Más de INFECZIÓN
Seguimos el repaso de las historias que conforman INFECZIÓN, en este caso el relato lleva por titulo "El Búnker"
1
Estoy metido en un traje NBQ hecho con fibras sintéticas tratadas con retardantes del fuego y con una capa interna de algodón impregnada en carbón activo.
Transpiro abundantemente, el respirar a través de la mascarilla me es dificultoso y me produce dolor en el pecho.
Uno de los grandes inconvenientes del traje NBQ es la transpiración y la imposibilidad de beber, comer, fumar, orinar, etc.
Con el traje NBQ puesto se aconseja no tocar nada con las manos, no rozar arbustos o paredes, y desde luego, no quitárselo hasta llegar a una zona segura. Por este motivo no puede ser utilizado más de 3 o 4 horas sino quieres caer desmayado por una lipotimia o una transpiración excesiva.
Se lo que me está sucediendo, son nervios y en cuanto me tranquilice un poco estaré bien, he sido entrenado para esto por sí un día llegáramos a encontrarnos en esta situación.
Sabíamos de la expansión de la epidemia de gripe en los últimos días, desde ese momento en la boca del estómago tenía la sensación de que estaba ocurriendo algo que iba a cambiar nuestras vidas.
Cuando sonó la alarma, apenas tuvimos tiempo de vestirnos con el traje NBQ y recoger el armamento para reunirnos junto a los transportes, nuestros utensilios y recuerdos personales (máquina de afeitar, cartas, fotos) quedaron en las taquillas.
La oscuridad que precedía al amanecer empezaba a desvanecerse cuando abandonamos la Base de Edmonton en Alberta, sede de la Brigada GBMC 1, de la que formábamos parte como miembros del Primer Batallón Princesa Patricia de la Infantería Ligera Canadiense.
La mañana era fría, estaba el cielo gris y plomizo como si amenazase lluvia, la luz seguía siendo mortecina y sin brillo, cuando abandonamos la autopista para internarnos en carreteras secundarias y luego por caminos de tierra, atravesando frondosos bosques para llegar por fin al búnker.
Una compuerta metálica se abrió frente a nosotros, pocos metros después el suelo bajo nuestros pies se inclinó de forma pronunciada, a continuación los camiones bajaron la rampa adentrándose en las profundidades y avanzaron rápidamente por un túnel iluminado hasta detenerse.
Cuando finalmente lo hizo el último de los transportes, un oficial mandó cerrar las puertas y una compuerta metálica de varios centímetros de grosor se cerró a nuestras espaldas.
Cuando escuché al oficial dar la orden de cerrar las puertas y sellar el búnker me di cuenta de la magnitud de todo aquello, no era como otras veces, un ensayo o unas maniobras, fuera lo que fuese lo que estaba ocurriendo en el exterior debía ser un desastre de proporciones inimaginables.
El último resquicio de la luz del día desapareció cuando sellaron las puertas, a continuación de las paredes laterales, por encima y debajo de nosotros empezaron a salir chorros de gas envolviendo los transportes, comenzaba el proceso de descontaminación.
Tras un chasquido metálico, una voz neutra y femenina que parecía corresponder a una grabación, se oyó a través de los altavoces:
– ¡Bajen de los camiones! En una pared se abre una puerta corredera y aparecen varios soldados vestidos y armados como nosotros, invitándonos a seguirles hasta unos enormes vestuarios con taquillas.
La misma voz neutra y sin calor vuelve a escucharse:
– ¡Sitúense delante de una taquilla, desnúdense totalmente y depositen su traje NBQ en la bolsa verde, el resto de la ropa en la bolsa amarilla, entreguen el armamento y munición y cuélguense del cuello la llave de la taquilla!
La voz prosigue:
– ¡Colóquense bajo las duchas hasta que se les diga!
Los doscientos hombres y mujeres de la unidad nos alineábamos desnudos bajo las duchas, además del agua que caía sobre nuestras cabezas varios chorros surgían de las paredes impactando en nuestros cuerpos desde distintos ángulos.
– ¡Salgan y vístanse! se volvió a oír un minuto más tarde.
Conforme salimos de las duchas otros soldados vestidos con uniforme de camuflaje, además de una toalla para secarnos, nos entregan una bolsa con varias mudas de ropa interior, camisas y pantalones de uniforme de camuflaje y un traje NBQ completo.
También nos entregaron un kit completo, dentro de una bolsa de aseo personal, con maquinillas de afeitar desechables, brocha, espuma de afeitar, jabón, cepillo y pasta de dientes.
2
En un campo inhóspito y anodino a kilómetros de ninguna parte se encontraba la entrada oculta del búnker militar, bajo tierra.
En sus profundidades dentro de un vasto complejo de hormigón protegidos del mundo exterior y de la muerte por inmensos muros y capas de aislantes diferentes, con líneas de comunicaciones y complejos sistemas de purificación del aire y ventilación, nos encontrábamos unos cuatrocientos militares, además de funcionarios, médicos y científicos metidos en sus laboratorios buscando una milagrosa vacuna contra el virus que había diezmado a la humanidad. También corrían rumores que el Gobierno de nuestro país estaba aquí dentro con el Primer Ministro a la cabeza.
El enorme complejo, por lo que hemos podido ver, aparte de los dormitorios está dotado con un gran comedor, cocina y una gran sala de esparcimiento con gimnasio.
Dicen que hay también una sala de comunicaciones con enlaces a todas las capitales del mundo. Cuatro días después de haberse cerrado y sellado el búnker cesaron las comunicaciones, nadie sabía si habían fallado por alguna causa o simplemente porque no había nadie en el exterior que pudiera atenderlas.
Por lo que sabíamos, las últimas comunicaciones hablaban de que la enfermedad se extendía por el mundo sin que nada pudiera detenerla, cientos de miles de "no muertos" vagaban transmitiendo la enfermedad a los vivos.
El mundo conocido se derrumbaba. Poco nos importaba realmente conocer los detalles de lo que había ocurrido, lo verdaderamente importante era saber si existían personas vivas o el mundo estaba ya en poder de los muertos, si el virus seguía siendo tan activo y letal. Finalmente llegó la orden del comandante de la base, iba a enviarse el primer contingente de tropas a las superficie.
Los soldados llevaban hasta ese momento una semana bajo tierra ocupados en rutinarias tareas de mantenimiento, acondicionamiento de la base y entrenamiento, sabían que ese momento iba a llegar y deseaban abandonar el búnker, pero pese a ello sentían verdadero terror. El capitán Wilkins nos reunió a los que íbamos a salir al exterior para hablarnos de lo que podíamos encontrarnos al llegar a la superficie, todos sabíamos que el virus afectaba a la mayor parte de la población y que la mayoría de los infectados moría, volviendo a la vida poco después para atacar a los supervivientes, que cualquier herida producida por ellos era mortal y te convertía en uno de ellos.
El capitán incidió en el hecho de que ante la ausencia de toda comunicación y por lo tanto de información, había que asumir que el virus continuaba en el aire actuando como un depredador mortal dispuesto al ataque.
Nos comunicó que el traje de protección NBQ se debería llevar en todo momento y que horas de descontaminación seguirían a la vuelta de la misión de reconocimiento, finalmente nos ordenó ponernos el traje de protección y recoger el armamento para una partida inmediata.
La tarde era fría y húmeda cuando la tranquilidad del lugar fue perturbada al abrirse las puertas del búnker, por donde salió a toda velocidad el vehículo blindado de reconocimiento "Coyote" rugiendo por la rampa de acceso.
Este vehículo blindado con una dotación para ocho personas, cuenta con un equipo de vigilancia y detección electrónica muy sofisticado, que incluye radar, vídeo y aparato de detección infrarrojos. Desempeña tareas de reconocimiento y apoyo a tropas de infantería. Armado con un cañón automático Bushmaaster M-242 de 25 mm. automático y dos ametralladoras de 7,62 mm., tiene también instalado en una torre de combate clásica una ametralladora coaxial exterior manejada por el artillero. Su radar de vigilancia detecta objetivos entre los 12 a 24 km. de distancia e incluso, con imágenes térmicas puede detectar a personal hasta a 20 km. de distancia.
La rampa volvió a su sitio y el lugar volvió a quedar en silencio, roto solamente por el sonido del motor del vehículo, que se alejaba en busca de la ciudad a poco más de cien kilómetros de allí.
Hasta que nos incorporamos a una carretera principal no encontramos nada importante, luego comenzaron a aparecer coches accidentados y abandonados, restos de huesos humanos, de cadáveres en avanzado estado de putrefacción, algunos muertos sentados al volante y aún atados a los cinturones de seguridad.
Los márgenes de la carretera nos mostraban cuerpos abatidos por disparos, algunos de ellos parcialmente devorados, como si hubieran abandonado los coches huyendo de una muerte cierta.
Algunas veces durante el viaje aparecieron por los lados de la carretera, cuerpos con un andar vacilante y que se arrastraban penosamente, no dejaban duda alguna que eran muertos vivientes, pero no disparamos sobre ellos obedeciendo las ordenes recibidas de llamar lo menos posible la atención y continuamos el camino hacia la ciudad, nuestro objetivo.
3
Dentro del traje de protección hace un calor incomodo, observo a Kowalski sentado a mi derecha y aunque no le puedo ver bien a través de los visores tintados de mi máscara, huelo su miedo.
Le conozco el tiempo suficiente para saber que está aterrorizado, nos habían preparado para el día después de un episodio de guerra nuclear o bacteriológica, pero ningún entrenamiento servía lo suficiente para ocuparnos de algo de una escala tan enorme.
Tenía la boca seca y necesitaba beber, pero no podía ponerme en peligro, actividades tan sencillas y diarias como el comer, beber y orinar para las que era necesario quitarse una parte del traje NBQ durante unos segundos eran suficientes para que el virus invisible acabara con nuestras vidas, como la de centenares de cuerpos que íbamos encontrando a nuestro paso conforme nos acercábamos a la ciudad. Finalmente llegamos al extrarradio de la ciudad, parecía el nudo industrial de la población, naves industriales, una pequeña estación de mercancías y un tren con sus vagones detenido en medio de la vía.
El paso a nivel estaba abierto pero los coches permanecían detenidos sin cruzar la vía, como si esperasen una señal para ponerse en marcha. Empezaba a llover con fuerza repiqueteando sobre el techo metálico del transporte, por las ventanillas veíamos a una multitud de personas, que crecía con rapidez, arrastrándose lastimosamente en pos del vehículo sin la mínima posibilidad de alcanzarlo, pero no eran personas eran muertos vivientes.En pocos minutos alcanzamos el centro de la ciudad, el Teniente Scott, oficial al mando de la misión de reconocimiento, bramó tal como acostumbraba a hacerlo en el cuartel:
– ¡Todos fuera ahora, formad un perímetro de seguridad alrededor del transporte! ¡Vamos, rápido!
Rápidamente bajamos desplegándonos formando un círculo, mientras el conductor permanecía en el vehículo con el motor en marcha y con las manos pegadas al volante preparado para salir rápidamente de allí, uno de los soldados ocupaba su sitio en la torreta junto a la ametralladora dispuesto a disparar a la mínima señal de peligro.
La lluvia que caía de forma torrencial empapaba el suelo lleno de cuerpos en descomposición y la niebla poco a poco iba apoderándose del infernal escenario.
La lúgubre escena llena de matices grises y negros hubiera sido el cuadro ideal para un enloquecido pintor que hubiera sabido trasladar al lienzo todo aquel horror.
Los cercanos edificios, las farolas ausentes de luz y las calles vacías de vida daban a aquel paisaje un aspecto fantasmagórico y de desolación. El ruido del motor y las luces del vehículo de reconocimiento debían haber alertado de nuestra presencia a algunas personas vivas que salían de las casas, incorporándose como nuevos actores a aquel escenario de pesadilla.
Surgían más y más de todos los rincones acercándose a nosotros entre la penumbra, esperando nuestra ayuda.
Unos metros a mi izquierda, Richards preguntó:
– ¿Que hacemos, señor?
– Silencio soldado, mantengan la posición, fue la respuesta del teniente. Pese al traje NBQ, sentía la mirada de la soldado Karen Wilson que estaba justo a mi lado.
Sabía que tenía miedo igual que yo, quisiera abrazarla y decirle lo que sentía por ella.– ¡Mierda, Mierda. Están todos muertos! Empiezo yo mismo a decir, en voz lo suficientemente alta para que todos me escuchen.
Efectivamente ahora que están más cerca y pese a las malas condiciones climáticas podemos ver sus rostros demacrados y de una tonalidad grisácea, algunos con la cara medio destrozada y llena de sangre, otros vestidos con harapos sangrientos.
Esperamos la orden del teniente pero creo que el pánico ha hecho presa de él.
– ¡Teniente, Teniente!, le llamo esperando una reacción por su parte, pero continua paralizado con la cabeza inmóvil y hacía el frente, con sus ojos fijos en un punto lejano.
– ¡Dios Santo!, ¿Qué hacemos mi sargento?, dice Kowalski volviéndose hacía mi.
No espero más y doy la orden, mientras aprieto con fuerza el fusil automático contra mi pecho:
– ¡Fuego, fuego, disparad!
El sepulcral silencio del lugar es roto por los disparos de nuestros fusiles automáticos y de la ametralladora de la torreta.
Tiñendo de carne y sangre el apocalíptico escenario, los seres de caras destrozadas, de rasgos desfigurados por la enfermedad y la descomposición, empiezan a caer abatidos.
– ¡Alto el fuego, alto el fuego!
La primera andanada de plomo parece haber hecho su trabajo, pero vemos que decenas de aquellos cuerpos se incorporan pesadamente y se vuelven a poner en pie.
Pese a las terribles heridas ocasionadas en sus destrozados cuerpos, los disparos parecen no haber hecho mella en ellos viniendo hacia nosotros con una mirada fría y sin emoción.
– ¡A la cabeza, disparad a la cabeza!, grito con todas mis fuerzas.
La posterior y continuada ráfaga de disparos consigue su propósito, trozos de cabezas saltan en el aire, los cuerpos caen ahora definitivamente y su podrida y negra sangre va salpicando la tierra encharcada.
Desafortunadamente, al recargar su arma el soldado Jones dio la espalda a los zombies durante unos instantes y el terrible mordisco de uno de aquellos seres espectrales le destrozo el traje, llegando hasta la yugular, muriendo desangrado en el fragor de la batalla.
Otro de los soldados logró disparar sobre aquella inhumana criatura que por el aspecto de sus ropas debió ser en vida un oficinista y yo mismo apliqué un disparo a la cabeza de mi desdichado compañero, para evitar que se transformara en uno de ellos.
También el teniente Scott, sin que pudiéramos evitarlo, dejo caer su arma en el suelo y salió corriendo hacia un grupo de muertos vivientes con los brazos extendidos como si quisiera darles la bienvenida. Cayeron sobre el tres o cuatro y luego otros más y oíamos sus gritos mientras le devoraban.
No esperé más, les ordené subir al transporte, al conductor le indiqué que arrancara a toda velocidad.
Nubes de humo negro surgieron del tubo de escape del vehículo y nos alejamos mientras iban llegando más y más de aquellos monstruos.
Tras deshacer el camino de ida volvemos a la protección del búnker, dejando atrás carreteras y caminos que van llenándose a nuestro paso de aquellos seres.
Sin haber encontrado personas vivas, ya cerca del búnker comunicamos por la emisora avisando de nuestra llegada.
Detrás de una altura pequeña y prácticamente invisible, oculta por completo a la vista desde todas las direcciones, había una rampa que bajaba hasta la enorme puerta gris, oscurecida por su posición en relación con el suelo.
Las pesadas puertas de entrada al búnker se empezaron a abrir lateralmente, los dos lados iniciaron su separación con gran lentitud
y en cuanto se hizo un hueco lo suficientemente grande salió un grupo de soldados con el traje de protección para cubrir la entrada de un posible ataque de los muertos vivientes.
El camión penetró en el búnker, aquella inmensa caverna gris iluminada con luz artificial tan brillante como la luz del día.
Diseñada para enfrentarse a los efectos de un ataque químico, nuclear o biológico, la base estaba muy bien equipada y contaba con una tecnología avanzada. El aire que se bombeaba por todo el complejo era puro y estaba libre de la infección que habitaba en la superficie. Un proceso de descontaminación siguió a nuestra vuelta para eliminar cualquier rastro del virus de nuestros equipos y trajes de protección NBQ.
4
A nuestra llegada tuve que realizar un preciso informe de todo lo sucedido, pese a que el vehículo llevaba unas cámaras de vídeo que habían grabado las imágenes de todo lo acontecido, tuve que enfrentarme a un exhaustivo interrogatorio por parte de un oficial de Inteligencia y narrar lo sucedido, en especial la muerte de aquellos dos hombres.
A esta primera salida al exterior siguieron otras muchas a lo largo de las semanas siguientes.
Se consiguió encontrar una veintena de supervivientes que habían podido permanecer inmunes a la enfermedad sobreviviendo escondidos a aquel horror y que tuvieron que pasar una cuarentena a su llegada.
La gran ciudad, los pueblos, las vías de acceso, todo continuaba igual bajo el aire contaminado, miles de aquellos seres con la infección latente en cada rincón de su cuerpo siguen vagando errantes ajenos a todo.
La pérdida de vidas en alguna de las incursiones en enfrentamientos con los muertos vivientes y el temor de que de alguna manera una exposición al contagio mortal pudiera contaminar el búnker y matar a todo el personal de la base, hicieron que el número de salidas fuera menor y se espaciaran más en el tiempo.
Mientras, en el complejo continúa la vida rutinaria, esperando que en el exterior los cuerpos podridos mueran definitivamente, que el virus desaparezca del aire o que los científicos hallen una vacuna.
En aquella pequeña ciudad pasamos las horas de ocio en la enorme sala de recreo, jugando a los naipes o en las mesas de billar, tomando un refresco en la cantina o viendo con nostalgia una película en el cine.
Los militares controlamos y tenemos acceso a casi todo el búnker, desde la entrada a las cámaras de descontaminación con sus vestuarios al hangar principal donde están aparcados los vehículos, a las salas de almacenamiento, mantenimiento, sala de reunión, gimnasio, dormitorios, cocina y sala de recreo.
Solo unos pocos elegidos tienen acceso a algunas de las estancias más protegidas, como pueden ser los laboratorios, donde se rumorea que se encuentran algunos cuerpos de "resucitados", traídos por algunas expediciones y que son diseccionados y analizados meticulosamente en busca de respuestas a este infierno.
Tampoco se puede acceder a la sala de comunicaciones, donde ignoramos si se ha podido establecer contacto con otros supervivientes en alguna parte del mundo.
Hay también personal civil, unos por su aspecto y sus batas blancas son indudablemente científicos, que deben estar trabajando en la búsqueda de una vacuna contra el virus, otros parecen miembros del servicio secreto, lo cual alimenta la leyenda de que los miembros del gobierno puedan estar en el búnker.
Durante todo el día se raciona la comida y el agua potable y durante la noche, seguimos el horario como si nos encontrásemos en la superficie, las luces son desconectadas y solo permanecen encendidas las de emergencia con el fin de ahorrar luz, es lógico, ya que no sabemos cuando podremos salir de aquí.
El aire que se bombea por todo el complejo es puro y está libre de la infección mortal que habita en la superficie, espero que los potentes generadores eléctricos soporten el trabajo a que son sometidos, que el sistema de ventilación y el que mantiene una temperatura constante en el complejo no sufran una avería.
Tras el infierno en que se ha convertido la superficie, los supervivientes aceptamos de buena gana las limitaciones de la instalación subterránea. Entre tareas de mantenimiento, entrenamiento, guardias en el almacén o en el hangar, las salidas a la superficie y sobre todo en las horas libres, he establecido una relación amorosa con la soldado Karen Wilson. Espero que termine esta pesadilla y que exista un futuro mejor para nosotros y para el resto de la humanidad. Que Dios se apiade de nosotros.
(Extracto del Diario del Sargento Bruce Barry, Primer Batallón Princesa Patricia de la Infantería Ligera Canadiense, superviviente de la Epidemia en el Búnker Nº 1, situado en algún lugar secreto de Canadá)
No hay comentarios:
Publicar un comentario