jueves, 6 de diciembre de 2018

La Resistencia: II Parte

 

2

Había pasado una semana de nuestra huida de la ciudad y posterior refugio en la masía, habíamos acondicionado la vivienda y aún nos quedaban víveres suficientes para varias semanas.

La cercanía del río nos permitía tener agua potable en abundancia para beber y lavarnos.

Para defendernos, aparte de la pistola con sus cargadores, en la masía tenía guardadas dos escopetas de caza: una Beretta y una semiautomática Franchi con sus cartuchos correspondientes y un par de machetes de caza.

Aquella noche tras la cena, les reuní para hablarles:

– Ya llevamos un tiempo sin salir de aquí, les digo, creo que ha llegado el momento de acercarnos hasta Villahermosa, Zucaina y demás pueblos de alrededor y echar un vistazo, puede que encontremos gente en la misma situación que nosotros o que no haya nadie con vida, de todos modos convendría buscar más alimentos.

Hago una pausa mientras el resto ya eleva las voces mostrando su disconformidad.

Luego prosigo rotundamente:

– Mañana cogeré el Tiguan, la pistola y un machete, algo de comida y bebida e iré hasta Villahermosa.

– ¡Estás loco! responde Raúl, no te dejaré ir solo, yo te acompañaré.

Esther, más decidida que Isabel, lanza una mirada a su cuñada, que parece asentir en silencio y dice:

– No hay nada más que hablar, estamos juntos en esto, así que iremos todos.

Al día siguiente apenas salió el sol nos pusimos en marcha hacia Villahermosa del Río, el viaje transcurrió sin incidentes y llegamos hasta la entrada del pueblo.

No encontramos a nadie vivo y tampoco a ninguno de aquellos seres, solo reinaba un desolador silencio.

Tras detener el coche y dejar el volante a Esther, lentamente me bajo y le hago una señal a Raúl para que se baje del suyo y automáticamente Isabel ocupa su lugar al volante, a continuación les digo que paren los motores.

Nos acercamos hasta la primera vivienda, desde el exterior el lugar se ve todo destrozado, con las ventanas rotas y la puerta prácticamente en el suelo.

– ¿Quedará alguien con vida?, me pregunta Raúl.

– No lo sé, vamos a revisar la casa, le contesto.

Empuja la puerta casi caída, abriéndola lentamente y con precaución, al iluminar el pasillo con la linterna Raúl que entra delante lo primero que ve es un zombie moviéndose delante de un armario.

Parecía que buscaba algo, el zombie de repente empieza a golpear a la puerta del armario y se escucha desde el interior la voz de un niño gritando auxilio.

Raúl va hacia el zombie, que no se ha percatado de nuestra presencia, pero le detengo.

– ¿Qué pasa, Marc?, me susurra.

– Mira allá, hay cinco más a varios cientos de metros, le respondo en voz baja, señalándole al exterior.

Es obvio que van en dirección opuesta a los coches y que no se han percatado de la presencia de ellas.

– Si disparas atraeremos su atención.

– ¿Y que hacemos?, me pregunta. Sin mediar una palabra más, me acerco sigilosamente hasta el zombie que más preocupado en golpear la puerta del armario con sus manos putrefactas, no advierte mi presencia hasta que es demasiado tarde.

El machete se hunde hasta la empuñadura en su cráneo atravesándolo como si fuera mantequilla, luego con el cuerpo del ser en el suelo tengo que hacer fuerza con las dos manos para extraerlo de su cabeza.

A continuación golpeo levemente la puerta y le digo al niño:

– Ya puedes salir, hemos acabado con el.

El niño sale de su escondite y Raúl observa que presenta una fea herida en la pierna manchando el pantalón vaquero de sangre.

– ¿Cómo te has hecho eso?, le pregunta, ¿Te han mordido?

El niño contesta, negando con la cabeza:

– Tuve que escapar de mi casa, me perseguían, tropecé y me clavé un hierro.

Raúl ayuda al niño a caminar y lo recuesta en el sofá, mientras yo inspecciono el resto de la vivienda y confirmo que está vacía.

– Espera aquí, vuelvo enseguida, le dice.

Sale fuera de la vivienda y observa que el grupo de zombies ya no está a la vista e indica a Esther y a Isabel que entren en la vivienda.

Ellas pasan evitando pisar el cuerpo caído del muerto viviente y ven al niño.

– ¿Quién es?, pregunta Isabel acercándose lentamente hacia el niño.

– Estaba encerrado en ese armario, señala Raúl, Marc y yo le oímos gemir, vimos al zombie que intentaba atraparle y Marc acabó con él.

– Si no hubiésemos llegado a tiempo, tal vez…., Raúl no termina de hablar sabe que el niño podría haber muerto.

– ¿Y esa herida?, pregunta preocupada Isabel.

– Cayó huyendo de su casa, perseguido por los zombies y se clavó un hierro, le contesta Raúl.

– ¿Cómo te llamas chaval?, le pregunta Esther.

– Tomás, contesta.

– ¿Eres de aquí del pueblo?, pregunta ahora Isabel.

– Si, contesta el niño con un monosílabo.

– ¿Y que pasó?, ¿Estas solo?, ¿Dónde esta tú familia?, pregunta Raúl.

– Mis padres murieron, ahora se han convertido en esas cosas, como toda la gente del pueblo.

– No te preocupes nosotros te mantendremos a salvo, le promete Isabel a Tomás.

Observo a Tomás, pelo negro y alborotado y cara de espabilado, un niño de 12 años de edad que había perdido a sus padres y por el momento parecía ser el único superviviente en todo el pueblo.

Apenas encontramos un par de latas de conserva en la despensa de la casa que dejamos en el Tiguan. Mientras la herida de Tomás sigue sangrando y a pesar de que tras limpiarla, le han puesto una venda, nos preocupa ya que casi no puede caminar.

– La herida debe estar infectada. Tenemos que hacer algo con él, habría que ponerle la vacuna antitetánica, tiene que haber un médico cerca, dice Isabel.

– La casa del médico está en el centro del pueblo pero es mejor no ir allí, dice el niño.

– ¿Por qué lo dices?, le pregunta Isabel.

– Vengo de allí, intenté entrar para curarme, pero es imposible hay demasiados, continúa Tomás, estoy bien ya me he herido otras veces.

– De acuerdo tenemos que seguir, nos queda mucho que hacer, les digo.

A lo largo del día inspeccionamos una parte de las casas de Villahermosa, sin llegar a adentrarnos en el centro de la población que es donde se halla el mayor número de infectados.

En la entrada del pueblo se encontraba un mesón, nos acercamos hasta allí, la cámara frigorífica estaba con la puerta abierta de par en par por lo que toda la carne y el pescado que había se encontraba podrido y en un avanzado estado de descomposición. Encontramos algunas latas, un jamón, dos quesos y dos botes de cristal con frito en conserva, con lo que pudimos llenar los maleteros de los coches.

También nos hicimos con unos cuchillos de cocina de un tamaño respetable y con una escopeta de postas, el cadáver del dueño se encontraba junto a ella con la cabeza reventada tras habérsela volado literalmente.

A su lado una botella a medio vaciar de un carísimo vino de Rioja y una copa de cristal, le habían acompañado en su despedida de este mundo.

El restaurante tenía un botiquín muy bien surtido que sirvió para que Isabel hiciera una cura a la pierna de Tomás.

A la salida vimos dos zombies que fueron liquidados silenciosamente clavándoles los cuchillos de cocina en mitad de su cráneo.

Seguidamente montamos en los vehículos y seguimos buscando algún superviviente, visitamos en nuestro camino algunas masías abandonadas sin encontrar prácticamente nada que nos fuera de utilidad.

Por los caminos hallamos restos humanos a medio devorar por aquellas alimañas que antaño fueron personas como nosotros, también encontramos grupos de zombies más o menos numerosos que preferimos esquivar acelerando los coches al llegar a su altura.

La caída de la tarde nos sorprendió en las cercanías del pueblo de Zucaina, paramos los coches y decidimos buscar un refugio, estábamos cansados sin haber probado alimento en casi todo el día, además y en eso coincidíamos todos, no me hacía gracia la idea de continuar de noche por las carreteras y encontrarnos con un grupo numeroso de muertos vivientes surgiendo de la oscuridad.

Encontramos una casa amplia y bien acondicionada con una robusta puerta de madera y las ventanas protegidas con rejas de hierro, vacía de vivos y muertos.

En la planta superior se hallaban los dormitorios con sus camas, aunque de momento preferimos coger unas mantas y quedarnos juntos en la planta baja en la que había dos grandes sofás.

Llegó la noche y cenamos un poco de embutido con pan de molde algo reseco que llevábamos en el coche, más tarde las mujeres y el chico se acostaron en las camas para descansar, mientras Raúl y yo permanecimos fumando un cigarrillo sin atrevernos a cerrar los ojos.

Miré hacia afuera asomándome a la ventana, el pueblo permanecía en penumbras y la luz de la luna apenas me permitía distinguir los dos coches detenidos junto a la puerta.

Luego miré el reloj, ya era muy tarde, casi las doce de la noche y pensaba que si no hubiera pasado todo esto quizá ahora mismo estaría en casa con Esther.

Como el resto y aunque nadie lo mencionaba me acordaba de mi familia, de mis amigos, de los compañeros de trabajo.

Pensaba en los pequeños alumnos de Esther, a los que veía algunas tardes cuando iba a buscarla al colegio, ¿Qué habrá sido de ellos?

– ¿Qué haremos mañana volveremos a la masía o seguimos por aquí?, pregunta Raúl apartándome de mis sombríos pensamientos.

– Me gustaría por la mañana reconocer el pueblo a ver que encontramos y a la noche estar ya de vuelta en la masía, me encuentro allí más seguro, le contesto.

– Si, eso haremos, afirma Raúl, bueno, será mejor que descansemos mañana nos espera un largo día.

La noche avanza, finalmente el agotamiento nos acaba venciendo y nos quedamos profundamente dormidos.

– ¡Despertad!, ¡despertad!, nos susurra Esther mientras nos toca el hombro para que nos incorporemos, he escuchado ruidos por fuera.

Me levanto y aparto la cortina para asomarme por la ventana, la tenue luz de las primeras horas del día me permite ver los zombies, no se de donde han podido salir pero hay cientos de ellos.

– La calle está llena, hay demasiados, no podemos salir ahora, les explico. Tenemos que asegurar la puerta.

Mientras arrastramos el sofá y lo apoyamos en la puerta de entrada, Tomás, asustado, en un descuido sale al patio que hay en la parte de atrás y abre la puerta, saliendo a la calle. Un zombie aparece de repente, intenta correr pero su herida en la pierna se lo impide, el zombie se abalanza sobre él. Tomás grita pidiendo ayuda.

Todos corremos hacia él, Raúl le dispara con la escopeta al zombie en la cabeza, que explota como si fuera una fruta madura.

Isabel corre hacia el niño que permanece en el suelo.

– ¿Estás bien?, le pregunta

– Me ha mordido, le contesta Tomás llorando mientras se aparta la camisa mostrándole la herida que tiene en el hombro, me duele mucho.

– No puede ser, yo te prometí que te cuidaría, le contesta Isabel, mientras las lágrimas caen por sus mejillas, que observa el chorro de sangre que va manchando el suelo.

– Se convertirá en uno de ellos, me dice Raúl, acercándose a mí y susurrándome al oído.

Nadie se había dado cuenta que el ruido del disparo había alertado a varios zombies que estaban cerca y que ahora se dirigían hacia nosotros, por la puerta del patio que seguía abierta entró otro muerto viviente.

Le disparo con la pistola, al mismo tiempo para evitar que sigan entrando Raúl cierra la puerta después que Isabel y Esther llevan el cuerpo del niño al interior del patio.

Saliendo por la terrible herida un surtidor de sangre va manchando el suelo, y poco después muere.

– ¡No...!, ¡Tomás despierta!, grita Isabel llorando.

– Déjalo Isabel, está muerto, le dice Raúl agarrándola por la mano y llevándosela.

– !Id dentro de la casa!, ¡rápido!, les grito mientras me retraso un poco. Después ya solo, clavo el afilado machete de caza en el cráneo del niño, para que no se convierta en uno de aquellos seres. Luego cojo la manta que hay en el sofá y cubro el cuerpo.

Los disparos han atraído a los zombies a la parte de atrás de la casa por lo que la puerta de entrada está libre.

Es nuestra oportunidad, la calle esta vacía, apartamos el sofá y salimos corriendo hacia los coches volviendo a nuestro refugio.

 

3

Han pasado cuatro meses. En nuestras siguientes salidas hemos encontrado a varios supervivientes que viven con nosotros y a los que hemos enseñado a defenderse y a disparar.

Ahora somos ocho personas en total las que vivimos apiñados, aunque seguros en la masía, alimentándonos de botes y latas de conserva.

Nos aprovisionamos de comida, de armas y munición en las incursiones que hacemos a abandonadas masías, casas rurales y pueblos de la zona: Ludiente, San Vicente de Piedrahita o Cortes de Arenoso.

Llamamos a nuestro grupo "La Resistencia" y tal como sucedía en la II Guerra Mundial, nos dedicamos a recorrer la zona, acabar con los grupos de zombies y no perdemos nunca la esperanza de encontrar más supervivientes como nosotros.

No hay día que dejemos de acordarnos de nuestros familiares y de amigos, sin saber que ha podido ser de ellos, si han logrado sobrevivir o se habrán convertido en alguno de aquellos seres errantes que se mueven por los caminos.

Cada vez la batalla es más dura y la supervivencia más difícil, los días pasan y se va agotando la comida, allí fuera aún quedan cientos de zombies dispuestos a comernos.












 

 


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