Tras terminar para su impresión CUENTOS MALDITOS, participante en el Premio de Novela Operación Tagus 2016- 2017, terminando en un honroso vigésimo puesto entre casi trescientas
obras presentadas, nos ponemos de nuevo en marcha con la tediosa tarea de arreglar y enmaquetar el texto de
INFECZIÓN, si, no es una errata, con
z de zombie.
En forma de relatos independientes que acaecen en diferentes partes del mundo, conoceremos un poco más sobre la plaga que arrasó nuestro mundo en
CASTELLÓN: HOLOCAUSTO ZOMBIE.
Aquí esta para abrir boca, la historia que lleva por titulo,
La Batalla de Nueva York.
¡Qué aproveche, Zombies!
DÍA 1
Nace
un nuevo día y es como una promesa. Y
un millón de posibilidades parece como si quisieran ocupar su sitio
bajo el sol con la llegada de cada nuevo amanecer. Y
allí, parapetados tras los sacos terreros los soldados se preguntan,
¿y si la próxima vez que saliera el sol ya no existiera ninguna
esperanza para ellos, solo su muerte y la de todos los que conocen?, ¿Cómo actuarían ante esa posibilidad, como le gustaría irse de
este mundo?
Al
fin y al cabo, los soldados son simples peones, les enseñan que el
honor significa sacrificio y que el sacrificio significa la muerte,
la suya, la del enemigo o la de ambos.
En
cierta forma, si lo piensas bien para eso les adiestran, para
deshacer la obra creadora de Dios, aunque eso signifique en este caso
enfrentarse a un ejercito de muertos vivientes.
El
soldado de primera Walter "Wally" Anderson, del
primer pelotón, se incorporó, se apoyó en el parapeto junto a las
alambradas echando un vistazo al frente, con sus prismáticos.
El
"Pizza Hut" y todos los demás establecimientos de este
tramo de la First Avenue permanecen cerrados con las persianas
bajadas a causa de la terrible epidemia, pero el dejaba divagar su
pensamiento y se relamía pensando lo gustosamente que se hubiera
comido una enorme y crujiente pizza con salami, champiñones y doble
de queso.
La
basura y los coches abandonados se amontonan en las calles y las
aceras junto al primer puesto de control, llegando hasta las barreras
de hormigón colocadas a una manzana de distancia.
Se suponía que
estaba en su casa, en la "Gran Manzana", en Nueva York,
aunque no de la manera y en el momento que él hubiera deseado.
Los
rascacielos de Manhattan se ciernen sobre la sucia escena urbana
reflejándose en sus ventanales el sol, por lo que entorna los ojos
para protegerse del intenso brillo hasta que finalmente consigue
distinguir la reluciente cúspide del edificio más cercano.
Ahí
arriba todo parece estar tranquilo y sereno, podría subir a lo alto
del edificio y descansar un rato disfrutando de la brisa y de las
magnificas vistas de la ciudad.
"Wally",
junto con sus compañeros dos días antes había abandonado su base
en Fort Campbell, en el estado de Kentucky.
Tras
haber pasado unas horas sentados junto a la pista de aterrizaje en un
aeródromo militar cercano, fueron embarcados en los transportes,
ignorantes de su nuevo destino.
Así
fue como la 101 st Airborne Division, la famosa 101 ª
División Aerotransportada, también conocida como las Streaming
Eagles, las Águilas Aulladoras, llegó a su destino: Nueva
York.
"Wally"
miró a su derecha, allí concentrado en lo que había enfrente de
él, estaba el tirador de primera John Ray Lewis, más conocido por
todos como "Tex", por ser originario de Austin, la
capital del estado de Texas.
"Tex"
lucía como el mismo en su casco de kevlar el símbolo de un naipe,
la insignia del Trébol que le identificaba como miembro del 1º
Equipo de Combate de Brigada y en el hombro el águila, el distintivo
de la unidad debajo de la palabra Airborne.
"Tex"
le observa de reojo con gesto hastiado y suspira mientras observa el
lento discurrir de la gente caminando junto a los coches abandonados
en busca de cuidados médicos en las cada vez más escaso de camas,
Metropolitan Hospital.
Los
enfermos no paran de llegar y según dice "Skull",
que siempre alardea de saberlo todo, ninguno se cura y nadie abandona
el hospital si no es con los pies por delante y cubierto por una
sabana.
Dice también que según un chico del 4º Equipo de Combate
de la Brigada,
que lo ha visto en persona, cuando alguien muere, sea civil o
militar, un oficial le dispara un tiro a la cabeza.
Por
la compañía cuentan, que algunos de los civiles refugiados hablan
que han visto como personas muertas por la infección vuelven a la
vida y atacan otras.
Todas
estas habladurías han puesto nerviosos a los chicos y han obligado a
los sargentos a empezar a dar gritos para levantar la moral, al fin y
al cabo en su mayoría, los muchachos apenas superan la veintena de
años de edad.
En
el centro del parapeto esta el especialista Rogers, de la escuadra de
armas de apoyo, inclinándose sobre su M240 del calibre
treinta, con el trípode apoyado sobre un montón de sacos terreros y
apuntando hacía la Avenida.
Sentado
en el suelo junto a él, esta el ayudante de artillero, un tipo
apodado "Old", le apodan "Viejo", por ser
el de mayor edad, aunque apenas ha cumplido veinticinco años.
Quinientos
más atrás la imponente figura del Metropolitan Hospital Center, se
yergue majestuosa e incluso se diría que tranquilizadora, si no
fuera por la larga fila de personas, de toda clase de raza, edad,
sexo y color que se dirigen hacia la entrada.
Les
recibe un grupo de médicos y enfermeras, llevando puestos guantes y
las máscaras o respiradores N95 nada tranquilizadores,
separando enfermos de acompañantes y familiares.
A
su lado, se alinean expectantes y con el dedo en el gatillo, prestos
a disparar un numeroso grupo de soldados, llevando también
mascarillas protectoras.
Al
mando está el teniente Ryan Quinn, natural de Boston, alto y
atlético, tiene los ojos azul pálido y el aspecto rubicundo del
típico chico americano universitario.
A
su lado el sargento Mike Kryzmanowski, un veterano de treinta años,
de origen polaco y natural de Breaux Bridge en Louisiana. Es un tipo
pequeño con manos grandes y con una complexión enjuta, una letal
maquina de matar. Con el pelo cortado a cepillo y una intensa mirada,
el sargento siempre resulta amenazador hasta para la mayoría de sus
propios hombres.
El
sargento instructor que no pierde detalle, hace un disimulado gesto
levantando las cejas y señala a un hombre que intenta pasar
inadvertidamente entre la fila de los sanos.
Dos
de sus hombres cogen con fuerza, cada uno de un brazo al individuo,
desoyendo sus protestas le apartan de la fila y le llevan hasta donde
se encuentran el resto de infectados.
Al
sargento le preocupa no saber como reaccionara el teniente Quinn, si
la situación se vuelve más complicada, como parece que así va a
ser. Aunque hasta ahora no ha dudado ni por un instante en aplicar la
normativa de disparar un tiro a la cabeza de los enfermos que
fallecen, tal como se les ha ordenado.
Son
tan diferentes uno de otro, el oficial, un universitario de
exquisitos modales y educación, el sargento, un rudo veterano,
militar de carrera e instructor de novatos.
Lo
único que tienen en común es por el origen de sus familias, uno
irlandés y el otro polaco, es que son fervientes católicos,
creyentes y practicantes, como podía atestiguar su presencia en la
capilla de la base.
Unos
cuantos disparos aislados suenan al principio de la Avenida que
conduce hasta el hospital, rápidamente el sargento le dice a su
superior:
– Yo
me encargo teniente, "Ice" y "Skull"
conmigo, ordena a dos de sus hombres.
Estos
sin dudar un instante salen corriendo detrás de su sargento,
obviando el Humvee que esta detenido junto a la
entrada.
Llegan
a la posición de "Wally" y "Tex",
al mismo tiempo que otros soldados, "Wally" se pone
de pie e informa al sargento:
– Dos
individuos, señor, les hemos dado el alto y no se han detenido,
andaban de forma extraña y tenían un aspecto muy anormal, hemos
disparado a la cabeza siguiendo las ordenes.
– Por
cierto señor, apostilla "Tex" , que había
permanecido en silencio hasta el momento, van con las ropas
destrozadas y están completamente ensangrentados.
El
grupo ha abandonado el parapeto de los sacos terreros y se ha
acercado hasta los cuerpos, el sargento con una rodilla en tierra
examina los cadáveres sin tocarlos.
No
tiene ninguna duda, las heridas de mordeduras y los restos de sangre
lo atestiguan, son zombies, uno de los nombres con los que han sido
designados recordando las películas de terror.
Ya han llegado los
primeros y Dios sabe cuantos vendrán detrás, ahora ya no van a poder
ocultarlo a sus hombres. Felicita a los soldados y les ordena que
hagan lo mismo sin vacilar si se presentan personas con un aspecto
semejante a estos.
Ordena
a “Ice” y “Skull” que se queden reforzando esa
posición y vuelve a la entrada del hospital para informar al
teniente, quizás ya ha llegado el momento de hablar con los hombres
y decirles la verdad de lo que esta pasando.
El
viento es más fuerte ahora, arrastra hacia allí negros y
amenazantes nubarrones junto con aquel dulzón olor a muerte que
conoció en Irak y Afganistán, era un bonito día y se esta
estropeando.
DÍA
2
Nueva
York, más de ocho millones de personas al principio de la
enfermedad.
Junto
a un hospital un grupo de soldados quiere sobrevivir a la enfermedad
y a los infectados cada vez más numerosos.
Hacia
el norte, una prolongada sucesión de disparos estalla, Quinn se pone
tenso durante un momento y da media vuelta para mirar en dirección
al eco del lejano tiroteo.
Alertado
por una vaga sensación de peligro, a su lado el sargento
Kryzmanowski le mira con cierta admiración y reconoce que el
universitario le esta echando “pelotas“.
Unos
instantes después, todo sonido queda ahogado cuando un helicóptero
"Blackhawk" pasa a toda velocidad por encima
de su posición, a escasos centímetros de los tejados de los
edificios lindantes y el propio hospital.
El
doctor Henderson, el director del hospital, esta junto a ellos
observando los soldados armados hasta los dientes que esperan junto a
dos autobuses metropolitanos de color amarillo que acaban de aparcar
frente a la puerta de urgencias del hospital, trayendo más enfermos.
Este
va a ser el último viaje, cada vez es más complicada la salida del
perímetro de seguridad establecido por los militares alrededor de la
zona del hospital.
El
adentrarse en la ciudad para recoger enfermos y personas sanas, pese
a la escolta de los soldados es cada vez más peligroso, en los
últimos viajes han tenido que hacer frente a grupos de “resucitados“
acabando definitivamente con ellos. Los
“resucitados“, es uno de los nombres con que se conoce a los
muertos por la gripe, por una herida o mordisco producido por otro
infectado y que más tarde ha vuelto a la vida.
El
teniente Quinn ha ordenado “requisar” un pabellón polideportivo
cercano, para alojar a las personas que no presentan síntomas de la
enfermedad. En el interior del pabellón, personal militar y civil se
mueve rápidamente habilitando camas en cualquier rincón libre.
El
teniente y el doctor Henderson conversan sin perder un detalle de
nada mientras a sus espaldas, tosiendo, una hilera de afectados por
el virus y sus familiares espera turno para entrar en el hospital.
Dentro
del hospital, médicos y enfermeras evalúan a los pacientes y
separan a los sanos de los infectados por el virus, a aquellos que
presentan otra sintomatología, o a los que su única dolencia es el
miedo.
Según
el grado de gravedad de la infección van separando a los enfermos:
– Grado
de Infección muy alto con alta probabilidad de muerte o desahuciado
se le coloca una etiqueta de color rojo.
– Grado
de Infección alto paciente grave, etiqueta color amarillo.
– Grado de Infección muy leve o moderada, el paciente permanece en
observación, etiqueta verde.
– Persona
que no presenta síntomas se le asigna la etiqueta de color blanco.
Los
de la etiqueta color blanco son alojados en el pabellón deportivo y
en diferentes salas del hospital se ubican a los enfermos según el
color de la etiqueta. Los
médicos y enfermeras de cada sala van evaluando la progresión de la
enfermedad en los pacientes y decidiendo el cambio de sala según la
mejoría o el empeoramiento en el estado de salud de los enfermos,
cuando alguien fallece es retirado discretamente a otra sala donde un
suboficial o un soldado veterano de máxima confianza, le administra
sin dudar ni un instante un disparo en la frente.
Hay
casos de infección entre enfermeras, médicos e incluso soldados,
pero todos ellos si no es caso de gravedad prefieren seguir ayudando
y permanecer en su puesto.
El
índice de mortalidad en el país es muy alto, en los diferentes
estados oscila entre un treinta y un cincuenta por ciento de los
casos clínicos, superior a lo que fue con la gripe española
de 1918 (1). Cientos de miles de americanos ya han muerto y
se espera que otros siete u ocho millones lo hagan en breve.
En
el Memorial, han muerto ya tantas personas que los cadáveres son
guardados en decenas de camiones frigoríficos que hay estacionados
en la parte trasera del hospital.
Una
vez que se llenan, los camiones transportan la carga a las enormes
fosas comunes que se están cavando en Nueva Jersey y en otras zonas,
pero se creen que finalmente acabaran siendo incinerados en
gigantescas piras funerarias.
A
pesar de que el número de muertos es espeluznante y va en aumento,
ése no es el único de los problemas al que se enfrentan los vivos,
ya que debido a que el sistema inmunológico del ser humano nunca se
ha enfrentado a este virus, no tiene ninguna defensa natural contra
el y todo el mundo puede contraerlo.
En
consecuencia, ciento de millones de personas están enfermas en todo
el mundo y un número muy elevado de ellas morirá, "resucitando"
muy poco tiempo después, para atacar a otros a los que convertirá
en seres como ellos. Así sucesivamente en un bucle diabólico y
eterno que puede conducir al fin de la humanidad.
El
director del hospital le tiende una carpeta al teniente:
– He
mandado hacer una lista con las direcciones de los hospitales y otros
centros de atención alternativos en la ciudad, aunque no se cuantos
de ellos siguen abiertos. Sus hombres podían decir a la gente que
venga a tratarse aquí que se dirijan a alguno de estos otros sitios,
aquí no queda espacio y ya no podemos atender a nadie más.
El
estrépito repentino de unos disparos de armas automáticas se oye
hacia el oeste, en el interior de la ciudad.
Los
soldados se vuelven en dirección al sonido con gesto sorprendido e
intercambian una mirada rápida, cada día se producen más tiroteos,
señal de que cada vez hay más "resucitados" que se
acercan a las posiciones defendidas por los militares, por alguna
razón estos seres huelen a las personas que no sufren la infección
y están vivas.
DÍA
3
El
sargento Kryzmanowski, llama aparte al cabo Hicks y antes de decirle
nada enciende dos cigarrillos y le ofrece uno:
– Francis
escoge los hombres y monta una patrulla para salir en una hora,
quiero el menor ruido posible, si encontráis "resucitados"
acabad con ellos en silencio. Echad un vistazo por los alrededores y
mirad como esta todo, si hay gente viva o calles bloqueadas por
vehículos que impidieran una huida, antes del anochecer os quiero de
vuelta.
"Snow", (Nieve), como así es conocido en el 101 por el blanco níveo
de su piel, es un veterano de Irak y únicamente permite que le llame
por su nombre de pila al sargento Kryzmanowski.
Francis
Hicks había nacido en Idaho, su familia fueron durante generaciones
matarifes y carniceros en su pequeño pueblo y allí adquirió su
particular destreza y habilidad en el manejo de cuchillo, machete o
cualquier tipo de arma blanca.
Aquel
pelirrojo de acerados ojos azules había convertido hasta una simple
navaja en una letal arma en sus manos, pero su afición a la bronca y
los excesos con la bebida le habían impedido ascender dentro de la
unidad.
Una
hora más tarde el pelotón mandado por el cabo Hicks ha emprendido
ya la marcha.
"Wally"
que marcha en cabeza tose a causa de la bruma tóxica, una mezcla de
la pólvora, del humo de los coches incendiados y el procedente de
los edificios que arden en llamas sin poder ser extinguidos por los
bomberos.
El
pelotón avanza lentamente y cada paso que dan es como si caminaran a
cámara lenta, como escapando de sus peores miedos en una infinita
pesadilla.
Junto
a la acera por la que transitan un grupo de coches ha chocado en su
desesperada huida unos con otros en inusuales ángulos.
Uno
de los coches que ha ardido conserva aún en su interior los
cadáveres calcinados del conductor y su familia, que no tuvieron tiempo
de abandonar el vehículo y quizá tampoco nadie se preocupo en
ayudarles a salir.
“Wally“
se asoma al interior por la ventanilla rota, en la parte trasera los
restos de quien debió ser la madre abrazan el pequeño esqueleto de
una niña de pocos años, a juzgar por lo que queda de una muñeca en
el suelo del vehículo, que irónicamente es lo único que sobrevivió
al incendio.
La
mandíbula del conductor cuelga totalmente abierta, como riéndose en
silencio del grupo de imprudentes, condenados a una muerte segura,
que pasan por su lado.
El
horror de la escena le golpea como una bofetada y pese a ser un
veterano curtido en la guerra siente como la náusea sube desde sus
entrañas y tiene que tragar saliva para no vomitar.
A
su lado Norman, que también ha mirado en el interior del coche y que
es de los pocos que lleva continuamente la máscara N95,
aunque harto de llevarla día y noche y tener la garganta reseca por
su continuo uso, esta vez se la quita durante unos pocos segundos.
Inspira
profundamente y bebe un largo trago de agua de su cantimplora antes
de volver a colocársela y se pregunta si no sería mejor mandar ya
al carajo la maldita máscara.
El
pelotón se vuelve a poner en marcha, dos columnas de hombres con las
bayonetas caladas hechos un manojo de nervios y desplegados a lo
largo de cincuenta metros de terreno.
Los
soldados cada uno con su arma y munición, mochila y la cantimplora
llena de agua potable sudan debajo del uniforme de camuflaje
universal en colores canela oscuro, gris claro y marrón, combinados
para su utilización en zonas urbanas.
Avanzan
con las armas cargadas, los seguros quitados y con luz verde para
disparar, cada soldado de la columna principal deja un intervalo de
dos metros de separación con el compañero.
“Wally“
se da la vuelta de repente y levanta la palma de la mano extendida
para que todos la vean y la columna se detiene de inmediato.
Los
soldados se ponen a cubierto tras los coches y los contenedores de
basura que tienen más cerca, se agachan sin dejar de vigilar sus
sectores para así proporcionar un perímetro de seguridad de
trescientos sesenta grados alrededor del pelotón.
Unos
instantes más tarde, la columna del cabo Martínez, que avanza por
la derecha, también se desperdiga en busca de cobertura y se
detiene.
“Wally"
se pasa la mano repetidas veces por delante de la garganta para
indicar que hay peligro delante, y entonces se golpea el pecho dos
veces, pidiendo así que se acerque el jefe de escuadra.
El
cabo Hicks avanza con rapidez hacia donde se encuentra "Wally",
manteniéndose agachado:
– ¿Qué
tienes?
– No
estoy del todo seguro. Pero ... escuche, cabo, se oyen gritos.
"Snow",
se calla y alza el puño para que el pelotón lo vea, la señal es la
indicación para que permanezcan quietos, que no se muevan ni un
milímetro.
Finalmente
a otra indicación suya, se vuelven a poner en marcha hacía donde
suenan los gritos y los gemidos, el pelotón se adentra en el caos.
Los
soldados se despliegan tan rápido como les permite el amasijo de
coches abandonados que taponan First Avenue.
Velocidad
es igual a seguridad. Si pueden moverse rápidamente, conseguirán
avanzar con un número mínimo de pérdidas en vidas y
sin gasto de munición.
La
patrulla se mueve velozmente entre los coches y se acerca a la
caótica situación que se ha formado en el cruce.
A
uno de los lados se encuentra una comisaría de policía, hay
personas por doquier, muchas de ellas están infectadas e intentan
entrar en la comisaría para refugiarse siendo rechazados en la
entrada por policía cubiertos con material antidisturbios,
totalmente desbordados
por la situación.
En el caos y la vorágine que se ha formado, los
"resucitados" muy numerosos atacan lo mismo a los enfermos
que a los que no están infectados.
Uno
de los oficiales de policía sangra abundantemente a causa de un
mordisco en el brazo, mientras las luces de los coches patrulla
detenidos frente a la entrada, giran rojas y azules, centelleando en
los ojos de los soldados.
Hicks
ordena a sus hombres el ataque, no hace falta más era lo que estaban
esperando, el sonido de disparos de armas ligeras resuena en el aire
y los zombies empiezan a caer al suelo abatidos.
El
pelotón surca la intersección disparando, contra cualquier persona
que les parezca hostil .
"Snow"
no reconoce a los chicos más jóvenes, ahora son mayores de lo que
eran en realidad antes de comenzar esto, debido a lo que han visto y
hecho hasta el momento han envejecido muy deprisa, ahora son ancianos
y se les ve en la apagada mirada.
Con
la vista fija en el horizonte y puesta en el enemigo, los ojos les
brillan como piedras tan frías y tan viejas como la propia guerra,
como el propio mundo.
Los
soldados avanzan como una cuña penetrando entre las filas de
"resucitados" y causando decenas de bajas, bien con sus
disparos, bien clavando las bayonetas en la frente de aquellos
desdichados que hasta hace muy poco fueron personas.
El
ataque de los militares hace que se eleve la moral entre los policías
y civiles y que recuperen fuerzas para hacer frente al enemigo muy
superior en número.
Los
soldados consiguen llegar hasta la comisaría, acabando con los
zombies.
A
continuación obligan a los supervivientes a que les sigan, es hora
de volver al hospital antes de que vuelvan a aparecer otro grupo de
muertos vivientes.
El
entrenamiento de los soldados ha sido primordial y a consecuencia de
ello decenas de cuerpos de "resucitados" cubren la calle
como una alfombra sangrienta.
Las
dos columnas de soldados se han juntado en una sola y en el centro de
ella viajan la decena de policías y una veintena de civiles
supervivientes, intentan moverse muy rápido y avanzan por el centro
de la calle atestada de basura, de hojas de periódicos, papeles y
plásticos que revolotean a su alrededor.
Vigilan
los flancos y la retaguardia de la columna, atentos a los cuerpos
amenazadores que van apareciendo poco a poco delante de sus ojos. Por
encima del sordo ruido que producen al andar y de los espectrales
gemidos emitidos por aquellos, empiezan a oírse el ruido de motores.
El
cabo Hicks sonríe y lanza un guiño de complicidad a sus hombres, el
teniente Quinn ha mandado la caballería al rescate.
Tres
Humvee blindados circulan a toda velocidad y se acercan
entre el intenso olor de los gases de sus motores diésel.
Las
balas de calibre cincuenta de las ametralladoras pulverizan las
paredes de los edificios cercanos en un disparo de protección al
pelotón de soldados y civiles que les acompañan, derribando a las
decenas de “resucitados” que se les están acercando y a los que
van incorporándose cada vez más desde las calles colindantes.
DÍA
4
En
el “Metropolitan Hospital Center”, la situación en las últimas horas se ha vuelto crítica, el
número de personas infectadas se ha triplicado y ha diezmado no solo
a la población refugiada
sino también al personal del hospital y a los soldados.
Cada
vez hay menos personal sano para atender a los enfermos e incluso
para tareas como conducir los camiones con los cadáveres a las fosas
comunes, tareas para las que el teniente Quinn ha movilizado a varios
de los civiles sanos.
Las
fosas comunes ya no existen, ahora son pilas de cadáveres
amontonados a los que se
prenden fuego y cuyas negras humaredas son visibles a kilómetros de
distancia.
Los
soldados supervivientes son ayudados en sus tareas de vigilancia por
civiles con alguna experiencia en armas o que se les ha instruido en
el manejo de ellas y los policías de la comisaría cercana.
Se
habían tomado posiciones en East 97 Street a la
entrada del hospital, junto a los autobuses amarillos que estaban
aparcados delante de las puertas de urgencias y en la First
Avenue habían dispuesto una doble alambrada de espino a
ambos extremos sujeta por sacos terreros y colocado los nidos para
las ametralladoras del calibre treinta .
Se
habían bloqueado las bocacalles de las calles adyacentes con
barreras de hormigón, pero más allá de estas, las calles se
encontraban atascadas por los coches.
Allí
se encontraban Bob James, que había nacido en Rome, en el estado de
Georgia, compartiendo un cigarrillo y un trago del whisky que llevaba
en la cantimplora con su paisano Matt Murdock.
Murdock
al que todos conocían como "Ice", por ser como
indicaba su apodo, como el hielo, era un tirador excelente y un
magnifico profesional. En
su rostro curtido por el sol, no se reflejaba nunca emoción alguna y
era también de Georgia, de Gainesville concretamente.
Bob
James, apodado “Skull", conocido así ya que la extrema
delgadez de su rostro hacía que pareciera realmente una calavera,
admiraba y apreciaba realmente a su camarada.
Apenas
quedan unos cientos de hombres sanos y un puñado de ellos esta
destinado a la vigilancia
de los enfermos, no vuelva a ocurrir como en el día de ayer en que
uno de los enfermos murió y nadie se percató de ello. Cuando se
convirtió en un “resucitado“, atacó a una enfermera antes de
poder ser abatido.
Cada
vez es más difícil la tarea de llevar los cadáveres al
“crematorio“, la ciudad esta literalmente invadida por zombies, a
veces van solos, otras en grupos algunos de ellos muy numerosos.
Cuando
coinciden con algunos de los muchachos de otras unidades, todos
hablan de lo mal que esta la situación, de la cantidad de muertos y
del número creciente de zombies.
El
teniente Quinn estudia con el director del hospital la posibilidad de
realizar la cremación de los cadáveres en un lugar lo más alejado
posible, pero dentro del perímetro controlado por los soldados, así
mismo esta preocupado por cuando llegue la escasez de alimentos y
tenga que enviar patrullas para conseguir más víveres.
Los
convoyes de aprovisionamiento han quedado atrapados en el Puente de
Queensboro, este puente es el que une Queens con Manhattan donde esta
situado el hospital.
La
gran cantidad de vehículos ocupados por personas que huían y por
otros muchos abandonados, les han impedido el paso, desgraciadamente
aparte de los víveres traían municiones.
Cada
vez son más numerosas las incursiones de zombies en los aledaños
del hospital y puede que no tarde mucho en producirse una brecha en
la línea defensiva.
DÍA
7: MEDIODÍA
Tras
una semana, las noticias no son buenas, los hombres que formaban
parte del convoy atrapado en el Puente de Queensboro han sido
aniquilados por un ataque letal de cientos de “resucitados“.
“Águila
de Guerra”, nombre clave del centro de mando, informa de la
caída de unidades militares enteras en diferentes zonas de Nueva
York, lo mismo sucede en otras grandes ciudades a lo largo de los
Estados Unidos, ignorándose la suerte que han podido pasar en las
poblaciones pequeñas, pero se teme lo peor.
La
única noticia buena, es que el número de enfermos y por tanto de
muertos se ha estabilizado, parece ser que el que tenía que coger la
enfermedad y morir ya lo ha hecho.
El
problema es ahora acabar con los cientos de miles, los millones de
“resucitados“ que están por todas partes ansiosos de carne
humana.
Se
dice que el Presidente y su familia han muerto y es el Vicepresidente
quien ostenta ahora el cargo de Presidente de los Estados Unidos.
Las
noticias en todas las partes del mundo son parecidas y nada
alentadoras: millones de muertos, millones de infectados que atacan a
los supervivientes para devorarlos, caos, destrucción, hambre,
enfermedad, infecciones etc.
El
teniente Quinn recibe una transmisión de radio, cientos, miles quizá
de aquellos seres como atraídos por un imán se dirigen hacia su
posición, el Metropolitan Hospital Center.
Quinn
reúne a su gente y se lo comunica, luego se lo transmite al doctor
Henderson y al personal médico superviviente y a los civiles. El
teniente moviliza a todo civil que pueda manejar un arma, ordena que
se reparta el armamento y la munición para los M4 y M16 de
los soldados muertos entre los civiles adiestrados apresuradamente en
su manejo.
Sitúan
a los hombres en los parapetos tras los sacos terreros y mandar
colocar los M240 del calibre treinta, con el trípode apoyado
a la espera del temible ejercito de los muertos, ellos son la única
esperanza de los que enfermos o sanos esperan en el hospital.
El
sargento Kryzmanowski , que ahora a pasado a ser Mike para sus
hombres, como ocurre cada vez que van a pasar a la acción, pasa
revista y arenga a sus hombres.
Les
observa con orgullo son los mejores de la 101 y si hay que morir sera
un orgullo hacerlo junto a ellos, allí están “Wally“,
“Tex“, “Old“, “Ice“, “Skull“,
Ruiz, Rogers, Meyer, Cortez, Miller y tantos otros, dispuestos a
presentar batalla a un enemigo infinitamente superior en número y
sin miedo a la muerte.
DÍA
7: ATARDECER
El
Mayor Jensen de la USAF, las Fuerzas Aéreas de los Estados
Unidos de América, intentaba agudizar la vista pese al cansancio que
sentía y distinguir entre las nubes, grupos de muertos vivientes.
La
enfermedad había diezmado las fuerzas aéreas tanto en el número de
pilotos como en el del personal de tierra y obligaba al personal de
vuelo disponible a realizar más misiones de lo aconsejable.
Buscaban
atacar la mayor concentración de “resucitados“ posible para
economizar la escasez de combustible y munición que sufrían,
consiguiendo al mismo tiempo causarles el mayor daño posible
eliminando la mayor cantidad de "ellos".
Los
tres F-16 Fighting Falcon surcaban los cielos de Nueva York,
armados cada uno con 6 Misiles aire-tierra AGM-65 Maverick y
12 Bombas no guiadas Mark 82 de 225 Kg.
– Jefe
Rojo a Rojo Uno y Rojo Dos, vamos a darnos una pasada más por
Manhattan a ver si vemos un grupo grande de zombies y volvemos a
base.
Los
aviones atravesaban el cielo al unísono hasta que desaparecían
detrás de los edificios cercanos al hospital reduciendo la velocidad
conforme se iban acercando a Manhattan.
– Rojo
Uno a Jefe Rojo, grupo hostil a las nueve.
El
Mayor Jensen en una pasada más se hace cargo de la situación, una
oleada de miles de “resucitados“ se dirige hacía una zona
alrededor de un hospital donde hay refugiados y tropas amigas.
No
hay tiempo que perder, antes de que estén más cerca y comprometan
la seguridad de los soldados, ordena lanzar el ataque.
Momentos
después, los aviones regresan dirigiéndose hacia ellos a toda
velocidad, seis puntos negros, seis bombas Mark 82 salen de
sus vientres y caen rápidamente, surcando el cielo y se precipitan
al suelo en una trayectoria balística en busca del objetivo.
Al
mismo tiempo 6 misiles AGM-65 Maverick son disparados y se
pierden de vista, instantes después, aparece un enorme destello de
luz, seguido por el retumbar de un trueno ensordecedor que hacen
estallar los cristales de alrededor.
Los
restos de cientos, quizá miles, de muertos vivientes quedan
diseminados en millares de trozos junto a los enormes cráteres
productos de la explosión, mientras grandes llamaradas se elevan
hacia el cielo.
Los
soldados y el resto de los supervivientes salen de sus protecciones y
saludan alborozados a los cazas levantando sus armas hacía el cielo,
mientras se abrazan entre ellos, por esta vez están salvados.
Una
columna de humo negro se eleva sobre el paisaje urbano de Manhattan
mientras el atardecer se va dibujando en el "skyline" de
Nueva York.
La
escuadrilla se aleja camino de su base.
Misión
Cumplida.
Nota
del Autor:
(1)
- La Gripe Española de 1918. Fue una pandemia de gripe de inusitada
gravedad, causado por un brote de Influenza Virus A del subtipo H1N1.
A
diferencia de otras epidemias de gripe, que afectan básicamente a
niños y ancianos, muchas de sus víctimas fueron jóvenes y adultos
saludables, y animales, entre ellos perros y gatos.
Se
estima que murieron del 10% al 20% de los infectados.
Con alrededor
de un tercio de la población mundial de aquel tiempo infectada, esto
significa que entre un 3% y 6% de la población mundial murió.
La
gripe pudo haber matado a 25 millones de personas en las primeras 25
semanas.
Estimaciones
actuales indican que murieron entre 50 y 100 millones de personas.
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