domingo, 18 de marzo de 2018

Cuentos Malditos III

                        
   
                               El Día de la Marmota

Ignoro si ustedes han visto o conocen una película del año 1993,llamada "Groundhog Day", estrenada en nuestro país como "Atrapado en el tiempo".

En ella el protagonista, un meteorólogo de una emisora de televisión, acude cada día 2 de Febrero a una pequeña población para retransmitir el comportamiento de una marmota que determina cuánto tiempo queda hasta que termine el invierno, una tradición local conocida como el Día de la Marmota.
El equipo de televisión pasa la noche en el pueblo debido a una tormenta de nieve, a la mañana siguiente el meteorólogo volverá a vivir el mismo día, que se repetirá una y otra vez.
Como el protagonista de la película, también yo estoy atrapado en un bucle temporal del que no puedo salir, pero mejor comienzo mi historia desde el principio.
Mi trabajo como veterinario en una zona rural siempre me había resultado apasionante, aunque he de reconocer que a veces el abandonar el calor del hogar para acudir de madrugada al parto de una vaca en una recóndita granja, no era la más agradable de las tareas.
El ser soltero a mis cuarenta años recién cumplidos, pese a los intentos de las mujeres solteras de la comarca y de sus madres que me consideraban un buen partido, me había procurado una cierta independencia que me hacía sobrellevar el acudir a intempestivas horas a atender a alguno de mis pacientes, lo cual no hubiera ocurrido en caso de estar casado y quizá con hijos.
Aquella noche volvía de atender un problemático parto de una vaca, el ternero venía en mala posición, aunque el nacimiento terminó felizmente.
Encendí la radio del coche para despejarme y alejar el sueño que ya empezaba a rondarme.
Me encontraba terriblemente cansado y por ello conducía despacio.
Había nevado durante gran parte de la tarde y aunque ahora no lo hacía, la carretera estaba llena de placas de hielo.
La luna llena empezaba a asomar en un cielo a medio cubrir por densas nubes, cuando al salir de una curva junto a un árbol me pareció vislumbrar una figura que levantaba su mano, intentando llamar mi atención.
Hubiera continuado mi camino, pero lo intempestivo de la hora hizo que detuviera el coche y rodara marcha atrás hasta llegar a la altura de la figura.
Se trataba de una chica de unos dieciocho años, a la que abrí la puerta para que se montara en el coche.
Parecía estar helada de frío bajo el chaquetón, así que encendí la calefacción del coche mientras le preguntaba que hacía allí en medio de la nada.
Me contó que había ido en coche con su novio al baile de las fiestas de Valverde, un pueblo a algo más de una hora de donde nos encontrábamos.
Discutió con su novio y este se marchó con su coche, dejándola sola en el pueblo, por lo que volvía a pie hasta su casa.
Unos kilómetros más adelante, la chica hasta aquel momento alegre y habladora cayó en un profundo silencio, que yo deduje era por la discusión con su novio y por la reprimenda que esperaba recibir al llegar a su casa, tampoco yo estaba con muchas ganas de hablar debido a un dolor de cabeza que me había aparecido.
Al llegar a la dirección donde me había dicho que vivía, una mujer algo mayor de cincuenta años, su madre, salió de la casa al escuchar el sonido del motor del coche.
La chica descendió del vehículo con torpeza, con una mano se sujetaba de la puerta con dificultad, pero al parecer carecía de la fuerza suficiente como para mantener al resto del cuerpo y terminó cayendo pesadamente al suelo.
La mujer se apresuró a ayudar a su hija que permanecía en el suelo, la ayudó a ponerse en pie y me instó para que la ayudase, para entonces yo aún no entendía lo que sucedía.
Entre ambos llevamos a la joven, que se sujetaba con una mano el costado, al interior de la casa y la depositamos encima de un sofá.
La chica sangraba por una herida en el costado, mientras su madre permanecía inclinada sobre ella atendiéndola.
Yo observaba a mi alrededor y aunque nunca había estado allí, la casa me resultaba conocida.
Las luces de un coche barrieron la casa, me fui hasta la entrada para abrir la puerta, se trataba del novio de la chica que había vuelto al pueblo arrepentido de haberla dejado allí sola, al no encontrarla en la fiesta se acercó a su casa para saber si había regresado.
Mientras yo intentaba con mi móvil localizar al médico del pueblo, la muchacha volvió en sí por unos minutos, consiguiendo dirigirle unas palabras a su madre antes de volver a perder el conocimiento de nuevo. Su estado parecía ser muy grave.
Me ofrecí para trasladarla a casa del médico del pueblo y tomé a la chica en mis brazos, su madre se acercó dándome las gracias.
Sus palabras sonaron en mis oídos como si ya las hubiese escuchado anteriormente.
En ese momento, sentí el frío metal atravesando mi estómago, la mujer llevaba oculta bajo sus ropas un enorme cuchillo de cocina, el cual me había incrustado rápidamente en mi cuerpo sin darme tiempo a defenderme.
Su madre lo sabía todo, ella se lo había dicho al recobrar el conocimiento.
Caí de rodillas, sujetando el cuerpo agonizante de la chica y entonces vi mi machete de caza clavado en el costado de ella y lo comencé a comprender todo.
Yo había estado ya allí, por eso me resultaba familiar la casa, ahora entendía por qué me pareció reconocer el rostro de aquel muchacho al abrirle la puerta.
Un dolor terrible se extendía por mi cuerpo. No me había percatado de que detrás de mí había alguien que, al parecer, estaba levantando algo.
Giré para intentar protegerme, solo logré ver cómo el hacha que el novio sujetaba en alto descendía para incrustarse en mi cabeza.
En esos instantes como en una película pasó a toda velocidad frente a mí el recuerdo de todo lo sucedido.
Cediendo a mis más bajos instintos, me había apartado de la carretera y detuve el coche.
Intenté seducir a la chica y convencerla de pasar al asiento de atrás para pasar un buen rato juntos, al no lograrlo había intentado abusar de ella, pero la chica había comenzado a chillar y a querer apearse del coche, mientras me amenazaba con denunciarme a la Guardia Civil.
Llegó incluso a arañarme la cara, lo cual me enfureció aún más, y luego estaba el dolor, aquel maldito dolor de cabeza que hacía que sus gritos fueran aún más insoportables.
La furia me invadió, pude abrir la guantera del coche y sacar el machete de caza, que siempre llevaba por si me encontraba con un animal salvaje y se lo clavé en un costado.
Aún no se lo que pasó entonces por mi cabeza, pude haberla rematado allí mismo, dejándola tirada en la cuneta de la solitaria carretera, pero en vez de ello la llevé hasta su casa.
Todo aquello ya había sucedido antes y yo sabía lo que ocurriría después.
Pero nunca hacía nada para evitar que su madre me clavara el cuchillo, ni para que el muchacho descargara su hacha sobre mi cabeza.
Quizás sea porque no quiero evitarlo, porque es justo que yo reciba mi castigo.
Por eso todos los días, uno trás otro, cojo el teléfono y acudo al parto de la vaca en aquella granja.
Luego debería hacerle caso al granjero que me ofrece una habitación y quedarme allí a pasar la noche.
También podría coger la otra carretera y aunque tardaría media hora más, llegaría sano y salvo a mi casa y nada de esto ocurriría.
Pero en vez de eso controlo que en la guantera del coche se halle el machete, cuando llego donde se que estará la chica, en vez de acelerar y alejarme, detengo el coche un día tras otro.
Y se que una vez ella dentro del coche volveré a hacerle insinuaciones, aún sabiendo que no va a ceder a mis deseos, y que terminaré apuñalándola.
Y así un día tras otro la llevaré hasta su casa y no haré nada para evitar que su madre me clave el cuchillo de cocina y su novio me de un hachazo en la cabeza.
Mientras, como el protagonista de la película, que vive siempre el mismo día una y otra vez, yo, porque esa es mi penitencia, sufriré todos los días la misma muerte.

 

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