martes, 1 de noviembre de 2016

Un Adelanto de ... INFECZIÓN

Tras poner en el blog como adelanto un relato de CUENTOS MALDITOS, no queríamos que fuese menos, así que colocamos también una de las historias que aparecen en INFECZIÓN.
Si tuviste la ocasión de leer o descargarte CASTELLÓN: HOLOCAUSTO ZOMBIE, este libro esta muy relacionado con él sin ser ni una segunda parte o una continuación.
La Gripe que en aquel asistíamos a su expansión por todo el mundo y su llegada a Castellón, en este vemos su aparición en África y lo que acontece ante la aparición de los muertos vivientes, en relatos independientes en ciudades y sitios tan dispares como pueden ser la ciudad de París, un crucero por el mar Mediterráneo, un búnker o una plataforma petrolífera en la Antártida.
                                      
                                                VACACIONES EN BRETAÑA

Emil Bouchard era un hombre inmensamente feliz, después de veinte años de oscuro trabajo en aquella sucursal del Credit Lyonnais de la rue Berthe, cerca de la iglesia del Sacré-Coeur, había ascendido a director de la sucursal.
Con el nombramiento en el bolsillo, volvía a su casa, un apartamento en la rue Condorcet con la felicitación del director general y siete días de permiso como premio de la entidad por su trabajo.
Había telefoneado a su esposa para comunicarle el ascenso, pero no le había dicho nada del permiso. Sería su sorpresa.
Llevaba mucho tiempo preparando aquel viaje, esperando a que se le presentara una oportunidad para realizarlo y ahora tenía la ocasión de hacerlo realidad, aunque era consciente que su esposa y mucho menos sus hijas estarían de acuerdo.
En Agosto las vacaciones las pasarían en España disfrutando del sol y la playa, como todos los años, pero aquellos días de asueto y el aumento de sueldo le iban a permitir pasar unos días de descanso en Bretaña, tal como siempre había deseado.
Tenía ya mirado por Internet las direcciones de campings y lugares a visitar, a la mañana siguiente llevaría la autocaravana al lavadero de coches para limpiarla y a continuación a su taller habitual para que le hicieran una revisión de frenos, dirección, la presión de las ruedas, etc.
Desde las fiestas de Navidad que fueron a Lyon a pasar unos días con sus suegros no la había movido del parking habilitado para estos vehículos y ahora le apetecía volver a rodar con ella por las carreteras dejando atrás por un tiempo aquel París masificado.
Al ir a cruzar el portal del edificio donde vive, encuentra a Monsieur Godard, su vecino del cuarto piso, envuelto en una bata y con una bufanda al cuello, tosiendo continuamente y con mala cara, pese a ser un día primaveral y de agradable temperatura.
Parecía que lo que decía la televisión de la escalada de una gripe a nivel mundial tenía visos de realidad y le reconfortaba aún más el pensar que en dos días se encontrarían lejos de allí.
El primer día de viaje de la familia Bouchard, fue mejor de lo que Emil había pensado, olvidadas las primeras reticencias de su familia, ya habían visitado Rennes y pensaban en los próximos días ir a Saint Malo y a Brest.
Esa mañana mientras desayunaban en una cafetería, había leído con inquietud los titulares de los periódicos “Le Monde“ y “Le Figaro“, hablando sobre la extensión de la gripe en todo el mundo.
Un rictus de preocupación asomó por un instante en su rostro y por un momento valoró la posibilidad de volver a París, finalmente desechó la idea, no conseguiría nada con preocupar a su mujer, además pensaba que las noticias eran más alarmistas de lo que parecían en un primer momento y estaba seguro que no tardaría en aparecer una vacuna.
Emil conducía feliz, en dos o tres horas esperaba aparcar la caravana en un camping, allí Marie, su mujer, haría la cena y mientras él se ocuparía de que sus hijas, Sophie de 12 años y Christine de 9, se asearan y se cambiaran de ropa.
Delante, los vehículos que le precedían se detuvieron y tras él lo hicieron los que iban llegando por detrás. Un accidente en la autovía quizás.
Emil se relajó unos segundos antes de ponerse en marcha zigzagueando y cambiando de carril, la autocaravana esquivaba los obstáculos que suponían los otros coches y condujo con impaciencia para salir del atasco y ganar velocidad.
Poco después tuvo que volver a detenerse pero no por mucho tiempo, unos minutos más tarde las filas de vehículos que ocupaban los carriles de la autovía se volvieron a poner en marcha. Todo pareció volver a la normalidad.
Sin embargo, un instante después, el autobús que iba delante de él, se detuvo bruscamente con un chirriante ruido de frenos.
Emil esperó. Tal vez todavía existía la posibilidad de que sólo fuera otra breve detención.
Entonces el conductor del autocar apagó el motor y toda esperanza se esfumó.
Sin mediar palabra con su mujer, Emil abrió la puerta, bajó de la autocaravana y se detuvo junto a esta.
El conductor del autobús también había descendido de su vehículo junto con algunos de los pasajeros que parecían aceptar la situación resignados. De hecho, se advertía entre ellos como si la improvisada parada les hubiera producido cierta sensación de alivio, como si les hubieran dado la ocasión de relajarse y de bajar a estirar las piernas o pasear. Nadie parecía especialmente disgustado.
Su mujer que se había despertado, se acercó a Emil:
– ¿Qué pasa?, preguntó en un gruñido.
– Nada. Nos hemos detenido. Seguramente habrá habido un accidente o algo así.
– ¿Dónde estamos?, pregunta ella, intentando mirar a la lejanía, a través de la larga fila.
– Ni idea. En mitad de ninguna parte supongo, contesta él, hastiado por la nueva situación que le supone un contratiempo y un retraso en su viaje.
Está cayendo la tarde y la autocaravana permanece incrustada en la larga hilera de vehículos detenidos en mitad de la autovía. Mucha gente ha salido de sus vehículos y algunas personas deambulaban por la carretera para tratar de averiguar qué estaba ocurriendo.
Delante a unos kilómetros se ve un letrero luminoso que anuncia una estación de servicio ESSO, pero la gasolinera está oculta en el fondo de una hondonada que rompe la monotonía del paisaje llano.
Emil tiene ganas de aventurarse por la autovía y echar un vistazo, pero al mismo tiempo no quiere alejarse demasiado de su vehículo, dejando allí a su familia y por si acaso el tráfico se reanuda.
Al ver que se forma un grupo junto al conductor del autobús, se acerca hasta su mujer, que se ha apeado del vehículo y permanece con los brazos en jarras y con la expresión en su cara de estar pensando: “ya sabía yo que este viaje, no era una buena idea“, y le dice:
– Vuelve adentro con las niñas, chériè, voy a echar un vistazo.
Cuando el conductor del autobús que parece ser el más decidido del grupo abandona la autovía y emprende el descenso por el terraplén junto con otros hombres, él sale detrás.
Resulta agradable estar fuera de la autocaravana y respirar aire fresco. La gravilla cruje bajo sus pies y el horizonte es ahora como una cartulina negra que va cubriendo el paisaje.
La gasolinera ESSO aparece ante ellos como una isla de luces fluorescentes. Ven el origen del problema, hay otro autobús detenido más adelante.
Es un autocar de servicio discrecional que ha quedado cruzado en la carretera y bloquea los carriles en ese sentido. No parece dañado por el accidente, pero hay mucha gente tendida en el suelo, rodeada por otro grupo de viajeros que les practican la reanimación cardiopulmonar.
En un escenario sacado del absurdo, hay gente que corre despavorida en todas direcciones, pidiendo ayuda a gritos mientras que otras personas parecen perseguir a los que huyen.
El conductor del autobús y el puñado de hombres que lo acompañaba salieron corriendo hacia allí y se les fueron sumando otros hombres, hasta que formaron un grupo de veinte o treinta personas. Se cruzaron con otro grupo que corría hacia ellos terraplén arriba gritando frenéticamente.
Emil ya había descendido la mitad de la ladera cuando se dio cuenta de que algo estaba mal y se detuvo.
Entretanto, empezaron a llegar a toda velocidad hasta la gasolinera dos vehículos policiales con las estridentes sirenas encendidas, seguidos por un camión militar. Este, pintado de color verde y el toldo con colores de camuflaje, lleno de soldados, se detuvo junto a la gasolinera.
Apenas los militares habían puesto el pie en el suelo, cuando un grupo de personas se abalanzó sobre estos, pese a usar sus armas fueron derribados por aquel numeroso grupo, que parecía comportarse sin razón.
De los dos coches de policía emergieron cuatro agentes, que empezaron a disparar sobre aquellos cuerpos abatiendo algunos de ellos. Más cuerpos se abalanzaron sobre los agentes y estos desaparecieron de la vista cubiertos por aquellos lunáticos.
En ese momento, el grupo del conductor del autobús ya entraba en la zona iluminada por las luces de la gasolinera.
Las oscuras sombras alargadas de algunos de aquellos hombres se estiraban a sus espaldas como si temieran acercarse más, pero otros de ellos con más determinación no vacilaron y siguieron adelante.
Aunque unos metros por detrás, Emil asistía fascinado como un espectador privilegiado a todo lo que se desarrollaba en aquel escenario, para el resto de su grupo era como si desde su posición no pudieran ver con claridad lo que estaba ocurriendo con los policías y los soldados.
Unas siluetas que se agitaban de una manera extraña y moviéndose lentamente surgieron de las sombras, atacando al grupo.
Sorprendidos los voluntarios se convirtieron en las víctimas de aquel ataque atroz e inexplicable. Los hombres eran derribados y acababan besando el suelo antes de que pudieran darse cuenta de lo que se les venía encima.
Si no había sido suficiente con los disparos y gritos, ahora algunas de las personas tendidas en el suelo se levantaban moviéndose extrañamente.
Emil, paralizado, observaba todo aquello sin saber que hacer y aunque no comprendía lo que estaba sucediendo, decidió que ya había visto suficiente, era momento de volver a la autocaravana y escapar de allí.
Dio media vuelta y salió corriendo para salvar su vida.
Respiraba con extrema dificultad cuando llegó al comienzo de la pendiente, las luces de los faros de los coches iluminaban un escenario de pesadilla.
Mientras corría a lo largo de la hilera de vehículos detenidos, contempló varias escenas extrañas de lo que parecía gente peleándose.
Se detuvo por unos instantes para recuperar el resuello y presenció como un hombre se movía gritando enloquecido en el interior de un vehículo, mientras otro subido encima de él parecía morderle.
A su paso un coche salió de la fila, golpeó contra otro y perdió el control precipitándose por el empinado terraplén.
En medio del caos, reinaba el barullo producido por el ruido de las bocinas y de los motores de los coches poniéndose en marcha para escapar del lugar.
La gente abandonaba los vehículos en medio del pánico general, huyendo en todas las direcciones con aquellos seres monstruosos pisándoles los talones.
Emile empezaba a acusar el cansancio y notaba como le faltaba el aire.
Ya llegaba... ya casi estaba... ya veía la autocaravana.
Por fin llegó, la puerta estaba abierta, entró y la cerró a su espalda.
Al estar la luz interior encendida, se dio cuenta que estaba vacía, la autocaravana estaba completamente vacía.
En medio del pasillo con sus hojas desparramadas, el último número de la revista “París Match“, que estaba leyendo su mujer, así como las tazas y los platos con la merienda de las niñas.
En el suelo, en las paredes, manchando el mobiliario, sangre, sangre por todas partes.
– ¡Marie, Sophie, Christine!, gritaba con desesperación a sabiendas que nadie respondería.
Ahora se arrepentía de haberse alejado dejándolas allí solas.
Su voz rebotaba en las paredes y lo único que se oía era el lamento de la radio que emitía
“Ne me quitte pas“, la vieja canción de Jacques Brel.
Ne me quitte pas
il faut oublier
tout peut s´oublier
qui s´enfut déjà
Recorrió la autocaravana de parte a parte, sus peores presagios se cumplían, estaba solo, por unos breves instantes el terror que reinaba en el exterior sonaba apagado y remoto.
Exhausto, se desplomó en el asiento del conductor llorando.
Oublier les temps
des malentendus
et le temps perdu
a savoir comment
Apagó la radio mecánicamente , mientras recuperaba el aliento entre jadeos. Se abrochó
el cinturón de seguridad y le dio a la llave de contacto encendiendo el motor.
Con el sonido del motor diésel en marcha todo volvió a empezar, fue como si hubiera pulsado el botón “Play“ en el mando a distancia y la película se reanudara.
Pudo ver gracias a las luces del vehículo que rompían la noche, como las criaturas que corrían en el exterior se detenían en seco, como aquellas que habían derribado a sus victimas y las estaban devorando se volvían con las bocas abiertas hacía la autocaravana, el sonido volvió y pudo escuchar de nuevo aquella sinfonía de gritos y alaridos de los que intentaban escapar de la muerte.
Con sus andares lentos y constantes, aquellos espectros se encaminaron hacia elvehículo, se pusieron a aporrearlo en los costados y arremolinarse junto a la puerta y frente a la luna delantera.
Fue entonces cuando Emil pudo discernir claramente el contorno de aquellas figuras difusas, ver sus rostros grises y sin vida, sus bocas sangrientas, las heridas en sus cuerpos, las ropas rotas y cubiertas de sangre.
No había esperanza, acababa de ver a la muerte.
La autocaravana arrancó dando un bandazo que aplastó a una decena de aquellas criaturas contra la parte trasera del remolque de un camión y sacudiéndose de encima al resto.
El impacto destrozó la luna delantera, entonces Emil metió la marcha atrás y estampó la autocaravana contra el coche que había detrás para crearse el espacio necesario, maniobrar y hacer un cambio de sentido.
Golpeaba parachoques con parachoques, por delante y por detrás, intentando dar la vuelta. Estremeciéndose con cada golpe, Emil se agarraba fuerte al volante, sabiendo que en ello iba su vida.
Horribles caras se asomaban frente a la parte delantera y le pareció identificar en ellas a algunas de las personas que habían bajado hasta la gasolinera.
Era ahora o nunca. Giró completamente el volante y llevó marcha atrás el vehículo por el borde de la carretera; las ruedas traseras se hundieron en la superficie blanda del terraplén. Entonces giró rápidamente el volante hacia la izquierda y aceleró atropellando a aquella masa de seres.
La autocaravana dio un bandazo y regresó a la calzada, girando con un radio tan estrecho como era físicamente posible, la parte delantera sobresalía del borde opuesto de la carretera.
Intentó hacer una nueva corrección y volvió a dar marcha atrás chocando con otro vehículo. El fuerte impacto le hizo perder por unos instantes el control, lo suficiente para que el vehículo se precipitara cuesta abajo por el largo terraplén, estrellándose.
Emil se deslizó al exterior, saliendo de la autocaravana por el hueco de la luna delantera rota. Se agachó y vomitó hasta las entrañas.
De repente tenía frío y se sentía indefenso. Ayudándose con la luz de una linterna que había recogido del salpicadero de la autocaravana tras la caída, se alejó todo lo que pudo de la gasolinera, siguió la autovía en sentido contrario durante un tiempo para luego apartarse unos metros y seguir en paralelo a ella.
Apagó la linterna para no gastar las baterías y amparado en la oscuridad se tumbó junto a un árbol. Masajeó sus doloridas costillas y agotado se acurrucó a unos cientos de metros de la autovía. Esperaría allí hasta que amaneciera, hasta que llegara ayuda.
Se acordaba de su familia, ¿qué habría sido de ellas?¿habrían logrado escapar o habrían sido devoradas por aquellos seres?. Finalmente cayó dormido.
Despertó unas horas más tarde. Le dolía todo el cuerpo y tenía frío; estaba hecho un ovillo, con el cuello de la chaqueta alrededor de las orejas. Tardó unos segundos en recordar dónde estaba.
El silencio era sepulcral, tal vez había acabado todo. Había una densa niebla. Se levantó con el cuerpo entumecido y echó a andar renqueante en la dirección en la que se encontraba la autovía.
Al llegar a esta cruzó la mediana, marchando en sentido contrario a la dirección que llevaba antes de ocurrir todo, mientras la espesa niebla empezaba a desvanecerse.
Pasó un tiempo cuando oyó el rugir del potente motor de un camión que se acercaba, vio los faros que asomaban rompiendo la niebla y abandonó el arcén para pisar el carril.
El enorme trailer avanzaba a bastante velocidad por la larga recta, mientras en el interior de la cabina el conductor intentaba dominar sin éxito el sopor que le estaba venciendo.
Emil movía desesperadamente la linterna arriba y abajo, era imposible que no le viera.
El camión fue aumentando de tamaño y acabó abarcando todo el paisaje que veía Emil.
Lo último que Emil vio antes de quedar tendido con el cuello roto junto al arcén, fue la enorme y negra rueda de caucho que le golpeó lanzandole fuera de la autovía.
El conductor del enorme trailer notó el golpe, que fue lo que le sacó de su estado de somnolencia, aturdido por unos segundos aminoró la marcha mientras miraba por el retrovisor.
Nada. Debía haber sido un perro vagabundo o cualquier otro animal.
Al conductor del camión le quedaban apenas sesenta kilómetros para llegar a casa y estar con su mujer las últimas noticias sobre la pandemia de gripe no eran muy tranquilizadoras. Ahora además hablaban sobre muertos que volvían a la vida para devorar a los vivos.
Zombies. Pensó el conductor moviendo la cabeza negando para si. De lo que era capaz la prensa para vender más periódicos.
Lanzó una mirada al indicador de combustible, se percató que solo le quedaba un cuarto  de depósito.
Unos kilómetros más adelante sabía que se encontraba una gasolinera ESSO, en la que solía repostar algunas veces, abandonaría la autovía y pararía en ella a llenar el depósito para tenerlo listo para el próximo viaje y aprovecharía para tomarse un café.
Mientras el camión se alejaba bajo el ahora cielo estrellado, sonaba el reproductor de CD en la cabina y el conductor cantaba la melodía de Jacques Brel, “Ne me quitte pas“:
Oublier ces heures
qui tuaient parfois
a coups de pourquoi
le coeur de bonheur
ne me quitte pas
ne me quitte pas
ne me quitte pas
ne me quitte pas
 
 

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