domingo, 4 de junio de 2017

Infeczión, En marcha




Tras terminar para su impresión CUENTOS MALDITOS, participante en el Premio de Novela Operación Tagus 2016- 2017, terminando en un honroso vigésimo puesto entre casi trescientas
obras presentadas,  nos ponemos de nuevo en marcha con la tediosa tarea de arreglar y enmaquetar el texto de INFECZIÓNsi, no es una errata, con z de zombie.
En forma de relatos independientes que acaecen en diferentes partes del mundo, conoceremos un poco más sobre la plaga que arrasó nuestro mundo en CASTELLÓN: HOLOCAUSTO ZOMBIE.
Aquí esta para abrir boca,  la historia que lleva por titulo, La Batalla de Nueva York.
¡Qué aproveche, Zombies!
 



DÍA 1

Nace un nuevo día y es como una promesa. Y un millón de  posibilidades parece como si quisieran ocupar su sitio bajo el sol con la llegada de cada nuevo amanecer. Y allí, parapetados tras los sacos terreros los soldados se preguntan, ¿y si la próxima vez que saliera el sol ya no existiera ninguna esperanza para ellos, solo su muerte y la de todos los que conocen?, ¿Cómo actuarían ante esa posibilidad, como le gustaría irse de este mundo?

Al fin y al cabo, los soldados son simples peones, les enseñan que el honor significa sacrificio y que el sacrificio significa la muerte, la suya, la del enemigo o la de ambos.

En cierta forma, si lo piensas bien para eso les adiestran, para deshacer la obra creadora de Dios, aunque eso signifique en este caso enfrentarse a un ejercito de muertos vivientes.

El soldado de primera Walter "Wally" Anderson, del primer pelotón, se incorporó, se apoyó en el parapeto junto a las alambradas echando un vistazo al frente, con sus prismáticos.

El "Pizza Hut" y todos los demás establecimientos de este tramo de la First Avenue permanecen cerrados con las persianas bajadas a causa de la terrible epidemia, pero el dejaba divagar su pensamiento y se relamía pensando lo gustosamente que se hubiera comido una enorme y crujiente pizza con salami, champiñones y doble de queso.

La basura y los coches abandonados se amontonan en las calles y las aceras junto al primer puesto de control, llegando hasta las barreras de hormigón colocadas a una manzana de distancia.

Se suponía que estaba en su casa, en la "Gran Manzana", en Nueva York, aunque no de la manera y en el momento que él hubiera deseado.

Los rascacielos de Manhattan se ciernen sobre la sucia escena urbana reflejándose en sus ventanales el sol, por lo que entorna los ojos para protegerse del intenso brillo hasta que finalmente consigue distinguir la reluciente cúspide del edificio más cercano.

Ahí arriba todo parece estar tranquilo y sereno, podría subir a lo alto del edificio y descansar un rato disfrutando de la brisa y de las magnificas vistas de la ciudad.

"Wally", junto con sus compañeros dos días antes había abandonado su base en Fort Campbell, en el estado de Kentucky.

Tras haber pasado unas horas sentados junto a la pista de aterrizaje en un aeródromo militar cercano, fueron embarcados en los transportes, ignorantes de su nuevo destino.

Así fue como la 101 st Airborne Division, la famosa 101 ª División Aerotransportada, también conocida como las Streaming Eagles, las Águilas Aulladoras, llegó a su destino: Nueva York.

"Wally" miró a su derecha, allí concentrado en lo que había enfrente de él, estaba el tirador de primera John Ray Lewis, más conocido por todos como "Tex", por ser originario de Austin, la capital del estado de Texas.

"Tex" lucía como el mismo en su casco de kevlar el símbolo de un naipe, la insignia del Trébol que le identificaba como miembro del 1º Equipo de Combate de Brigada y en el hombro el águila, el distintivo de la unidad debajo de la palabra Airborne.

"Tex" le observa de reojo con gesto hastiado y suspira mientras observa el lento discurrir de la gente caminando junto a los coches abandonados en busca de cuidados médicos en las cada vez más escaso de camas, Metropolitan Hospital.

Los enfermos no paran de llegar y según dice "Skull", que siempre alardea de saberlo todo, ninguno se cura y nadie abandona el hospital si no es con los pies por delante y cubierto por una sabana.

Dice también que según un chico del 4º Equipo de Combate de la Brigada, que lo ha visto en persona, cuando alguien muere, sea civil o militar, un oficial le dispara un tiro a la cabeza.

Por la compañía cuentan, que algunos de los civiles refugiados hablan que han visto como personas muertas por la infección vuelven a la vida y atacan otras.

Todas estas habladurías han puesto nerviosos a los chicos y han obligado a los sargentos a empezar a dar gritos para levantar la moral, al fin y al cabo en su mayoría, los muchachos apenas superan la veintena de años de edad.

En el centro del parapeto esta el especialista Rogers, de la escuadra de armas de apoyo, inclinándose sobre su M240 del calibre treinta, con el trípode apoyado sobre un montón de sacos terreros y apuntando hacía la Avenida.

Sentado en el suelo junto a él, esta el ayudante de artillero, un tipo apodado "Old", le apodan "Viejo", por ser el de mayor edad, aunque apenas ha cumplido veinticinco años.

Quinientos más atrás la imponente figura del Metropolitan Hospital Center, se yergue majestuosa e incluso se diría que tranquilizadora, si no fuera por la larga fila de personas, de toda clase de raza, edad, sexo y color que se dirigen hacia la entrada.

Les recibe un grupo de médicos y enfermeras, llevando puestos guantes y las máscaras o respiradores N95 nada tranquilizadores, separando enfermos de acompañantes y familiares.

A su lado, se alinean expectantes y con el dedo en el gatillo, prestos a disparar un numeroso grupo de soldados, llevando también mascarillas protectoras.

Al mando está el teniente Ryan Quinn, natural de Boston, alto y atlético, tiene los ojos azul pálido y el aspecto rubicundo del típico chico americano universitario.

A su lado el sargento Mike Kryzmanowski, un veterano de treinta años, de origen polaco y natural de Breaux Bridge en Louisiana. Es un tipo pequeño con manos grandes y con una complexión enjuta, una letal maquina de matar. Con el pelo cortado a cepillo y una intensa mirada, el sargento siempre resulta amenazador hasta para la mayoría de sus propios hombres.

El sargento instructor que no pierde detalle, hace un disimulado gesto levantando las cejas y señala a un hombre que intenta pasar inadvertidamente entre la fila de los sanos.

Dos de sus hombres cogen con fuerza, cada uno de un brazo al individuo, desoyendo sus protestas le apartan de la fila y le llevan hasta donde se encuentran el resto de infectados.

Al sargento le preocupa no saber como reaccionara el teniente Quinn, si la situación se vuelve más complicada, como parece que así va a ser. Aunque hasta ahora no ha dudado ni por un instante en aplicar la normativa de disparar un tiro a la cabeza de los enfermos que fallecen, tal como se les ha ordenado.

Son tan diferentes uno de otro, el oficial, un universitario de exquisitos modales y educación, el sargento, un rudo veterano, militar de carrera e instructor de novatos.

Lo único que tienen en común es por el origen de sus familias, uno irlandés y el otro polaco, es que son fervientes católicos, creyentes y practicantes, como podía atestiguar su presencia en la capilla de la base.

Unos cuantos disparos aislados suenan al principio de la Avenida que conduce hasta el hospital, rápidamente el sargento le dice a su superior:

– Yo me encargo teniente, "Ice" y "Skull" conmigo, ordena a dos de sus hombres.

Estos sin dudar un instante salen corriendo detrás de su sargento, obviando el Humvee que esta detenido junto a la entrada.

Llegan a la posición de "Wally" y "Tex", al mismo tiempo que otros soldados, "Wally" se pone de pie e informa al sargento:

– Dos individuos, señor, les hemos dado el alto y no se han detenido, andaban de forma extraña y tenían un aspecto muy anormal, hemos disparado a la cabeza siguiendo las ordenes.

– Por cierto señor, apostilla "Tex" , que había permanecido en silencio hasta el momento, van con las ropas destrozadas y están completamente ensangrentados.

El grupo ha abandonado el parapeto de los sacos terreros y se ha acercado hasta los cuerpos, el sargento con una rodilla en tierra examina los cadáveres sin tocarlos.

No tiene ninguna duda, las heridas de mordeduras y los restos de sangre lo atestiguan, son zombies, uno de los nombres con los que han sido designados recordando las películas de terror.

Ya han llegado los primeros y Dios sabe cuantos vendrán detrás, ahora ya no van a poder ocultarlo a sus hombres. Felicita a los soldados y les ordena que hagan lo mismo sin vacilar si se presentan personas con un aspecto semejante a estos.

Ordena a “Ice” y “Skull” que se queden reforzando esa posición y vuelve a la entrada del hospital para informar al teniente, quizás ya ha llegado el momento de hablar con los hombres y decirles la verdad de lo que esta pasando.

El viento es más fuerte ahora, arrastra hacia allí negros y amenazantes nubarrones junto con aquel dulzón olor a muerte que conoció en Irak y Afganistán, era un bonito día y se esta estropeando.

 

DÍA 2

 

Nueva York, más de ocho millones de personas al principio de la enfermedad.

Junto a un hospital un grupo de soldados quiere sobrevivir a la enfermedad y a los infectados cada vez más numerosos.

Hacia el norte, una prolongada sucesión de disparos estalla,  Quinn se pone tenso durante un momento y da media vuelta para mirar en dirección al eco del lejano tiroteo.

Alertado por una vaga sensación de peligro, a su lado el sargento Kryzmanowski le mira con cierta admiración y reconoce que el universitario le esta echando “pelotas“.

Unos instantes después, todo sonido queda ahogado cuando un helicóptero "Blackhawk" pasa a toda velocidad por encima de su posición, a escasos centímetros de los tejados de los edificios lindantes y el propio hospital.

El doctor Henderson, el director del hospital, esta junto a ellos observando los soldados armados hasta los dientes que esperan junto a dos autobuses metropolitanos de color amarillo que acaban de aparcar frente a la puerta de urgencias del hospital, trayendo más enfermos.

Este va a ser el último viaje, cada vez es más complicada la salida del perímetro de seguridad establecido por los militares alrededor de la zona del hospital.

El adentrarse en la ciudad para recoger enfermos y personas sanas, pese a la escolta de los soldados es cada vez más peligroso, en los últimos viajes han tenido que hacer frente a grupos de “resucitados“ acabando definitivamente con ellos. Los “resucitados“, es uno de los nombres con que se conoce a los muertos por la gripe, por una herida o mordisco producido por otro infectado y que más tarde ha vuelto a la vida.

El teniente Quinn ha ordenado “requisar” un pabellón polideportivo cercano, para alojar a las personas que no presentan síntomas de la enfermedad. En el interior del pabellón, personal militar y civil se mueve rápidamente habilitando camas en cualquier rincón libre.

El teniente y el doctor Henderson conversan sin perder un detalle de nada mientras a sus espaldas, tosiendo, una hilera de afectados por el virus y sus familiares espera turno para entrar en el hospital.

Dentro del hospital, médicos y enfermeras evalúan a los pacientes y separan a los sanos de los infectados por el virus, a aquellos que presentan otra sintomatología, o a los que su única dolencia es el miedo.

Según el grado de gravedad de la infección van separando a los enfermos:

– Grado de Infección muy alto con alta probabilidad de muerte o desahuciado se le coloca una etiqueta de color rojo.

– Grado de Infección alto paciente grave, etiqueta color amarillo.

– Grado de Infección muy leve o moderada, el paciente permanece en observación, etiqueta verde.

– Persona que no presenta síntomas se le asigna la etiqueta de color blanco.

Los de la etiqueta color blanco son alojados en el pabellón deportivo y en diferentes salas del hospital se ubican a los enfermos según el color de la etiqueta. Los médicos y enfermeras de cada sala van evaluando la progresión de la enfermedad en los pacientes y decidiendo el cambio de sala según la mejoría o el empeoramiento en el estado de salud de los enfermos, cuando alguien fallece es retirado discretamente a otra sala donde un suboficial o un soldado veterano de máxima confianza, le administra sin dudar ni un instante un disparo en la frente.

Hay casos de infección entre enfermeras, médicos e incluso soldados, pero todos ellos si no es caso de gravedad prefieren seguir ayudando y permanecer en su puesto.

El índice de mortalidad en el país es muy alto, en los diferentes estados oscila entre un treinta y un cincuenta por ciento de los casos clínicos, superior a lo que fue con la gripe española de 1918 (1). Cientos de miles de americanos ya han muerto y se espera que otros siete u ocho millones lo hagan en breve.

En el Memorial, han muerto ya tantas personas que los cadáveres son guardados en decenas de camiones frigoríficos que hay estacionados en la parte trasera del hospital.

Una vez que se llenan, los camiones transportan la carga a las enormes fosas comunes que se están cavando en Nueva Jersey y en otras zonas, pero se creen que finalmente acabaran siendo incinerados en gigantescas piras funerarias.

A pesar de que el número de muertos es espeluznante y va en aumento, ése no es el único de los problemas al que se enfrentan los vivos, ya que debido a que el sistema inmunológico del ser humano nunca se ha enfrentado a este virus, no tiene ninguna defensa natural contra el y todo el mundo puede contraerlo.

En consecuencia, ciento de millones de personas están enfermas en todo el mundo y un número muy elevado de ellas morirá, "resucitando" muy poco tiempo después, para atacar a otros a los que convertirá en seres como ellos. Así sucesivamente en un bucle diabólico y eterno que puede conducir al fin de la humanidad.

El director del hospital le tiende una carpeta al teniente:

– He mandado hacer una lista con las direcciones de los hospitales y otros centros de atención alternativos en la ciudad, aunque no se cuantos de ellos siguen abiertos. Sus hombres podían decir a la gente que venga a tratarse aquí que se dirijan a alguno de estos otros sitios, aquí no queda espacio y ya no podemos atender a nadie más.

El estrépito repentino de unos disparos de armas automáticas se oye hacia el oeste, en el interior de la ciudad.

Los soldados se vuelven en dirección al sonido con gesto sorprendido e intercambian una mirada rápida, cada día se producen más tiroteos, señal de que cada vez hay más "resucitados" que se acercan a las posiciones defendidas por los militares, por alguna razón estos seres huelen a las personas que no sufren la infección y están vivas.

 

DÍA 3

 

El sargento Kryzmanowski, llama aparte al cabo Hicks y antes de decirle nada enciende dos cigarrillos y le ofrece uno:

 – Francis escoge los hombres y monta una patrulla para salir en una hora, quiero el menor ruido posible, si encontráis "resucitados" acabad con ellos en silencio. Echad un vistazo por los alrededores y mirad como esta todo, si hay gente viva o calles bloqueadas por vehículos que impidieran una huida, antes del anochecer os quiero de vuelta.

"Snow", (Nieve), como así es conocido en el 101 por el blanco níveo de su piel, es un veterano de Irak y únicamente permite que le llame por su nombre de pila al sargento Kryzmanowski.

Francis Hicks había nacido en Idaho, su familia fueron durante generaciones matarifes y carniceros en su pequeño pueblo y allí adquirió su particular destreza y habilidad en el manejo de cuchillo, machete o cualquier tipo de arma blanca.

Aquel pelirrojo de acerados ojos azules había convertido hasta una simple navaja en una letal arma en sus manos, pero su afición a la bronca y los excesos con la bebida le habían impedido ascender dentro de la unidad.

Una hora más tarde el pelotón mandado por el cabo Hicks ha emprendido ya la marcha.

"Wally" que marcha en cabeza tose a causa de la bruma tóxica, una mezcla de la pólvora, del humo de los coches incendiados y el procedente de los edificios que arden en llamas sin poder ser extinguidos por los bomberos.

El pelotón avanza lentamente y cada paso que dan es como si caminaran a cámara lenta, como escapando de sus peores miedos en una infinita pesadilla.

Junto a la acera por la que transitan un grupo de coches ha chocado en su desesperada huida unos con otros en inusuales ángulos.

Uno de los coches que ha ardido conserva aún en su interior los cadáveres calcinados del conductor y su familia, que no tuvieron tiempo de abandonar el vehículo y quizá tampoco nadie se preocupo en ayudarles a salir.

“Wally“ se asoma al interior por la ventanilla rota, en la parte trasera los restos de quien debió ser la madre abrazan el pequeño esqueleto de una niña de pocos años, a juzgar por lo que queda de una muñeca en el suelo del vehículo, que irónicamente es lo único que sobrevivió al incendio.

La mandíbula del conductor cuelga totalmente abierta, como riéndose en silencio del grupo de imprudentes, condenados a una muerte segura, que pasan por su lado.

El horror de la escena le golpea como una bofetada y pese a ser un veterano curtido en la guerra siente como la náusea sube desde sus entrañas y tiene que tragar saliva para no vomitar.

A su lado Norman, que también ha mirado en el interior del coche y que es de los pocos que lleva continuamente la máscara N95, aunque harto de llevarla día y noche y tener la garganta reseca por su continuo uso, esta vez se la quita durante unos pocos segundos.

Inspira profundamente y bebe un largo trago de agua de su cantimplora antes de volver a colocársela y se pregunta si no sería mejor mandar ya al carajo la maldita máscara.

El pelotón se vuelve a poner en marcha, dos columnas de hombres con las bayonetas caladas hechos un manojo de nervios y desplegados a lo largo de cincuenta metros de terreno.

Los soldados cada uno con su arma y munición, mochila y la cantimplora llena de agua potable sudan debajo del uniforme de camuflaje universal en colores canela oscuro, gris claro y marrón, combinados para su utilización en zonas urbanas.

Avanzan con las armas cargadas, los seguros quitados y con luz verde para disparar, cada soldado de la columna principal deja un intervalo de dos metros de separación con el compañero.

“Wally“ se da la vuelta de repente y levanta la palma de la mano extendida para que todos la vean y la columna se detiene de inmediato.

Los soldados se ponen a cubierto tras los coches y los contenedores de basura que tienen más cerca, se agachan sin dejar de vigilar sus sectores para así proporcionar un perímetro de seguridad de trescientos sesenta grados alrededor del pelotón.

Unos instantes más tarde, la columna del cabo Martínez, que avanza por la derecha, también se desperdiga en busca de cobertura y se detiene.

“Wally" se pasa la mano repetidas veces por delante de la garganta para indicar que hay peligro delante, y entonces se golpea el pecho dos veces, pidiendo así que se acerque el jefe de escuadra.

El cabo Hicks avanza con rapidez hacia donde se encuentra "Wally", manteniéndose agachado:

– ¿Qué tienes?

– No estoy del todo seguro. Pero ... escuche, cabo, se oyen gritos.

"Snow", se calla y alza el puño para que el pelotón lo vea, la señal es la indicación para que permanezcan quietos, que no se muevan ni un milímetro.

Finalmente a otra indicación suya, se vuelven a poner en marcha hacía donde suenan los gritos y los gemidos, el pelotón se adentra en el caos.

Los soldados se despliegan tan rápido como les permite el amasijo de coches abandonados que taponan First Avenue.

Velocidad es igual a seguridad. Si pueden moverse rápidamente, conseguirán avanzar con un número mínimo de pérdidas en vidas y sin gasto de munición.

La patrulla se mueve velozmente entre los coches y se acerca a la caótica situación que se ha formado en el cruce.

A uno de los lados se encuentra una comisaría de policía, hay personas por doquier, muchas de ellas están infectadas e intentan entrar en la comisaría para refugiarse siendo rechazados en la entrada por policía cubiertos con material antidisturbios, totalmente desbordados por la situación.

En el caos y la vorágine que se ha formado, los "resucitados" muy numerosos atacan lo mismo a los enfermos que a los que no están infectados.

Uno de los oficiales de policía sangra abundantemente a causa de un mordisco en el brazo, mientras las luces de los coches patrulla detenidos frente a la entrada, giran rojas y azules, centelleando en los ojos de los soldados.

Hicks ordena a sus hombres el ataque, no hace falta más era lo que estaban esperando, el sonido de disparos de armas ligeras resuena en el aire y los zombies empiezan a caer al suelo abatidos.

El pelotón surca la intersección disparando, contra cualquier persona que les parezca hostil .

"Snow" no reconoce a los chicos más jóvenes, ahora son mayores de lo que eran en realidad antes de comenzar esto, debido a lo que han visto y hecho hasta el momento han envejecido muy deprisa, ahora son ancianos y se les ve en la apagada mirada.

Con la vista fija en el horizonte y puesta en el enemigo, los ojos les brillan como piedras tan frías y tan viejas como la propia guerra, como el propio mundo.

Los soldados avanzan como una cuña penetrando entre las filas de "resucitados" y causando decenas de bajas, bien con sus disparos, bien clavando las bayonetas en la frente de aquellos desdichados que hasta hace muy poco fueron personas.

El ataque de los militares hace que se eleve la moral entre los policías y civiles y que recuperen fuerzas para hacer frente al enemigo muy superior en número.

Los soldados consiguen llegar hasta la comisaría, acabando con los zombies.

A continuación obligan a los supervivientes a que les sigan, es hora de volver al hospital antes de que vuelvan a aparecer otro grupo de muertos vivientes.

El entrenamiento de los soldados ha sido primordial y a consecuencia de ello decenas de cuerpos de "resucitados" cubren la calle como una alfombra sangrienta.

Las dos columnas de soldados se han juntado en una sola y en el centro de ella viajan la decena de policías y una veintena de civiles supervivientes, intentan moverse muy rápido y avanzan por el centro de la calle atestada de basura, de hojas de periódicos, papeles y plásticos que revolotean a su alrededor.

Vigilan los flancos y la retaguardia de la columna, atentos a los cuerpos amenazadores que van apareciendo poco a poco delante de sus ojos. Por encima del sordo ruido que producen al andar y de los espectrales gemidos emitidos por aquellos, empiezan a oírse el ruido de motores.

El cabo Hicks sonríe y lanza un guiño de complicidad a sus hombres, el teniente Quinn ha mandado la caballería al rescate.

Tres Humvee blindados circulan a toda velocidad y se acercan entre el intenso olor de los gases de sus motores diésel.

Las balas de calibre cincuenta de las ametralladoras pulverizan las paredes de los edificios cercanos en un disparo de protección al pelotón de soldados y civiles que les acompañan, derribando a las decenas de “resucitados” que se les están acercando y a los que van incorporándose cada vez más desde las calles colindantes.

 

DÍA 4

 

En el “Metropolitan Hospital Center”, la situación en las últimas horas se ha vuelto crítica, el número de personas infectadas se ha triplicado y ha diezmado no solo a la población refugiada sino también al personal del hospital y a los soldados.

Cada vez hay menos personal sano para atender a los enfermos e incluso para tareas como conducir los camiones con los cadáveres a las fosas comunes, tareas para las que el teniente Quinn ha movilizado a varios de los civiles sanos.

Las fosas comunes ya no existen, ahora son pilas de cadáveres amontonados a los que se prenden fuego y cuyas negras humaredas son visibles a kilómetros de distancia.

Los soldados supervivientes son ayudados en sus tareas de vigilancia por civiles con alguna experiencia en armas o que se les ha instruido en el manejo de ellas y los policías de la comisaría cercana.

Se habían tomado posiciones en East 97 Street a la entrada del hospital, junto a los autobuses amarillos que estaban aparcados delante de las puertas de urgencias y en la First Avenue habían dispuesto una doble alambrada de espino a ambos extremos sujeta por sacos terreros y colocado los nidos para las ametralladoras del calibre treinta .

Se habían bloqueado las bocacalles de las calles adyacentes con barreras de hormigón, pero más allá de estas, las calles se encontraban atascadas por los coches.

Allí se encontraban Bob James, que había nacido en Rome, en el estado de Georgia, compartiendo un cigarrillo y un trago del whisky que llevaba en la cantimplora con su paisano Matt Murdock.

Murdock al que todos conocían como "Ice", por ser como indicaba su apodo, como el hielo, era un tirador excelente y un magnifico profesional. En su rostro curtido por el sol, no  se reflejaba nunca emoción alguna y era también de Georgia, de Gainesville concretamente.

Bob James, apodado “Skull", conocido así ya que la extrema delgadez de su rostro hacía que pareciera realmente una calavera, admiraba y apreciaba realmente a su camarada.

Apenas quedan unos cientos de hombres sanos y un puñado de ellos esta destinado a la vigilancia de los enfermos, no vuelva a ocurrir como en el día de ayer en que uno de los enfermos murió y nadie se percató de ello. Cuando se convirtió en un “resucitado“, atacó a una enfermera antes de poder ser abatido.

Cada vez es más difícil la tarea de llevar los cadáveres al “crematorio“, la ciudad esta literalmente invadida por zombies, a veces van solos, otras en grupos algunos de ellos muy numerosos.

Cuando coinciden con algunos de los muchachos de otras unidades, todos hablan de lo mal que esta la situación, de la cantidad de muertos y del número creciente de zombies.

El teniente Quinn estudia con el director del hospital la posibilidad de realizar la cremación de los cadáveres en un lugar lo más alejado posible, pero dentro del perímetro controlado por los soldados, así mismo esta preocupado por cuando llegue la escasez de alimentos y tenga que enviar patrullas para conseguir más víveres.

Los convoyes de aprovisionamiento han quedado atrapados en el Puente de Queensboro, este puente es el que une Queens con Manhattan donde esta situado el hospital.

La gran cantidad de vehículos ocupados por personas que huían y por otros muchos abandonados, les han impedido el paso, desgraciadamente aparte de los víveres traían municiones.

Cada vez son más numerosas las incursiones de zombies en los aledaños del hospital y puede que no tarde mucho en producirse una brecha en la línea defensiva.

 

DÍA 7: MEDIODÍA

 
 

Tras una semana, las noticias no son buenas, los hombres que formaban parte del convoy atrapado en el Puente de Queensboro han sido aniquilados por un ataque letal de cientos de “resucitados“.

“Águila de Guerra”, nombre clave del centro de mando, informa de la caída de unidades militares enteras en diferentes zonas de Nueva York, lo mismo sucede en otras grandes ciudades a lo largo de los Estados Unidos, ignorándose la suerte que han podido pasar en las poblaciones pequeñas, pero se teme lo peor.

La única noticia buena, es que el número de enfermos y por tanto de muertos se ha estabilizado, parece ser que el que tenía que coger la enfermedad y morir ya lo ha hecho.

El problema es ahora acabar con los cientos de miles, los millones de “resucitados“ que están por todas partes ansiosos de carne humana.

Se dice que el Presidente y su familia han muerto y es el Vicepresidente quien ostenta ahora el cargo de Presidente de los Estados Unidos.

Las noticias en todas las partes del mundo son parecidas y nada alentadoras: millones de muertos, millones de infectados que atacan a los supervivientes para devorarlos, caos, destrucción, hambre, enfermedad, infecciones etc.

El teniente Quinn recibe una transmisión de radio, cientos, miles quizá de aquellos seres como atraídos por un imán se dirigen hacia su posición, el Metropolitan Hospital Center.

Quinn reúne a su gente y se lo comunica, luego se lo transmite al doctor Henderson y al personal médico superviviente y a los civiles. El teniente moviliza a todo civil que pueda manejar un arma, ordena que se reparta el armamento y la munición para los M4 y M16 de los soldados muertos entre los civiles adiestrados apresuradamente en su manejo.

Sitúan a los hombres en los parapetos tras los sacos terreros y mandar colocar los M240 del calibre treinta, con el trípode apoyado a la espera del temible ejercito de los muertos, ellos son la única esperanza de los que enfermos o sanos esperan en el hospital.

El sargento Kryzmanowski , que ahora a pasado a ser Mike para sus hombres, como ocurre cada vez que van a pasar a la acción, pasa revista y arenga a sus hombres.

Les observa con orgullo son los mejores de la 101 y si hay que morir sera un orgullo hacerlo junto a ellos, allí están “Wally“, “Tex“, “Old“, “Ice“, “Skull“, Ruiz, Rogers, Meyer, Cortez, Miller y tantos otros, dispuestos a presentar batalla a un enemigo infinitamente superior en número y sin miedo a la muerte.

 

DÍA 7: ATARDECER

 

El Mayor Jensen de la USAF, las Fuerzas Aéreas de los Estados Unidos de América, intentaba agudizar la vista pese al cansancio que sentía y distinguir entre las nubes, grupos de muertos vivientes.

La enfermedad había diezmado las fuerzas aéreas tanto en el número de pilotos como en el del personal de tierra y obligaba al personal de vuelo disponible a realizar más misiones de lo aconsejable.

Buscaban atacar la mayor concentración de “resucitados“ posible para economizar la escasez de combustible y munición que sufrían, consiguiendo al mismo tiempo causarles el mayor daño posible eliminando la mayor cantidad de "ellos".

Los tres F-16 Fighting Falcon surcaban los cielos de Nueva York, armados cada uno con 6 Misiles aire-tierra AGM-65 Maverick y 12 Bombas no guiadas Mark 82 de 225 Kg.

– Jefe Rojo a Rojo Uno y Rojo Dos, vamos a darnos una pasada más por Manhattan a ver si vemos un grupo grande de zombies y volvemos a base.

Los aviones atravesaban el cielo al unísono hasta que desaparecían detrás de los edificios cercanos al hospital reduciendo la velocidad conforme se iban acercando a Manhattan.

 – Rojo Uno a Jefe Rojo, grupo hostil a las nueve.

 El Mayor Jensen en una pasada más se hace cargo de la situación, una oleada de miles de “resucitados“ se dirige hacía una zona alrededor de un hospital donde hay refugiados y tropas amigas.

 No hay tiempo que perder, antes de que estén más cerca y comprometan la seguridad de los soldados, ordena lanzar el ataque.

 Momentos después, los aviones regresan dirigiéndose hacia ellos a toda velocidad, seis puntos negros, seis bombas Mark 82 salen de sus vientres y caen rápidamente, surcando el cielo y se precipitan al suelo en una trayectoria balística en busca del objetivo.

 Al mismo tiempo 6 misiles AGM-65 Maverick son disparados y se pierden de vista, instantes después, aparece un enorme destello de luz, seguido por el retumbar de un trueno ensordecedor que hacen estallar los cristales de alrededor.

 Los restos de cientos, quizá miles, de muertos vivientes quedan diseminados en millares de trozos junto a los enormes cráteres productos de la explosión, mientras grandes llamaradas se elevan hacia el cielo.

Los soldados y el resto de los supervivientes salen de sus protecciones y saludan alborozados a los cazas levantando sus armas hacía el cielo, mientras se abrazan entre ellos, por esta vez están salvados.

Una columna de humo negro se eleva sobre el paisaje urbano de Manhattan mientras el atardecer se va dibujando en el "skyline" de Nueva York.

 La escuadrilla se aleja camino de su base.

 Misión Cumplida.


Nota del Autor:

(1) - La Gripe Española de 1918. Fue una pandemia de gripe de inusitada gravedad, causado por un brote de Influenza Virus A del subtipo H1N1.

 A diferencia de otras epidemias de gripe, que afectan básicamente a niños y ancianos, muchas de sus víctimas fueron jóvenes y adultos saludables, y animales, entre ellos perros y gatos.

Se estima que murieron del 10% al 20% de los infectados.

Con alrededor de un tercio de la población mundial de aquel tiempo infectada, esto significa que entre un 3% y 6% de la población mundial murió.

 La gripe pudo haber matado a 25 millones de personas en las primeras 25 semanas.

 Estimaciones actuales indican que murieron entre 50 y 100 millones de personas.



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