martes, 1 de noviembre de 2016

Un Adelanto de ...CUENTOS MALDITOS

Como ya anuncié, CUENTOS MALDITOS es una selección de veinte historias cortas, algunas
de las cuales participaron en diferentes concursos de relatos para escritores noveles.
Abarcan diferentes géneros como son: el terror, la ciencia-ficción y la llamada novela de espada y brujería e incluso un relato del Oeste, en homenaje al prolífico autor de cientos de novelas de bolsillo Marcel Lafuente Estefanía.
Vampiros, Brujas, Hombres-Lobo, Zombies o Asesinos, tienen cabida en el libro.

                                                            EL CONDENADO
Según dicen, se encuentra escrito en el Libro de los Antiguos, que entre los restos áridos de un antiguo río, un hombre extrae una gota de agua de la arena, intentando en vano saciar su sed.
El desdichado camina por los siglos condenado por un rey cruel a vagar con sed eterna, cometió el pecado de amar a una mujer ajena.
Khala, de rostro hermoso y cuerpo lascivo, esposa del Rey Elam, conquistó el corazón del hombre y con ello le sentenció al exilio eterno.
Besos secretos, caricias disimuladas y ocultas pasiones en el dormitorio de ella, mientras el rey dormía el sueño profundo producido por la narcotizante pócima que ella, noche tras noche, vertía en la copa de vino.
Durante muchas lunas mancillaron juntos el lecho del rey, hasta que las dudas y las sospechas comenzaron a nidar en el corazón del monarca.
Khala, rostro de niña, cuerpo de mujer y maneras de cortesana, condenó a su amante a los pies del marido para que no se supiera de su amorío.
Hincó las rodillas ante el monarca y acusó al hombre de acoso e insinuaciones impropias.
Kasim, con la ingenuidad de un corazón enamorado, cerró los labios y calló para siempre para no dañarla.
El amante escuchó la sentencia del ofendido rey:
– El agua huirá a tu paso. Cuando puedas beber, lo harás sin saciar la sed, que día a día, ira creciendo en ti. Desearás que te llegue la muerte, más no perecerás por ello.
Palabras malditas, fue el único equipaje del amante, rumbo al exilio al cercano desierto. Allí junto con la sed sin fin, el rencor creció.
Caminó bajo la tierra hirviente que quemaba sus sandalias, el sol desnudo hizo que ardiera su piel, mientras buscaba la sombra escasa de un incierto oasis que le aliviara.
De un espejismo bebió la arena, mientras recordaba a la pérfida mujer de rostro hermoso y alma vil.
El hombre descubrió que se puede llorar con los ojos resecos aunque no te queden lágrimas, hasta quedar ciego.
El desierto se bebió de su boca los agrietados labios, como castigándolo por haberlos cerrado.
El sol abrasó su piel y la cubrió de llagas, quemó su rostro e hizo que cayera su pelo.
Con la boca seca, la piel quemada y el corazón encendido de rabia, invocó a los dioses del desierto clamando misericordia y venganza, ofreciendo su sangre y su alma como pago.
Los dioses escucharon sus lamentos y sus plegarias, las dunas se abrieron y enviaron a los chacales.
Estos se abalanzaron violentos sobre el consumido cuerpo del hombre.
Lenguas corrosivas lamieron sus heridas y envenenaron su sangre, sus mordiscos salvajes destrozaron la quemada carne y el desierto ávido y sediento tragó su sangre.
Se levantó de la tierra, convertido en una figura inhumana de ojos vacíos, se puso en marcha en pos de su venganza renacido en una criatura sin nombre, aunque los escritos le llamaron muerto viviente.
Caminó incansable día y noche seguido por aquellas bestias sin alma, sin misericordia. Gigantescos gusanos de la arena, mandados por los dioses del desierto, le seguían también en su peregrinar.
Caminó hasta los bordes de la ciudad donde nació en su vida pasada.
Allí lanzó un grito de dolor, que dicen, aunque nadie sobrevivió para contarlo, consiguió que se helara la sangre en las venas de sus habitantes.
Una inmensa tormenta de arena se desató a su voz, enterrando las casas. A su mandato las bestias devoraron a la gente, regando de rojo las dunas sedientas.
El que antaño fuera hombre, anduvo entre las calles y cosechó las vidas de todo el que halló. Siguió su rumbo por el desierto asolando los pueblos del reino de Elam, tiñó de sangre el camino hasta el palacio del rey y preparó a sus chacales para un nuevo festín.
El Rey Elam lloró sincero la muerte de su pueblo, pero sus lágrimas no paliaron la sed de venganza del desierto.
Un viento maldito se levantó y las dunas violentas rompieron contra los muros del palacio derribándolos y hundiéndolos en las arenas invocadas por el muerto viviente.
Con el palacio casi sumergido bajo la arena, el rey no tuvo poder contra el desierto. De las entrañas de las dunas, salieron arrastrándose los gigantescos gusanos de la arena que devoraron a príncipes y cortesanos, a vasallos y capitanes.
El rey peleó sin esperanza, mientras cientos y cientos de chacales surgían del desierto devorando y degollando a sus generales y soldados.
Cuando hubo caído el último de sus hombres, el Rey Elam arrojó la espada e hincó la rodilla, alzó sus brazos, suplicando el perdón de los dioses del desierto.
Las dunas se abrieron reclamando su sangre y arenas movedizas engullieron su cuerpo.
El Rey Elam quiso asirse a la arena que escapó de sus manos, agitó las manos y trató de aferrarse a ella, hasta que desapareció por completo.
Una vez muerto el rey, el desierto escupió sus restos desecados para comida de los buitres que sobrevolaban el lugar, esperando su parte del festín.
Khala, prometida desde su infancia y entregada al rey siendo apenas una niña, primero concubina, luego reina y después ramera, se arrodilló suplicando al hombre.
Pese al asco que su aspecto le producía, sollozó arrepentida pidiendo clemencia en nombre de su amor pasado.
Le juró amor eterno para salvar su vida y rasgó el vestido que la cubría, para mostrarle el incipiente embarazo que tenía e imploró por el vástago de Kasim que decía, llevaba en su vientre.
Pero él no tenía ojos que vieran, ni oídos que oyeran, ni corazón que sintiera.
Sólo le quedaba la rabia y su deseo de venganza.
Khala, la reina maldita, la que trajo la desgracia a su rey y a su pueblo, fue engullida por las arenas del desierto.
Cuenta la leyenda, aunque no se si creerlo, que algunos días si alguien fija la vista en el desierto, puede ver a los lejos cuando el viento levanta la arena de las dunas, al que antes fuera hombre y ahora es un muerto viviente caminar bajo el sol seguido por los chacales.

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