la compañía me confirmaron que el barco estaba de camino y que con los suministros te mandaban equipo médico, pero que dudaban de que fuera eficaz, comentó Williams.

 – ¿Como están realmente las cosas, le dijeron algo?, dijo Masters.

 – Muy mal. Las fronteras de todos los países están cerradas, los puertos, los aeropuertos, para impedir que el contagio se extienda, continuó Williams, es una mutación de la gripe que se propaga con rapidez y de manera global. 

La gente no afectada huye de las grandes ciudades para evitar el contagio, hay toda clase de desordenes, revueltas, tiroteos, manifestaciones, el mundo parece haberse vuelto loco. El ejército y la policía están desbordados, lo mismo que los hospitales y los servicios médicos, proseguía hablando atropelladamente Williams, la gente se refugia en sus casas, no funcionan los colegios, ni los servicios de transporte, los supermercados y las farmacias están desabastecidos y casi nadie va a trabajar. 

– Se dice que hay países con un 50% de la población enferma, que algunas naciones ya tienen preparados miles de ataúdes para cuando empiecen a producirse las muertes entre los enfermos, pero como la mayoría de las estaciones de radio y televisión no funcionan, continuó, nadie parece saber que ocurre realmente, si son rumores producto del pánico. Por si fuera poco han aparecido los profetas, que hablan que ha llegado el juicio final y que hay muertos que han resucitado y atacan a los vivos. 

– Entonces digamos que la situación es... complicada, dijo Masters, dudando por unos instantes, buscando la palabra adecuada. 

– ¿Complicada?, dijo sonriendo con sorna Williams, decir complicada es ser benevolente con la situación que vivimos. Abrazó en un gesto de complicidad a Lucas: – De todos modos doc, lo mantendremos en secreto, los muchachos no tienen porque enterarse, no creo que consigamos nada alarmándoles más de lo que están.

 3 

El doctor Masters, permanecía abstraído mirando las emisiones de televisión, cada vez más esporádicas y que se limitaban a hablar sobre la mortal pandemia de gripe que se había extendido en todo el mundo. 

Junto a él, allí reunidos en la cafetería, los hombres que permanecían en pie, observaban ensimismados con la mirada perdida en su taza de café o el botellín de un conocido refresco de cola. 

El último discurso que había pronunciado Gordon Williams, el Jefe, había tenido un efecto devastador, sobre los allí presentes. 

Gordon Williams, había dejado la litera de su habitación, para acudir al cuarto de comunicaciones. Tras ello convocó una reunión urgente donde acudieron los setenta hombres aún disponibles. 

El Jefe se puso en pie dificultosamente, aquejado también de la gripe que diezmaba la plataforma, se dirigió con voz débil, interrumpiendo a ratos sus palabras por la tos. 

En medio del inquietante silencio que reinaba en la sala, les explicó la última conversación que había mantenido con la compañía. 

El barco de provisiones que les tenía que sacar de allí, no iba a llegar nunca. Tal como sucedía en todo el mundo, la gripe también se había introducido en el barco. Ya había sido confirmado por todas las naciones, que los muertos por la gripe, después de un tiempo, volvían a la vida devorando a las personas. Los que sufrían un mordisco o un arañazo por parte de estos seres se infectaban y morían irremediablemente, para volver convertidos en muertos vivientes. Ejércitos de todas las naciones se enfrentaban a los zombies, como se les denominaban a esos seres, pero parecía que era una batalla perdida y el número de infectados iba creciendo exponencialmente. 

A estas explicaciones siguió una rueda de preguntas y opiniones, aquellos hombres duros se acordaban de sus familias y sus amigos, en estos momentos en que el mundo se derrumbaba. 

Entre la enfermería y la zona habilitada para la cuarentena situada en el gimnasio, había más de un centenar de hombres, algunos de ellos agonizantes. Si se confirmaba lo dicho por Williams deberían acabar con ellos antes de que los infectaran. 

EL PASEO FINAL 
Lucas Masters con la ropa manchada de sangre emprendía el camino de regreso a su habitación, agotado física y mentalmente. 
Se acabó, había roto su juramento hipocrático y había acabado con todos los muertos vivientes, fue imposible de controlar y uno tras otro sus compañeros fueron cayendo enfermos. 
Tal como pudieron saber un disparo a la cabeza o clavando un objeto puntiagudo en el cráneo, impedía la transformación de los muertos en aquellos seres, impidiendo su vuelta a la vida. 
Conforme los que estaban sanos fueron cayendo enfermos, no pudo evitar que se produjera la transformación en algunos de sus compañeros que llegaron a atacar a los supervivientes. 
Ahora los restos de los que habían sido sus compañeros durante los últimos meses yacían diseminados por los pasillos sin fin de la refinería. 
Era el único hombre vivo en la plataforma petrolífera. 
Pero no por mucho tiempo, el virus había penetrado en su cuerpo unos días antes, en poco tiempo moriría y se convertiría en uno de aquellos zombies. 
No sabía muy bien que hacer, pero no estaba dispuesto a convertirse en un muerto viviente que vagara por la plataforma para toda la eternidad. 
Empezó a toser convulsivamente. Sufría un espantoso dolor de cabeza y le ardía la frente. Cada vez más débil, deseaba llegar a su habitación para tenderse en el catre y dormir un poco. 
Lucas anduvo mecánicamente por el camino de siempre, pero se dio cuenta de que no había razón para volver a su habitación y se detuvo junto a una puerta exterior. 
¿Para qué esperar?... 
Hizo girar, no sin esfuerzo, la oxidada rueda de la escotilla y entró en una esclusa de aire acolchada. 
El letrero de la puerta le avisaba: 
STOP WARNING  
EXTREME COLD 
THERMAL CLOTHING REQUIRED 
(ALTO- ADVERTENCIA- FRÍO EXTREMO - INDUMENTARIA TÉRMICA OBLIGATORIA) 
Tiró de la puerta exterior abriéndola, el súbito contacto con la gélida temperatura le cortó el aliento. 
Una vez fuera se quitó el grueso chaquetón y la máscara de protección que llevaba puesta y que ya había dejado de tener sentido, ya que el virus corría por sus venas. Hacía un frío brutal, debía estar cerca de los veinte bajo cero, sin ropa de abrigo encima sentía como la piel le quemaba. 
Lucas salió a una pasarela y caminó por ella, sus botas resonaban contra el metal. Aquel archipiélago de acero, una de las mayores estructuras flotantes del mundo, un vasto paisaje de maquinaria con enormes tanques de almacenamiento, con sus torres, vigas transversales y el sistema de tuberías ahora cuajados de hielo, brillaba reluciendo bajo la última luz del día. 
Lucas Masters se inclinó sobre una barandilla y por un instante tocó el metal helado, el ligero contacto hizo que retirara rápidamente la mano, el dolor era semejante a como si se hubiera quemado al ponerla en un horno. 
El intenso frío hacía que le doliera el pecho al respirar, en poco tiempo estaría congelado. 
Miró hacia abajo, donde oculto por la bruma se encontraba el mar y aunque no podía verlas, oía como las olas rompían contra los soportes flotantes de la refinería. 
Pensó en que si se subía a la barandilla y se dejaba caer, todo acabaría en un instante. Una caída de cien metros entre la niebla y todo terminaría. 
 ¿O no? Y si su cuerpo se destrozaba pero seguía vivo por los siglos. ¿Miedo al dolor? No. Miedo a vivir, miedo a no morir. 
La vista se le nublaba. Quería saltar pero no podía, tenía los músculos bloqueados.
A punto de congelarse, notando que la sangre no le llegaba al cerebro y haciendo acopio de las escasas fuerzas que le quedaban, en un esfuerzo supremo se subió a la barandilla y llevó la pistola a su boca. 
El disparo resonó en el silencio, el cuerpo cayó. Por un instante pareció como si el mar que le esperaba, abriera sus olas para recibirle. 











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