La Resistencia: II Parte
2
Había
pasado una semana de nuestra huida de la ciudad y posterior refugio
en la masía, habíamos acondicionado la vivienda y aún nos quedaban
víveres suficientes para varias semanas.
La
cercanía del río nos permitía tener agua potable en abundancia
para beber y lavarnos.
Para
defendernos, aparte de la pistola con sus cargadores, en la masía
tenía guardadas dos escopetas de caza: una Beretta y una
semiautomática Franchi con sus cartuchos correspondientes y
un par de machetes de caza.
Aquella
noche tras la cena, les reuní para hablarles:
– Ya
llevamos un tiempo sin salir de aquí, les digo, creo que ha llegado
el momento de acercarnos hasta Villahermosa, Zucaina y demás pueblos
de alrededor y echar un vistazo, puede que encontremos gente en la
misma situación que nosotros o que no haya nadie con vida, de todos
modos convendría buscar más alimentos.
Hago
una pausa mientras el resto ya eleva las voces mostrando su
disconformidad.
Luego
prosigo rotundamente:
– Mañana
cogeré el Tiguan, la pistola y un machete, algo de comida y
bebida e iré hasta Villahermosa.
– ¡Estás
loco! responde Raúl, no te dejaré ir solo, yo te acompañaré.
Esther,
más decidida que Isabel, lanza una mirada a su cuñada, que parece
asentir en silencio y dice:
– No
hay nada más que hablar, estamos juntos en esto, así que iremos
todos.
Al
día siguiente apenas salió el sol nos pusimos en marcha hacia
Villahermosa del Río, el viaje transcurrió sin incidentes y
llegamos hasta la entrada del pueblo.
No
encontramos a nadie vivo y tampoco a ninguno de aquellos seres, solo
reinaba un desolador silencio.
Tras
detener el coche y dejar el volante a Esther, lentamente me bajo y le
hago una señal a Raúl para que se baje del suyo y
automáticamente
Isabel ocupa su lugar al volante, a continuación les digo que paren
los motores.
Nos
acercamos hasta la primera vivienda, desde el exterior el lugar se ve
todo destrozado, con las ventanas rotas y la puerta prácticamente en
el suelo.
– ¿Quedará
alguien con vida?, me pregunta Raúl.
– No
lo sé, vamos a revisar la casa, le contesto.
Empuja
la puerta casi caída, abriéndola lentamente y con precaución, al
iluminar el pasillo con la linterna Raúl que entra delante lo
primero que ve es un zombie moviéndose delante de un armario.
Parecía
que buscaba algo, el zombie de repente empieza a golpear a la puerta
del armario y se escucha desde el interior la voz de un niño
gritando auxilio.
Raúl
va hacia el zombie, que no se ha percatado de nuestra presencia, pero
le detengo.
– ¿Qué
pasa, Marc?, me susurra.
– Mira
allá, hay cinco más a varios cientos de metros, le respondo en voz
baja, señalándole al exterior.
Es
obvio que van en dirección opuesta a los coches y que no se han
percatado de la presencia de ellas.
– Si
disparas atraeremos su atención.
– ¿Y
que hacemos?, me pregunta. Sin mediar una palabra más, me acerco
sigilosamente hasta el zombie que más preocupado en golpear la
puerta del armario con sus manos putrefactas, no advierte mi
presencia hasta que es demasiado tarde.
El
machete se hunde hasta la empuñadura en su cráneo atravesándolo
como si fuera mantequilla, luego con el cuerpo del ser en el suelo
tengo que hacer fuerza con las dos manos para extraerlo de su cabeza.
A
continuación golpeo levemente la puerta y le digo al niño:
– Ya
puedes salir, hemos acabado con el.
El
niño sale de su escondite y Raúl observa que presenta una fea
herida en la pierna manchando el pantalón vaquero de sangre.
– ¿Cómo
te has hecho eso?, le pregunta, ¿Te han mordido?
El
niño contesta, negando con la cabeza:
– Tuve
que escapar de mi casa, me perseguían, tropecé y me clavé un
hierro.
Raúl
ayuda al niño a caminar y lo recuesta en el sofá, mientras yo
inspecciono el resto de la vivienda y confirmo que está vacía.
– Espera
aquí, vuelvo enseguida, le dice.
Sale
fuera de la vivienda y observa que el grupo de zombies ya no está a
la vista e indica a Esther y a Isabel que entren en la vivienda.
Ellas
pasan evitando pisar el cuerpo caído del muerto viviente y ven al
niño.
– ¿Quién
es?, pregunta Isabel acercándose lentamente hacia el niño.
– Estaba
encerrado en ese armario, señala Raúl, Marc y yo le oímos gemir,
vimos al zombie que intentaba atraparle y Marc acabó con él.
– Si
no hubiésemos llegado a tiempo, tal vez…., Raúl no termina de
hablar sabe que el niño podría haber muerto.
– ¿Y
esa herida?, pregunta preocupada Isabel.
– Cayó
huyendo de su casa, perseguido por los zombies y se clavó un hierro,
le contesta Raúl.
– ¿Cómo
te llamas chaval?, le pregunta Esther.
– Tomás,
contesta.
– ¿Eres
de aquí del pueblo?, pregunta ahora Isabel.
– Si,
contesta el niño con un monosílabo.
– ¿Y
que pasó?, ¿Estas solo?, ¿Dónde esta tú familia?, pregunta Raúl.
– Mis
padres murieron, ahora se han convertido en esas cosas, como toda la
gente del pueblo.
– No
te preocupes nosotros te mantendremos a salvo, le promete Isabel a
Tomás.
Observo
a Tomás, pelo negro y alborotado y cara de espabilado, un niño de
12 años de edad que había perdido a sus padres y por el momento
parecía ser el único superviviente en todo el pueblo.
Apenas
encontramos un par de latas de conserva en la despensa de la casa que
dejamos en el Tiguan. Mientras la herida de Tomás sigue sangrando y
a pesar de que tras limpiarla, le han puesto una venda, nos preocupa
ya que casi no puede caminar.
– La
herida debe estar infectada. Tenemos que hacer algo con él, habría
que ponerle la vacuna antitetánica, tiene que haber un médico
cerca, dice Isabel.
– La
casa del médico está en el centro del pueblo pero es mejor no ir
allí, dice el niño.
– ¿Por qué
lo dices?, le pregunta Isabel.
– Vengo
de allí, intenté entrar para curarme, pero es imposible hay
demasiados, continúa Tomás, estoy bien ya me he herido otras veces.
– De
acuerdo tenemos que seguir, nos queda mucho que hacer, les digo.
A
lo largo del día inspeccionamos una parte de las casas de
Villahermosa, sin llegar a adentrarnos en el centro de la población
que es donde se halla el mayor número de infectados.
En
la entrada del pueblo se encontraba un mesón, nos acercamos hasta
allí, la cámara frigorífica estaba con la puerta abierta de par en
par por lo que toda la carne y el pescado que había se encontraba
podrido y en un avanzado estado de descomposición. Encontramos
algunas latas, un jamón, dos quesos y dos botes de cristal con frito
en conserva, con lo que pudimos llenar los maleteros de los coches.
También
nos hicimos con unos cuchillos de cocina de un tamaño respetable y
con una escopeta de postas, el cadáver del dueño se encontraba
junto a ella con la cabeza reventada tras habérsela volado
literalmente.
A
su lado una botella a medio vaciar de un carísimo vino de Rioja y
una copa de cristal, le habían acompañado en su despedida de este
mundo.
El
restaurante tenía un botiquín muy bien surtido que sirvió para que
Isabel hiciera una cura a la pierna de Tomás.
A
la salida vimos dos zombies que fueron liquidados silenciosamente
clavándoles los cuchillos de cocina en mitad de su cráneo.
Seguidamente
montamos en los vehículos y seguimos buscando algún superviviente,
visitamos en nuestro camino algunas masías abandonadas sin encontrar
prácticamente nada que nos fuera de utilidad.
Por
los caminos hallamos restos humanos a medio devorar por aquellas
alimañas que antaño fueron personas como nosotros, también
encontramos grupos de zombies más o menos numerosos que preferimos
esquivar acelerando los coches al llegar a su altura.
La
caída de la tarde nos sorprendió en las cercanías del pueblo de
Zucaina, paramos los coches y decidimos buscar un refugio, estábamos
cansados sin haber probado alimento en casi todo el día, además y
en eso coincidíamos todos, no me hacía gracia la idea de continuar
de noche por las carreteras y encontrarnos con un grupo numeroso de
muertos vivientes surgiendo de la oscuridad.
Encontramos
una casa amplia y bien acondicionada con una robusta puerta de madera
y las ventanas protegidas con rejas de hierro, vacía de vivos y
muertos.
En
la planta superior se hallaban los dormitorios con sus camas, aunque
de momento preferimos coger unas mantas y quedarnos juntos en la
planta baja en la que había dos grandes sofás.
Llegó
la noche y cenamos un poco de embutido con pan de molde algo reseco
que llevábamos en el coche, más tarde las mujeres y el chico se
acostaron en las camas para descansar, mientras Raúl y yo
permanecimos fumando un cigarrillo sin atrevernos a cerrar los ojos.
Miré
hacia afuera asomándome a la ventana, el pueblo permanecía en
penumbras y la luz de la luna apenas me permitía distinguir los dos
coches detenidos junto a la puerta.
Luego
miré el reloj, ya era muy tarde, casi las doce de la noche y pensaba
que si no hubiera pasado todo esto quizá ahora mismo estaría en
casa con Esther.
Como
el resto y aunque nadie lo mencionaba me acordaba de mi familia, de
mis amigos, de los compañeros de trabajo.
Pensaba
en los pequeños alumnos de Esther, a los que veía algunas tardes
cuando iba a buscarla al colegio, ¿Qué habrá sido de ellos?
– ¿Qué
haremos mañana volveremos a la masía o seguimos por aquí?,
pregunta Raúl apartándome de mis sombríos pensamientos.
– Me
gustaría por la mañana reconocer el pueblo a ver que encontramos y
a la noche estar ya de vuelta en la masía, me encuentro allí más
seguro, le contesto.
– Si,
eso haremos, afirma Raúl, bueno, será mejor que descansemos mañana
nos espera un largo día.
La
noche avanza, finalmente el agotamiento nos acaba venciendo y nos
quedamos profundamente dormidos.
– ¡Despertad!,
¡despertad!, nos susurra Esther mientras nos toca el hombro para que
nos incorporemos, he escuchado ruidos por fuera.
Me
levanto y aparto la cortina para asomarme por la ventana, la tenue
luz de las primeras horas del día me permite ver los zombies, no se
de donde han podido salir pero hay cientos de ellos.
– La
calle está llena, hay demasiados, no podemos salir ahora, les
explico. Tenemos que asegurar la puerta.
Mientras
arrastramos el sofá y lo apoyamos en la puerta de entrada, Tomás,
asustado, en un descuido sale al patio que hay en la parte de atrás
y abre la puerta, saliendo a la calle. Un zombie aparece de repente,
intenta correr pero su herida en la pierna se lo impide, el zombie se
abalanza sobre él. Tomás grita pidiendo ayuda.
Todos
corremos hacia él, Raúl le dispara con la escopeta al zombie en la
cabeza, que explota como si fuera una fruta madura.
Isabel
corre hacia el niño que permanece en el suelo.
– ¿Estás
bien?, le pregunta
– Me
ha mordido, le contesta Tomás llorando mientras se aparta la camisa
mostrándole la herida que tiene en el hombro, me duele mucho.
– No
puede ser, yo te prometí que te cuidaría, le contesta Isabel,
mientras las lágrimas caen por sus mejillas, que observa el chorro
de sangre que va manchando el suelo.
– Se
convertirá en uno de ellos, me dice Raúl, acercándose a mí y
susurrándome al oído.
Nadie
se había dado cuenta que el ruido del disparo había alertado a
varios zombies que estaban cerca y que ahora se dirigían hacia
nosotros, por la puerta del patio que seguía abierta entró otro
muerto viviente.
Le
disparo con la pistola, al mismo tiempo para evitar que sigan
entrando Raúl cierra la puerta después que Isabel y Esther llevan
el cuerpo del niño al interior del patio.
Saliendo
por la terrible herida un surtidor de sangre va manchando el suelo, y
poco después muere.
– ¡No...!,
¡Tomás despierta!, grita Isabel llorando.
– Déjalo
Isabel, está muerto, le dice Raúl agarrándola por la mano y
llevándosela.
– !Id
dentro de la casa!, ¡rápido!, les grito mientras me retraso un
poco. Después ya solo, clavo el afilado machete de caza en el cráneo
del niño, para que no se convierta en uno de aquellos seres. Luego
cojo la manta que hay en el sofá y
cubro el cuerpo.
Los
disparos han atraído a los zombies a la parte de atrás de la casa
por lo que la puerta de entrada está libre.
Es
nuestra oportunidad, la calle esta vacía, apartamos el sofá y
salimos corriendo hacia los coches volviendo a nuestro refugio.
3
Han
pasado cuatro meses. En nuestras siguientes salidas hemos encontrado
a varios supervivientes que viven con nosotros y a los que hemos
enseñado a defenderse y a disparar.
Ahora
somos ocho personas en total las que vivimos apiñados, aunque
seguros en la masía, alimentándonos de botes y latas de conserva.
Nos
aprovisionamos de comida, de armas y munición en las incursiones que
hacemos a abandonadas masías, casas rurales y pueblos de la zona:
Ludiente, San Vicente de Piedrahita o Cortes de Arenoso.
Llamamos
a nuestro grupo "La Resistencia" y tal como sucedía en la
II Guerra Mundial, nos dedicamos a recorrer la zona, acabar con los
grupos de zombies y no perdemos nunca la esperanza de encontrar más
supervivientes como nosotros.
No
hay día que dejemos de acordarnos de nuestros familiares y de
amigos, sin saber que ha podido ser de ellos, si han logrado
sobrevivir o se habrán convertido en alguno de aquellos seres
errantes que se mueven por los caminos.
Cada
vez la batalla es más dura y la supervivencia más difícil, los
días pasan y se va agotando la comida, allí fuera aún quedan
cientos de zombies dispuestos a comernos.
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