El buen tiempo ya casi es una constante en la Costa del Sol y, con él, ese característico olor a pescaíto frito procedente de los chiringuitos con el que uno se arriesga a embriagar el estómago a poco que se dé un paseo a ras de playa. Y, entre todos los pescados, el espeto es el rey. Media docena -o docena, según se tercie- de sardinas ensartadas en una caña, un fuego adecuado y, sobre todo, la pericia de un espetero son los únicos ingredientes necesarios de un arte milenario.
El espeto es un plato típico de la cocina malagueña que consiste en espetar, es decir ensartar pescado, tradicionalmente sardinas, en finas y largas cañas, para asarlo con leña en la arena de la playa.
La técnica consiste en insertar las sardinas atravesando su lomo y cuidando que todas estén colocadas en la caña por igual, por encima o por debajo de esta. La razón es que una vez ensartadas al colocarlo sobre las brasas será necesario que la espina de la sardina quede siempre por debajo de la caña ya que si no fuera así, al darle la vuelta la carne del lomo de la sardina se habrá reblandecido y caerían al romperse. Si todas las sardinas se han colocado correctamente con su espina por debajo de la caña, al darle la vuelta, es la espina la que sujetará a la sardina para que no se caiga sobre la brasa.
Tradicionalmente, se colocaba un pequeño montículo de arena para clavar las cañas y al otro lado la madera ya hecha brasa. Al convertirse en una actividad en donde un espetero profesional cocina para un restaurante, para evitar estar agachado en la arena durante horas, los espeteros acudieron al ingenio de colocar arena dentro de una barca y elevar esta sobre caballetes. En la actualidad son muchos los restaurantes e incluso ayuntamientos que colocan a lo largo de los paseos marítimos, barcas en algunos casos de metal, para que puedan rellenarse de arena y facilitar el trabajo. La ventaja de estos modernos contenedores es que pueden orientarse fácilmente con respecto a la brisa.
Evidentemente, aunque lo tradicional es la sardina, muchos otros alimentos pueden espetarse. Así es frecuente espetar otros pescados como jureles, doradas, lubinas, etc. En estos casos, la caña se introduce por la boca del animal. Igualmente es frecuente ver calamares u otros moluscos de tamaño grande. Las brasas del espeto pueden aprovecharse, claro, para asar otros alimentos como brochetas de carne o verdura o patatas.
La caña en donde se ensarta el pescado se hace a partir de cañas de azúcar que se cortan en trozos de unos cincuenta centímetros y después se abren por la mitad longitudinalmente. Una vez obtenidas las dos medias cañas, se afila la punta para que pueda insertarse el pescado. Estas cañas son colocadas en un cubo con agua para que se humedezcan y puedan colocarse encima de las brasas sin que se quemen.
Un chiringuito en la playa y unas sardinas asadas. Pocas combinaciones funcionan mejor que ésta en verano. Y si además se le suma Málaga y espeto a la ecuación, estamos ante una de las fórmulas magistrales para disfrutar de esta época.
Aunque muy conocido, por si queda algún despistado, el espeto no es más que un sistema para asar el pescado sobre brasas insertándolo en unas cañas. El espeto de sardinas se considera uno de los platos más representativos de Málaga, donde incluso hay un monumento al espetero.
Su invención se le atribuye a Miguel Martínez Soler, quien a finales del siglo XIX tuvo la feliz idea de aplicar en su merendero La Gran Parada (en El Palo, Málaga) el sistema de asado que había visto usar a algunos pescadores en la playa, colocando las piezas de descartes -el pescado que nadie quería comprar- pinchadas sobre unas brasas en la arena.
En el siglo XIX la provincia de Málaga vivía fundamentalmente de la pesca. Por aquel entonces las sardinas, debido a su bajo precio, eran un alimento de gente humilde, sobre todo de aquellos que vivían de la pesca, que se conformaban incluso con la “bastina”, que es como se llama a los restos del pescado.
A finales de siglo, El Palo, que ahora es un barrio de Málaga capital, era un pueblo de pescadores en pleno desarrollo socioeconómico. Con la llegada del tranvía y el tren, los malagueños de otras zonas empiezan a trasladarse a este pueblo para disfrutar de agradables jornadas de playa. Es en esta época, concretamente en 1882, cuando Miguel Martínez Soler “Migué el de las sardinas” abre su famoso bar en la playa: “La gran parada”. Sería el inicio de los chiringuitos en la Costa del Sol y fue él quien empezó a pinchar las sardinas en un trozo de caña y ponerlo en la arena junto al fuego.
“La gran parada” pronto reclamó la atención no solo de los malagueños, sino también de personajes ilustres de la Historia de España, convirtiéndose en un punto de referencia para personas relacionadas con el mundo del espectáculo. Entre estos personajes ilustres, destaca el rey Alfonso XII, que visitó “La gran parada” el 21 de enero de 1885. Esta visita al chiringuito coincidió con un viaje oficial del rey con motivo de un terremoto que se produjo en la Axarquía.
El historiador Fernando Rueda describe así el encuentro:
«Cuando Miguel le ofreció uno de sus famosos espetos, el rey 'atacó' el plato con cuchillo y tenedor. En aquel momento, Miguel se adelantó y dijo: “Maestá, asin no, con los deos” (habla malagueña que significaría en español “Majestad, así no, con los dedos”)».
Miguel Martínez Soler es considerado el “padre de los espeteros”. Tras él aparecieron muchos otros que han conseguido que la figura del “espetero” se convierta en una profesión que pasa de generación en generación.
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Tradicionalmente se usaban espetos de caña pero se han sido sustituyendo por espetos metálicos por razones de sanidad y limpieza. Al menos en los chiringuitos, porque en muchas casas se sigue usando el tradicional de madera.
Colocados a unos 45 grados sobre las brasas -de leña de olivo es lo ideal, nos explican- el tiempo de asado depende mucho del fuego y del tamaño del pescado. Es ahí donde el ojo del espetero funciona como el único cronómetro posible para saber cuándo toca dar la vuelta a las sardinas, dejar algunos minutos más por el otro lado -tampoco mucho- para que se dore la piel, y servirlas. Nada de cubiertos, por cierto, se comen con las manos.
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