jueves, 6 de diciembre de 2018

La Resistencia: I Parte



Tras mucho tiempo, en que por diversas circunstancias y más de lo que hubiera querido, he tenido abandonado Infeczión, retomo su escritura para terminarlo antes del verano, espero.

Aquí os dejo otra de sus historias, La Resistencia, la cual se desarrolla en la provincia de Castellón.



 

1

Nadie sabrá decir cuando y como empezó, pero no creo equivocarme en afirmar que todos podríamos contar con todo detalle como fue nuestro primer encuentro con la enfermedad.

Quizá no se prestó la suficiente atención a la aparición de la que parecía ser una gripe más, así esta se extendió con tanta rapidez que cuando las autoridades reaccionaron, fue demasiado tarde.

Aunque llevábamos una semana con los periódicos y programas informativos hablando sobre la epidemia de gripe, y la sucesión de toques de queda, hechos violentos, cierres de aeropuertos y fronteras, de rumores y desmentidos e intervenciones de los ejércitos en varios países, fueron las declaraciones del Ministro de Sanidad en su comparecencia en rueda de prensa de tres noches antes, las que nos hicieron ver que la cosa era más seria de lo que parecía al principio.

El ministro, flanqueado a un lado por el Presidente del Gobierno, se dirigía a la nación explicando que la gripe altamente contagiosa que se extendía con rapidez por todo el mundo, había llegado a España expandiéndose con la misma celeridad que en otras partes, y ya se contabilizaban cientos de casos.

Por lo visto en otras naciones, el virus en un primer momento se comportaba de manera semejante a otras gripes, luego tras una fase en la que parecía que el enfermo tenía una mejoría, se producía una recaída que en un 50% de los casos producía la muerte del afectado.

Dijo el ministro que por el momento no había vacuna y toda la industria médica y farmacéutica trabajaba en fabricarla, esperando que no se tardara mucho en disponer de ella. Pedía a la población que mantuviera la calma y salvo en casos de necesidad, no se dirigiera a las consultas médicas ni a urgencias de los hospitales, para no colapsar los servicios sanitarios.

Recomendaba que si no se podía ingresar a los enfermos en centros sanitarios, aislarlos para evitar contagios, recordando que las farmacias estaban surtidas de medicamentos y antigripales suficientes para todos, que podrían tomarse como prevención al mínimo síntoma. A continuación se mostró esquivo a las preguntas de los periodistas y dio por terminada la comparecencia.

Al día siguiente la prensa escrita, radio y televisión se hacían eco de la comparecencia y de las alarmantes noticias a nivel mundial. Se anunció la intervención del Rey en televisión para esa misma noche, y para evitar la expansión del virus habían sido anuladas las diferentes competiciones deportivas, conciertos musicales y cualquier actividad donde pudiera acumularse una gran cantidad de gente, incluso cines, teatros y discotecas permanecieron cerrados.

Llegué a casa después del trabajo y tras cenar con Esther, mi actual pareja, estuvimos viendo el discurso del Rey de España. Vistiendo el uniforme de Capitán General, se dirigió a la nación anunciando que se declaraba el Estado de Excepción en todo el país. Las tropas del ejército habían sido llamadas a sus acuartelamientos, suspendiéndose todos los permisos y ordenándose la vuelta de las unidades españolas desplazadas a otras naciones en misiones humanitarias. En un plazo máximo de 48 horas se iba a proceder al cierre de puertos, aeropuertos y fronteras.

El día siguiente fue un caos y Castellón no se libró de ello, Esther que era maestra de niños de 3 años en el Colegio Gaetà Huguet no fue a trabajar, se habían suspendido las clases en todo el país, por lo que aprovechó para ir a comprar.

Las estantes en el supermercado cercano a casa estaban prácticamente vacíos y las colas eran impresionantes, no pudiendo comprar todo lo que quería. Lo mismo ocurría en las farmacias donde la gente se apiñaba en busca de antigripales y jarabes, la policía tenía que ir a guardar el orden en las colas, donde se producían constantes altercados.

Además se había ordenado el despliegue de las fuerzas militares en todas las capitales de provincia y se esperaba que llegaran a Castellón al día siguiente.

De vuelta del trabajo estuve muy pendiente de todas las noticias que daban en los espacios informativos de televisión, ya corrían noticias sin confirmar las cuales hablaban de ataques violentos relacionados con la epidemia y que eran repelidos por militares en distintas partes del mundo.

Terminé revisando el botiquín y la despensa de casa, a pesar de que Esther no quería que fuera a trabajar al día siguiente, estaba dispuesto a hacerlo, de vuelta intentaría comprar algunos alimentos.

Asimismo recordaba que semanas atrás habíamos hablado con el hermano de Esther y su mujer que este fin de semana vendrían a vernos y se alojarían unos días en nuestro piso, a pesar de lo dramático del momento me vino a la cabeza llamar a la dueña de un mesón cercano y reservar una mesa para cenar el sábado.

Aún recuerdo a principio de mi relación con Esther que ella reservó una mesa para comer un domingo, yo que no conocía el lugar, me presenté un rato antes y mientras tomaba un vermut rojo con un toque de ginebra, me dediqué a observar las paredes de piedra, los estantes encima de la barra decorados con botellas antiguas, los objetos antiguos que decoraban sus paredes.

Me gustó el local, desprendía un ambiente cálido y familiar que me cautivó al instante.

Diez minutos más tarde llegó Esther, Susana salió de detrás de la barra abrazándola y besándola con alegría, Esther me presentó a ella y nos sentamos a la mesa.

Enseguida Susana nos recitó la carta y nos recomendó los entrantes que acompañamos con unas cervezas antes de pasar al plato principal, un Solomillo a la Pimienta para ella y un Chuletón de Buey para mí, regado con el vino de la casa, un excelente Tinto de la Rioja. Unos postres caseros dieron fin a la excelente comida que había superado con creces todas mis expectativas y desde entonces se convirtió en mi restaurante favorito.

A la mañana siguiente dejé el piso, eran las ocho y media de la mañana cuando con mi coche, un Volkswagen Tiguan blanco, me dirigí al trabajo y puse la radio para escuchar las noticias tal como hacía todos los días.

El panorama era desolador, de algunas zonas de países de África y Asia no llegaban noticias desde hacía horas, se hablaba de revueltas y desórdenes en Europa debido al pánico, cientos y quizá miles de muertos, hospitales de campaña e inmensos campos de refugiados en algunas de las antiguas repúblicas rusas. Pueblos en llamas y largas filas de refugiados cargados de sus enseres en China, acompañados en su éxodo por la mirada de las tropas del Ejercito Rojo, comentaban los locutores de la radio que parecían escenas sacadas de viejos documentales de la II Guerra Mundial.

Según cuenta la radio, en Internet corren rumores sobre muertos por la gripe que vuelven a la vida, atacando a otras personas para devorarlas, tal y como sucede en películas y series de ficción como Guerra Mundial Z o The Walking Dead

Yo que siempre había disfrutado con las películas y libros del género zombie, en ningún momento dude de la veracidad de esos rumores, y se convertía en realidad uno de mis grandes temores, el Fin del Mundo.

Me asusté y decidí llamar a Esther, detuve el coche a un lado de la calle y cogí el móvil. Iba a llamarla cuando dijeron que iban a conectaren directo con el hospital de La Paz, en Madrid.

Por encima de la voz de una reportera muy nerviosa se oían las sirenas de ambulancias y gritos, los casos de gripe habían desbordado allí los servicios médicos.

Según la periodista algunos testigos hablaban de infectados saliendo del hospital, se oían de fondo disparos y ella comentaba que habían dado orden a los soldados de disparar a los enfermos que intentaran escapar.

Se dirige a un señor para preguntarle su opinión de lo que está pasando, cuando estalla una algarabía, donde suenan los pasos de la gente corriendo, acompañado de una sinfonía de gritos de horror y multitud de disparos.

Una serie de crujidos en la emisión y luego el silencio, segundos más tarde la voz del presentador en el estudio anuncia que se ha perdido la conexión y hasta poder recuperarla pasan a comentar otras noticias.

Un escalofrío recorre mi espalda, ahora sí que tengo miedo.

– ¡Que le den al trabajo!, pienso dentro de mí, mientras agarro el móvil y llamo a Esther.

– Hola cariño, responde al ver mi llamada.

– Nena, ¿Te has enterado de lo que sucede en Madrid?

– No, acabo de levantarme y estaba desayunando, ¿que pasa?

– Te lo explico luego, pero hazme un favor no salgas de casa, prepara las mochilas, los sacos de dormir, las linternas y todo el equipo que nos llevábamos de acampada, pon algo de ropa cómoda y de abrigo, toda la comida y bebida que hay en casa, nos vamos a la masía, después enciérrate bien y no abras a nadie, no iré a trabajar, voy a llamar y les diré que me encuentro enfermo, cuando llegue te  lo explicaré. Ah, otra cosa, en la parte de abajo del armario tapada por una manta, está la pistola y las cajas de munición, cógelas también.

– ¿Te has vuelto loco, pero qué pasa? ¿No te acuerdas que hoy venía mi hermano?

– Ahora le llamaré, haz lo que te he dicho.

Sinceramente, en aquel momento, no me acordaba, Raúl e Isabel su mujer, que vivían en Valencia, habían quedado en venir a pasar esos días con nosotros.

Cojo el móvil y le llamo:

– Marc, ¿Estáis bien?, me dice solo ver mi llamada. Estamos llegando a Castellón, tendrías que ver como está Valencia y como va de tráfico la autovía, por todas partes se ven transportes militares.

– Si, por eso te llamaba, ¿estáis bien vosotros?, vete directo a mi casa y recoged a Esther. Esperadme en la gasolinera que hay en la carretera de Alcora. Nos vamos a la masía.

No le dejo opción para que me conteste y prosigo:

– Raúl, desde luego esto no pinta nada bien, no sabemos cuanto tiempo puede durar. Mejor nos encerramos unos días y vemos si se tranquiliza un poco la cosa.

– Vale, pasaremos por un súper a ver si pillamos algo de comida.

– De acuerdo, yo haré lo mismo, intentaré conseguir comida y bebida.

– Vale, estamos llegando a Nules, luego llamaré a Esther e iremos a buscarla, nos encontraremos en la gasolinera.

– Muy bien nos vemos allí, le dije dando por terminada la conversación.

Naturalmente había obviado en la conversación las noticias de Internet sobre muertos que resucitaban, no quisiera que me tomaran por loco, aunque desgraciadamente mis negros presagios tomaban visos de realidad.

Mi siguiente llamada fue al trabajo, era informático en una empresa química en la zona industrial cercana al Grao.

Apenas mostraron interés por mi ficticia enfermedad, comenzando por el jefe de mi departamento, faltaban cuatro empleados en la misma sección y había ido a trabajar algo menos de la mitad de la totalidad de la plantilla.

De camino paso por el Carrefour, el parking está casi al completo, encuentro un hueco y entro con el carro, todas las cajas están abiertas y la gente hace cola impaciente, hay empleados del híper reponiendo los estantes de alimentación, que pese a ello van quedándose vacíos.

No pierdo tiempo mirando la marca ni comparando precios, empiezo a llenar el carro a manos llenas con embutidos, latas de todo tipo y algunas garrafas de agua, en cuanto está el carro lleno me pongo en la cola, desde allí observo como van entrando cada vez más personas, me llega el turno, pago con la tarjeta, salgo, cargo el maletero y los asientos traseros con las bolsas.

El parking cada vez está más lleno y a pesar de las indicaciones de los empleados y del personal de seguridad, hay quien ha dejado el coche en medio del aparcamiento, impidiendo la salida de los que están aparcados, produciéndose golpes en los vehículos y peleas entre los clientes, cuando los que han comprado ya, intentan abandonar el aparcamiento.

Por suerte nadie bloquea la salida del Tiguan y puedo abandonar el híper acompañado de varios vehículos que van a toda velocidad, avanzo rápidamente por la Ronda Este hacia el punto de reunión.

Cuando llego a la gasolinera ya veo en una esquina detenido el KIA Sportage de Raúl, me detengo, abro rápidamente la puerta del coche y nos damos un fuerte abrazo, hacía tiempo que no nos veíamos.

– Apenas he conseguido unas chocolatinas, unas bolsas de patatas fritas y unas latas de refrescos aquí en la gasolinera mientras repostaba, comenta Raúl, en Nules no hemos podido comprar nada, es increíble, todo el mundo estaba en las calles saqueando los supermercados.

Me acerco al coche abrazando a Isabel y a Esther. Mientras, Raúl me cuenta la conversación telefónica que ha tenido con sus padres que viven en Madrid. Estos le han dicho que los accesos a la capital están bloqueados por el ejército con sus tanques, no dejan entrar ni salir a nadie bajo amenaza de disparo, y que estos se pusieron contentos al enterarse que estaban con nosotros.

Esther sube a mi coche y antes de que ponga en marcha el motor me da la pistola, tras cargarla discretamente me la coloco en el cinturón del pantalón, finalmente arranco el coche mientras ellos me siguen con el suyo.

Tras pasar por las empresas azulejeras que jalonaban ambos lados de la carretera, continuamos sin entrar en la población de Alcora, luego cruzamos por medio del pueblo de Figueroles, donde no se veía a nadie por sus calles.

Durante el trayecto tenía la radio encendida, las noticias en España eran horribles, el número de afectados por la gripe era descomunal, se hablaba de disturbios y saqueos en las ciudades pese a la intervención de los militares, incendios, tiroteos, cremación de cadáveres, gente huyendo y buscando la protección de los soldados.

Las noticias en todo el mundo eran similares pero para mí ya habían dejado de tener interés, excepto las que hablaban de la resurrección ya confirmada de los infectados y de sus ataques a los vivos para devorarles.

La sinuosa carretera iba hacia arriba hasta la entrada de Lucena del Cid, una vez allí, había dos formas de cruzar el pueblo, una por el centro de este, por delante del ayuntamiento, los bancos, el supermercado y algunas panaderías y la otra por calles menos céntricas. Me decidí por esta última, me imaginé que el centro podría estar colapsado, ya que la gente estaba muy nerviosa, mejor evitar encontronazos.

La carretera continuaba en una empinada cuesta, cuando llegamos arriba e íbamos a abandonar el pueblo, tuvimos que detenernos.

Fue la primera vez que los vimos, estaban en medio de la calzada eran tres hombres y un niño de unos 10 años, con las ropas manchadas de sangre, arrodillados junto a una mujer a la que estaban devorando.

Al otro lado de la calle un hombre de pie, gritando y llorando desconsoladamente.

– ¡Dios Mío, se la están comiendo!, acerté a decir a Esther que se había quedado completamente pálida.

La escena era tremendamente dura, el ver como devoran a una persona sin poder hacer nada, viendo como aquellos seres que habían sido humanos, arrancaban las vísceras de un cuerpo para llevárselas a la boca, mientras un enorme charco de sangre iba extendiéndose por el asfalto.

Me bajé del coche ordenándole a Esther que se pusiera al volante, unos metros atrás se acercó Raúl que también se había apeado del suyo.

Dos infectados salían de una casa situada enfrente y se dirigían hacia aquel desgraciado que no podía quitar la vista del cadáver de la mujer.

Le gritamos avisándole, pero aquel hombre estaba en shock y no se movía. Se hallaban apenas a un par de metros de distancia de él cuando en ese momento despertó del shock, su cara por un instante reflejó el horror al darse cuenta que los muertos vivientes se le venían encima e intentó comenzar a correr.

Pero era demasiado tarde, uno de los infectados le agarró del brazo y le hizo caer al suelo, sin un segundo de pausa le dio un mordisco.

Sus alaridos de dolor hicieron a Raúl retroceder hasta el coche, le miré, tenía el rostro sin color y estaba a punto de desmayarse.

Llevé mi mano al bolsillo trasero del pantalón y saqué la pistola, cuando volví a mirar de nuevo, vi como tenían a aquel hombre en el suelo boca abajo, comiéndose una de las criaturas uno de los brazos, mientras el otro le mordía el cuello por donde un surtidor de color carmesí manchaba las ropas y el suelo.

Sus gritos habían bajado de intensidad y ya nada se podía hacer por él, mientras los otros dejaban los restos sanguinolentos de la mujer y se dirigían hacía el desdichado para participar del festín.

– ¡Marc, deberíamos irnos de aquí, ya no se puede hacer nada por él!, me dice Raúl, cogiéndome del hombro.

Pusimos los coches en marcha y al pasar a su altura, di un último vistazo al grupo de infectados que devoraba a aquel desafortunado hombre.

Uno de aquellos seres levantó la cabeza mirándome fijamente durante unos segundos, pude ver su rostro gris, su boca llena de sangre mientras continuaba masticando y noté sus ojos mirándome fijamente, llenos de odio e ira.

Y por un instante sentí que se me helaba la sangre en las venas y tuve miedo, mucho miedo.

Esther y yo proseguimos nuestro viaje en silencio, como si los dos sintiéramos vergüenza de no haber podido hacer nada, no queriendo hablar de ello para olvidarlo más rápidamente.

No quise romper su silencio, tampoco yo quería mencionar lo que había visto, era normal que en aquellos momentos ella se acordara de los niños de su clase, de sus compañeros de colegio, de sus amigos y de sus padres.

En unas pocas horas el mundo conocido se derrumbaba bajo nuestros pies y lo único positivo de todo esto era que Isabel y Raúl estaban a nuestro lado.

Nuestra huida de aquel horror continuaba, tenía muchas ganas de llegar a la masía, la carretera estrecha y llena de curvas seguía subiendo, íbamos a toda velocidad y sin cruzarnos con ningún otro vehículo.

Pasamos sin detenernos por el Castillo de Villamalefa, el pueblo parecía estar ya muerto, no se veía ni siquiera un perro caminando por sus calles vacías.

La carretera iniciaba un descenso y luego volvía a subir para llegar hasta Villahermosa del Río, en el límite con la provincia de Teruel, pero no íbamos a llegar hasta allí.

Unos kilómetros más adelante, cambiamos la carretera por un camino no señalizado, una pista forestal de tierra nos llevó dando saltos y levantando el polvo adentrándonos en un profundo bosque.

Al fin llegamos, la masía era una robusta casona edificada en piedra en medio de ninguna parte, por eso la conseguí a tan buen precio, con el tiempo había ido arreglando la destartalada casa y aunque no tenía ni lujos ni comodidades, era bastante confortable.

Me había servido para ir a cazar con los amigos, hacer cenas con ellos asando carne y embutidos en las brasas, también cuando necesitaba estar solo y desconectar leyendo junto a la chimenea.

Desde que comenzó mi relación con Esther, apenas estuve unas pocas veces con ella, nunca le gustó, la televisión e Internet no llegaban hasta la casa, para Esther encontrarse allí era como estar aislada del resto del mundo.

Era una casa de una sola planta, en la que tras cruzar la gruesa puerta de madera encontrabas al lazo izquierdo la cocina con una despensa y una pequeña bodega, y un dormitorio, al lado derecho, dos dormitorios más y el cuarto de baño.

En el centro de la estancia, el comedor, con una mesa grande de madera y seis sillas, en la parte interior dos sofás y una mesa pequeña frente a la chimenea, al lado de esta un mueble con unos viejos libros.

Decorada de manera rústica y sin ningún lujo, la casa era sumamente acogedora y disponía de un generador de gasóleo que suplía la falta de tendido eléctrico.

Me congratulé de que el sábado anterior, al tener Esther que quedarse preparando unos trabajos del colegio, había ido hasta allí quedándome todo el sábado arreglando la casa y había llevado un

bote recién comprado de conserva de frito en aceite para dejarlo allí. También Esther, previsora, había dejado en la despensa, patatas, carne y huevos que serían los primeros alimentos que debíamos consumir.

A nuestra llegada, las primeras horas las dedicamos a guardar la comida, preparar las mantas, arreglar las camas y proporcionar algo de ropa de abrigo al hermano de Esther y su mujer, que habían llegado poco más que con lo puesto y una muda de ropa para cada uno en una bolsa de deporte.

Entré en la casa unos troncos de leña que apilaba en el exterior y encendí la chimenea, el calor poco a poco fue apoderándose del hogar.

Todas estas actividades nos evadieron del shock por lo que habíamos visto y aproveché el fuego para asar a la brasa la carne que habíamos traído para evitar que se estropease.

Aunque ellas en principio se negaban a comer nada, terminaron cediendo y pasamos parte de la noche hablando de lo sucedido y preocupados por amigos y familiares. Finalmente agotados, les dije que se acostasen.

Yo por mi parte dí una última vuelta alrededor de la masía, la noche era tranquila pero muy fría.

El lugar en medio de un frondoso bosque donde apenas entraba la luz del sol la mayor parte del día, gozaba de un microclima especial por lo que la temperatura era varios grados inferior a los pueblos de alrededor.

Tras cerrar la gruesa puerta de madera y comprobar que todas las ventanas, protegidas con barrotes de hierro forjado, estaban bien cerradas, me dispuse a pasar aquella primera noche acostado en el sofá junto al fuego y con la pistola cargada al lado.


 


 

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