La Resistencia: I Parte
Tras mucho tiempo, en que por diversas circunstancias y más de lo que hubiera querido, he tenido abandonado Infeczión, retomo su escritura para terminarlo antes del verano, espero.
Aquí os dejo otra de sus historias, La Resistencia, la cual se desarrolla en la provincia de Castellón.
1
Nadie
sabrá decir cuando y como empezó, pero no creo equivocarme en
afirmar que todos podríamos contar con todo detalle como fue nuestro
primer encuentro con la enfermedad.
Quizá
no se prestó la suficiente atención a la aparición de la que
parecía ser una gripe más, así esta se extendió con tanta rapidez
que cuando las autoridades reaccionaron, fue demasiado tarde.
Aunque
llevábamos una semana con los periódicos y programas informativos
hablando sobre la epidemia de gripe, y la sucesión de toques de
queda, hechos violentos, cierres de aeropuertos y fronteras, de
rumores y desmentidos e intervenciones de los ejércitos en varios
países, fueron las declaraciones del Ministro de Sanidad en su
comparecencia en rueda
de prensa de tres noches antes, las que nos hicieron ver que la cosa
era más seria de lo que parecía al principio.
El
ministro, flanqueado a un lado por el Presidente del Gobierno, se
dirigía a la nación explicando que la gripe altamente contagiosa
que se extendía con rapidez por todo el mundo, había llegado a
España expandiéndose con la misma celeridad que en otras partes, y
ya se contabilizaban cientos de casos.
Por
lo visto en otras naciones, el virus en un primer momento se
comportaba de manera semejante a otras gripes, luego tras una fase en
la que parecía que el enfermo tenía una mejoría, se producía una
recaída que en un 50% de los casos producía la muerte del afectado.
Dijo
el ministro que por el momento no había vacuna y toda la industria
médica y farmacéutica trabajaba en fabricarla, esperando que no se
tardara mucho en disponer de ella. Pedía a la población que
mantuviera la calma y salvo en casos de necesidad, no se dirigiera a
las consultas médicas ni a urgencias de los hospitales, para no
colapsar los servicios sanitarios.
Recomendaba
que si no se podía ingresar a los enfermos en centros sanitarios,
aislarlos para evitar contagios, recordando que las farmacias estaban
surtidas de medicamentos y antigripales suficientes para todos, que
podrían tomarse como prevención al mínimo síntoma. A continuación
se mostró esquivo a las preguntas de los periodistas y dio por terminada
la comparecencia.
Al
día siguiente la prensa escrita, radio y televisión se hacían eco
de la comparecencia y de las alarmantes noticias a nivel mundial. Se
anunció la intervención del Rey en televisión para esa misma
noche, y para evitar la expansión del virus habían sido anuladas
las diferentes competiciones deportivas, conciertos musicales y
cualquier actividad donde pudiera acumularse una gran cantidad de
gente, incluso cines, teatros y discotecas permanecieron cerrados.
Llegué
a casa después del trabajo y tras cenar con Esther, mi actual
pareja, estuvimos viendo el discurso del Rey de España. Vistiendo el
uniforme de Capitán General, se dirigió a la nación anunciando que
se declaraba el Estado de Excepción en todo el país. Las tropas del
ejército habían sido llamadas a sus acuartelamientos,
suspendiéndose todos los permisos y ordenándose la vuelta de las
unidades españolas desplazadas a otras naciones en misiones
humanitarias. En un plazo máximo de 48 horas se iba a proceder al
cierre de puertos, aeropuertos y
fronteras.
El
día siguiente fue un caos y Castellón no se libró de ello, Esther
que era maestra de niños de 3 años en el Colegio Gaetà Huguet no
fue a trabajar, se habían suspendido las clases en todo el país,
por lo que aprovechó para ir a comprar.
Las
estantes en el supermercado cercano a casa estaban prácticamente
vacíos y las colas eran impresionantes, no pudiendo comprar todo lo
que quería. Lo mismo ocurría en las farmacias donde la gente se
apiñaba en busca de antigripales y jarabes, la policía tenía que
ir a guardar el orden en las colas, donde se producían constantes
altercados.
Además
se había ordenado el despliegue de las fuerzas militares en todas
las capitales de provincia y se esperaba que llegaran a Castellón al
día siguiente.
De
vuelta del trabajo estuve muy pendiente de todas las noticias que
daban en los espacios informativos de televisión, ya corrían
noticias sin confirmar las cuales hablaban de ataques violentos
relacionados con la epidemia y que eran repelidos por militares en
distintas partes del mundo.
Terminé
revisando el botiquín y la despensa de casa, a pesar de que Esther
no quería que fuera a trabajar al día siguiente, estaba dispuesto a
hacerlo, de vuelta intentaría comprar algunos alimentos.
Asimismo
recordaba que semanas atrás habíamos hablado con el hermano de
Esther y su mujer que este fin de semana vendrían a vernos y se
alojarían unos días en nuestro piso, a pesar de lo dramático del
momento me vino a la cabeza llamar a la dueña de un mesón cercano y reservar una mesa
para cenar el sábado.
Aún recuerdo a principio de mi relación con Esther que
ella reservó una mesa para comer un domingo, yo que no conocía el
lugar, me presenté un rato antes y mientras tomaba un vermut rojo
con un toque de ginebra, me dediqué a observar las paredes de
piedra, los estantes encima de la barra decorados con botellas
antiguas, los objetos antiguos que decoraban sus paredes.
Me
gustó el local, desprendía un ambiente cálido y familiar que me
cautivó al instante.
Diez
minutos más tarde llegó Esther, Susana salió de detrás de la
barra abrazándola y besándola con alegría, Esther me presentó a
ella y nos sentamos a la mesa.
Enseguida
Susana nos recitó la carta y nos recomendó los entrantes que
acompañamos con unas cervezas antes de pasar al plato principal, un
Solomillo a la Pimienta para ella y un Chuletón de Buey para mí,
regado con el vino de la casa, un excelente Tinto de la Rioja. Unos
postres caseros dieron fin a la excelente comida que había superado
con creces todas mis expectativas y desde entonces se convirtió en
mi restaurante favorito.
A
la mañana siguiente dejé el piso, eran las ocho y media de la
mañana cuando con mi coche, un Volkswagen Tiguan blanco, me
dirigí al trabajo y puse la radio para escuchar las noticias tal
como hacía todos los días.
El
panorama era desolador, de algunas zonas de países de África y Asia
no llegaban noticias desde hacía horas, se hablaba de revueltas y
desórdenes en Europa debido al pánico, cientos y quizá miles de
muertos, hospitales de campaña e inmensos campos de refugiados en
algunas de las antiguas repúblicas rusas. Pueblos en llamas y largas
filas de refugiados cargados de sus enseres en China, acompañados en
su éxodo por la mirada de las tropas del Ejercito Rojo, comentaban
los locutores de la radio que parecían escenas sacadas de viejos
documentales de la II Guerra Mundial.
Según
cuenta la radio, en Internet corren rumores sobre muertos por la
gripe que vuelven a la vida, atacando a otras personas para
devorarlas, tal y como sucede en películas y series de ficción como
Guerra Mundial Z o The Walking Dead
Yo
que siempre había disfrutado con las películas y libros del género
zombie, en ningún momento dude de la veracidad de esos rumores, y
se convertía en realidad uno de mis grandes temores, el Fin del
Mundo.
Me
asusté y decidí llamar a Esther, detuve el coche a un lado de la
calle y cogí el móvil. Iba a llamarla cuando dijeron que iban a
conectaren directo con el hospital de La Paz, en Madrid.
Por
encima de la voz de una reportera muy nerviosa se oían las sirenas
de ambulancias y gritos, los casos de gripe habían desbordado allí
los servicios médicos.
Según
la periodista algunos testigos hablaban de infectados saliendo del
hospital, se oían de fondo disparos y ella comentaba que habían
dado orden a los soldados de disparar a los enfermos que intentaran
escapar.
Se
dirige a un señor para preguntarle su opinión de lo que está
pasando, cuando estalla una algarabía, donde suenan los pasos de la
gente corriendo, acompañado de una sinfonía de gritos de horror y
multitud de disparos.
Una
serie de crujidos en la emisión y luego el silencio, segundos más
tarde la voz del presentador en el estudio anuncia que se ha perdido
la conexión y hasta poder recuperarla pasan a comentar otras
noticias.
Un
escalofrío recorre mi espalda, ahora sí que tengo miedo.
– ¡Que
le den al trabajo!, pienso dentro de mí, mientras agarro el móvil y
llamo a Esther.
– Hola
cariño, responde al ver mi llamada.
– Nena,
¿Te has enterado de lo que sucede en Madrid?
– No,
acabo de levantarme y estaba desayunando, ¿que pasa?
– Te
lo explico luego, pero hazme un favor no salgas de casa, prepara las
mochilas, los sacos de dormir, las linternas y todo el equipo que nos
llevábamos de acampada, pon algo de ropa cómoda y de abrigo, toda
la comida y bebida que hay en casa, nos vamos a la masía, después
enciérrate bien y no abras a nadie, no iré a trabajar, voy a llamar
y les diré que me encuentro enfermo, cuando llegue te lo
explicaré. Ah, otra cosa, en la parte de abajo del armario tapada
por una manta, está la pistola y las cajas de munición, cógelas
también.
– ¿Te
has vuelto loco, pero qué pasa? ¿No te acuerdas que hoy venía mi
hermano?
– Ahora
le llamaré, haz lo que te he dicho.
Sinceramente,
en aquel momento, no me acordaba, Raúl e Isabel su mujer, que vivían
en Valencia, habían quedado en venir a pasar esos días con
nosotros.
Cojo
el móvil y le llamo:
– Marc,
¿Estáis bien?, me dice solo ver mi llamada. Estamos llegando a
Castellón, tendrías que ver como está Valencia y como va de
tráfico la autovía, por todas partes se ven transportes militares.
– Si,
por eso te llamaba, ¿estáis bien vosotros?, vete directo a mi casa
y recoged a Esther. Esperadme en la gasolinera que hay en la
carretera de Alcora. Nos vamos a la masía.
No
le dejo opción para que me conteste y prosigo:
– Raúl,
desde luego esto no pinta nada bien, no sabemos cuanto tiempo puede
durar. Mejor nos encerramos unos días y vemos si se tranquiliza un
poco la cosa.
– Vale,
pasaremos por un súper a ver si pillamos algo de comida.
– De
acuerdo, yo haré lo mismo, intentaré conseguir comida y bebida.
– Vale,
estamos llegando a Nules, luego llamaré a Esther e iremos a
buscarla, nos encontraremos en la gasolinera.
– Muy
bien nos vemos allí, le dije dando por terminada la conversación.
Naturalmente
había obviado en la conversación las noticias de Internet sobre
muertos que resucitaban, no quisiera que me tomaran por loco, aunque
desgraciadamente mis negros presagios tomaban visos de realidad.
Mi
siguiente llamada fue al trabajo, era informático en una empresa
química
en la zona industrial cercana al Grao.
Apenas
mostraron interés por mi ficticia enfermedad, comenzando por el jefe
de mi departamento, faltaban cuatro empleados en la misma sección y
había ido a trabajar algo menos de la mitad de la totalidad de la
plantilla.
De
camino paso por el Carrefour, el parking está casi al
completo, encuentro un hueco y entro con el carro, todas las cajas
están abiertas y la gente hace cola impaciente, hay empleados del
híper reponiendo los estantes de alimentación, que pese a ello van
quedándose vacíos.
No
pierdo tiempo mirando la marca ni comparando precios, empiezo a
llenar el carro a manos llenas con embutidos, latas de todo tipo y
algunas garrafas de agua, en cuanto está el carro lleno me pongo en
la cola, desde allí observo como van entrando cada vez más
personas, me llega el turno, pago con la tarjeta, salgo, cargo el
maletero y los asientos traseros con las bolsas.
El
parking cada vez está más lleno y a pesar de las indicaciones de
los empleados y del personal de seguridad, hay quien ha dejado el
coche en medio del aparcamiento, impidiendo la salida de los que
están aparcados, produciéndose golpes en los vehículos y peleas
entre los clientes, cuando los que han comprado ya, intentan
abandonar el aparcamiento.
Por
suerte nadie bloquea la salida del Tiguan y puedo abandonar el híper
acompañado de varios vehículos que van a toda velocidad, avanzo
rápidamente por la Ronda Este hacia el punto de reunión.
Cuando
llego a la gasolinera ya veo en una esquina detenido el KIA
Sportage de Raúl, me detengo, abro rápidamente la puerta del
coche y nos damos un fuerte abrazo, hacía tiempo que no nos veíamos.
– Apenas
he conseguido unas chocolatinas, unas bolsas de patatas fritas y unas
latas de refrescos aquí en la gasolinera mientras repostaba, comenta
Raúl, en Nules no hemos podido comprar nada,
es
increíble, todo el mundo estaba en las calles saqueando los
supermercados.
Me
acerco al coche abrazando a Isabel y a Esther. Mientras, Raúl me
cuenta la conversación telefónica que ha tenido con sus padres que
viven en Madrid. Estos le han dicho que los accesos a la capital
están bloqueados por el ejército con sus tanques, no dejan entrar
ni salir a nadie bajo amenaza de disparo, y que estos se pusieron
contentos al enterarse que estaban con nosotros.
Esther
sube a mi coche y antes de que ponga en marcha el motor me da la
pistola, tras cargarla discretamente me la coloco en el cinturón del
pantalón, finalmente arranco el coche mientras ellos me siguen con
el suyo.
Tras
pasar por las empresas azulejeras que jalonaban ambos lados de la
carretera, continuamos sin entrar en la población de Alcora, luego
cruzamos por medio del pueblo de Figueroles, donde no se veía a
nadie por sus calles.
Durante
el trayecto tenía la radio encendida, las noticias en España eran
horribles, el número de afectados por la gripe era descomunal, se
hablaba de disturbios y saqueos en las ciudades pese a la
intervención de los militares, incendios, tiroteos, cremación de
cadáveres, gente huyendo y buscando la protección de los soldados.
Las
noticias en todo el mundo eran similares pero para mí ya habían
dejado de tener interés, excepto las que hablaban de la resurrección
ya confirmada de los infectados y de sus ataques a los vivos para
devorarles.
La
sinuosa carretera iba hacia arriba hasta la entrada de Lucena del
Cid, una vez allí, había dos formas de cruzar el pueblo, una por el
centro de este, por delante del ayuntamiento, los bancos, el
supermercado y algunas panaderías y la otra por calles menos
céntricas. Me decidí por esta última, me imaginé que el centro
podría estar colapsado, ya que la gente estaba muy nerviosa, mejor
evitar encontronazos.
La
carretera continuaba en una empinada cuesta, cuando llegamos arriba e
íbamos a abandonar el pueblo, tuvimos que detenernos.
Fue
la primera vez que los vimos, estaban en medio de la calzada eran
tres hombres y un niño de unos 10 años, con las ropas manchadas de
sangre, arrodillados junto a una mujer a la que estaban devorando.
Al
otro lado de la calle un hombre de pie, gritando y llorando
desconsoladamente.
– ¡Dios
Mío, se la están comiendo!, acerté a decir a Esther que se había
quedado completamente pálida.
La
escena era tremendamente dura, el ver como devoran a una persona sin
poder hacer nada, viendo como aquellos seres que habían sido
humanos, arrancaban las vísceras de un cuerpo para llevárselas a la
boca, mientras un enorme charco de sangre iba extendiéndose por el
asfalto.
Me
bajé del coche ordenándole a Esther que se pusiera al volante, unos
metros atrás se acercó Raúl que también se había apeado del
suyo.
Dos
infectados salían de una casa situada enfrente y se dirigían hacia
aquel desgraciado que no podía quitar la vista del cadáver de la
mujer.
Le
gritamos avisándole, pero aquel hombre estaba en shock y no se
movía. Se hallaban apenas a un par de metros de distancia de él
cuando en ese momento despertó del shock, su cara por un instante
reflejó el horror al darse cuenta que los muertos vivientes se le
venían encima e intentó comenzar a correr.
Pero
era demasiado tarde, uno de los infectados le agarró del brazo y le
hizo caer al suelo, sin un segundo de pausa le dio un mordisco.
Sus
alaridos de dolor hicieron a Raúl retroceder hasta el coche, le
miré, tenía el rostro sin color y estaba a punto de desmayarse.
Llevé
mi mano al bolsillo trasero del pantalón y saqué la pistola, cuando
volví a mirar de nuevo, vi como tenían a aquel hombre en el suelo
boca abajo, comiéndose una de las criaturas uno de los brazos,
mientras el otro le mordía el cuello por donde un surtidor de color
carmesí manchaba las ropas y el suelo.
Sus
gritos habían bajado de intensidad y ya nada se podía hacer por él,
mientras los otros dejaban los restos sanguinolentos de la mujer y se
dirigían hacía el desdichado para participar del festín.
– ¡Marc,
deberíamos irnos de aquí, ya no se puede hacer nada por él!, me
dice Raúl, cogiéndome del hombro.
Pusimos
los coches en marcha y al pasar a su altura, di un último vistazo al
grupo de infectados que devoraba a aquel desafortunado hombre.
Uno
de aquellos seres levantó la cabeza mirándome fijamente durante
unos segundos, pude ver su rostro gris, su boca llena de sangre
mientras continuaba masticando y noté sus ojos mirándome fijamente,
llenos de odio e ira.
Y
por un instante sentí que se me helaba la sangre en las venas y tuve
miedo, mucho miedo.
Esther
y yo proseguimos nuestro viaje en silencio, como si los dos
sintiéramos vergüenza de no haber podido hacer nada, no queriendo
hablar de ello para olvidarlo más rápidamente.
No
quise romper su silencio, tampoco yo quería mencionar lo que había
visto, era normal que en aquellos momentos ella se acordara de los
niños de su clase, de sus compañeros de colegio, de sus amigos y de
sus padres.
En
unas pocas horas el mundo conocido se derrumbaba bajo nuestros pies y
lo único positivo de todo esto era que Isabel y Raúl estaban a
nuestro lado.
Nuestra
huida de aquel horror continuaba, tenía muchas ganas de llegar a la
masía, la carretera estrecha y llena de curvas seguía subiendo,
íbamos a toda velocidad y sin cruzarnos con ningún otro vehículo.
Pasamos
sin detenernos por el Castillo de Villamalefa, el pueblo parecía
estar ya muerto, no se veía ni siquiera un perro caminando
por
sus calles vacías.
La
carretera iniciaba un descenso y luego volvía a subir para llegar
hasta Villahermosa del Río, en el límite con la provincia de
Teruel, pero no íbamos a llegar hasta allí.
Unos
kilómetros más adelante, cambiamos la carretera por un camino no
señalizado, una pista forestal de tierra nos llevó dando saltos y
levantando el polvo adentrándonos en un profundo bosque.
Al
fin llegamos, la masía era una robusta casona edificada en piedra en
medio de ninguna parte, por eso la conseguí a tan buen precio, con
el tiempo había ido arreglando la destartalada casa y aunque no
tenía ni lujos ni comodidades, era bastante confortable.
Me
había servido para ir a cazar con los amigos, hacer cenas con ellos
asando carne y embutidos en las brasas, también cuando necesitaba
estar solo y desconectar leyendo junto a la chimenea.
Desde
que comenzó mi relación con Esther, apenas estuve unas pocas veces
con ella, nunca le gustó, la televisión e Internet no llegaban
hasta la casa, para Esther encontrarse allí era como estar aislada
del resto del mundo.
Era
una casa de una sola planta, en la que tras cruzar la gruesa puerta
de madera encontrabas al lazo izquierdo la cocina con una despensa y
una pequeña bodega, y un dormitorio, al lado derecho, dos
dormitorios más y el cuarto de baño.
En
el centro de la estancia, el comedor, con una mesa grande de madera y
seis sillas, en la parte interior dos sofás y una mesa pequeña
frente a la chimenea, al lado de esta un mueble con unos viejos
libros.
Decorada
de manera rústica y sin ningún lujo, la casa era sumamente
acogedora y disponía de un generador de gasóleo que suplía la
falta de tendido eléctrico.
Me
congratulé de que el sábado anterior, al tener Esther que quedarse
preparando unos trabajos del colegio, había ido hasta allí
quedándome todo el sábado arreglando la casa y había llevado un
bote
recién comprado de conserva de frito en aceite para dejarlo allí.
También Esther, previsora, había dejado en la despensa, patatas,
carne y huevos que serían los primeros alimentos que debíamos
consumir.
A
nuestra llegada, las primeras horas las dedicamos a guardar la
comida, preparar las mantas, arreglar las camas y proporcionar algo
de ropa de abrigo al hermano de Esther y su mujer, que habían
llegado poco más que con lo puesto y una muda de ropa para cada uno
en una bolsa de deporte.
Entré
en la casa unos troncos de leña que apilaba en el exterior y encendí
la chimenea, el calor poco a poco fue apoderándose del hogar.
Todas
estas actividades nos evadieron del shock por lo que habíamos visto
y aproveché el fuego para asar a la brasa la carne que habíamos
traído para evitar que se estropease.
Aunque
ellas en principio se negaban a comer nada, terminaron cediendo y
pasamos parte de la noche hablando de lo sucedido y preocupados por
amigos y familiares. Finalmente agotados, les dije que se acostasen.
Yo
por mi parte dí una última vuelta alrededor de la masía, la noche
era tranquila pero muy fría.
El
lugar en medio de un frondoso bosque donde apenas entraba la luz del
sol la mayor parte del día, gozaba de un microclima especial por lo
que la temperatura era varios grados inferior a los pueblos de
alrededor.
Tras
cerrar la gruesa puerta de madera y comprobar que todas las ventanas,
protegidas con barrotes de hierro forjado, estaban bien cerradas, me
dispuse a pasar aquella primera noche acostado en el sofá junto al
fuego y con la pistola cargada al lado.
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